LOS INDÍGENAS DEL ORIENTE DE CALDAS
Y LA CONQUISTA DE LA TIERRA CALIENTE.
Por María
Elvira Escobar Gutiérrez.
Maestría
en Antropología
RESUMEN
La conquista del
Oriente de Caldas fue una acción de heroísmo y desesperación, aunada a una
inmensa crueldad, la cual condujo a la extinción de los indígenas Pantágoras,
en menos de un siglo. Indígenas cuyo nombre refleja los vocablos que usaban
para expresar su rechazo a la dominación de los conquistadores.
Este artículo
intenta revivir sociedades prehispánicas desaparecidas, cuya voz ha muerto.
Igualmente, entender las acciones de los españoles, enfrentados a un mundo que
no comprendían, corroídos por el deseo de enriquecerse y desafiados por la
quimérica mano de obra indígena. La investigación se basa en las crónicas de
los conquistadores, en especial la de Fray Pedro de Aguado.
Palabras
clave: Departamento de Caldas, Indígenas,
Conquista, Fray Pedro de Aguado.
THE CONQUEST OF
EASTERN CALDAS
By María Elvira Escobar Gutiérrez
The Conquest of Eastern Caldas was a heroic, cruel, and desperate
enterprise that led to the extinction of the Pantágoras, the local indigenous
group, in less than a century.
Indigenous people whose name is taken from the terms they used to
express their rejection to conquerors’ domination. This article attempts to
bring back to life indigenous societies that have disappeared, whose voice has
been silenced. Likewise, it seeks to understand the actions of Spaniards who
were confronted to a world they did not understand, corroded by their desire to
become rich, and defied by a chimerical indigenous wage labor. The research is
based on the Conquerors’ chronicles, especially Fray Pedro de Aguado’s.
Key
Words:
Para
Alejandra
Ilustración
tomada de América Pintoresca
I.
Pantágoras, su nombre provino de las palabras que más decían: patami, patama,
patamita, patamera, patanta que es como decir no hay, no sé, no quiero.
Las sociedades
indígenas de la vertiente cordillerana del Magdalena Medio, o el oriente de
Caldas, fueron genéricamente denominadas por los españoles como Pantágoras,
Amaníes o Palenques. A su interior se reconocían territorios más específicos,
pueblos o provincias, cuyos pobladores recibieron los gentilicios de coronados,
cabellos largos, canapeyes, samanaes, cocoznaes, ortanas y punchinaes
localizados entre las cuencas de los ríos Guali, La Miel y Samaná y, en la
cuenca media y alta del río La Miel donde moraban los Amaníes (Prodepaz,sf).
“Vivían
en una extensión de 4.000 kilómetros cuadrados de tierra, toda cubierta de
selvas... cordilleras estrechas y valles profundos por donde se precipitan ríos
torrentosos. En donde la vegetación es
gigantesca y tan tupida que difícilmente penetra la luz del sol”
(Rafael, 1967; 22). Es en esta amplia zona que se desarrolla la historia de
unos indígenas orgullosos, temerosos de los españoles, pero en constantes
rebeliones, recalcitrantes, que fueron finalmente vencidos después de menos de
un siglo. No sabemos casi nada de su pasado y nada de su devenir, pues
probablemente desaparecieron. Según la afirmación de Félix Quintero, Monografía de Pensilvania, (sf., 45),
quien no cita las fuentes en que se basa:
“Los supervivientes
indígenas emprendieron la fuga por la cima de la cuchilla de Miraflores hasta
su término en la confluencia de los ríos Samaná y La Miel; embarcados en éste
bajaron al Magdalena, que navegaron hasta la desembocadura del Rionegro, y
remontando éste tomaron posesión de nueva patria y hoy están confundidos con
los palaguas y carares, habitantes de las selvas aún en nuestros días”.
(Montes y Grisales, s.f; p. 26)
La crónica de
Fray Pedro de Aguado es la que más datos contiene sobre estos antiguos
pobladores, los Patángoras quienes después se convirtieron en Pantágoras y los
Amaníes o Palenques. Hace una advertencia honrada al iniciar su crónica sobre
los indígenas de la región de la tierra caliente, como era llamada entonces, a
diferencia de la del Reino, en la cual reconoce
que:
“La más
dificultosa y trabajosa escritura para mí es la que trata de la naturaleza,
religión y costumbres de los naturales, así por no poderse haber entera razón
de lo que se les pregunta y pretende saber de ellos… suelen, en poca distancia
de tierra, ser muy diferentes los indios en lenguaje, costumbres y religión, y
así no se puede dar particular noticia de todos, por lo cual será regla y
advertencia que lo que de semejantes provincias se tratare se tome la mayor parte
de los naturales de ellas…” (Aguado, /1582/
2007; 255).
A pesar de esta
advertencia y por lo cual, a veces, no puede especificarse a cuál grupo se
estaba refiriendo, son las noticias que tenemos, y es una descripción escrita
con respeto, con realismo, con rigor científico.
Su crónica
permite hacerse una imagen de la organización social, política, algunos datos
sueltos sobre su sistema de comunicación y algo, tristemente mucho menos, de la
económica: No obstante es el único cronista que se interesó por estos
indígenas. Brindando una descripción, así sea incompleta de sus costumbres, de
su aspecto, de su enorme valor y de sus celebraciones rituales en preparación
de su defensa. En suma es una excelente etnografía cuyos datos corresponden al
conocimiento teórico que tenemos hoy en día.
La mayor parte
de los naturales de esta región son llamados Patángoros, “porque además de ser toda una lengua y habla, usan en ella de muchos
vocablos de patán, como patami, patama, patamita, patamera, patanta que es como
decir no hay, no sé, no quiero…” (Aguado, /1582/2007: 256). Lo que tomaban
los españoles, por la lengua de esos indígenas, era justamente su negativa a
las demandas y su rechazo a los conquistadores, una forma de resistencia que no
obtuvo la respuesta deseada y que, por el contrario, se constituyó en el nombre
con el cual son conocidos hasta hoy en día.
Existían dos
grupos de indígenas bien diferenciados, aunque con lengua parecida; estos dos
grupos son los Amaníes y los Pantagoros. Los vamos a separar para intentar una
caracterización de cada uno. Los primeros, al parecer, estaban más
centralizados, y los segundos, divididos en innumerables grupos étnicos, se
mantenían en una organización más tradicional, aunque todos comparten la
lengua, con ligeras diferencias.
A.
Los Amaníes.
Fernández de
Piedrahita en la visita de Baltasar Maldonado se expresa así: “Maldonado… halló que entre los Pantágoros y
dicha sierra (nevada) se formaba una provincia, que sin extenderse mucho ni
estrecharse poco, se hacía respetar de todas las naciones vecinas”
(Fernández de Piedrahita, (/1688/ 1973; 501). Estos Pantágoros, son en
realidad, los Amaníes, a quienes el mismo Maldonado llamó después los
Palenques.
Aunque dentro de
ambos, caben innumerables apelativos, se puede decir que los indios Palenques
eran los Amaníes, de adentro y de fuera,
llamados así por los enormes palenques defensivos con los cuales lograron
derrotar a Baltasar Maldonado y a Álvaro de Mendoza, hacia el año de 1540.
Núñez Pedroso, logró llegar hasta el propio territorio de los Palenques, al
seguir una ruta hacia los ríos La Miel y Samaná, pero la ferocidad del
conquistador produjo como resultado el suicidio de muchos indígenas. Estos
mismos indígenas se sometieron a Salinas de Loyola (alrededor de 1570) y
pasaron varios años en los cuales vivieron pacíficos, pero luego, cuando se
organizaron, atacaron, matando españoles, esclavos e indios que trabajaban en
las minas. Allí vuelven a aparecer los palenques construidos y mejorados por
estos indígenas, al parecer a las escondidas pues de ellos no se tenía noticia,
donde realizaron la ceremonia de grandes borracheras, bailes y cantos para
preparar su defensa, pero fueron derrotados, y se retiraron primero a Amani el
de afuera y luego a Critascan. En lo referente a los datos geográficos, me
acojo a lo que dicen Montes y Grisales (s.f.; 26): “…no podemos hoy, ubicar con precisión una serie de lugares citados por
las Crónicas de la Conquista”.
Los Amaníes
están mucho menos descritos que los demás indígenas de la región, aunque hay
algunos datos interesantes, que prueban su mayor desarrollo, pero hay muy poco
sobre su realidad económica. Su inclusión al régimen de los conquistadores fue
a parte del trabajo en los ríos y en las minas en un momento dado, entregaron sus
hijos a la explotación minera y había pueblos encomendados hasta que se produjo
el gran levantamiento. Al parecer la conquista del territorio se realizó
evitándolos y/o combatiéndolos.
Sin embargo,
sabemos “que es gente más pulida y de más
razón y más belicosa y que come carne humana y en la lengua diferencia alguna
cosa, y en las costumbres mucho más” (Aguado, /1582/2007; 256-257). O sea,
que en la zona amplia de la Tierra Caliente, había variaciones en la lengua,
pero eran esencialmente portadores de una lengua comprensible a pesar de las
diferencias; en las costumbres “lo eran más”, particularmente en el
canibalismo. Con relación a éste, se puede hacer un análisis parecido al que se
realizó para los cacicazgos del valle del Cauca Medio, a los cuales se parecen.
Es la primera forma como las sociedades tratan a los prisioneros de guerra,
pues son aún incapaces de integrar a la población de otros grupos étnicos, lo
cual conduce a que los vencidos pierdan su identidad y condición humana al
estar por fuera de su comunidad y lejos de su unidad de parentesco, y, a corto
o a largo plazo, sean sacrificados, además con su consentimiento (Escobar
Gutiérrez, 1986- 1989; 166). “Aquellos
que eran del mismo clan, eran de la misma clase, seres humanos. Los forasteros,
los no parientes eran miembros de una clase diferente, esto es, animales. Este
criterio de parentesco estableció las fronteras del canibalismo… Dado que los
parientes nunca mataban o comían a otros parientes, esto era equivalente a un
tabú total sobre canibalismo” (Reed, 1980; 41-42).
Para los
vencedores, el comérselos es sobre todo la forma de apropiarse de su valor y de
ofender al enemigo, porque aún no son capaces de integrarlos como mano de obra,
como esclavos. Mientras el desarrollo de las fuerzas productivas no permite la
existencia de excedentes apreciables, no resulta rentable el trabajo esclavo de
los prisioneros de guerra. Así, en todas partes, “el esclavismo es precedido por la eliminación física” (Escobar
Gutiérrez, 2012; 21). Son incapaces de integrarlos porque su sentido de
identidad se basa en el parentesco, no en el territorio y tampoco acceden a
ponerlos a trabajar porque el desarrollo de las fuerzas productivas no es
suficiente. El resto de los indígenas de la zona, los Pantágoras por el contrario,
mataban a sus vecinos para ofender a sus parientes, los hacían tocar por todos
los miembros de su comunidad, hasta los más pequeños, como demostración de
valor, pero no se los comían.
