EL PAISAJE CULTURAL CAFETERO
Por:
Alfredo Cardona Tobón
RESUMEN
Este artículo
muestra la importancia que representa para la región haber sido declarada por
la UNESCO
como Patrimonio Cultural de la Humanidad. Ilustra, además, sobre la génesis
cafetera en este territorio, los valores de la comunidad, sus imaginarios, la
organización cafetera y la cultura alrededor del grano.
Se sintetiza el
proceso generador y desarrollo de la cultura cafetera y lo que ha representado
para la economía del país, con la serie de elementos que le son afines en la
vida cotidiana: procesos y cultura alimenticia; desarrollo de la vivienda
campesina de guadua y bahareque; actividades en torno a la cosecha del grano y
arraigo religioso en las costumbres; mecanismos de transporte (arriería, chivas
y jeeps) y el imaginario mítico.
Un estudio que
pretende hacer parte del proceso difusor del patrimonio cafetero regional,
declarado como universal por la UNESCO.
PAISAJE CULTURAL CAFETERO
Un paisaje
cultural es el resultado de las actividades humanas en un territorio cuyas
características físicas se entrelazan con ellas, para crear una forma de vida y
unos imaginarios, que con la naturaleza, forman un todo irremplazable y
diferente.
Por lo anterior,
cuando nos referimos al denominado Eje Cafetero, conformado por los
departamentos del Viejo Caldas y regiones del norte del Valle se puede hablar
de un Paisaje Cultural en un área montañosa y fértil, poblada por gentes de
costumbres paisas que estableció un modo de vida en torno al cultivo del café.
El Paisaje
Cultural Cafetero (PCC) es una mezcla de componentes macro como el clima y la
topografía con otros componentes como la arquitectura, el tipo de transporte,
la música, la alimentación, la relación de trabajo entre el peón y el patrón,
la vida cotidiana en las fincas cafeteras, los detalles en la casas campesinas,
las fiestas y las creencias.
El PCC a menudo
es invisible para quienes vivimos en su entorno, pero dilata las pupilas al
forastero que admira asombrado los miles de tonos de verde de sus campos, el
sonido de los riachuelos encajonados en las montañas, las alboradas de neblina
y se pierde en los horizontes tachonados con el amarillo y el lila de los guayacanes
enmarcados en los paisajes.
Para proteger,
conservar y divulgar este regalo de Dios que pulieron los ancestros, hace unos
diez años el Ministerio de Cultura y la Federación de Cafeteros iniciaron un
proyecto para presentarlo a la UNESCO con la colaboración de alcaldes, gobernadores, corporaciones
regionales y varias universidades.
Después de un
arduo trabajo se seleccionaron las zonas más representativas, se fijaron
objetivos y se fundamentó el trabajo de acuerdo con las exigencias de UNESCO, para que
nuestro Paisaje Cultural Cafetero fuera declarado patrimonio de la humanidad.
Para lo anterior se tuvo en cuenta la labor tesonera de nuestros antepasados
para convertir la selva en un mar de cafetos, la belleza de nuestro territorio,
el compromiso de las comunidades y la organización cafetera, que según la UNESCO tiene un
valor excepcional que distingue al PCC de otros paisajes culturales del mundo,
pues las funciones de la Federación de Cafeteros son un modelo de acción
colectiva de desarrollo de capital social, que además de una labor técnica y
comercial tiene como objetivos elevar el nivel de vida de los campesinos
impartiéndoles educación y consolidando los valores de solidaridad, democracia
y respeto. Según Nuria Sanz, alta funcionaria de la UNESCO, el PCC no solamente es un testimonio
sino, además, una realidad productiva que combina la tradición con la
investigación, la alfabetización, la salud y la vivienda digna. El PCC de
Colombia, agrega Nuria Sanz, no es un escenario, es una institución que ha
desarrollado en paralelo con la función social, la producción y la calidad del
café, que es el eje que articula el desarrollo de la región.
