INSTITUTO MANIZALES…
Medio siglo de éxodo, tiza y cuadernos
para la historia de la educación de Manizales
Al iniciarse la década de los 60, los años locos del nadaísmo, el rock and roll, los Beatles, y el hipismo, mi familia viajó a Villamaría, la población cercana a Manizales, que en ese entonces era un pueblo de grandes caserones de tapia, bahareque y calicanto, decorado con sus huertas plenas de hortalizas y claveles, era la única opción que encontró nuestro padre para que pudiéramos ingresar al bachillerato. Allí vivimos nuestros años juveniles mientras asistíamos al Instituto Manizales, colegio que nos vio deambular por sus corredores de madera y enchambranados de la vieja construcción de arquitectura paisa, localizada en donde hoy es la Caja de la Vivienda Popular.
El Instituto Manizales apenas llevaba cuatro años de funcionamiento, era una institución educativa creada por el gobierno municipal para suplir la necesidad de dar estudios secundarios a los niños y adolescentes de los estratos bajos de la población, que por carencias de dineros no tenía acceso al Instituto Universitario y a los tres o cuatro colegios privados que funcionaban en ese entonces. Un colegio que se convirtió en “Faro de la juventud” pobre de Manizales, que le permitió a la misma “luchar con tesón en busca de una vida hermosa y sana”, según la letra de su himno.
Recuerdo que en esa época en los pueblos, y muchos de los estudiantes del Manizales veníamos de la provincia, no tenían colegios o sólo brindaban los primeros cuatro años, por lo cual había que buscar a la capital para poder culminar el bachillerato, quien no podía hacerlo estaba condenado a permanecer con los únicos conocimientos de la primaria, y aprovechando cualquier opción laboral que se le ofreciera en su población.
Retomando mis recuerdos, todos los días viajábamos, mi hermano Germán y yo, desde Villamaría en el bus de don Isidro o en “chivas” que venían de Papayal y Santo Domingo, veredas paramunas de la población. Ya en el colegio, alegres, entusiastas y llenos de optimismo, recibíamos las clases en salones sencillos, con pupitres viejos y poco estéticos pero que nos permitían recibir con cierta comodidad, las clases que nos impartían los maestros de entonces (la palabra profesor vino después), don Rafael Otálvaro, don Fabio Quintero, don José Manuel Martínez, don Benjamín Cardona, don David Toro, don Goar Emilio Hernández, el Padre Fabio Villegas, don Gilberto León Rico, don Guillermo Ceballos, y tantos otros, liderados por don Antonio Jaramillo Ángel o don Augusto González Franco, rectores que fueron en ese entonces del Instituto.
Las clases de matemáticas, castellano, geografía, historia, ciencias naturales, inglés, cooperativismo, manualidades, dibujo, música y educación física, se sucedían todos los días. Y nosotros, inquietos como todos los niños del mundo, escuchábamos, hacíamos pilatunas, aprendíamos, jugábamos en los recreos y avizorábamos un futuro de progreso… y don Duviel Salazar, el coordinador de disciplina, en la jugada, atento a nuestros deslices para corregirlos. Por entonces Colombia era un país que apenas se preparaba para ingresar en la modernidad y el desarrollo, los problemas de orden público que lo aquejaban era una delincuencia enquistada en los campos, producto de la violencia partidista de los cuarenta y cincuenta.
Manizales, todavía era un pueblo grande que vio surgir, poco después, los barrios populares para dar vivienda a la clase obrera que surgía acelerada gracias al incremento industrial, Minitas, La Sultana, Fátima y Aranjuez, construidos por el Instituto de Crédito Territorial; y Pio XII, producto de la invasión de unas laderas por gentes humildes, desesperadas y ansiosas de tener un hogar permanente. Y mientras la ciudad crecía, nosotros también. Las exigencias educativas se incrementaban a medida que pasaban los años, y nuestros maestros, a la vez que nos brindaban el conocimiento intelectual, nos formaban espiritual y moralmente con su ejemplo, su plática y su acercamiento paternal.
Eran otros tiempos, otros afanes, otros intereses, aún no se había presentado esa invasión desaforada de la tecnología, del consumismo, del materialismo y hedonismo que hoy nos apabullan. Las mentes eran más inocentes, los intereses más individuales y la solidaridad era la constante. El respeto primaba en todas nuestras acciones, y la edad merecía el acatamiento y el cariño que brindaba la experiencia.
