Por Albeiro Valencia Llano
Doctor en Historia
RESUMEN
El artículo comprende un recorrido historiográfico,
desde las comunidades aborígenes que habitaban el territorio del oriente
caldense a la llegada de los españoles, en 1540, hasta los cambios que sufrió
esta región en el siglo XIX, por el arribo de familias pobres que penetraron la
selva, levantaron fincas y fundaron aldeas.
En la primera parte se analiza cómo vivían los
habitantes de la gran nación de los Patangoros, el hábitat, las costumbres y la
alimentación; se tiene en cuenta la crueldad de la invasión, la fundación de la
ciudad de Nuestra Señora de la Victoria y el levantamiento de los Amaníes, para
oponerse a las formas de dominación.
En la segunda parte se trazan los antecedentes que
facilitaron la llegada de aventureros, exploradores y agricultores que, desde
principios del siglo XIX, fueron ampliando las fronteras de Antioquia y Tolima,
por medio de la red de caminos y
desarrollaron el comercio y fundaron pueblos. De este modo surgió la región del
oriente del departamento de Caldas y se dieron las condiciones para la
fundación de Pensilvania.
Palabras
Clave:
indios Patangoros, Nuestra Señora de la Victoria, sublevación indígena,
colonización del oriente caldense, Pensilvania.
Parque
principal de Pensilvania. Foto de María Cristina Arango Mejía.
EL REINO DE LOS PATANGOROS
Esta
fue una de las comunidades más importantes y numerosas del territorio caldense,
pues ocupaban casi todo el oriente hacia el valle del Magdalena y entre los
ríos Guarinó y San Bartolomé, en donde se fundaron las ciudades de Victoria y
Remedios en el siglo XVI. Sobre esta comunidad escribió el cronista Fray Pedro
Aguado que los patangoros eran llamados así porque usan muchos vocablos que
empiezan por patan como patami, patama, patamita, patamera, patanta, “que es como decir no hay, no sé, no
quiero”. Fueron llamados, también, Palenques por las fortalezas de madera
que hacían, tipo palenque, que podían resistir largos asedios de los enemigos
(Aguado F. P., 1956, págs. 50-51).
Lindaban
con los amaníes, los que estaban situados en la parte alta de la cordillera, y
llegaron a ser influenciados económica y culturalmente por los pozos, paucuras,
armas y picaras, aunque no copiaron de éstos la institución del cacicazgo, que
no existía entre los patangoros. A su vez los amaníes tenían por vecinos a los
samanaes que poseían sus dominios en el curso alto del río Samaná.
Los
cronistas anotan que los patangoros eran de cuerpo mediano y buen aspecto.
Tenían la costumbre, como los quimbayas, de deformarse intencionalmente la
cabeza. Al respecto dice Aguado que “tienen
las cabezas chatas o anchas por adelante, desde la frente para arriba, que al
tiempo de su nacimiento e infancia les hacen cierta opresión con que las paran
de esta suerte” (Aguado F. P., 1956, pág. 81).
Eran
de tez morena; los hombres llevaban el cabello recortado a la altura de los
hombros y los reconocidos por valientes traían un corte de pelo “como de
fraile”. Las mujeres usaban el cabello largo y lo cuidaban con esmero;
conservaban el cutis suave y fresco con infusiones de la cáscara de un árbol. Sobre
este aspecto escribió el cronista
Précianse
estas mujeres de tener en el rostro buena tez, y para conservarla beben cierta
cáscara de árbol que parece canela, por parecerse a ella, porque con la virtud
de esta cáscara detienen su regla mujeril cinco o seis meses, con la cual no se
avejentan mucho ni se les arruga el rostro sino es por demasiado curso del
tiempo, y luego al cabo de este tiempo les torna a bajar (Aguado F. P., 1956, pág. 81).
Debido
al clima cálido andaban ligeros de ropa y la desnudez de sus cuerpos asombraron
a los españoles, quienes afirmaban que
Andan
todos desnudos, sin traer ninguna cosa sobre sus cuerpos; solamente los que
aciertan a tener alguna fea herida se la cubren con alguna piel de animal. La
natura traen siempre cubierta con la una mano o atada a un tocado, que a manera
de cortina traen por la cintura, porque tienen por cosa deshonesta que les ande
siempre colgando; las mujeres… andan desnudas y con solamente un pedazo de
manta de hasta palmo y medio o dos palmos, a quien llaman pampanillas, puesto
por delante de sus partes vergonzosas, asido a un hilo grueso que traen ceñido
al cuerpo por la cintura
(Aguado F. P., 1956, pág. 81).
De
acuerdo con el cronista comían frutas y vegetales en abundancia
Su
principal mantenimiento es maíz, mas no hacen de él pan, sino es cuando la
mazorca está granada hacen un género de panotas, que en algunas partes llaman
hayazas, comida cierto desgustosa y malsana. Demás del maíz usan la yuca,
auyamas y otras legumbres de poca sustancia con que se sustentan. La manera de
cocinar o aderezar sus comidas es esta: toman una gran olla y pónenla al fuego,
y allí echan mucha cantidad de hojas de auyamas, bledos y otras legumbres
silvestres, y algunas veces por cosa muy principal, echan de las propias auyamas,
y llena la olla de estas legumbres y agua, danle fuego, y en estando a medio
cocer echarle dentro dos o tres puñados de harina de maíz, y aunque no esté
bien cocido sácanlo y coménselo, sin dejarlo mucho enfriar, con tanto gusto y
sabor como si fuese otra cosa de más sustancia; y comido esto por la mañana y
bebido algún vino de maíz, que es su principal sustento, se van a trabajar a
sus labores, y no comen más hasta que a la noche vuelven, que hallan otra cena
aderezada de la manera dicha. Algunos, que tienen más posible, llevan entre
ciertas hojas anchas, cuando se van a las labores, un golpe de masa hecha de
harina de maíz y de ciertas raíces, a quien llaman comúnmente los españoles
yuca; y cuando tienen sed deshacen un poco de aquella masa en un vaso o totuma
llena de agua, y aquello beben por cosa sustancial, y con ello se entretienen
en el trabajo todo el día; y si cuando vuelven de las labores y se halla hecha
la comida en la forma dicha, nunca dejan de traer consigo un golpe de hojas,
que van cogiendo cuando van cavando, y aquéllas, revueltas en unas anchas
hojas, las ponen al fuego y se las asan, y después que el calor las ha pasado y
asado, se las comen, y tras ello su vino o chicha, que así la llaman en este
Reino, hecha de yuca y de maíz, porque estos bárbaros su principal
mantenimiento, como he dicho, es el beber, y así todo lo más del maíz y yuca
que cogen lo despenden en hacer vinos y brebajes (Aguado F. P., 1956, págs. 82-83).