Con la honrosa
designación que el Comité de Patrimonio Mundial de la UNESCO en
declaración de junio de 2011, nuestro PCC entró a formar parte de los
patrimonios del mundo. Es una distinción que enorgullece a los colombianos y
que permite aunar esfuerzos en el ámbito internacional para cuidar y proteger
al PCC.
TERRITORIO DEL PCC
Comprende 47
municipios de los departamentos de Caldas, Quindío, Risaralda y Valle del
Cauca, que abarcan 141 mil hectáreas de área principal y 207 mil de área de
amortiguación.
Los municipios
que conforman el PCC son los siguientes:
En Caldas: Aguadas, Anserma,
Aranzazu, Belalcázar, Chinchiná, Filadelfia, La Merced, Manizales, Neira,
Pácora, Palestina, Riosucio, Risaralda, Salamina, San José, Supía y Villamaría.
En Quindío: Armenia,
Buenavista, Calarcá, Circasia, Córdova, Montenegro, Pijao, Quimbaya y Salento.
En Risaralda: Apía, Balboa, Belén
de Umbría, Guática, La Celia, Marsella, Pereira, Quinchía, Santa Rosa de Cabal,
Santuario.
En el norte del Valle del Cauca:
Ansermanuevo, Caicedonia, El Águila, El Cairo, Riofrío, Sevilla, Trujillo y
Ulloa.
El PCC agrupa 24
mil fincas cafeteras ocupadas por unos 80.000 campesinos. Sin embargo vale la
pena anotar que al hablar del PCC no nos referimos tan solo a los labriegos,
pues el café influye en la vida de los dos millones de habitantes del llamado
Eje Cafetero, incluidas las tres capitales departamentales, Pereira, Manizales
y Armenia, cuyo desarrolló se basó en la
caficultura y son parte integral del cultivo, el proceso y la comercialización
del grano.
HITOS DEL PCC
Sin el café
Colombia habría sido distinta y seguramente más atrasada y más caótica. El
Viejo Caldas fue durante muchas décadas el emporio de la riqueza colombiana con
más del 70% de las exportaciones y excedentes para montar industrias y
diversificar la agricultura. Aquí nació una clase campesina con visión de
empresa y de progreso.
En esa labor
titánica para convertir montes en zonas productivas podemos señalar momentos
cumbres que señalaron el rumbo de la región:
· Colonización del
territorio: 1840-1920.
· Apertura de
mercados internacionales para el café.
· Creación de la
Federación de Cafeteros.
· Creación del
Centro Nacional de Investigaciones del café, Cenicafé.
· Desarrollo de
nuevas técnicas de cultivo del café.
· La aparición de
la roya y de la broca, plagas que cambiaron totalmente la percepción sobre el
cultivo y la mentalidad de los cafeteros.
· Exploración y
explotación de nuevos nichos de mercado.
· El café paralelo
con el turismo.
ZONAS COLOMBIANAS DECLARADAS POR LA UNESCO COMO PATRIMONIO DE LA
HUMANIDAD
· Cartagena, 1984.
· Parque Nacional
de los Katíos, 1994.
· Centro Histórico
de Mompox, 1995.
· Parque
Arqueológico de San Agustín, 1995.
· Parque Nacional
Arqueológico de Tierradentro, 1995.
· Santuario de
Fauna y Flora de Malpelo, 2006.
· Paisaje Cultural
Cafetero, 2011.
EL CAFÉ COLONIZÓ LAS MONTAÑAS
Durante el siglo
XIX y principios del siglo XX la ley
adjudicó los baldíos con la condición expresa de arrasar los bosques. Ello dejó
como consecuencia las laderas
deforestadas, la selva transformada en matorrales y los arroyos
expuestos a la resolana, pues se incentivó la hecatombe de plantas y animales
al asignar una hectárea de bosque por cada hectárea de monte destruido.
El hacha de los
antioqueños abrió espacio para el maíz,
para el fríjol cargamanto y para los pastos del ganado blanco orejinegro, con
ellos continuó la economía de subsistencia, porque sin vías de comunicación y
sin grandes mercados lo único que daba
utilidad era el oro que extraían de las arenas y los cerdos gordos que vendían
en el Valle del Cauca.