Nuestros maestros fueron como unos segundos padres y aun cuando la férula todavía imperaba, se aceptaba como un medio normal y que creaba disciplina y templaba los caracteres… Las clases de castellano y literatura de don Arnoldo Quintero y don Filemón Valencia, nos llevaron de la mano por la buena poesía y la lectura de los clásicos que hicieron de nosotros, alegres lectores y amantes de los buenos libros; y en algunos casos, nos llevaron a cubrir las páginas blancas del papel, con escritos literarios o comentarios periodísticos: Así lo hicimos Roberto, mi hermano, Eduardo García Aguilar, Bernardo Jaramillo Ossa, Yezid López, y yo, entre otros, que quedamos tocados con el veneno sutil de la literatura.
Y pasaron los años y con mis compañeros José Nubier, Gilberto, Francisco, Germán, Libardo, Yesid, Álix, Héctor, Alonso, Manuel, Hugo, Arturo y Alcides, entre los 37 que finalizamos el sexto, vimos como cada año, luego de los llamados exámenes finales que realizábamos en cada asignatura en noviembre, el mes de las Ánimas y de los tormentos para nosotros, pues sus resultados podían definir la ganancia o la pérdida del año, con las consecuencias que ello acarreaban, nos acercábamos más a la meta anhelada. Y en 1966 fue el grado y el Instituto Manizales quedó en nuestros recuerdos, en forma indeleble, no solo por la educación recibida, sino por esos lazos de amistad, compañerismo y fraternidad que se fijaron entre todos nosotros.
Ya con los estudios secundarios concluidos, fue el afán laboral del joven enfrentado al mundo y, para mi fortuna, lo fue en el Magisterio, en el Colegio de Varones San Joaquín de mi pueblo natal, gracias a la generosidad de don Tobías Bustamante quien me nombró, sin necesidad de contactos políticos, concursos y demás que tanto se estilan hoy en día. Sin pensarlo, este trabajo iría a marcar con tinta indeleble mi futuro intelectual y cultural. Corría el año 1967 y con apenas veinte años, ya me enfrentaba con decisión a la cátedra para unos alumnos que antes habían sido mis amigos de la infancia y que, por la limitación educativa del Risaralda de entonces, no habían podido cursar su bachillerato.
Y lo propio ocurrió con mis compañeros de estudio, la vida laboral los esparció por Caldas y por Colombia, unos se hicieron profesionales, otros, trabajadores del gobierno y los más, se dedicaron a enfrentar la vida con todos los retos que ella entrega en el decurso temporal… Y el Instituto Manizales, nuestro claustro añorado, también siguió su vida institucional. El trabajo, la distancia y otras circunstancias, nos alejaron del mismo, pero a través de la prensa supimos de sus problemas, de sus éxitos, de sus nuevos proyectos institucionales, de su proyección dinámica y cultural con la comunidad de Manizales, de sus festivales de teatro estudiantiles y tantas otras actividades de inmenso valor para la juventud y para la sociedad.
50 años después, vemos como se avizora un futuro de grandeza, de nobles decisiones, de valiosas empresas y nosotros, egresados de nuestro Instituto, estamos aquí, acompañando a nuestro querido colegio, departiendo con sus nuevas generaciones y recordando con el cabello blanco y las arrugas que da la experiencia, que una vez fuimos niños y jóvenes, ansiosos de obtener un cartón de bachiller en este, nuestro Instituto Manizales.
El mismo que nos reúne para celebrar con alborozo y alegría la presentación de su libro… ¡Nuestro Libro! INSTITUTO MANIZALES… Medio siglo de éxodo, tiza y cuadernos para la historia de la educación de Manizales, un texto que anhelábamos y que gracias a la paciencia benedictina, al trabajo minucioso del investigador incansable y al tesón de Javier Sánchez Carmona, su autor, hoy podemos degustar como el plato más exquisito para despertar el recuerdo.
Porque eso encierra en sus páginas este libro, el aroma del pasado decantado con los años, los recuerdos de infancia, de adolescencia y de juventud y la suma de conocimientos y experiencias que nos catapultaron a la vida adulta, para enfrentar el mundo con sus retos y obstáculos, forjando nuestras vidas de hoy.
Es una obra que en 210 páginas repartidas en los capítulos: Génesis y evolución histórica; Personajes del Instituto Manizales; Lista bíblica: imborrables del recuerdo; Anecdotario y Bachilleres del Instituto Manizales, encierra los 50 años de vida institucional recorridos con entusiasmo, optimismo y deseo de progreso que siempre han sido la constante de su personal humano.