Los
patangoros construían sus pueblos en lo alto de las lomas, formando núcleos de
ochenta y noventa viviendas, distribuidas de tal forma que se pudiesen formar
calles bien trazadas y garantizar la defensa colectiva. Las casas se construían
en guadua y los techos con hojas de bijao. Cada pueblo tenía una casa más grande
para las ceremonias, donde realizaban las reuniones para invocar a los dioses,
celebrar matrimonios, tramar la guerra o buscar esparcimiento (Aguado F. P.,
1956, pág. 83). Como no tenían caciques ni señores principales, esta era una de
las causas por las cuales tenían tantas discordias y guerras civiles. Esto
facilitó la ocupación española.
Fuente: Hermano Florencio Rafael.
Pensilvania. Avanzada colonizadora.
La invasión
Fue
rápida y especialmente cruel la invasión y conquista de esta inmensa región. La
exploración de esta parte del territorio se inicia cuando Hernán Pérez de
Quesada (1540), con el fin de aprovechar a los muchos españoles que había en el
Nuevo Reino, envió al Capitán Baltasar Maldonado para que descubriese las
“sierras nevadas de Cartago”. Maldonado partió con 150 hombres, se introdujo en
la tierra de los Panches, llegó al pueblo de Jáquima y luego al de los Canoas,
junto al Río Grande, donde chocaron con los naturales de la región. Después
pasaron el pueblo de Honda, fueron atacados con flechas y lanzas, y llegaron al
río Guarinó; finalmente arribaron a la provincia de los palenques donde
encontraron “muchos pueblos de gente
belicosa y guerrera”.
Aquí
tuvieron combates con los indígenas que “estaban
fortalecidos con palenques hechos de gruesos maderos, donde defendían también
sus personas y haciendas, que en muchos días que el Capitán Maldonado anduvo
por esta provincia hubo muy pocas victorias con los yndios” (Aguado F. P.,
1956, pág. 445). Ante el celo de los valerosos patangoros, el capitán Baltasar
Maldonado optó por retirarse debido a “la
mucha vigilancia y solicitud que los indios ponían en guardar sus palenques,
así de noche como de día” y regresaron a Santafé de donde habían salido.
Diez
años después se promovió de nuevo la exploración de la zona, cuando Miguel Díaz
de Armendáriz otorgó licencia a Francisco Núñez Pedroso (1549) para fundar una
ciudad; le concedió amplias facultades y un destacamento de setenta hombres.
Núñez Pedroso se internó por las tierras de los gualíes y marquetones, se
dirigió hacia las vertientes del río Guarinó y se enfrentó a patangoros y
palenques; pasados algunos días de continuos choques llegaron al pueblo de
Guacona donde los indígenas se midieron con los conquistadores en valerosa
lucha cuerpo a cuerpo, pero fueron derrotados.
En
tierra de los Palenques tuvo lugar un dantesco espectáculo de represión por
parte de los españoles quienes, debido a que no pudieron atraer a los naturales
con promesas de paz, ni entrar por la fuerza, prendieron fuego a un pueblo, lo
que produjo una intensa conflagración que consumió a sus habitantes, quienes
preferían la muerte a caer en manos de sus atacantes. Aguado reseña la acción
diciendo que se presentó
Un
triste y calamitoso espectáculo, tal que a los propios inventores y causadores
de él puso muy gran lástima y compasión. Y se arrepintieron entrañablemente de
haber sido causa de una tan gran crueldad, porque veían arder en llamas del
fuego no sólo a los guerreadores e indios mayores, y mancebos y muchachos, si
no a muchas mujeres con sus criaturas, niños y niñas pequeñas, a los pechos,
que difuntos como estaban y sorrascados de la candela, parecía estar su sangre
pidiendo justicia de la injusticia y crueldad que con ellos se había usado (Aguado F. P., 1956, pág. 672).
Más
de 400 víctimas quedaron tendidas en este palenque y después de la matanza los
soldados de Pedroso “se dieron a buscar
oro entre los cuerpos muertos y cenizas de los bohíos, y hubieron dellos como
cinco o seis libras de oro fino” (Aguado F. P., 1956, pág. 673).
Continuaron la marcha y llegaron al valle de Samaná donde encontraron
abundantes provisiones, cruzaron el río Nare y posteriormente descubrieron otro
valle (de Corpus-Christi), y allí estaba un ejército de españoles, superior en
número, dirigido por Hernán Cepeda. Como era normal en este tipo de encuentros
ya se disponían a ir a las armas cuando los hombres de Cepeda, ante la
fortaleza que daba tener mayoría de hombres, optaron simplemente por apresar a
los de Núñez Pedroso, quedando dirimido el conflicto de la pertenencia del
territorio descubierto (Aguado F. P., 1956, pág. 674). En 1551 Núñez Pedroso
recibió autorización de la Real Audiencia para fundar una ciudad en la región
que ya conocía, para lo cual inició el recorrido y la fundó el 28 de agosto de
1551 con el nombre de San Sebastián de Mariquita.