Los productos de
la tierra no daban poder ni generaban riqueza; el medio para lograrlos era la
tenencia de grandes extensiones que amarraban peones, terrazgueros y agregados
a las grandes haciendas y con ellos, votos y “voluntarios” para las aventuras
guerreras.
En la región que
hoy constituye el Eje Cafetero, el tabaco solamente tuvo alguna importancia en
el Quindío, y las mieles de caña apenas se utilizaron para producir la panela
de consumo y obtener aguardiente tapetusa en rústicos alambiques; hubo que
esperar la llegada del café para que el panorama de extrema pobreza empezara a
cambiar y que las lomas expuestas a la lluvia y a los vientos volvieran a
cubrirse con los guamos, los carboneros
y los churimos que daban sombra a los cafetos.
El café llegó tímidamente a la región. Las
leyendas riosuceñas hablan de de un pequeño cultivo del sacerdote Bonifacio
Bonafont en los primeros días de la república, lo que es posible, pues un
paisano suyo, el sacerdote Francisco Romero, por ese entonces impulsaba el
cultivo del grano en Salazar de las Palmas,
un distrito situado en el nororiente de Colombia.
Después de
1820 llegaron a las minas de Marmato
numerosos místeres conocedores de
química, hidráulica, mecánica y hasta de agricultura; uno de de ellos, James
Tyrell Moore, además de inventar equipos, urbanizar a Medellín, establecer
fundiciones, se convirtió en el pionero del café en Colombia.
Mr. Tyrell Moore
sembró café en Valdivia, Antioquia y plantó cafetales en Sasaima, Cundinamarca;
además, implantó técnicas de beneficio y como remate, abrió mercado al grano
colombiano en puertos alemanes.
Eduardo Walker,
hijo de un capitán inglés que trabajó en Supía, en el año 1875 plantó un
cafetal en la vereda La Cabaña de Manizales; ¿hubo relación con Tyrell Moore?,
también es posible, pues el capitán inglés pudo haber conocido a Tyrell y
seguir de cerca sus exitosas empresas
comerciales.
Poco antes del
cultivo de La Cabaña, el gobierno del Cauca había concedido exenciones
tributarias a los cultivadores de café y quitó los aranceles a la importación de maquinaria y de elementos
para procesar el grano lo que animó a Simón López en Pereira y a Leonidas
Scarpetta en Salento a establecer cafetales y motivó al antioqueño Salvador
Pineda a sembrar café en terrenos comprados al resguardo indígena de Guática.
Despega el cultivo de café
A fines del siglo
XIX, Justiniano Mejía en Neira, Manuel Grisales en Manizales, Julián Mora en
Palestina… sembraron café e intentaron abrirle mercado, pero los altos costos
de transporte hasta el rio Magdalena y la falta de conexiones comerciales en el
exterior, frustraron sus proyectos.
La verdadera,
concreta y exitosa historia de nuestro café empezó luego de esos intentos con
la llegad de Antonio Pinzón, un empresario santandereano, que a buena hora se
radicó en Manizales. En la finca de El Águila, Antonio Pinzón sembró diez mil
palos de café y emprendió una campaña de difusión para acostumbrar a la gente a
tomar la grata bebida.
El señor Pinzón desarrolló equipos para
beneficiar el café, amplió los cultivos y abrió las puertas de exportación del
grano a los Estados Unidos. Al morir Antonio Pinzón, le sucede su hijo Carlos
E. Pinzón, joven de 19 años que heredó la fortuna, el tesón y la garra de su
progenitor.
Con Carlos Pinzón
se consolida la era cafetera: compra la finca del Arenillo donde siembra ciento
cincuenta mil cafetos; se asocia con prestigiosos manizaleños y forma un
emporio económico sobrepasado en Colombia solamente por el antioqueño Pepe
Sierra. Carlos E. compra fincas que llena de café, monta más de veinte
trilladoras en todo Caldas, organiza veintiséis puestos de compra, electrifica
los montajes de beneficio, impulsa la navegación del Cauca con ocho vapores que
llevan el café desde La Virginia hasta Puerto Isaacs para seguir por tren a Buenaventura, y en Nueva York
establece una oficina de negocios que combina la importación del café con la
exportación de mercancías.