“Son
grandes trabajadores y bebedores y comedores de carne humana, la cual cuando
les sobra y tienen en abundancia la tuestan y muelen y en polvo la guardan. Es
gente cruel y carnicera; hacense cruel guerra unos a otros; no consienten ni
quieren tener vivo en su pueblo a ninguna persona de otro lugar y que se haya
tomado en guerra, que luego los matan a todos, aunque sean pequeñas criaturas”
(Aguado, /1582/2007; 270 y 271).
El dato que es
interesante, es que los españoles acusaban de canibalismo a los indios de otras
regiones, con poca o mucha razón, como medio de justificar su esclavitud, pero
en esta crónica se deja claramente explícito el que los Pantágoras no lo son,
mientras los Amaníes, sí. Es éste, otro dato que nos da luces sobre su mayor
avance y, a la vez, sobre sus limitaciones en el desarrollo de las fuerzas
productivas, frente a la utilidad de los prisioneros de guerra, en lo cual son
parecidos a los cacicazgos del Cauca Medio. Nos muestra la incapacidad para
mantener una población, o unos individuos, a los cuales hay que sostener por
parte de los miembros de la comunidad vencedora; porque el desarrollo del
trabajo no llega ni para reemplazar el trabajo de los miembros de la comunidad.
Por eso mismo, en las guerras no hay conquista puesto que la única unidad
posible (a parte de una alianza temporal que sí es factible) se basa sobre todo
en los lazos de parentesco, en la comunidad cultural, lingüística (Escobar Gutiérrez, 1986-1989; 165).
Las poblaciones
de Amanies, “así los de adentro que
estaban más apartados, como los de fuera”, es gente que difiere en las
costumbres y manera de vivir de los Patángoros. En primer lugar, “tienen sus pueblos trazados en concierto,
las casas juntas y las calles por orden y compás, y pueblos formados aunque no
muy grandes sino lugares de ochenta o noventa casas” (Aguado, /1582/ 2007;
270), lo cual es una característica diferencial, pues los Patangoras vivían en cuatro o cinco casas
aisladas, como las que encontró en su recorrido, Salinas de Loyola. El hecho
que denuncia el alguacil Gonzalo Velásquez de Porras, contra Núñez de Pedroso, así lo describe: “Y oyendo los indios a los cristianos dentro
del pueblo, éntranse todos en sus casas. Visto esto el capitán Pedroso mandó
quemar siete u ocho casas en los cuales quemó sesenta y dos indios e indias y
criaturas” (Friede, 1975, Tomo II, Documento 45; 96-97). Muestra un poblado
con varias casas, probablemente comunales, por el alto número de quemados, una
población nucleada, lo cual nos prueba su mayor desarrollo frente al resto de
comarcanos, su posible avance hacia el cacicazgo: una sociedad jerarquizada que
no conoce las clases sociales ni el Estado.
“Hay
entre ellos señores a quien respetan y temen y obedecen, los cuales son electos
en cada pueblo por los moradores o vecinos de él, los cuales, las más veces
eligen en este cargo el indio más emparentado y grave y valiente que hay en
aquella república. El cual los manda como señor y ellos obedecen como
súbditos…” (Aguado, /1582/ 2007: 270). En
primer lugar, el hecho de la elección, y en segundo lugar, su sumisión al
elegido, indican su mayor desarrollo. Son sociedades de consenso, con una mayor
densidad demográfica y un poblamiento nucleado. Los caciques no están
individualizados, son los representantes de la comunidad, de sus riquezas, de
su valor colectivo, son un emblema de identidad (Escobar Gutiérrez, 2012; 18),
configurando así, formas de poder que no implican una dominación de clase, sino
que su ejercicio va encaminado al
bienestar de la comunidad (Vasco Uribe, 2003; 96-97).
No sabemos nada
de su actividad como orfebres, si era que la tenían, aunque Rafael (1976; 29)
dice que Pedroso entró para ver “si
podían ranchear algún oro” y “los
soldados se dieron a buscar oro entre los cuerpos muertos y ceniza de los
bohíos, y hubieron de ellos como cinco o seis libras de oro fino” (Aguado,
/1582/ 1956, t 1; 368). Alzate (2001: 26) reporta algunos elementos encontrados
recientemente, que incluyen objetos de orfebrería y herramientas para fabricar
los adornos, pero ésta, que era la actividad más buscada por los españoles, no
tiene ninguna relevancia en la crónica; ni nada de su actividad económica,
salvo la general que pone Aguado para los Pantágoras. Respecto de la actividad
de intercambio, sabemos que: “Ningún
género de contratación tienen los unos con los otros, ni aún comunicación. Su
principal virtud era saltearse y robarse” (Aguado, /1582/2007; 220). Es
evidente, que no tienen intercambio con los demás Pantágoros, pero desconocemos
si lo tenían con otros cacicazgos, por la vía de penetración que existía al
oeste, hacia los Picaras, Armas y Pozos.
Para la guerra,
el contrario del intercambio: “Usan de
unos crecidos arcos y flechas largas, que son menos perjudiciales que las
pequeñas, porque con su grandeza vence venir y tuercen la vía, y así no hacen
de maravilla tiro derecho” (Aguado, /1582/ 2007; 220). Y los palenques
defensivos que construyeran en sitios agrestes y cuya descripción es impresionante,
por el enorme trabajo comunitario que implica, por la población que contenían y
por todas las provisiones que en su interior había. Así lo escribe Fernández de
Piedrahita:
“… tenían
para su defensa cercados todos sus pueblos de entrada cubiertas o palizadas tan
fuertes, que para ganarles la provincia era preciso invadirlos de uno en uno, y
para cada uno se necesitaba de asedio muy dilatado, por la destreza con que
sabían aprovecharse de aquellas fortificaciones, por cuya causa la llamó
Maldonado la provincia de los Palenques”
(Fernández de Piedrahita, /1688/ 1973; 501).
El sistema de
defensa de la población, que aparece en Ingriná, es que tenían un palenque “con
una cerca algo alta” y sus casas “fortificadas
con unas gruesas puertas de golpe de unos tablones muy gruesos, puestas de tal
suerte… que tocando en cierto palo… hacía caer la puerta que era como ratonera
de golpe y quedaba cerrada, de suerte que por la parte de afuera nunca más se
podía abrir” (Aguado, /1582/1956, T 1; 366). No conocemos la forma de la
construcción de las casas, “se habla de
bohíos y casas” (Aguado, /1582/1956, T 1; 364), Valencia Llano (2010; 18)
dice que las casas se construían en guadua y los techos se cubrían con hojas de
bijao, y por lo tanto es difícil imaginarse este sistema sorprendente de
defensa.
Es curioso pues
en las crónicas no aparece nadie, capaz de enfrentarse a los Amaníes, por lo
cual surge la duda del por qué éstos se vieran obligados a proteger así sus
poblados y a tener dos grandes Palenques defensivos; aunque Aguado (/1582/1956;
362) dice que la gente de esta provincia está recogida en los palenques “por respeto a las enemistades y crueles
guerras que los unos tienen con los otros… aunque fuesen vecinos muy cercanos,
sino que cada cual acometía cuando la ocasión le daba lugar a su vecino…”.
Se va a tomar la
descripción de la última gran revuelta de los Amanies, cuya fecha es incierta,
porque en ésta se aclaran algunos elementos que permiten una visión de su
desarrollo, la realización de grandes obras colectivas de uso y valor
comunitario, las cuales habían pasado desapercibidas, a pesar de ser muy
grandes, hecho que hace dudar de la presencia de los conquistadores en su
territorio y son un testimonio de su capacidad de trabajar
organizadamente. Los indígenas habían
hecho dos palenques muy fuertes para su defensa, el primero el más fuerte,
estaba bien preparado y el lugar en que se hallaba era una cuchilla.
“…Los dos
frentes, que cada una tenía sería de anchor de cien pies, tenían cada dos
rengleras o paredes ciertos palos llamados guaduas, apartada la una pared de la
otra, entre los cuales habían echado gran cantidad de otros maderos y paja seca
y tierra y piedras de moler y fajina o rama, de suerte que tenían hecha una
bien recia trinchera, acompañada de gran cantidad de troneras o flechaderos.
Subía esta trinchera, de esta suerte fortalecida, poco más de un estado, y los
maderos de la primera pared subían casi tres estados… tenían por la parte de
adentro un foso o cava de siete pies de hondo, toda llena de agua, que para que
estuviese más fuerte, habían los indios hecho y traído el agua para toda ella a
cuestas y fuerza de brazos” (Aguado, /1582/
2007: 244-245).
El otro
palenque, donde la otra parte de esta gente estaba recogida, que aunque no era
tan fuerte como éste, pero estaba en otro sitio igual de áspero. De toda la
región de la Tierra Caliente eran los únicos capaces de ejecutar estos grandes
sitios defensivos, que exigían una fuerte coordinación para su construcción y
mantenimiento. “Tenianle asimismo los
indios bien proveído de municiones y vituallas… siempre por el camino fueron
topando calaveras y huesos de muertos, que los indios después de haber comido
la carne, los ponían aposta para que las viesen y recibiesen temor”
(Aguado, /1582/ 2007: 245). Esta es una característica de los cacicazgos del
Cauca Medio, el “exhibir trofeos, símbolo
de valentía y desestimuladores de ataques” (Escobar Gutiérrez, 1986-1989;
161) y se infiere que Aguado se refiere a los Amaníes dado que eran los únicos
caníbales de la región y, por lo tanto, los huesos dejados para inspirar temor,
tenían que ser de ellos.
Los españoles
estaban temerosos de que
“… en la
hora que se retiraran habían de dar los indios sobre ellos,… y demás de esto
estaban en la mira de todos los demás naturales, para si los indios de Amani
saliesen con victoria, rebelarse todos y dar en los españoles y en el pueblo de
españoles… y aun ciertos indios amigos que consigo llevaban los españoles de la
provincia de Samaná (está escrito Camana)
para proveimiento de las cosas necesarias, se habían ya desvergonzado a
no servirles como de antes, y cuando les mandaban algo respondían que lo fuesen
a mandar a los indios de Amaní” (Aguado, /1582/
2007: 249).
Es decir, que de
la victoria de los Amaníes dependían los demás que estaban sometidos y
acompañaban a los españoles, aunque no participaran de la rebelión
directamente; si, estaban de acuerdo y así lo manifestaban.