“Aborigen”,
de Carlos Wiener en América Pintoresca.
Para
el año 1557 se desató una rebelión general de los naturales de las ciudades de
Tocaima, Mariquita e Ibagué y alcanzó tan grandes dimensiones que Aguado
escribe que sus naturales “comenzaron a
desvergonzarse en su rebelión con tan rústico atrevimiento que, pretendiendo
echar los españoles de la tierra, pusieron a sus ciudades en muy grande aprieto
y estrechura, poniendo en algunas cercas de gente de guerra, porque no tuviesen
lugar de salir a buscar comida ni sustento” (Aguado F. P., 1956, pág. 22).
Ante estos hechos la Real Audiencia comisionó al Capitán
Asencio de Salinas y Loyola1,
con poder para organizar un ejército y aplastar la insurrección, prometiéndole
a cambio la autorización para fundar una ciudad.
Salinas
realizó una campaña que le cubrió de éxito; recorrió con sus soldados una
inmensa región desde Ibagué, siguió a Tocaima y Mariquita, donde estuvo algunos
días pacificando la zona, luego llegó con sus hombres al valle de Gualí, en una
agotadora jornada y con un maltrecho y destrozado ejército, pues sólo le
quedaban 70 soldados de un grupo de más de 100 que había iniciado la campaña.
Después
de descansar algunos días salió el ejército con el firme propósito de fundar
una ciudad; se dirigieron al valle de Bocanemes donde lograron apresar a
algunos señores principales y caciques que habían dirigido algunas rebeliones
en la zona, causando varias muertes de españoles, por lo cual los hombres de
Salinas presionaron para que sufriesen “castigo
de muerte, porque no se huyesen y causasen mayor mal y daño alborotando de
nuevo la tierra”. Como los asesinatos de indios se castigaban con más rigor
que antes, el Capitán Salinas no quiso precipitarse y optó por juzgarlos
“conforme a derecho”, mas no contentos los soldados con esta determinación y
aprovechando que los indios estaban encerrados, hicieron alboroto para que
acudieran los perros
Y
con tanta crueldad y fiereza echaron manos de los indios que los hicieron allí
pedazos y se los comieron. Son estos perros criados aposta para estas
pacificaciones, con tal industria que sin ellos y arcabuces jamás pueden
pacificar la tierra [...] por causa del gran temor que en breve tiempo los
indios cobran a los perros por su ligereza y rastrear, que por lejos y
escondido que esté el indio, aunque se haya subido a los árboles, por las
pisadas y vestigios lo descubre y saca un perro, y ansí es cosa muy preciada y
usada llevar destos perros para la seguridad de los españoles (Aguado F. P.,
1956, págs. 29-30).
Después
de la matanza el Capitán Salinas fundó un pueblo en las sabanas de Guarinó, en
el mes de mayo de 1557, al que llamó Nuestra Señora de
la Victoria2; esta fundación
se hizo en forma provisional y luego fue trasladada a un “lugar alto, de donde se ve y señorea el río Grande de la Magdalena y
la provincia de Canapeyes y otras muchas tierras. Está este sitio y ciudad de
Victoria once leguas más abajo de la ciudad de Mariquita” (Aguado F. P.,
1956, pág. 45).
Fray
Pedro Simón dice que la ciudad de Victoria fue erigida
“En
la provincia de los pantágoras (sic), tierras lastrada de oro y que hervía de
gente, pero habiéndose acabado ésta, que fue en pocos años, faltó la saca de
oro y no pudiéndose por esta falta sustentar en el sitio, determinaron mudarse
a otro y después a la boca del río Guarinó por donde entra en el de la
Magdalena, plantándose a las márgenes de ambos, donde estuvieron los vecinos
poco tiempo, porque incomodidades les forzaron a reducir a esta ciudad de Mariquita” (Simón, 1981, pág. 58).
Antonio
García al referirse al triple desplazamiento de la ciudad anota que en su
segunda etapa, fue “un centro comercial y
minero, con grandes edificios, calles, construcciones de argamasa y piedra y
una muralla de circunvalación que sólo tenía acceso por una puerta, lo que nos
muestra la necesidad de que las fundaciones mantuvieran el carácter de
fortalezas” (García, 1978, pág. 25). El tercer traslado obedeció a que
cuando se hizo el reparto de tierras y minas a los conquistadores, la población
indígena era tratada como un simple botín de guerra hasta el punto que 9.000
indios se ahorcaron para poner fin al laboreo de las
minas.3 Otro factor que obligó al
traslado de la ciudad fue la falta de agricultura y ganadería por ser
exclusivamente minera; por lo tanto fue consumida por Mariquita, su proveedora
(García, 1978, pág. 25).
Para
tener una idea de lo que la ciudad puede ilustrar el siguiente texto:
El
sitio de Victoria La Antigua se encuentra en el ángulo formado por los ríos La
Miel y Manso, más cerca de este último, a 8 kilómetros próximamente de su
confluencia, en una alta explanada, cuya elevación sobre el nivel del mar pasa
poco de 500 metros, y cuya temperatura media alcanza a 26 grados centígrados,
más o menos.
Permaneció totalmente ignorada
durante casi tres siglos, hasta el año 1890, en que unos mineros, el señor
Escolástico Arias y sus compañeros, cuyos nombres no recuerdo, se vieron de
improviso en las ruinas al practicar una trocha para evitar un largo rodeo del
sendero que comunicaba su establecimiento de explotación con la Hacienda La
Norcasia, punto de donde llevaban la mayor parte de sus provisiones.
En el mismo año fue visitada por mi
inteligente amigo don Marco E. Agudelo, acompañado de su hermano don Juan de
Dios y de los señores don Ignacio y Marcos López.