De la mano del
campesinado los Pinzones cambiaron el rumbo incierto del territorio que hoy
conforma el Eje Cafetero: el cultivo del café agregó valor a la tierra, se
generaron excedentes que paliaron la pobreza y elevaron el nivel de vida de la
población y emergió una clase rural que, entre 1905 y 1925, produjo el 35% del
café colombiano exportado a los grandes mercados internacionales. La arriería y
el comercio asociados del café formaron grandes capitales que convirtieron a
Manizales, Pereira y Armenia en importantes ciudades colombianas, por el café
se construyó el cable aéreo y los ferrocarriles que cruzaron este territorio y
fueron los excedentes del café la base de la industrialización de Manizales y
del crecimiento comercial de Pereira.
El café se
convirtió en el eje de nuestra economía; la geografía se tiñó de café, pues no
hubo lomas ni obstáculos para sembrarlo y todo lo andable, entre los mil y los dos mil metros de altura sobre el
nivel de mar, se tapizó con cafetales.
El Borbón, el
Pajarito, el Maragogipe fueron las variedades colonizadoras, luego llegó la
densificación del cultivo con la variedad caturra y para contrarrestar la roya
los científicos del café desarrollaron la variedad Colombia. Luego vinieron la
variedad Suprema y la Castillo, en un proceso continuo en busca de calidad y
eficiencia.
El café se
enraizó en esta tierra grata, cuyas serranías solo le caminan al café. Ese
grano de redención se aferró al corazón de miles de cultivadores cuya esperanza
florece con los arbustos y revienta de alegría con el rojo oscuro de las
cerezas maduras en los horizontes verdes del paisaje cafetero.
SALVE SEGUNDA TRINIDAD BENDITA
¡Salve frijoles, mazamorra, arepa!
(Gregorio Gutiérrez Gonzales)
A las cuatro y
media de la mañana sonó el despertador; Mariela y Herney se levantaron, se
vistieron con ropa de trabajo y destrancaron la puerta. Luego salieron al
corredor y alumbrados por la luz del bombillo que medio espantaba las sombras,
se dirigieron a la cocina situada al lado del la casa.
Estaba haciendo
frio: una chucha se escurrió por la chambrana de chonta y tras varios intentos
abrieron el candado que aseguraba el valioso entable de ollas, sartenes, platos
y cubiertos.
El matrimonio se
acicaló un poco en la poceta contigua, el baño sería a las diez de la mañana o
al atardecer; los había cogido la tarde para iniciar el arduo ajetreo que
duraría hasta entrada la noche.
Mariela coló el
maíz cocido, dejó el claro en un recipiente de barro, prendió el fogón de leña,
montó la olla para la aguapanela mientras
Herney molía el maíz para las arepas. El día asomó entre los churimos y
el olor dulzón del café en la aguapanela se regó con el humo de la chimenea.
En el dormitorio
de los trabajadores una ranchera de Vicente Fernández puesta a todo volumen
acabó de despertar al personal; unas tórtolas madrugadoras empezaron a buscar afrechos en el empedrado del patio; en
el lavadero dos trabajadores se enjabonaban bajo el chorro que caía por una
canaleta de guadua y bajo los tenues rayos de sol de la madrugada otros tres
esperaban los tragos de café.
Desayuno con calentao
A las ocho de la
mañana Mariela tiene listo el desayuno. Al corredor llegaron los que trabajaban
a contrato y habían salido al corte después de los tragos; y estaba también el
personal al día que tras los tragos hacían roncha humando un cigarrillo o habían cortado leña para congraciarse con
Mariela o simplemente por puro comedimiento.