… “De
dentro del palenque estaba ya después de anochecido un indio puesto sobre un
teatro que aposta había mandado hacer de madera con ciertos reparos para que
con los arcabuces no le pudiesen hacer daño; y con una voz algo feroz se estuvo
toda la noche hablando y diciendo bravosidades y desgarros contra los
españoles… que no pensasen ser más afortunados que otro capitán que en tiempos
pasados, con muchos más españoles les había querido asaltar el palenque…”, (aquí
se refería al capitán Maldonado) y dirigiéndose
a los indios de Samaná que iban con los españoles, “les decía que quien los
había engañado a venir en aquella compañía que venían, pues de ello les iba a
resultar gran daño y castigo” (Aguado, /1582/ 2007: 249-250).
Esta última
arenga transcrita por Aguado, muestra a un indígena probablemente un jefe
religioso o un cacique con una capacidad de oratoria notable, bien protegido
para poder por largas horas, realizar su discurso y también su enojo con los
indígenas que acompañaban a los españoles como cargueros, a los cuales,
incluidas sus familias, amenaza con una muerte cierta e incluso con la
esclavitud, lo cual era evidentemente incumplible.
Ante la derrota,
realizan una retirada muy ordenada, prendiendo fuego a lo que quedaba para
dificultar la persecución, con los hombres en la retaguardia; y aunque se puede
considerar exagerado el cálculo de cuantos estuvieron recogidos, es evidente
que son más que una comunidad. “Juzgose
por la mucha gente que vieron salir de este palenque e ir por diversos caminos,
y por la mucha casería que en él había, que estuvieron recogidas en él más de
cuatro mil personas” (Aguado, /1582/ 2007: 250-251).
Rufas, el
enviado español para vengar la matanza de los españoles, esclavos e indígenas,
cerca de Vitoria, descompuso el palenque, y toda la gente que allí había se
retiró con su capitán don Alonso. Este jefe había sido traído desde Ibagué, por
los españoles; el apelativo de “don” se refiere probablemente a su condición de
cacique, porque esa era la manera de reconocerles su posición,
diferenciándolos, al darles un tratamiento especial que otorgaba beneficios y a
la vez, organizar la explotación de sus “súbditos”; en cuanto al nombre de
“Alonso” se desconoce su razón de ser, pero posiblemente correspondía a su relación
con los conquistadores, quienes le habían dado nombre cristiano.
Se retiraron a
un lugar algo apartado, “donde se hacían
grandes borracheras para determinarse en lo que debían hacer, porque el
principal y naturales de aquel pueblo no estaban en seguir la rebelión de don
Alonso y sus secuaces”. Estas reuniones eran una costumbre generalizada, “es de saber que, a lo menos en el distrito
de este Nuevo Reino, cuando algunos indios quieren rebelarse o hacer alguna
alteración u otra cosa señalada, primero han de hacer grandes juntas y
concursos de gentes en partes señaladas, donde residen los más principales, y
allí se entretienen algunos días y noches, los cuales despenden en bailar y
cantar y beber hasta embriagarse”. En estos cantan y representan los trabajos
que en servir a los españoles tienen, la libertad que antes tenían, la opresión
en que se ven, las muertes de sus padres, hermanos y parientes, el despojarles
de hijos e hijas para las minas y el verse despojados de sus santuarios y el no
tener la libertad para practicar su
religión, por todo lo cual deben aplacar a sus dioses, echando a los españoles
o matándolos (Aguado, /1582/2007:252). Ante esta descripción de las reuniones
para la toma de decisión de los Amaníes, a quienes la antropóloga Herrera
Ángel, llama Pantágoras, que es el término más general de los indígenas de la
región, hace la siguiente explicación:
“Fue
posiblemente por el importante papel que ocupaban estas celebraciones de la
organización comunitaria que se las vituperó a tal punto, que lo sobresaliente
de ellas, por el mismo nombre que se les dio, borrachera, o sea la embriaguez…
se aprecia en este caso que la celebración podía operar como un espacio para la
toma de decisiones de la comunidad, en las que los cantos eran utilizados por
los dirigentes y por otros miembros para formular su posición, frente a los
hechos y plantear posibles soluciones…. En otras oportunidades lo que sobresale
en la celebración es la narración de los hechos del presente y del pasado…la
historia de la comunidad con todas las implicaciones que la percepción del
pasado tiene sobre la acción en el presente
(Herrera Ángel, 2002).
Todo el proceso
de retaliación por el anterior ataque de los Amaníes, produjo que “los indios que no habían tenido paz ni
amistad entre sí se convirtieran en aliados, azuzados por su creencia de que
los españoles comían carne humana y por esto los buscaban, lo cual los hizo más
obstinados en su rebelión” (Aguado, /1582/ 2007; 222) y esta alianza llega
al punto que los Amaníes, estaban dirigidos por un extranjero y trataron de
convencer a un cacique, posiblemente de otro grupo, de la justicia de su causa,
durante la gran rebelión sin lograrlo, y después que se retiraron, el cacique
se presentó a los españoles, garantizándoles su fidelidad (Aguado, /1582/ 2007;
253). Es decir, se rompió la regla tradicional que no permitía que los
“extranjeros” siquiera viviesen conjuntamente con los Amaníes. La conquista
permitió que se unieran y aliaran grupos totalmente extraños hasta entonces, pues
la pertenencia al grupo estaba determinada por el eje del parentesco (no por el
territorio lo cual es lo común en los Estados). Esta alianza es posible de
manera temporal y con un fin preciso pues no puede haber lealtad ni confianza
absolutas por fuera de las fronteras de parentesco.
Entrevemos su
organización política, con caciques representantes de la comunidad, por
ejemplo, con uno que se dedica a proferir amenazas desde lo alto del palenque,
el cual ha sido construido haciendo gala de un derroche de trabajo comunitario;
con la necesidad de hacer una “borrachera” para organizarse y convencer al que
no está de acuerdo en continuar con la rebelión. Valencia Llano (2010; 100)
considera que los indígenas de esta comarca no evolucionaron hasta llegar al cacicazgo,
pero, también que habían estado muy influenciados por los vecinos que tenían
del lado occidental de la cordillera, pozos, paucuras, armas y picaras, “razón por la cual habían copiado de éstos
la institución del cacicazgo” (Valencia Llano, 2005; 241) y pensamos que
estaban muy cerca de esta organización supracomunal, sin tener los suficientes
datos económicos para probarlo.
Posteriormente
Aguado describe los matrimonios, pero ésta es la última referencia que de ellos
se hace específicamente, todo lo cual nos deja en la duda de su desarrollo
agrícola, metalúrgico, de intercambio y de la capacidad de superar el nivel
comunitario, uniendo a varias comunidades.
“Los
casamientos se hacían por la vía de trueco, como entre los patángoros, excepto
que después de concertado un casamiento para efectuarse y venirse a juntar los
dos, ha de pasar un término y espacio de cuatro meses”…” y pasados los cuatro
meses si los dos están satisfechos… se efectúa y celebra el casamiento en una
casa que para ese efecto tienen diputada y hecha… excepto que en el sujetarse
las mujeres y hacerlas vivir casta y limpiamente usan de todo rigor”
(Aguado, /1582/ 2007; 271).
No se describe
el sistema de parentesco, ni sus características como se hará para el resto de
los Pantágoros. Es una unión más desarrollada, en la cual, en primer lugar es
similar al matrimonio de prueba, “mientras
se hace evidente el entendimiento de la pareja” (Gutiérrez de Pineda, 1963;
21) y en segundo, ya más cercano a la familia sindiásmica, donde se ejercen
mayores controles al comportamiento de la mujer pero que les significa también
una profunda estimación como mujeres, como madres (Engels, 1974; 45 y 50)
B)
Los Pantágoras.
En cambio,
Aguado es más prolijo en su descripción de los indígenas Patangoras, lo cual
realiza con una gran precisión.
No tiene noticia
de que entre los Pantágoras hubiera, tampoco, santuarios; aunque tienen
mohanes, que son las personas que tienen una dignidad religiosa “para tratar con el demonio”, los
cuales, a la vez sirven de médicos. Esta descripción de los shamanes que son a
la vez sacerdotes y médicos encargados de tratar con la naturaleza, cuyo método
de cura es lavar con agua tibia, ponerles la mano encima y soplar a los
enfermos; lo mismo que soplar para hacer llover, es sumamente precisa (Aguado,
/1582/ 2007: 259).
No hay entre
ellos caciques ni capitanes, por lo tanto son distintos a los Amaníes. Solo le
tienen veneración a los mayores, a aquellos que merecen respeto por su edad, su
valor y a este “tal respetan con
veneración de señor, pero no para que tenga jurisdicción ni señorío
domiciliario sobre ellos, excepto que cuando ha de haber guerras, al tal
veneran como a capitán”. (Aguado, /1582/ 2007: 257). Esta es la diferencia
más marcada con los Amaníes, la inexistencia de jefes, de caciques, que son los
encargados de representar a la comunidad; entre los Pantágoras es simplemente
un jefe, un “capitán” principalmente en épocas de guerra.
Respetaban el
principio del parentesco, el gran aglutinante de la época, que en su caso era
matrilineal, la descendencia sólo se concebía por el lado de la madre y antes
de la entrada de los españoles no consentían “que entre ellos viviesen ni estuviesen gentes de otras poblazones,
aunque no fuesen muy apartadas” y “si
en los caminos se topaban gentes de dos pueblos, se procuraban matar los unos a
los otros”, tanto a los hombres como a las mujeres, y luego llevaban a
todos sus hijos pequeños y con un palillo los hacían tocar las heridas del
muerto. Hecho esto: “se hacían todos los
que se hallaban las coronas como frailes por señal de valentía” (Aguado,
/1582/ 2007: 59). Cuando el capitán Salinas de Loyola encontró los primeros
poblados indígenas, le sorprendió el que tenían el pelo largo y “cuando han hecho una acción de valentía, se
abren una corona como de fraile, para ser reconocidos”, y los llamó
inicialmente indios Coronados, posteriormente verificaron que tenían una lengua
muy parecida, por lo cual a todos se les llamó Pantágoras, utilizando las
palabras más escuchadas de ellos: no sé, no tengo y no quiero. La gran diferencia con los Amaníes, que hasta
conservaban la carne molida de sus enemigos, cuando tenían demasiada, para
después comerla, estos Pantágoras simplemente los matan y llevan a sus
parientes a conocer su prueba de valentía en la batalla, después de lo cual se
cortan el cabello en una forma especial.