Consisten las ruinas, según el
mencionado señor Agudelo, en unos marcos o rectángulos cercados de tapias
(derruidas por supuesto) y de diversas dimensiones: de 80 metros de longitud
por 60 de anchura, algunos; otros de 100 por 30, otros de 16 por 12.
Solo pudo descubrir una ancha calle
tirada de suroeste a nordeste, la cual tuerce luego al Norte.
A seis cuadras, aproximadamente de
la plaza, encontró en el extremo del Norte un rectángulo con dos partes, en
cuyo interior se hallaba un altozana. Le pareció sería un cementerio de la
histórica ciudad; pero mediante un prolijo examen, hubo de convencerse de que
no lo era.
Tiene esta ruina en la parte
posterior, un hermoso vallado de piedra hecho para la nivelación […]
La mayor parte de los edificios eran
de tapias sólidas, basadas sobre vallados de piedra bien construidos.
Una muralla de tapias de ocho
cuadras de largo, aproximadamente, defendía la población por el lado nordeste,
y tenía una gran puerta, cuya cerradura fue encontrada en el sitio de ella, y
está depositada en poder del señor Claudio Ochoa, individuo que habita con su
familia cerca del lugar.
Finalmente, hay en la plaza, y en
otros puntos, grandes conos, hechos de piedra y argamasa, uno de los cuales fue
destruido por el señor Agudelo con el fin de ver si contenía algo particular en
su interior. Nada encontró […]
Bien merecía ese punto la pena de
una detenida visita de personas observadoras y capaces, que practicasen en él y
en sus alrededores, un examen cuidadoso, pues debe tenerse en cuenta que el
móvil para la fundación de Nuestra Señora de la Vitoria, no fue otro que la
abundancia y riqueza de las minas de oro de la región, y que no hay constancia
en la historia de que al finar la ciudad dichas minas se hubiesen agotado o
empobrecido […]
Señores miembros del Centro de
Estudios Históricos de Caldas. Manizales, 12 de octubre de 1911. Jesús M. Arias
J.
Este artículo lo estudió o analizó y
elogió el eminente historiador Ernesto Restrepo Tirado y lo hizo reproducir en
el Boletín de Historia y Antigüedades, t. VII, No. 83, pág. 698. (Florencio, 1967, págs. 67-68).
Levantamiento de los amaníes (1561)
Escribe
Aguado que después de la fundación de Victoria las comunidades indígenas de la
región venían trabajando con relativa tranquilidad, aunque en servidumbre. Eran
forzados a servir en las haciendas y sementeras de los españoles y los jóvenes
tenían la obligación de extraer el oro de las minas. Cerca de la ciudad de
Victoria estaba la región de los amaníes, comunidades controladas por 25
encomenderos españoles quienes ejercían autoridad, no sólo sobre los nativos de
la región, sino sobre otros indígenas traídos de las zonas limítrofes, para el
difícil laboreo de las minas, abundantes y ricas en oro de buena calidad. Aquí
se inició la sublevación de 1561.
La guerra de don Alonso
Los
encomenderos habían traído para esta región a un indio llamada don Alonso,
natural de Ibagué, quien tenía autoridad y era respetado; recorrió la provincia
Amaní diciéndoles a los naturales que mataran a los españoles para tomar
venganza y que les quitaran sus bienes. A este discurso le agregaba que él
había vivido mucho tiempo con los españoles, que conocía sus ardides de milicia
y sus fuerzas, que los soldados y encomenderos se mantenían dispersos y que por
lo tanto cada grupo de indígenas podía matar al encomendero y a los soldados.
Dicho y hecho. El cacique y un grupo de sus indígenas mataron al encomendero
Juan Jiménez “dándole con un hacha en la
cabeza”. Así narra Aguado los sucesos:
Los
demás indios, cada cual dio en su español para matarle, pero no todos corrieron
igual fortuna, porque unos murieron trabajosamente y otros escaparon heridos y
otros sanos, como luego se dirá. Además de esto, acudió la multitud y canalla
de los bárbaros al río y minas donde andaban los esclavos y otros indios extranjeros
de aquella provincia sacando oro, a todos los cuales, sin perdonar ni aún a los
indios de teta, mataron cruelmente. La gente que en este alzamiento cruelmente
mataron fueron dieciocho españoles y más de trescientas personas otras, entre
esclavos e indios ladinos
(Aguado F. P., 1956, pág. 47).
Después
de semejante levantamiento los españoles, y algunos ladinos (indios de
servicio) que lograron escapar, salieron presurosos hacia la ciudad de Victoria
y cuando pasaron por la provincia de Samaná encontraron a sus habitantes
alborotados también, alzados y con armas en las manos, por lo que tuvieron que
pasar de largo y descansaron en la población de Hontaon, donde fueron
auxiliados por los encomenderos que allí estaban; descansaron varios días y
luego prosiguieron a Victoria. En esta ciudad se preparó el castigo por la
traición y rebelión de los naturales.
Nombraron
como caudillo y comisario a Lorenzo Rufas, aragonés, de “robustas fuerzas”,
quien había logrado salir vivo de la sublevación gracias a su sagacidad,
corpulencia y fuerza. Rufas aceptó la comisión, con 40 soldados españoles
experimentados en reprimir a los naturales. Mientras tanto los indígenas se
hicieron fuertes en dos palenques, verdaderas fortalezas, el uno estaba en una
loma en el pueblo que llamaban de Mercado, porque pertenecía a un encomendero
del mismo nombre. El otro no era tan fuerte pero estaba en el pueblo de Juan de
la Peña, en un sitio áspero y escabroso y bien provisto de armas y alimentos.