¡Qué olor tan
rico el casado del aroma del café con las arepas recién tostadas! Viene el tazón humeante acompañado de una
enorme arepa plancha y de remate el calentao de arroz con frijoles y hogao. Es el combustible para empezar la
faena. Después del desayuno reforzado, el patrón de corte se interna en los
cafetales y tras él toda la peonada. Se oye el chasquido de los machetes y el
crujir de las ramas. Un radio de pilas desgrana música de carrilera y al fondo
medio se oye una chicharra tempranera o el canto alegre de algún benteveo.
A las diez de la
mañana el garitero o encargado de
llevar la bogadera, aparece con
calabazos o con peroles de limonada si el día es cálido, o con café caliente si
está haciendo frio. Es un alto en la faena, un pequeño descanso que el personal
aprovecha para fumarse un cigarrillo o reposar unos minutos.
A las once y
media de la mañana los trabajadores buscan de nuevo el dintel del corredor, el murito
frente a la cocina o la banqueta con mantel
plástico de arrebolados colores. No es necesario mucho menaje, basta un
plato hondo, una taza grande y una cuchara para despachar con entusiasmo el
caldo sustancioso, con plátanos a discreción, algunas papas, trozos de yuca y
una presa de carne gorda y como seco
arroz con tajadas de plátano maduro y de remate un tazón de aguapanela.
En la dieta
montañera no hay legumbres y muy poca fruta; la ensalzada mazamorra se ve
contadas veces y no existen las medias
mañana ni los algos parviados. La
gastronomía de las fincas varía poco: el café se cambia por chocolate, la carne
por los huevos y como suceso extraordinario aparece un tamal o un vaso de
leche.
Llegó la comida
A las seis de la
tarde se sirve la comida: es la hora de los fríjoles con arroz , las tajadas de
plátano maduro y chocolate aguado, todo en abundancia, con morro , pues de lo contrario el personal se rebota porque lo están matando de hambre.
A las siete de la
noche Mariela remata la faena con una taza de café o de aguapanela con unas
rajas de canela y cierra la cocina con candado. No habrá fuerza humana que la
obligue a preparar más comida hasta las cuatro y media de la mañana del día
siguiente.
Tres mundos distintos
Si se corre el
rumor de una finca con mala lata se
puede perder una cosecha porque será imposible conseguir recolectores. El
alimentador es un personaje clave porque además del bastimento, debe lidiar con
genios y gustos; para tan complejo asunto el alimentador trabaja en llave con su
compañera: él merca, controla a los gariteros, consigue la leña para el fogón,
lleva los racimos de plátanos; ella, por su parte, cocina, da la sazón, asea y
mantiene listo el menaje.
Lo descrito
corresponde a una finca grande o mediana. Otro mundo viven los minifundistas y
las familias de los trabajadores que habitan en casas humildes. Durante la
cosecha los grupos familiares se sostienen, pues la mujer y los hijos recogen
café, pero en los tiempos fríos, es decir cuando no hay cosecha, no todos encuentran trabajo y las necesidades rondan y acosan a
estos compatriotas. El condumio habitual es un caldo con sustancia de hueso
acompañado de plátanos, un poco de arroz y aguapanela…
Además de esos
dos mundos está el de los afiches turísticos con casas de corredores, bandeja
paisa, chapoleras con trajes de fantasía y con Juan Valdez y su mula Margarita.
Es el mundo de las fincas grandes y
medianas, de los empresarios y comerciantes que giran alrededor del café. Es un
escenario con sus luces y sus sombras que se entrelaza con labriegos y
cementeras para conformar nuestro paisaje cafetero.
Al colono le
bastó un rancho de vara en tierra mientras abría la selva y sembraba maíz y
frijol después, para proteger a su familia del sol y de la lluvia levantó una
modesta edificación de bahareque con techo de paja a la que adosó corredores
con chambrana de chonta y una cocina con fogón de leña, estantillos para curar
la carne con el humo y travesaños para colgar las ollas de barro y la chocolatera
de cobre.
¿Y las casas
solariegas?