“La
causa de tener estos indios entre sí tantas discordias y guerras civiles era la
falta de justicia y de no tener señores que los conservasen en ella, y así si
unos a otros se hurtaban algo se lo habían de pagar con otro hurto mayor, si se mataban, en muertes, y si se hacían
injurias, tal por tal, y así donde quiera que se topasen, como he dicho
procuraban vengarse y las más veces pagaban justos por pecadores…”
(Aguado, /1582/ 2007: 259).
Era esta gente
muy belicosa y guerrera y “de tan
obstinados ánimos en el guerrear que al principio se creyó de ellos que jamás
se domellarían y abajarían a recibir sobre sí el yugo de la servidumbre ni que
dejarían de poner en gran riesgo y aprieto a los que en su tierra entrasen, por
ser toda muy poblada y áspera y acompañada de muy espesas y altas montañas, de
suerte que les acontecía estar junto a la poblazón de los indios y no verlos ni
entenderlos” (Aguado, /1582/ 2007: 220) ..
“No
comen carne humana, pero en todos otros géneros de mantenimientos de los
españoles no son nada escrupulosos, que cuando les dan y los españoles
acostumbran a comer, comen, lo cual en mucho tiempo no hacen otras naciones”.
Asegura que “en su alimentación no
acostumbran echar sal, porque no la tenían”, pero después especifica que
usaban “un agua salobre que bebían y
suplía esa falta”, lo cual es efectivamente la manera de conseguir sal. “Su principal mantenimiento es el maíz más
no hacen de él pan, sino es cuando la mazorca esta granada hacen un género de
panotas, que en algunas partes llaman hayazas, comida de cierto desgusto y
malsana. Demás del maíz usan de yuca, auyamas y otras legumbres de poca
sustancia… su vino o chicha… hecha de yuca y de maíz… No tenían ningún género
de caza que comer sino eran ratones… con cuero y tripas lo ponen al fuego…
(Aguado, /1582/ 2007: 258).
“Los
principales regocijos que entre estos bárbaros hay es juntarse las parentelas a
bailar y cantar en cierto lugar o casa diputado para este efecto. A quien los
españoles llaman casas de borrachera, y al regocijo llaman borrachera… para
tratar negocios de guerra como para celebrar casamientos y otras cosas
señaladas que hacen” (Aguado, /1582/
2007: 259). Es decir, no se trata de montoneras indiferenciadas, sino que
existe quien establezca la manera de realizar las distintas actividades, este
poder se ejerce, entonces, en beneficio de la colectividad (Vasco Uribe, 2003:
97). Eran realmente, grandes reuniones que implicaban un tiempo de preparación
y organización, pues la necesidad de tener comida, así fuera probablemente para
los pequeños, y para los demás tomar chicha; las invitaciones a los de otras
comunidades y en el caso de la lucha contra los españoles, también de grupos
distintos. Servía para convencer, para organizar, para recordar tiempos pasados
relacionados con la situación específica y planificar el futuro, es decir
constituían un verdadero trabajo (Vasco Uribe, 2003: 32 y 169). Al parecer,
tanto los Pantágoras como los Amaníes utilizaban estas fiestas rituales, para
éstos últimos eran además festividades de ataque o de defensa.
“Entre
las otras brutalidades notables que estos bárbaros tienen, es el carecer de
cuenta, que ni saben contar por días ni por lunas, que son los meses, ni por
los años, ni ningún número que pase de diez y éste cuentan con los dedos con
harto trabajo, y en llegando a diez luego dicen mucho o muchos…Esta ignorancia
debe causar la poca contratación que unos con otros tienen, que ni por la vía
de ferias o mercados ni por otro interés ninguno no saben vender nada los unos
a los otros” (Aguado, /1582/ 2007; 275)
En esta parte,
Aguado hace un análisis muy acertado de la situación indígena antes del contacto,
pues relaciona la necesidad de contar con el intercambio, la única fuerza capaz
de conducirlos a este conocimiento.
Continúa Aguado
con la descripción de los Pantágoras, “Es
gente de buena disposición y bien agestados, las mujeres de muy mejores gestos
que los hombres. Tienen las cabezas chatas o anchas por delante, desde la
frente para arriba, que al tiempo de su nacimiento e infancia les hacen cierta
opresión con que las paran de aquesta suerte” (Aguado, /1582/ 2007: 257).
Así lo registra Duque Gómez, coincidiendo plenamente con la excelente
descripción de Aguado: “Los rostros de
los indios eran anchos y alargados, como consecuencia de la deformación del
cráneo que ellos practicaban, aplicando tabletas en la frente y en el occipital
de los recién nacidos, y más tarde ligaduras. En esta forma los huesos se
achataban y la cabeza crecía en altura” (Duque Gómez, 1963:31). La
deformación craneana era una costumbre muy generalizada en toda América, se
encuentra en muchos de los sitios arqueológicos y es descrita por un sin número
de cronistas y corroborado por los arqueólogos.
Aguado se
preocupó hasta por describir su aspecto, los vestidos especialmente de las
mujeres, sus afeites y peinado. “Andan
todos desnudos, sin traer ninguna cosa sobre sus cuerpos; solamente los que
aciertan alguna fea herida se la cubren con alguna piel de animal. La natura
traen siempre cubierta con una mano o atada a un tocado, que a manera de
cortina traen por la cintura, porque tienen por cosa deshonesta que les ande
siempre colgando”. La mujeres “son
bien agestadas y de medianos cuerpos; traen el cabello muy largo y precianse de
curarlo mucho”, considera que “andan
desnudas” aunque utilizan una manta, llamada pampanilla que sujetan con un
hilo grueso en la cintura. “Las que son
doncellas aunque sean de crecida edad, hasta que las casan, no traen estas
pampanillas sino unos delantales de rapacejos, hechos de cabuya o de algodón,
que les llegan por debajo de la pantorrilla, y con aquello andan hasta ser
casadas…” (Aguado, /1582/ 2007: 257)
Como dice Rafael
“Vivían desnudos pues no cultivaban el
algodón, ni lo tejían”. (1967; 22), y parece justo, aunque nos queda la
duda con esta última frase, pues al menos tenían este algodón para los
delantales de las mujeres solteras y probablemente venido de lejos.
Aguado se
preocupó no sólo por el aspecto externo, sino hasta por la menstruación de las
mujeres y la diferencia en la forma de vestirse y peinarse, como solteras y
como casadas. “Precianse estas mujeres de tener en el rostro buena tez, y para
conservarla beben cierta cáscara de árbol que parece canela, por parecerse a
ella, porque con la virtud de esta cáscara detienen su regla mujeril cinco o
seis meses…”, es decir, además, utilizado como sistema de control de la
natalidad. “Traen estas naturales el
cabello de la oreja anda suelto, y de allí para atrás recogido y entrenzado con
ciertos bejucos en dos partes, las cuales rodean la cabeza, que les da buen
aire y gracia” (Aguado, /1582/ 2007: 257).
“Esta
gente patangora poblada en lugares altos, por familias y parentelas que de
parte de las mujeres proceden…” (Aguado, /1582/
2007: 257). Es decir, en pequeñas agrupaciones de casas, “organizados por grupos originarios de los parientes matrilineales, una
división característica de la gens” (Engels, 1974) con lo cual las
comunidades establecen su parentesco y conocen como casarse: “ningún parentesco tienen ni han los hijos
ni hijas con los parientes del padre ni la mujer con los del marido”
(Aguado, /1582/ 2007: 261) pues son matrilineales.
Entre estos
bárbaros, el adulterio ni otro delito ninguno es castigado con el rigor que el
quebrantar el parentesco que por parte de madre tienen unos con otros… (Aguado,
/1582/ 2007: 262). Entre los Pantágoras hallamos muy claro el concepto de
parentesco uterino. Los apelativos de padre, hijo y hermano, hermana, no son
simples títulos honoríficos sino que, por el contrario, traen consigo serios
deberes recíprocos perfectamente definidos y cuyo conjunto forma una parte
esencial del régimen social de estos pueblos (Engels, 1974: 223).
Al ser
matrilineales, la descendencia es por línea materna exclusivamente, y
virilocales, o sea que la residencia es en la localidad del marido. Gutiérrez
de Pineda explica este sistema, muy común entre los indígenas americanos, de la
siguiente forma: “Si el Ego es mujer, al
llegar al matrimonio, tendrá que emigrar a tierra de su marido mientras dura su
vida marital... Pero los hijos habidos en ella no serán ciudadanos de su
tierra, sino en la de las mujeres, madres, que los han concebido” (Gutiérrez
de Pineda, 1963: 22). Esta cita es exacta salvo por lo del lugar donde nacían,
porque entre los Pantágoras, las mujeres regresaban a su sitio de origen para
dar a luz, es decir los bebés nacían en el lugar al cual pertenecían. “De todas las ocasiones en que una mujer que
vive en la comunidad del marido podía volver a casa de sus propios parientes,
es cuando daba a luz un hijo, lo cual coincidía con el principio de que cada
niño debía nacer entre sus propios parientes maternos” (Reed, 1980; 236).
Entendiendo
esto, se comprende aún más, lo ritual que tiene el dar de comer al marido, la
ofrenda máxima, cuando la mujer se encuentra donde su madre. “Y durante el tiempo que la mujer de
cualquier indio está en casa de su madre no ha de tener en aquella casa
ayuntamiento carnal con ella, y cuando lo quisiere hacer ha de llegar cerca del
bohío de su suegra, y dar ciertos silbos con que es conocido y entendido, luego
sale la mujer a él y le lleva de comer, y allí tienen sus impúdicos actos”
(Aguado, /1582/ 2007, 262).
Aguado estaba
muy interesado por sus costumbres, aunque intenta explicar la poliginia,
realmente, nos informa de toda una gama de comportamientos que corresponden al
sistema de familia matrilineal que comprende desde el levirato, el matrimonio
con el hermano del muerto, hasta el sororato, la unión con la hermana de la
muerta y el comportamiento en el caso de desavenencia y sus consecuencias.
“Es, pues
la orden que ninguno que no tuviere hermana se casará fácilmente, porque el que
se quiere casar ha de rescatar o comprar su mujer por una hermana suya, y si
dos hermanas tuviere dos mujeres comprará, y si más, más, porque tantas cuantas
hermanas como tuviere para trocar, tantas mujeres habrá por ellas, y si las mujeres
son hermanas, aunque sean muchas, con todas tiene acceso… si ha habido dos
mozas doncellas para casarse con ellas, y el uno esta aficionado a la que el
otro tiene y le habla sobre ello, a la hora las truecan y las cambian, y toma
cada uno la que el otro tenía por mujer”
(Aguado, /1582/ 2007: 260)
“Y
si las hermanas tienen más de un hermano, el mayor de todos reparte las
hermanas entre los otros sus hermanos, para que con ellas haya mujeres; y si un
indio es solo y tiene más hermanas que ha menester mujeres, provee y da de
aquellas sus hermanas a otros parientes suyos de parte de su madre, para que
con ellas haya mujeres” (Aguado, /1582/
2007: 261) Estos últimos párrafos explican la forma de matrimonio, la poliginia
sororal, el matrimonio con varias hermanas, que era dominante en ese grupo, y
el que las mujeres tengan relación marital con sus cuñados sin que a ello les
inhiba ningún concepto; pero en cambio observarán sumo cuidado de guardar los
principios de invalidación e incesto con cualquiera que “sea deudo por parte de madre, que con este tal, aunque el parentesco
sea muy lejano, no se adjuntarán con él, por temor de gran pena y castigo”
(Aguado, /1582/ 2007; 262).