Con
muchos trabajos y dejando varios muertos y heridos por los caminos, Rufas logró
tomarse el palenque de Mercado, mientras que el otro fue abandonado por sus
ocupantes. Los indígenas, dirigidos por don Alonso, se movieron por diferentes
regiones produciendo el caos en el sistema económico impuesto por los
encomenderos, lo que preocupó a los habitantes de Victoria, temerosos de un
ataque. Mientras tanto los sublevados atacaron y produjeron varios muertos
entre los indígenas que permanecían como criados al servicio de los españoles.
Durante estos días los amotinados mantenían cercados a los encomenderos,
soldados e indios ladinos, quienes estuvieron sitiados por falta de comida. Al
respecto anotó Aguado
En
este tiempo ya la falta de comida casi ponía en aprietos a los nuestros, porque
en las partes que ellos alcanzaban a correr ya no había que comer ni aún
legumbres, y así se ha de entender que siempre que trataremos de buscar comidas
en estas conquistas, que estas tales comidas y mantenimientos son maíz, que es
el principal sustento de los indios, y luego raíces de legumbres; y si los
españoles aciertan a llevar alguna carne, y si no estas flacas comidas es su
principal mantenimiento, y con esto se sustentan bien miserablemente. Suélese
sentir más que otra cosa alguna la falta de sal, y en esta tierra lo sentían
estos españoles ásperamente, porque había días que no comían sino legumbres, y
esas sin sal ni carne ni manteca ni otra cosa que les diese algún sabor o
sustancia (Aguado
F. P., 1956, pág. 71).
Estaban
en esta complicada situación cuando llegó una expedición de auxilio comandada
por don Diego de Carvajal, con 26 soldados, armas, pólvora y provisiones de
carne y sal. Pero los indígenas no ofrecían combate directo sino que producían
escaramuzas, leves ataques, trampas y luego desaparecían. Frente a estos
saboteos los españoles optaron por atraer a los indios con la amistad y la
confianza. Éstos venían con la moral baja porque los encomenderos les habían
desbaratado el palenque o fortaleza, considerada inexpugnable y no tenían otro
lugar desde donde ofrecer batalla; mientras tanto los españoles enviaban
emisarios a los indios que habían sido encomendados y les ofrecían la paz y
amistad.
Pero
la moral de los españoles tampoco era la mejor, pues muchos soldados estaban
enfermos y algunos heridos de flechas. El mismo Rufas cayó en una trampa que
había en un camino sembrado de puyas y hubo que cortarle dos dedos del pie. De
este modo los dos bandos estaban golpeados, hubo división entre los amaníes y
los samanaes y lentamente fueron regresando a sus poblaciones y algunos pocos a
las tierras de los encomenderos. Por su parte los españoles no tomaron
represalias, pero se desató el hambre porque los indígenas habían destruido sus
sementeras, para que los enemigos no se pudieran alimentar. Culmina esta
sublevación con la siguiente conclusión de Aguado:
Y
a esta calamidad y ruina ayudó mucho una inicua opinión que estos indios
tenían, y era que cuando morían se iban al cielo derecho, y que allá tenían
abundancia de comeres y beberes con ociosidad; y como ésta les fuese a ellos
artículos de fe, y se viesen apretados del trabajo del hambre y de sus propia
voluntad y por sus propias manos se ahorcaban y daban la muerte diciendo que
iban a gozar al cielo de esto que en opinión tenían (Aguado F. P., 1956, pág. 77).
Pero
hay otra versión, la del cronista Juan Rodríguez Freyle, quien escribió sobre
este mismo tema que
Cerca
de la ciudad de Victoria están los palenques con sus ricas minas. Fue fama que
tuvo esta ciudad nueve mil indios de repartimiento, los cuales se mataron todos
por no trabajar, ahorcándose y tomando yerbas ponzoñosas, con lo cual se vino a
despoblar esta ciudad
(Rodríguez Freyle, 1942, pág. 347).
Hay
que tener en cuenta que los indígenas de esta comarca no evolucionaron hasta la
institución del cacicazgo, por lo tanto no conocían el pago de tributos a los
señores, ni la servidumbre. Esta es una de las razones por las cuales hizo
crisis la institución de la encomienda en la región y explica el despoblamiento
de Victoria, su abandono y posterior traslado.
La región en el período republicano
La
tierra que perteneció a los samanaes, patangoros y demás comunidades, estuvo en
la mira de los colonos desde finales del siglo XVIII por los siguientes hechos:
- El camino de Herveo
Esta
ruta se construyó desde la Colonia y se hizo muy popular después de la
independencia, en 1819. El camino salía de Marmato, cruzaba el río Cauca en el
paso de Moná, atravesaba el Páramo de Herveo y seguía hasta la ciudad de Honda
(Tolima), en el río Magdalena. Este ancho sendero era recorrido por
comerciantes, arrieros y por familias que llegaban para establecerse como
colonos en el oriente del futuro departamento de Caldas, donde años después se
fundarían las aldeas de Marulanda, Manzanares, Pensilvania, Marquetalia y
Victoria.
- El camino de Sonsón a Mariquita
En
1776 Felipe Villegas envió al rey su proyecto para la construcción de un camino
nuevo, por el valle de Sonsón para salir a Mariquita “y solicita por ello mayores concesiones a lo largo de la parte oriental
de la vía, para la construcción de tambos y también títulos de todas las minas
de oro que se encontrasen en conexión con la obra”. Pero la corona recusó
el título de Villegas argumentado “que
las tierras no habían sido desmontadas ni mejoradas” (Mesa Villegas, 1964,
pág. 121).
En
1785 apareció Francisco Silvestre impulsando dicho camino, desde Marinilla a
Mariquita, por Sonsón, y anexó un plano del mismo, donde se ilustra toda la región beneficiada:4
El camino fue culminado, al fin, gracias a los peones asalariados y al trabajo
forzado de prisioneros patriotas, durante la guerra de Independencia. Esta vía
acercó la región al río Magdalena y contribuyó a desarrollar el sur de
Antioquia y el proceso colonizador.