Un libro, en fin que lleva la impronta del estilo alegre, especulativo y profundo del académico Sánchez Carmona, quien ha vivido su vida laboral en medio de la pedagogía, los buenos consejos, la música que exalta el alma, la amistad inigualable y el contacto con los libros, esos mismos libros que quiso escribir y que lo logró, rescatando la historia grande y la historia chica de varias instituciones educativas de Caldas: Instituto Universitario, Colegio Marino Gómez Estrada, y ahora el Instituto Manizales.
Gracias Javier en nombre de toda la Comunidad Educativa de nuestro Instituto Manizales, por las páginas escritas que encierran lo más sencillo, lo más especial y lo más diciente de nuestra historia…
Ahora sí quedamos tranquilos, nuestros recuerdos que suelen deformarse o disolverse en la maraña de la nostalgia o del olvido, van a tener la coraza firme de lo escrito, de lo fijado en las páginas cálidas de un libro que no miente y que será nuestro compañero fiel en el ocaso de nuestras vidas.
¡Instituto Manizales, ya tenemos Historia y eso nos regocija!
Fabio Vélez Correa
HISTORIA DEL INSTITUTO MANIZALES INSPIRA A UN DOCENTE
Jorge Eliécer Zapata
LA PATRIA | Supía
Javier Sánchez Carmona, autor del libro Instituto Manizales, medio siglo de éxodo, tiza y cuadernos, durante su presentación en el Fondo Cultural del Café.
De la cantidad considerable de colegios de bachillerato que tiene el departamento de Caldas, muy pocos tienen su historia escrita, pues es labor ardua hacerla y se teme dejar por fuera acontecimientos, personajes o anécdotas que a veces definen una institución, pues algunas de ellas son fruto de luchas colectivas o personales más que de la intervención del Estado, y en esos casos se deben resaltar con mayúsculas aquellos personajes que lo dieron todo para que su pueblo o su barrio tuvieran su colegio. Por eso tantos establecimientos educativos llevan nombres de sacerdotes o de dirigentes cívicos, antes que de próceres o de dirigentes políticos.
Historiando la educación
El académico Javier Sánchez Carmona, educador de profesión y director de agrupaciones musicales, ha puesto su empeño para que algunos centros educativos cuenten con su historia escrita, aportando así al acontecer global de la educación en el departamento. El caso concreto es Confesiones de un gran colegio, sobre el Instituto Universitario, Cien años entre la neblina tejiendo futuro, sobre el colegio Marino Gómez Estrada de Aguadas, Instituto Universitario de Caldas 80 años, o sea, dos libros sobre esta institución, y ahora Instituto Manizales, con motivo de sus bodas de oro.
En la contraportada de la obra, Sánchez Carmona anota: “Medio siglo atrás, el Concejo de Manizales, por acuerdo, creó un colegio para hijos de los trabajadores del municipio y, en general, para la clase condenada al desamor de la fortuna.
Se iniciaron las labores académicas, pero, como familia nómada, liando bártulos con libros, tizas y cuadernos, en continuos desplazamientos desde locales destartalados hacia sedes en los límites entre la pobreza absoluta y la ruina”.
Personajes
Todo lo que ha marcado una institución educativa de alta importancia para las clases populares de Manizales queda en esta obra, donde se han formado personajes de la vida nacional como Bernardo Jaramillo Ossa, Candidato presidencial, Roberto Vélez Correa, renombrado escritor, Fabio Vélez Correa, escritor y académico, Yesid López López y Diego Zuluaga Triviño, periodistas, Fabio Arias Gómez, Caricaturista, Eduardo García Aguilar, escritor de renombre internacional, Juan Carlos Acevedo, laureado poeta, entre centenares de profesionales en variadas ramas del saber.
El itinerario del Instituto Manizales muestra muchos aspectos: el interés de algún gobierno municipal por las clases populares y a la vez el desinterés de muchas administraciones por su redención, pues más de cincuenta años después de fundado el colegio, aún no sabe a dónde irá a dar, cual va a ser su futuro, pero este es un retrato de la realidad nacional.
El aporte del académico Javier Sánchez Carmona en el que campea el humor, nos hace mirar la solidez de la que goza un importante colegio de Manizales, su lucha por sobrevivir, su aporte a la sociedad y la visión de sus directivos por proyectarlo hacia un futuro mejor que resume el subtítulo de la obra: Medio siglo de éxodo, tiza y cuadernos, que sintetiza la paciencia de la que se han revestido por más de medio siglo profesores, estudiantes y padres de familia.
(La Patria, Cultural, miércoles 21 de diciembre de 2011, p. 2b)