Los Pantágoras
practicaban el sororato y el levirato, que es el casarse con el hermano o
hermana, o el pariente más cercano, en caso de muerte de uno de los cónyuges,
para que no se devuelva la mujer de su hermano, “porque en muriendo cualquiera de ellos, las mujeres se vuelven cada
una al pueblo do es natural, o a casa de sus parientes; y si muere cualquiera
de las mujeres, la que queda viva, si no tiene su marido otra hermana que dar
al viudo, se vuelve a casa de su madre o parientes.. a quien tienen tanta
sujeción las mujeres que aunque estén muy contentas con sus maridos y cargadas de
hijos, si su hermano u otro pariente, por defecto de hermanas, le dice que deje
el marido y vaya a su casa, luego le obedece, sin que ose hacer otra cosa, ni
su marido pueda se lo quiere estorbar, y lleva consigo a sus hijos; y luego la
hermana del marido de esta mujer se vuelve a casa de su hermano” (Aguado,
/1582/ 2007: 261).
El respaldo del
parentesco matrilineal para el individuo es total, (Gutiérrez de Pineda, 1963:
41), pero también las obligaciones que éste conlleva, como la obediencia en el
desplazamiento, cuando el hermano lo solicita o al enviudar, lo cual produce
todo un desbarajuste en las relaciones de toda una constelación emparentada por
matrimonio. Lo cual implica que el matrimonio, o la relación de pareja, esté
siempre dependiente de lo que suceda en el conjunto social; el matrimonio no
está pensado como una relación duradera sino por el tiempo de entrelazamiento
de varios parientes. Es tan variable para el hombre como para la mujer. Cuando
se estudian aspectos relativos al divorcio, se ven claros los problemas de la
residencia móvil pues al residir todas juntas las hermanas, cuando el
matrimonio se ha realizado por trueque de mujeres, a instancias del hermano de
la esposa, o esposas de un hombre dado, ella o ellas regresan a su tierra, dando
por terminada la unión. Y lo hacen acompañadas de sus hijos. Y las mujeres de
este hermano, trocadas por las primeras, también parten para la tierra del suyo
con sus descendientes. (Gutiérrez de Pineda, 1963:23) La misma libertad tiene
el marido para echar de sí la mujer cada que quisiere, y enviar por su hermana
a casa de su cuñado; y todas las veces que estos truecos se deshacen llevan las
mujeres todos los hijos que han parido consigo, sin que los padres hagan ningún
sentimiento ni se lo estorben (Aguado, /1582/ 2007: 261).
“Las
mujeres son muy libres y aún desordenadas, como he dicho, en sus actos
impúdicos, los cuales aunque sepan los maridos no les han de castigar por
ellos, porque luego se van en casa de sus hermanos si les hacen algún sinsabor
o disgusto, y así les son los maridos muy sujetos y obedientes contra toda
razón, y así son ellas tan inhumanas que en la hora que el marido cae enfermo,
mayormente si la enfermedad tiene insignias de ser larga, toma esta tal mujer a
todos sus hijos consigo y vase en casa de su hermano, y la hermana del enfermo,
que está casada con el hermano de su mujer, se vuelve a casa de su hermano…”
(Aguado, /1582/ 2007: 262).
Como relación
especial, las de pareja, son muy laxas, “muy
libres y aún desordenadas”, tanto para el hombre como para la mujer, no
conllevando obligaciones mutuas, como la de acompañarse en la enfermedad, o la
de cultivar el terreno que se considera del padre o marido, su obligación es
con la del hermano y su grupo materno.
Cogen maíz dos
veces por año, siendo la de agosto la mejor. “En las labores los varones son los que labran las tierras, y algunas
veces les ayudan las mujeres, las cuales suelen tener la obligación en otras
partes de sembrar y coger las labranzas del marido, pero en esta tierra no lo
hacen sino voluntariamente, y solas las labranzas de los hermanos se
benefician” (Aguado, /1582/ 2007: 259) Es decir, el parentesco en este
grupo determina las faenas de producción, las mujeres siguiendo el sistema
matrilineal se agrupan alrededor de sus hermanos con los cuales colaboran,
dejando de lado a su marido que no es su pariente (Gutiérrez de Pineda, 1963:
134). “Los tiempos de las sementeras
miden, trazan y conocen en esta manera: presumen estos bárbaros que las
estrellas a quienes llamamos Cabrillas, son hermanas de los Astillejos a quien
ellos tienen por hermanas, y que estas estrellas hacen labranzas y cavan y
siembran y se siguen por ellas…” (Aguado, /1582/ 2007: 274-275). En el
parentesco matrilineal, todas las cosas pertenecen a las mujeres, por ello es
que consideran a las estrellas que determinaban las siembras, lo más importante
de la actividad agrícola, como hermanas.
“…mientras
dura el casamiento, la suegra no ha de mirar el rostro del yerno ni el yerno a
la suegra, y si se encuentran en algún camino, vuélvense los rostros en
contrario uno del otro, y en algunos pueblos tienen hecho trochas y caminos por
donde los yernos puedan ir seguros de encontrar con las suegras”
pues “el adulterio ni otro delito ninguno
es castigado con el rigor que quebrantar el parentesco” (Aguado, /1582/
2007: 262). Este es el clásico principio de invalidación, que crea una conducta
particular entre parientes afines, en este caso yerno-suegra cuando entre ellos
son prohibidas las relaciones vitales (Gutiérrez de Pineda, 1963: 35). Es el
comportamiento social adecuado, pues el hombre viene de un primitivo grupo de
enemigos, y la antigua desconfianza no está plenamente erradicada, lo cual se
convierte en la regla de las suegras prohibidas (Reed, 1980; 214).
Teniendo en
cuenta lo anterior, respecto a la importancia del parentesco uterino, la
vivienda virilocal con posibilidad de retorno para la mujer, voluntario o no,
como cuando la unión de su cuñado se deshacía, podemos entender lo grave que
fue cuando Zuluaga Gómez describe lo que puede considerarse un instructivo para
violar las disposiciones reales, en el momento en que los dueños de las minas,
que principiaban a explotarse en Mariquita, necesitaban mano de obra. “Oficiales reales de Mariquita propusieron
para que pudieran laborar las minas de aquellas comarcas, que de cada pueblo de
indios se saque un matrimonio de indios con sus hijos y se adscriban a un
pueblo minero, desarraigándolos de su naturaleza y en y vendiéndoles sus
heredades y bienes no transportables, dando órdenes al Corregidor para que no
los dejen volver a sus pueblos de origen…” (Zuluaga Gómez, 2006; 443). Lo
cual además de desarraigarlos de sus pueblos, rompía con su tradicional sistema
de parentesco y adscripción a una comunidad de origen distinta de la que
habitaban las mujeres, cortándoles la libertad de decidir si se mantenían o no
unidos.
“Y
porque dije que les hacían señas con silbos, es cierto y averiguado que con
cierta manera de silbar con el hueco que de entrambas manos juntas hacen,
hablan todo el lenguaje, de tal suerte que se entienden y oyen de mucha
distancia de caminos apartados, con más facilidad que con la voz natural”
(Aguado, /1582/ 2007: 262). En esta relación Aguado se refiere a las visitas
que hacía el marido a la casa de su suegra, cuando la mujer se encontraba allí,
pero también explica que es una forma de comunicación corriente entre ellos.
Triana y Antorveza en su libro Las
lenguas Indígenas en la Historia Social del Nuevo Reino de Granada (1987)
recoge un compendio de testimonios históricos y relata que los indios
Pantágoras empleaban un sistema de silbos con el cual podían expresarlo como
con el lenguaje hablado, y entenderse con mucha distancia de camino (citado por
Patiño Roselli, 2007).
Este lenguaje del
silbido se encuentra en muchas partes del mundo, generalmente entre comunidades
que viven en terrenos montañosos, donde los humanos separados por grandes
distancias no se oyen cuando hablan o gritan; el silbido se usa y produce el
mismo efecto que el lenguaje hablado, se basa siempre en él; no reemplaza sino
que acompaña y se usa en situaciones diferentes, como en la necesidad de
visitar a la esposa que está alojada en casa de su madre y ellos no poder ni
mirar a la suegra o cuando las distancias son muy grandes (UCL, El lenguaje del silbido). Aguado se
enteró del sistema por el caso de los yernos y que luego corroboró, era
utilizado para las grandes distancias, en caminos apartados, por toda la
comunidad.
Con esta
descripción terminan las informaciones que tenemos sobre los indígenas del
oriente de Caldas, que fueron definitivamente exterminados en los pocos años,
menos de un siglo, que duraron los intentos por establecerse en la región. Fray
Pedro de Aguado salió después de haber visitado los otros conventos de Reino, y
determinó en Cartagena en 1575 embarcarse y pasar a España, para imprimir su
libro, donde murió en 1590 (Simón, /1625/ 1981; 359).
Naciones enteras
desaparecieron; otras perdieron allí sus reliquias, sus tesoros artísticos, sus
lenguas, sus religiones, incluso sus fisionomías; numerosos pueblos mezclaron
en ese tapiz sus culturas; indómitos guerreros americanos defendieron su mundo
y su gente con extremos de valor y abnegación… (William Ospina, 1998; 21).
II. “No se preocuparon por crear y garantizar las
condiciones para la reproducción social de la población indígena ni de la misma
comunidad de españoles” (Prodepaz, sf)
Una empresa tan
descomunal como la Conquista de América había requerido demasiado heroísmo, y
si no abundó en nobleza, en lucidez ni en sutileza, al menos se sobró en valor,
en temeridad… Empujados por la necesidad y llevando cada uno a cuestas un
pasado personal a menudo miserable, no conformaban ejércitos; eran pequeñas
expediciones demenciales y casi suicidas enfrentadas a un mundo ignorado y
(habría que vivirlo para saber que se siente) cercadas de muchedumbres
indescifrables (Ospina, 1998; 68-69).