Aldea del siglo XIX (América
Pintoresca).
- La colonización del oriente
caldense
Desde
1808 los sonsoneños se interesaron en explorar las tierras libres al otro lado
de la cordillera, en especial la parte alta del río La Miel hacia Mariquita, y
empezó un proceso lento de penetración de colonos que se hace evidente hacia
mediados del siglo XX, cuando se efectuó la nueva fundación de Victoria entre
los ríos Guarinó y La Miel, “en la
cuchilla Noroeste (Bellavista)” (Vargas, 1987, pág. 74). El proceso
colonizador en la región es tardío por el clima y debido a lo aislado e
inhóspito del territorio; sin embargo, en la medida en que los colonos
avanzaban hacia Manizales y escaseaba la tierra libre, por el surgimiento de
empresarios y acaparadores, se fueron poblando las selvas cálidas y malsanas.
Desde
1850 algunos grupos de colonos antioqueños se dirigieron hacia el oriente
(Tolima) cruzando la Cordillera Central. El camino más trajinado era el de
Aguacatal o de La Elvira el cual conducía de Manizales a Mariquita; evitaba el
paso del nevado de El Ruiz pero debía enfrentar una dura pendiente hasta llegar
a la planicie del páramo de Aguacatal, luego había un pronunciado descenso
hasta encontrar el largo y peligroso paso de Yolombal, después se descendía
hasta el río Gualí para subir por una fuerte pendiente hasta llegar a donde más
tarde se fundaría Santodomingo o Casabianca (Londoño, 1936, pág. 133). A lo
largo de la ruta se fundan varios pueblos: el Fresno (1856), Soledad (1860),
Santodomingo (1866) y Herveo (1871). En el viejo camino de El Ruiz entre
Manizales y Lérida, se fundan el Líbano (1860) y Murillo; mientras que por la
ruta de Herveo aparecen Manzanares (1860) y Marulanda (1877).
La
región del oriente se colonizó, en buena medida, por el desarrollo de Salamina
la cual quedó unida con Honda por medio de una ruta muy transitada. El camino
pasaba por el páramo de Herveo, cruzaba las regiones de Victoria, Palogrande,
La Picona, Aguabonita y, atravesando el Guarinó, llegaba al Alto de Partidas
(López, 1944, pág. 184). Herveo o Arvi es una especie de meseta situada en toda
la cima de la Cordillera Central; es una dilatada comarca extendida sobre el
propio lomo de la cordillera, que se ensancha sensiblemente entre los
municipios de Marulanda, Pensilvania y Salamina. “Es una serie de terrenos amplios, un tanto deprimidos y encerrados por
colinas más o menos elevadas, y de ahí que haya recibido el nombre de Valles
Altos de San Félix” (López, 1944, pág. 67). Sobre la importancia de este
camino anota el general Cosme Marulanda en un informe al Gobernador (Salamina
11 de septiembre de 1866) lo siguiente:
Ayer
llegué a ésta, de Mariquita donde negocios particulares me habían llevado i he
encontrado desde Salamina a la cuchilla llamada la Picona un camino donde no
tiene el viajero necesidad de desmontarse de su bestia para pasar un mal paso
pues es un piso firme casi en su totalidad. La extensión de esta parte de
camino es de nueve y media leguas granadinas, de Salamina al punto de la Picona
que es lo que tenemos mejorado. De la Picona al pueblo de Manzanares hay poco
más o menos un cuarto de legua muy malo, i de este pueblo para allá hay unos
pocos pasos malos donde el viajero tenga que desmontarse.
Este camino de Manzanares hasta el
punto de Aguabonita lo han hecho los habitantes de aquel pueblo i con muy poco
trabajo se puede poner un camino mui bueno; de el alto de la Picona a Honda no
hay nueve leguas de distancia por la vía que he mencionado pero abriendo el
camino por donde yo tengo explorado de Manzanares para Mariquita habrá una
legua menos.
Yo aseguro, señor gobernador, sin
riesgo de equivocarme que abierto el camino por donde lo tenemos explorado
habrá muy poco más de diez y nueve leguas de distancia de la plaza de Salamina
a la de Honda sin necesidad de hacer largas jornadas, pues se ve muy bien que
para caminar 19 leguas en tres días no hay necesidad de andar muy aprisa.
Convine con los vecinos de Manzanares en mandarles víveres por cuenta de la
corporación de Salamina para mejorar el pedazo de camino que hay en peor estado
y componer por cuenta de la misma corporación un pedazo que serán cuatro o
cinco cuadras i mejorar los malos pasos que hayan de Manzanares a Aguabonita,
mientras lo abrimos por donde lo tengo explorado que por lo menos se ahorra una
legua.
Yo desearía señor gobernador que hoi
que se habla tanto de mejoras materiales y que ciertamente se están poniendo en
práctica algunas, que el egoísmo desapareciera por algún tiempo del lado de
nosotros y que los hombres de plata conociendo sus propios intereses hicieran
algo en favor de una empresa como esta, que para ellos, es más lucrativa que
para nosotros, porque por ejemplo un comerciante de Medellín puede establecer
una casa de comercio en Honda o Mariquita (en esta última sería mejor) i es
seguro señor gobernador, que los comerciantes de Abejorral a Manizales
comprarían en Mariquita porque allí les darían las mercancías más baratas. Y
porque los fletes hoi sin estar en buen estado el camino vale una carga de ocho
arrobas de Mariquita a Salamina, once pesos; es seguro que quedaría valiendo
una carga de 8 arrobas, después de mejorado el camino, 7 u 8 pesos. Las ropas
del país no pasarán por otra parte para el Estado i creo que es una economía
muy grande para los comerciantes de los pueblos de que he hablado, traerlas por
este camino.
En fin señor gobernador, son tantas
y tan grandes las ventajas que nos traen a todos las mejoras de las vías de
comunicación que a nadie se le puede ocultar [...].5
Las fundaciones
El
conocimiento de este camino hizo que varios de colonos, capitaneados por
Venancio Ortiz, Nepomuceno Parra, Sebastián Aguirre y otros, recorrieran la
zona desde 1860. Parte de estos colonos poblaron en Aguabonita y más tarde se
trasladaron al lugar que hoy ocupa la población de Manzanares (1863); un año
después la Aldea entró a formar parte del circuito judicial de Honda. Esta fue
la primera avanzada colonizadora en esta porción de la cordillera (Florencio,
1967, págs. 100-117).
En
otra parte del territorio se estaban moviendo los comerciantes y
contrabandistas Manuel Antonio Jaramillo e Isidro Mejía, naturales de Marinilla
y domiciliados en Salamina, los cuales traían mercancías por la ruta Honda,
Sonsón, Aguadas, Salamina. En el año 1860 se encontraban los dos
contrabandistas tratando de trazar un camino que les permitiera acortar la ruta
y evitar los senderos muy trajinados, y decidieron moverse en línea recta por
el páramo de San Félix a Honda, para lo cual llegaron al sitio de Vallecitos ya
extenuados; desanimados retornaron y tomaron la vieja vía de Aguadas – Sonsón –
Honda. Ya en esta ciudad descansaron, compraron la mercancía para contrabandear
y emprendieron el regreso. En el primer descanso subieron a un montículo para
observar la ruta y por casualidad se orientaron hacia Vallecitos y machete en
mano abrieron el sendero hasta unirlo con el que habían trazado en la ruta de
venida.
De
este modo los comerciantes habían marcado un nuevo camino, más corto y fácil; y
si por esta ruta siguieron pasando los defraudadores de las rentas, cruzaron
también los zapadores que trasegaron la vía, y fundaron los pueblos de
Marulanda, Manzanares, Núñez (Marquetalia), Pensilvania y San Agustín (Samaná).
La aldea de Pensilvania
Manuel
Antonio Jaramillo e Isidro Mejía edificaron sus chozas en La Explanada,
enviaron por parientes y amigos y en seis años se formó un núcleo de población
lo suficientemente grande como para hacer la fundación oficial. Las tierras
pertenecían a Sonsón pero estaban muy distantes de ésta, a 16 leguas, y no
había caminos que se pudieran transitar normalmente. El permiso para la
fundación se solicitó al gobernador del Tolima quien lo rechazó, pero el
gobernador Pedro Justo Berrío dio todo su apoyo por decreto del 3 de febrero de
1866.
DECRETO DE FUNDACIÓN
El gobernador del Estado Soberano de Antioquia, en uso de
sus atribuciones legales,
Decreta:
Art.
1° - La parte de territorio del Distrito de Sonsón, comprendido dentro de estos
linderos: desde la confluencia de San Félix y el río Arma, línea recta hasta la
desembocadura de la quebrada ‘Rumazon’, en el río Dulce; de allí en línea
recta, al alto del Rodeo; de allí a los nacimientos del río Tasajo; y este
abajo hasta su desembocadura en el río La Miel; este arriba hasta su
nacimiento; y de allí a la cordillera que divide las aguas del Guarinó y La
Miel; cordillera arriba hasta los nacimientos del río Arma; y de allí, río
abajo, al primer lindero; se denominará en lo sucesivo PENSILVANIA y formará
una fracción del Distrito de Sonsón, en la cual habrá un inspector de Policía.
Art.
2°- Autorizase al Inspector de Policía de la Fracción de Pensilvania para
ejercer funciones de corregidor.
Transcríbase
este Decreto el Señor Prefecto del Departamento del Sur, para que proceda a
hacer el nombramiento de Inspector de Policía de la Fracción de que en él se
trata y publíquese en el Boletín Oficial.
Dado
en Medellín, a 3 de febrero de 1866.
PEDRO
JUSTO BERRÍO
El
Secretario de Gobierno, NÉSTOR CASTRO (Florencio,
1967, págs. 125-126.)
Con
base en este decreto el Cabildo Municipal de Sonsón procedió a distribuir los
terrenos de Pensilvania entre los vecinos (16 de octubre de 1866) de acuerdo
con la calidad de los solicitantes, del siguiente modo (Florencio, 1967, pág.
129):
–
De 60 a 80 fanegadas a cada hombre soltero que haya cumplido 21 años.
–
De 80 a 100 fanegadas a los casados sin hijos.
–
De 100 a 125 fanegadas a los casados que tengan cuatro hijos bajo su
dependencia.
–
De
125 a 150 fanegadas a los casados que tengan más de cuatro hijos bajo su
dependencia.
Como
se puede ver, por la cantidad de tierra repartida a cada familia, este fue un
proceso donde se favoreció a los colonos fundadores quienes se van a constituir
en la élite de la nueva población. Los terrenos distribuidos eran de propiedad
privada y sus dueños, con el ánimo de favorecer la colonización y la
valorización de sus tierras, elaboraron un documento dirigido al Inspector de
Policía de Pensilvania:
Los
pobladores de esa Fracción pueden contar con todas las garantías necesarias
respecto a los terrenos que cultiven dentro de la fracción.
Por tanto, nosotros nos
comprometemos por nuestra parte a no perjudicarlos en manera alguna i cedemos
para ellos dichos terrenos que cultiven sobre lo cual deben quedar tranquilos.
De usted atentos servidores,
Luis M. Ramos - Juan E. Ramos -
Baltasar Ramos
(Gutiérrez, 1984, pág. 15).