Este análisis de
William Ospina corresponde exactamente a la colonización de la “Tierra Caliente a diferencia de la del
Reino propiamente” (Simón, /1625/ 1981; 304) que es precisamente la de la
región del Oriente de Caldas, desde Fresno, Victoria, la Dorada, Samaná,
Marquetalia, Pensilvania, Manzanares y Marulanda (Ramírez Sendoya en Alzate,
2001; 17), desde la cordillera hasta el río Magdalena, influenciada por los
ríos Samaná, Gualí, Guarinó, La Miel y Magdalena, (Valencia Llano, 2013; 92) es
decir un área que abarcaba el oriente del departamento Caldas, el norte del
Tolima e inclusive parte del oriente de Antioquia.
Fue una empresa
de valor, heroísmo y desesperación, fundaban ciudades, que luego trasladaban;
una, la que más perduró, duró 30 años, después de haber sido cambiada de sitio
varias veces. Se acababan o era necesario cambiarlas de sitio, porque la
escasez de oro proveniente de los métodos rudimentarios que utilizaban las
hacía poco rentables o los incapacitaba para explotarlas, todo lo cual aunado
al sometimiento brutal, a las enfermedades de los indígenas y de los esclavos,
las extinguía. No fueron capaces de garantizar la reproducción social, ni la
propia, ni la de los indígenas, ni la de los esclavos.
Las andanzas de
los españoles son las que nos traen los primeros y últimos datos sobre los
grupos sociales que habitaron esta amplia región y nos muestran hasta qué punto
fue una hazaña el intentar acomodarse en esta zona. Las relaciones interétnicas
fueron marcadas por un despliegue de violencia y de sometimiento, al conjunto
de la población indígena se le negó la supervivencia, como cargueros y mineros,
o simplemente fueron tratados como enemigos y exterminados.
Fray Pedro de
Aguado (/1582/ 2007: 219; 221; 224; 239) relata que por estas tierras habían
andado los hombres de Hernán Pérez de Quesada en su viaje hasta Cartago, pero
que, desde entonces estaban abandonadas. Álvaro de Mendoza, Baltasar Maldonado
y Francisco Núñez Pedroso caracterizados por la crueldad y el temple, que les
exigieron la naturaleza guerrera de las tribus y la brusquedad de las selvas,
(Ocampo Cardona, 2012; 77) fueron los primeros en internarse en esta agreste
montaña en el siglo XVI.
Álvaro de Mendoza, Teniente del Mariscal Jorge
Robledo fue enviado en 1540, en comisión especial para buscar el territorio de
“Arvi”, del cual le habían hablado los aborígenes, que se suponía estar más
allá, en el meollo mismo de la cordillera central, quizás en el páramo de
Herveo. Mendoza chocó contra los inquebrantables muros humanos de los valientes
Pantágoras y tuvo que regresar con el ánimo decaído por la derrota hacia el
territorio Picara (Ocampo Cardona, 2012; 77).
Luego, Baltasar
Maldonado, (hacia 1540) quien logró penetrar hasta su tierra y fue derrotado
por los indígenas Amaníes las tres veces que intentó someterlos (Ospina, 207),
después de lo cual se devolvió a Santa Fe, pues se enfrentó con su gran
palenque defensivo, en el cual perecieron 22 españoles, cifra elevadísima para
los españoles de entonces. (Henao, 1943).
Aunque Maldonado
“reconociese la fuerza de los Palenques,
la poca sustancia de la provincia y el valor de sus naturales, llevado de
aquella costumbre de salir siempre victorioso, trabó guerra con ellos,
pretendiendo allanarlos por las armas,.. llegó a trance que embestido (a tiempo
que asaltaba uno de aquellos pueblos) de una fiera tempestad de lanzas, que de
otros salieron para el intento, le mataron veintidós hombres en la
guazabara…casi derrotados… dieron vuelta a Santafé…” (Fernández de
Piedrahita, /1688/ 1973; 501). Fue seguramente, la primera derrota propinada
por los indígenas a las armas españolas, lo cual vino a inmortalizar a los
ejércitos Pantágoras, (en realidad está
refiriéndose a los Amaníes) con el nombre de Palenques, sinónimo de
invencibles (Ocampo Cardona, 2012; 77).
El capitán
Francisco Núñez de Pedroso, el mismo que llegó huyendo del Perú y pasó por
Cartago con el pasaporte dado por Belalcázar, recibió autorización de Díaz de
Armendáriz de fundar un poblado en la margen izquierda del río Magdalena y
cerca de las minas descubiertas por el capitán Vanegas. El 28 de agosto de
1551, funda a Mariquita en los terrenos del cacique Marquetá, dos años más
tarde la trasladó a su sitio actual, posteriormente fue uno de los exploradores
del río Guarinó, (Vélez Ocampo, 2005) y como remata William Ospina (2007): “Después de arduos combates, Núñez Pedroso
fundó, cerca del río y al pie de la cordillera la ciudad de San Sebastián de
Mariquita”.
A diferencia de
Baltasar Maldonado y Álvaro de Mendoza, Núñez Pedroso si logró vencer y someter
con crueldad a los indígenas, Después de fundar a Mariquita, dirigió él mismo
una expedición hacia el norte, incursionando por la margen derecha de
Magdalena, y siguiendo una ruta hacia La Miel y el Samaná, logró llegar hasta
el propio territorio de los Palenques. Juan Friede (1976) da cuenta de una
serie de testimonios que permiten apreciar su incorregible carácter
sanguinario, por lo cual muchos naturales prefirieron ahorcarse ellos mismos o
lanzarse a un abismo, antes que caer en las torturantes garras españolas.
(Ocampo Cardona, 2012; 78).
Ingriná fue el
primer palenque que encontró Pedroso, después de un combate en el que obtuvo la
victoria y los indígenas sacaron a sus mujeres e hijos por la parte de atrás.
Después del combate, algunos españoles se ocultaron para tender una celada al
regreso de los indígenas, y un lugarteniente, Juan Rodríguez Tonelero “empaló en el propio lugar algunos indios y
a otros cortaba las manos, y atándoselas al pescuezo, los enviaba a que
llevasen la nueva de su crueldad a las otras gentes que se habían vuelto
huyendo” (Aguado, /1582/ 1956, T 1; 363-364).
Cerca al pueblo
de Guacota, al anochecer vieron los españoles salir del pueblo un grupo de indios
que había salido a recoger agua salobre en un lugar cercano, que dieron un
bárbaro alarido y volvieron al caserío y anunció la presencia del enemigo. Al
llegar allí se trenzó en feroz combate con los aborígenes, resultando muerto de
un flechazo en la cabeza el español Pedro Mahates al intentar con un grupo de
diez hombres derribar una de las fortalezas construidas por los indios. Para
vengar esta muerte, Núñez de Pedroso ordenó a los suyos atacar las
fortificaciones, prendiéndoles fuego… Pero se encontró con que los indios
preferían morir dentro de sus fortalezas antes que rendirse. Algunos,
inclusive, decidieron ahorcarse en las cumbreras y varas de los bohíos.
Perecieron más de cuatrocientas personas (Aguado, /1582/ 1956; 367-368).
En la denuncia
que interpone el alguacil Gonzalo Velásquez de Porras, ante su Majestad, el 28 de noviembre de 1553, describe los
malos tratamientos que hizo el capitán Pedroso en la jornada entre los dos
ríos.
“Lo que
hizo el dicho capitán en los Palenques, en un pueblo que se llama Sarasar [¿].
Entró una mañana en él de guerra y con toda la gente. Y oyendo los indios a los
cristianos dentro en el pueblo, éntranse todos en sus casas. Visto esto el
capitán Pedroso mandó quemar siete u ocho casas en las cuales quemó sesenta y
dos indios e indias y criaturas. Visto esto los demás indios, le vinieron los
indios que estaban en sus casas con sus mujeres e hijos, rogándole que no les
hiciese mal, pues ellos no hacían la guerra, que serían en cantidad de
doscientos cincuenta. Los cuales repartió entre los soldados y negros y tomó
para sí, de manera que los sacó de su natural y los llevó a la jornada consigo
donde murieron la mayor parte de ellos.”
(Friede, 1975, Tomo II, Documento No. 145; 96 y 97).
Núñez de Pedroso
continuó su camino hacia el Sinú, partió
vía Samaná y pasó por un valle que llamó de Corpus Christie, más allá del río
Nare (Alzate, 2001; 18-19) y se encontró con el Capitán Cepeda que estaba mucho
mejor armado y con más gente y por un tiempo concertaron seguir juntos, pero,
finalmente éste lo despojó de sus soldados (Aguado, /1582/ 1956; 383).
En estas citas
es notorio que, tanto Baltasar Maldonado como Francisco Núñez Pedroso, se enfrentaron a los Palenques, los cuales
eran construidos por los Amaníes, los únicos con el desarrollo necesario para
construir y defender los sitios llamados así, aunque de la misma lengua de los
Pantágoras, constituían unos grupos aparte y con un mayor desarrollo político,
como lo prueba el número de casas del pueblo en el cual cometió Núñez de
Pedroso, las atrocidades, anteriormente mencionadas.
Hasta 1557 no se
volvió a estas tierras, pero las rebeliones de Tocaima, Mariquita e Ibagué
hicieron que los pobladores nombraran a Asencio de Salinas Loyola, vecino de
Tocaima, como capitán, para pacificar la tierra, y cuando lo logró, los
pobladores de Mariquita le exigieron “con
bárbara ingratitud y más atrevimiento del que era razón” (Aguado, /1582/
2007; 219) que se saliera de sus términos, con los aproximadamente setenta
hombres destrozados y mal vestidos, que fue
el estado en que se hallaba la gente que le quedó de la pacificación.
Aguado dice que fue Asencio de Salinas Loyola, el comisionado, por lo cual lo
vamos a seguir con este nombre; pero vamos a citar a Fernández de Piedrahita,
quien escribe un siglo después, en el XVII, y asegura que: “nombraron por Cabo al sargento Mayor Hernando de Salinas… recogida su
gente, en cuyo número se contaban… Diego Asencio de Salinas…” (Fernández de
Piedrahita, /1688/1973; p. 695-696). Así
queda en la duda, quien fundó Vitoria y recorrió los territorios de los Pantágoras
y de los Amaníes, aunque Aguado pudo haberlo vivido y sería por lo tanto más
fiable su información. Además existe una Real Cédula dirigida a la Real
Audiencia en la cual se ordena que en la población que ha hecho el capitán
Ascencio de Salinas se guarde la provisión sobre nuevos descubrimientos… 7 de
agosto de 1559 (Friede, 1975, Tomo III, Documento No.497, pp. 352-353). Lo cual
confirmaría la información de Aguado.
“Salió,
entonces, Salinas de Loyola del valle del Gualí y fueron para el valle de
Bocaneme, tierra tan áspera como aquella de dónde venían. Allí intentó que los
soldados españoles le trajeran los indios que fueran cogiendo, para atraerlos a
la amistad antigua” (Aguado, /1582/
2007; 219). Esa amistad, no sabemos bien cual era, pues los anteriores
conquistadores o habían salido
derrotados o se habían limitado a pasar por el territorio, en algunos casos,
como Pedroso haciendo barbaridades. Aguado, hace una defensa desapasionada de
Salinas, cuando en la tierra de los Bocanemes donde estaba intentando “volver a la amistad antigua” se
alborotaron los perros y mastines y se comieron a los indios principales
acusados de rebelión, que estaban esperando ser oídos “conforme a derecho”, sin que pudieran estorbárselo los soldados
(Aguado, /1582/ 2007:220). Esta fue una de las primeras noticias que de este
conquistador tenemos, después de haber salido a pacificar las tierras vecinas y
sin embargo, fue un hombre que, al parecer, intentó ganarse a los indios sin
mayor violencia.
Siguió adelante
el capitán Salinas y encontró un pueblo de indios, vecino, que había sido
abandonado, como lo serían muchos a medida que él avanzaba, “el cual estaba bien proveído de comida,
para sustento de los hambrientos españoles; quienes no veían ni habían visto
otra prosperidad como aquella seca montería, ratones, micos y monas, aves y
pescados menudos, todo muy seco y sin sustancia ni humor…” pero que les
apaciguaba el hambre. El avance estaba lleno de privaciones, el hambre los
atenazaba, consideraban un banquete la exigua comida abandonada, y tenían que
tomar medidas heroicas, como el cortarse la barba, para impedir que se las
atraparan, con curiosidad, los indígenas. “Aquí,
procedieron varios españoles a cortarse la barba a la marquesota, para impedir
que los indios los cogieran de ellas… El pueblo se llamó, entonces, los
Marquesotes” (Aguado, /1582/ 2007: 221). Es posible, que este término haya
derivado en los Marquetones, usada hoy en día, “la denominación que se le ha dado a los primitivos pobladores de
Mariquita, Victoria, Marquetalia y Samaná… el nombre de ‘Marquetones’ fue un
término venido a boca de los primeros conquistadores españoles… y quienes se
inspiraron para dar esta denominación a las tribus,…por el nombre de su
cacique” (Ocampo Cardona, 1991).
Desde la época
del capitán Pedroso, se había hallado abundancia de maíz, y sus hombres se
pusieron a hacer miel con sus cañas, por lo cual fue bautizado el río de la
Miel. Salinas decide atravesarlo, pero teniendo en cuenta la furia, las riberas
ásperas y fragorosas, la dificultad en general que el río ofrecía, subió hasta
su nacimiento para así facilitarse el paso. Encontraron dos pueblos de indios,
con mantenimientos varios, que no habían sido quemados, porque no creyeron sus
habitantes que los españoles subirían hasta allí. Los llamaron San Pedro, por
haber llegado en su día, y de las Hormigas, porque había “muchas y muy caribes”. Estaban los españoles buscando un vado del
río, cuando los indígenas desde el otro lado les comenzaron a lanzar flechas,
hiriendo a tres de los soldados de Salinas
(Aguado, /1582/ 2007: 224).
Todas las otras
poblaciones, que hallaba Salinas en su camino, estaban arruinadas y quemadas.
Hasta que halló en lo alto de una loma cinco o seis casas abandonadas que
estaban en pie, y le pareció que aun cuando era montuoso, quedaba alto para
poder fundar en él, una ciudad. Así en
1557 fundó la ciudad de Vitoria, en tierras de los Palenques, “desde donde se ve el río grande de la
Magdalena, la provincia de los canapeyes y otras muchas tierras” (Aguado,
/1582/ 2007:221 y 226). (Fray Pedro Simón (/1625/1981: 425) dice que la
fundación fue en 1558).
La primera
ciudad erigida fue, entonces, Vitoria, así la describe Juan Rodríguez Freile: “Pobló la ciudad de Victoria año de 1558,
rica de minas de oro. Tenía su asiento entre las dos quebradas, que ambas
parecían doradas. Cerca de esta ciudad están los Palenques con sus ricas minas.
Fue fama, que tuvo esta ciudad nueve mil indios los cuales se mataron todos
ahorcándose por no trabajar, y también comiendo hierbas venenosas, por lo que
se vino a despoblar esta ciudad…” (Rodríguez Freile, /1636/1984; p. 276).
La descripción
de Aguado muestra una tierra difícil, por decir lo menos, para vivir; que sin
embargo fue escogida para la fundación:
“Toda la
cual es tierra montuosa y cubierta de grandes montañas, y muy doblada, tanto,
que en la ciudad de los Remedios (fundada posteriormente) casi no se podían al
principio meter caballos y ganado para el sustento del pueblo. Toda ella es
tierra muy cálida y muy húmeda. No hay en ella más campos rasos de los que los
indios antiguamente abrieron y talaron de las montañas para edificar sus
pueblos y hacer sus labranzas. Es tierra de muchas aguas y grandes ríos
peligrosísimos por causa de su gran corriente y velocidad que la aspereza de la
tierra les causa, y así van tan despeñados que muy pocos de ellos se vadean;
pásanse por unos puentes de bejucos, que es cierta manera de sogas o mimbres
que la tierra montuosa cría, los cuales son muy frágiles y de mucho riesgo”
(Aguado, /1582/ 2007: 256).
Estas descripciones muestran hasta qué punto
era una zona difícil de acomodarse, por las malas relaciones con los indígenas
y por las características del terreno.
En 1574 o 75,
López de Velasco describe la ciudad de la Victoria… “tendrá treinta vecinos poco más, y un teniente de gobernador, dos
alcaldes ordinarios y un alguacil mayor. Poblola el capitán Asensio de Salinas
Loyola año de 65 ó 66, por allanar aquella tierra y por algunas minas de oro
que hay en ella; está en tierra caliente, húmeda y montosa por estar metida
entre una montaña espesa y tierra doblada y en que hay muy pocos naturales, de
los cuales no se tiene relación alguna hasta agora; este pueblo tiene un
descargadero en el río Grande, para las mercaderías que llevan a España, que se
llama el Puerto Viejo” (López de Velasco, /1574 o 75/ 2004; 136-137). Esta
cita permite confirmar que no tenían relación con los Amaníes, los primitivos
habitantes de esta zona.
Los indígenas,
mientras tanto, obstinados en su rebelión, utilizaban tácticas de defensa muy
variadas: su principal arma ofensiva eran el arco, la flecha y la macana; pero,
además fortalecían sus caminos con gran cantidad de puyas envenenadas, con
solimán molido, lo cual produjo que los españoles aprendieran a curar a algunos
de los heridos. “En los caminos ponían
estacas muy agudas y delgadas, las puntas hacia arriba, y luego cubrían el
hoyo; hacían trampas, las cuales eran de maderos muy gruesos subidos algunos
estados, y atados con tal orden que en la boca que pasaba por debajo de ellos,
ya casi a la salida, estaba un bejuco o un cordel atravesado en el camino, el
cual al ser tocado por los pies, se desarmaba la trampa y caían los maderos”
(Aguado, /1582/ 2007: 220, 229 y 230).
Salinas empleó
todos los medios a su alcance para alcanzar un entendimiento con sus
contrincantes, hasta que decidió enviar a los soldados de noche a atrapar
indios, para conversar con ellos e intentar la paz. Las relaciones interétnicas
se manifiestan muy distantes, pues se juntaron más de cuatro mil indios con las
armas en la mano, enviaron a cien de ellos a reconocer el pueblo y ver que
podían hacer, quedándose muy sorprendidos con los perros, los caballos y el
color de la piel, la barba y los vestidos de los españoles.
Poco más adelante
de Samaná (Camana) había unas poblaciones de indígenas de la misma lengua,
llamadas Octana y Cocozna, que quedaron pacificadas. Luego, estaban los
Amaníes, que después de la visita de Salinas se sometieron sin derramamiento de
sangre. Pasaron algunos años, y los naturales vivían pacíficos, sacando el oro,
junto con esclavos y otros indios de un sitio cercano. Los indígenas Amanies
que eran más desarrollados, con mayor capacidad de resistencia y donde la
rebelión se incubaba, sorpresivamente atacaron y los mataron cruelmente a
todos, españoles, indígenas y esclavos (Aguado, /1582/ 2007; 240-241 y
242).
Se supo en la
ciudad de Vitoria la noticia. Se exigió una respuesta rápida, pero las
justicias temieron por el castigo que les podrían dar y exigieron que se diese
aviso a la Audiencia Real pues ya estaban sobre aviso de las crueldades de los
españoles en esas expediciones de pacificación. Los pobladores de Vitoria
siguieron reclamando, los alcaldes y “aun creo el cabildo” cedieron y nombraron
por caudillo y juez a Lorenzo Rufas, y le dieron igualmente cuarenta compañeros
acostumbrados a la guerra con los indios. Los indígenas habían hecho dos
palenques muy fuertes para su defensa, uno de éstos era antiguo pues allí había
estado el capitán Baltasar Maldonado (hacia 1540) y fue derrotado después de
varios días de combate. Esto había dado origen a la asignación del nombre de
Palenques a los Amaníes de la región. Los indios lo habían reparado y
fortificado. Y habían hecho otro, en un sitio muy áspero. Los españoles les
prendieron fuego, después de varios días de combate, y los propios indios
también quemaron las casas que había adentro para darse tiempo de retroceder.
Pero, de allí, también los echaron y luego, se retiraron a Critascán, (Aguado,
/1582/ 2007: 251-252 y 255), y los españoles terminaron victoriosos.
Entretanto,
envió Salinas a un caudillo llamado Francisco de Ospina a buscar indios, a los
cuales encontraron con armas en la mano, arcos y flechas con hierba y macanas.
Hubo un enfrentamiento, por lo cual lo llamaron de la Guázabara y luego los
indios prendieron fuego a sus casas y sementeras “pareciéndoles que no hallando
los españoles las casas en pie ni las comidas a mano, les sería forzoso
tornarse luego y salir de su provincia” (Aguado, /1582/ 2007: 222).