El
territorio de los hermanos Ramos era un inmenso globo que se extendía desde el
páramo hasta el río Magdalena y en él se fundaron las poblaciones de
Pensilvania, Samaná y Florencia; en estas condiciones no hubo inicialmente
enfrentamiento por la tierra. Sin embargo, desde 1869, la Junta Repartidora de
Pensilvania empezó a ser acosada por “un
tal señor Villegas que, posiblemente era descendiente de don Felipe Villegas y
se declaraba dueño de los terrenos repartidos”. La junta envió las quejas
al alcalde de Sonsón quien, de un modo contundente, remitió el siguiente oficio
(18 de septiembre de 1869):
Señores
miembros de la Junta Repartidora de Pensilvania.
Me he impuesto de la nota y copias
que me han sido remitidas por esa junta, y como particular les digo; nada hace
que el señor Villegas los abrume con peticiones de la de la clase que me han
remitido; sigan adelante con su trabajo y guarden silencio a todo.
Si estas solicitudes están en papel
sellado, devuélvaselas con un auto al pie diciéndoles: 'no teniendo la Junta
Repartidora, facultades de la Corporación Municipal para dar los informes que
se solicitan devuélvanse al peticionario por conducto de su recomendado para que
los solicite de la autoridad competente.
Si las peticiones no estuvieren en
papel sellado, póngaselas en un rincón y cálleme la boca a todo, aunque los
amenace y les diga que hará y deshará. Ustedes no tienen más deberes que llenar
que los que les prescriben los Acuerdos que por esta Corporación se les ha
pasado; cúmplanlos al pie de la letra sin salirse de sus límites y que se queje
o avise a la Corporación que es la responsable por todos sus actos, cuando no
lleven el sello de la legalidad'.
De ustedes muy atento servidor
Manuel Botero V. (Florencio, 1967, pág. 133).
Con
esta forma tan diáfana de enfrentar y resolver los problemas el proceso
colonizador en la inmensa zona marchó por cauces de desarrollo económico y
social. Pobladores de Pensilvania y de otras regiones penetran las montañas y
tumban montes en los Jazmines, Santa Rita, El Bosque, San José, Morrón, La
Linda, San Pablo y otros puntos, despejan el río Pensilvania y sus afluentes.
Nuevas brigadas de colonos descienden hacia los ríos Dulce, Samaná, Tenerife,
La Miel. “Maderos inmensos derribados en
las márgenes de los ríos sirven de puente... En todas partes van surgiendo las
chozas de palmicho, tiendas improvisadas de ese ejército de bravos, con sus
columnitas de humo azul” (Loaiza Ramírez, s.f., pág. 11).
El
cronista Florencio Rafael en su monografía sobre Pensilvania, hizo énfasis en
el papel desempeñado por Marinilla en la colonización del territorio caldense.
En esta dirección destacó a su fundador Juan Duque de Estrada y a las sucesivas
oleadas de familias exploradoras y aventureras que fundaron Santuario, El
Carmen, El Peñol, Granada, Guatapé, San Carlos, San Rafael, San Luis,
Aquitamia, San Francisco y Puerto Nare. En estas migraciones centenares de
familias avanzaron por diferentes vías hacia Pueblorrico, Salamina y Manizales,
Sonsón y Manzanares y, por otra ruta, hacia Pensilvania. Durante muchos años
esta última población se convirtió en “cabeza
y corazón de la comarca” y se transformó en “avanzada colonizadora”, en esta inmensa región, que en una época
fue importante cruce de caminos.
BIBLIOGRAFÍA
Archivo
Histórico de Antioquia.
AGUADO,
Fray Pedro (1956). Recopilación
Historial (Vol. II). (Empresa
Nacional de Publicaciones, Ed.) Bogotá: Biblioteca de la Presidencia de
Colombia.
HNO.
FLORENCIO RAFAEL (1967).
Pensilvania. Avanzada colonizadora.
Bogotá: Librería Stella.
GARCÍA,
Antonio (1978). Geografía económica de
Caldas. Bogotá: Banco de La República.
GUTIÉRREZ,
Benigno A. (1984). De todo el máiz.
Medellín: Colección Autores Antioqueños.
LOAIZA
RAMÍREZ, R. (s.f.). Monografía de Samaná.
Manizales: Planeación Departamental.
LONDOÑO OCAMPO, Luis (1936). Manizales. Contribución al estudio de su historia hasta el septuagésimo
quinto aniversario. Manizales: Imprenta Departamental.
LÓPEZ
ORTIZ, Juan Bautista (1944). Salamina de
su historia y de sus costumbres. Manizales: Biblioteca de Escritores
Caldenses.
MESA
VILLEGAS, Adalberto. Y OCAMPO LÓPEZ, Javier (1964). Aguadas: Alma y cuerpo de la ciudad. Bogotá: Prócer Limitada.
RODRÍGUEZ
FREYLE, Juan (1942). El Carnero.
Bogotá: Biblioteca Popular de Cultura Colombiana - Imprenta Nacional.
SIMÓN,
Fray Pedro (1981). Noticias historiales
de las conquistas de tierra firme en las Indias Occidentales (Vol. VI).
Bogotá: Biblioteca Banco Popular.
VARGAS
MORENO, Jaime (1987). Victoria: Historia
y colonización. Bogotá: Litoandina Impresores.
1
Vecino de la ciudad de Tocaima y natural de
Salinas de Amaya, en las montañas de España.
2
Fray Pedro Simón (1953) anota que la ciudad de
Victoria fue fundada en el año 1558.
3
Escribe Rodríguez Freyle que “fue fama que tuvo esta ciudad 9.000 indios de apuntamiento, los cuales
se mataron por no trabajar, ahorcándose y tomando yerbas ponzoñosas, con lo
cual se vino a despoblar esta ciudad”.
4
Archivo Histórico de Antioquia, sección caminos,
tomo 3252, documento No. 5.
5
Archivo Histórico de Antioquia (1886). Hacienda
Provincial, tomo 3661, documento 6, f. 713.