Francisco de
Ospina era de los cuarenta vecinos de Vitoria a quienes no les había tocado
encomienda o la habían vendido, por lo cual tenía un gran interés en hallar un
sitio para otra fundación y había salido en “demanda
de unas provincias de indios de quien se tuvo noticia”, la halló a doce
leguas de distancia, indios Pantágoras de los mismos que ya habían conocido y,
aunque el poblado estaba abandonado e incendiad, allí pobló la ciudad de
Remedios, el 15 de diciembre de 1560, la volvieron a poblar, el 27 de abril de
1561, donde sólo duró un año y cuatro meses. Pero como había sido fundada sin “orden ni de su capitán, ni de la Real
Audiencia”, ésta envió dos comisionados, el capitán Rodrigo Pardo y luego
el capitán Lope de Salcedo, quienes habiendo oído a Ospina dieron por buena la
fundación, pero la volvieron a cambiar de sitio porque la mayoría de indios
estaban alejados, y por lo tanto era “difícil
servirse de ellos y adoctrinarlos”, fueron al llamado valle de San Blas, el
16 de septiembre de 1562, donde permaneció por veinte y seis años y siete meses
(Simón, /1625/ 1981: 426-427).
Esta ciudad de
Remedios, durante el tiempo que duró, si tuvo, finalmente, buena suerte… tenía
buen clima, buenas aguas y tierras para el maíz y muchos indios que la servían.
Tenía iglesia, ermitas, hospital y cofradías… Acudieron mercaderes que les
llevaban lo necesario a cambio del oro que sacaban, pero luego éste faltó y a
la vez “gran cantidad de indígenas
murieron, por una epidemia de viruela. Obligoles, lo anterior, a volver a
cambiar de sitio, a mudarla 20 leguas más al norte, como lo hicieron a las
sabanas de San Bartolomé en 1589”; aprovechando que tenían las minas cerca
y podían criar ganado… pero, empezaron a morirse los vecinos y los indios, porque
no había mercaderes, tenían muy tasada la comida, además de lo insalubre del
sitio. Todo lo cual, hizo que Baltasar de Burgos Antolines y Diego de Ospina,
(hijo de Francisco de Ospina el fundador) que oyeron de quebradas y ríos con “buena abundancia de oro”, se fueron
buscándola, y la encontraron a 18 leguas, en el sitio que llaman Las Quebradas,
uno de los más ricos suelos que han descubierto “los hombres en el mundo”. El corregidor de Mariquita, Alonso de
Andújar, en 1594, hizo que se mudara y se llamara La Quebrada de allí en
adelante; era un sitio donde los indios en las madres de los arroyos sacaban,
en la arena, el oro a puñadas. (Simón, /1625/ 1981: 428-429). “La construyeron fácilmente, cortaron los
árboles para edificar 60 casas y tiendas, cubiertas de hojas de palma sin
clavazón, porque de esto sirven los bejucos”,… “con que queda absuelta toda
duda que alguno podía tener en la facilidad con que se mudó esta ciudad tantas
veces”. (Simón, /1625/ 1981: 430) y también, de qué clase de ciudades se está
hablando…
Avanzaban,
saqueaban, utilizaban indígenas y esclavos para el trabajo agrícola y la sacada
del oro y una vez que éstos desaparecían por la explotación, por las
enfermedades, seguían adelante en busca de otra zona para establecerse, dejando
atrás la desolación. Cambió de sitio y de nombre, se llamó Las Quebradas, el
cual en dos años vino a ser el pueblo más rico de su tamaño, pero luego,
también decayó:
“Pero, al
fin, como riquezas de ellas que por muchas que se tienen pocas quedan y siempre
la mano corta y tasada, se le echó de ver a pocos años que agotándose esto con
la priesa que le dieron y saliendo de ella misma algunas enfermedades con que
vino aquel gran número de esclavos a quedar en menos de quinientos. Y habiendo
sido los gastos de sus amos excesivos y sin consideración, ha llegado todo en
estos tiempos a ser de harto poco, por la gran baja que en todo ha habido, y no
ha sido menor en los indios. Pues de aquel gran número que dijimos que había,
hoy han quedado poco más de doscientos cincuenta.
(Simón, /1625/1981: 431)
Y “hubieran conseguido su crecimiento
aplicándose a conservar los pocos indios que hallaron, para seguir con
templanza la labor de los minerales.
Pero como el ansia de enriquecer de golpe se aumentaba cada día más, apuráronlos
tanto, que con su disminución y otros acaecimientos ha descaceido mucho la
población, aunque ya mudada de sitio más cercano a Victoria, que apenas
conserva algunas cuadrillas de negros” (Fernández de Piedrahita, 1973; p.
764). No habían garantizado la reproducción social, ni para indígenas ni para
esclavos, en su afán de enriquecerse rápidamente, lo que lograban era su
decaimiento a mediano o corto plazo.
Así les ocurrió
en la ciudad de Victoria que quedaba a 12 leguas de la de Mariquita, Valencia
Llano (2010; 130 y 146) citando a Francisco Guillén Chaparro (1583/2010) en
referencia a Victoria, dice que tuvo 700 tributarios y una población total de
2891 personas, que “se descubrieron
muchas y labraron muchas vetas de oro muy ricas” pero que “por haberse consumido y acabado los
naturales de la provincia de los Palenques en sus guerras y enfermedades”
se han dejado de seguir y así no han podido sustentarse los españoles que había
en esa comarca. Era una “tierra lastrada
en oro y que hervía de gente” pero habiéndose acabado la gente a los pocos
años, cuando faltó la sacada del oro, los vecinos determinaron mudarse a otro
sitio, y después a la boca del río Guarinó,
“por donde entra en el rio Magdalena”, plantándose en ambas márgenes, donde
estuvieron poco tiempo, “porque las
incomodidades les forzaron a reducirla a Mariquita”. En estas
“transmigraciones” también se mudó un convento que se había fundado en Victoria
y permanece hoy en la de Mariquita. (Simón, /1625/ 1981: 304).
La fundación de
Santa Agueda de Gualí, realizada por Jiménez de Quesada, probablemente en el
año 1574, tampoco pudo sobrevivir. “No se
ha encontrado vestigio alguno, esta ciudad fue importante centro minero por
cerca de 30 años y que fue destruida por los indios comarcanos, pero se cree
que estuvo cerca de Fresno” (Henao, 1943).
En 1613 Simón
vio como el oro permitió que veinte españoles que constituían la nata del
pueblo, inicialmente llamado de los Remedios, tuvieran más de 2.000 esclavos,
que contribuían con la explotación del oro. Pero, al fin a los pocos años se
agotaron las minas y las enfermedades atacaron a indios y a esclavos… (Simón,
/1625/1981: 431) por lo cual decidieron
trasladarse también a Mariquita. Concluye el cronista, que había en estas
provincias más de 30.00 indios “que se
han venido a resolver en cosa de dos mil quinientos, poco más o menos, por las
razones que dijimos de los de Ibagué, que todos han corrido igual fortuna,
repartidos en treinta encomenderos que algunos ya sólo conservan ese título por
haberse acabado totalmente sus indios” (Simón, /1625/ 1981: 304). No se
hace el cálculo de esclavos que también eran numerosos, en un momento dado hubo
2.000; ni de las pérdidas de españoles, quienes por las enfermedades, por el
clima y por las luchas con los indígenas, también perecieron. “Los españoles hicieron lentos avances en la
zona de Mariquita, pues tropezaron con indios hostiles, falta de mano de obra
suficiente, y un escaso conocimiento de las técnicas de refinación de la plata
en la veta” (West, 1972; 43) Así terminaron los intentos de conquistar y
colonizar esta zona de la tierra caliente, dejando atrás la ruina y la
desolación.
CONCLUSIÓN
Así fue como
desaparecieron poblaciones indígenas aledañas recordadas con los nombres de
Octaná, Cocozná, Hontaón, Mercado, Juan de la Peña, Amani, Critascán, Juan del
Llano, Sarara, Ingrimá, Guaconá y Punchiná, todos localizados en los
territorios ocupados hoy por Samaná, Norcasia, Marquetalia, Victoria,
Manzanares y La Dorada, en el actual Caldas, y Remedios y otras poblaciones del
sureste antioqueño (Ocampo Cardona, 2012, p. 79).
La conquista de
la Tierra Caliente fue una empresa de valentía y de barbarie. En la que los
españoles intentaron por todos los medios instalarse y enriquecerse, sin
lograrlo, pues fue todo a corto plazo. Por el clima, por las selvas pavorosas a
las cuales se enfrentaban, por las enfermedades que cogían; además y sobre
todo, por la resistencia y la lucha de unas pequeñas comunidades, que junto con
la ofensiva lanzada por los Amaníes, puso en peligro su conquista. Pero la
derrota final fue porque “no se preocuparon
por crear y garantizar las condiciones para la reproducción social de la
población indígena y de la misma comunidad de españoles…” (Prodepaz, sf)
Es poco lo que
se conoce sobre los grupos que la habitaban y que se enfrentaron con los
términos de su lengua, por los cuales fueron después conocidos: “Patami, patama, patamita, patamera,
patanta (no sé, no hay, no quiero)”; hasta con todas las armas que tenían a
su alcance, en una resistencia, que implicaba el abandono de sus pueblos, la
quema de sus productos de sobrevivencia, el poner trampas envenenadas en los
caminos, el uso de las flechas y puyas, el dejar el camino sembrado de
calaveras, los suicidios colectivos, hasta llegar a los Palenques de los
Amaníes, verdaderos fuertes defensivos. Pero su resistencia fue en vano,
finalmente fueron dominados y sometidos a una explotación tan violenta, aunada
a la aparición de enfermedades, que finalmente y antes de completar siquiera un
siglo de conquista desaparecieron. Los
esclavos corrieron con la misma suerte, y la minería artesanal que se realizaba
sólo contribuyó a volver rápidamente los sitios en un árido recuerdo, lo cual
los obligó a regresar a Mariquita y dejar abandonada la zona. “Toda esta tierra esta lastrada de oro y
plata; pero por la falta de gente no se extraen con más abundancia estos
metales que hacen bailar al hombre y al perro”. (Rodríguez Freile,
/1636/1984; p. 278).
Quedan como
recuerdo, de estos grupos algunas urnas funerarias, elementos de orfebrería,
cerámicas de uso decorativo, recipientes domésticos, volantes para hilar,
rodillos, hachas de piedra y estampaderas… y a orillas del río Samaná, cerca al
corregimiento de Arboleda se encuentra una piedra que tiene casi cuatro metros
de altura, y en ella talladas distintas figuras (Alzate, 2001; 26).
Sus atrocidades
están a la vista, pero no se les hace justicia a los aventureros españoles si se los ve como meros monstruos de
abominación, como no les han hecho justicia a los pueblos americanos los
justificadores de oficio de la Conquista, al desconocer con torpeza las
civilizaciones nativas, al negar la vasta desventura del genocidio y al no
esforzarse por entender a unos pueblos cuyo cielo ya irrecuperable se desplomó
en pedazos. (Ospina, 1998; 68-69)
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