Las casas de
alcurnia en medio de la pobreza general vinieron después de las primeras olas
de la colonización; llegaron con los grandes propietarios, con monseñores y
generales, con los Gutiérrez y Jaramillo, con los Arango y los Mejía… es decir
con los paisas del curubito, dueños
del poder, de prosapia alpargatuda y con algún alférez español en el árbol
genealógico.
Si los hidalgos
europeos tuvieron sus castillos, los epónimos ancestros criollos tuvieron su
casa solariega, sin almenas pero con balcones y enormes ventanales, sin los
austeros recintos de piedra pero con luz, flores, solar con limonar; aguamanil
en vez de fuentes; patio empedrado y zaguán con enorme puerta y contrapuerta.
La casa solariega
de los bisabuelos con dinero y abolengo fue la impronta de la familia; se
heredaba de generación en generación y se trasmitía como los genes o la sangre…
fue un santuario con historia y fantasmas propios. El tamaño y el mobiliario de
esas casas dependían de los recursos económicos, del número de hijos y eran
indicadores de la posición social de la familia.
Blasón de una estirpe
Los ancestros,
por más poder y distinciones que ostentaran, eran campesinos de alpargatas o de
pie en el suelo aferrados a la tierra; por eso las casas solariegas estaban en
el poblado y también se construían en el campo; las primeras buscaban el marco
de la plaza o las manzanas adyacentes, las rurales aparecieron inicialmente en
las zonas ganaderas y cuando surgió el café adornaron las grandes fincas
cafeteras.
Las casas
solariegas eran parte de la arriería, del cacao, del comercio y de los cruces
camineros; no rimaban con aldeas pobres sino con poblados distinguidos como
Salamina, Aguadas, Manizales… y cuando apareció el café engalanaron las zonas urbanas y las veredas
de Pereira, Calarcá, y Armenia.
La casa solariega de la zona urbana
La edificación es
rectangular con un gran patio interior, habitaciones contiguas con puertas al
exterior, amplios corredores internos, un zaguán con portón y contraportón,
techo de teja de barro y un solar trasero con árboles frutales. La diferencia
de las nuestras con las del oriente colombiano está en los materiales, pues las
de Villa de Leiva, por ejemplo, son de tapia pisada y en las de la zona paisa
es el bahareque con guadua.
Algunas casas
solariegas tenían un portón auxiliar que comunicaba un callejón lateral por
donde entraban las vacas de ordeño y las bestias hasta el patio trasero; el
comedor era enorme, con mesa de cedro de doce o más puestos donde se atendía a
los mayores, pues los chicos comían en la cocina, también con un área enorme
para dar cabida a graneros y alacenas con el menaje de uso cotidiano.
Los comerciantes
y funcionarios preferían las casas de dos pisos. En el primero se ubicaba el
negocio o el despacho y en el segundo se alojaba la familia, atrás de la
vivienda estaba el patio con árboles frutales y un corral para las gallinas.
La casa solariega rural
Es de dos
plantas, con corredores en ele en ambos pisos y ventanales que llevan luz y sol
a las habitaciones contiguas. En la parte baja está la cocina, el lavadero, el
cuarto de trebejos y el depósito para guardar los bultos de café o de maíz, y
en el amplio corredor central se ubica el comedor de diario.
En la parte alta
están los dormitorios con cuartos amplios para varias camas; en la finca no hay
sala de recibo, la zona social está en el corredor del segundo piso donde se
atienden visitas y se reúne la familia para departir y rezar el rosario.
En el poblado
predominan los colores austeros, pero en el campo se aprecia la algarabía de
colores amarillos y verde biche, rojo fiesta, azul español y azul eléctrico.
Por doquier hay materas, tiestos de auroras y helechos de todo tipo.
En las casas
construidas en la época del cemento prima el ladrillo con corredores de guadua
y madera y últimamente se han remplazado las cubiertas de tejas de barro por
otras de fibrocemento.
De ayer a hoy
El costo de la
tierra y la pica de los constructores van diezmando las casas solariegas de las
ciudades en tal forma que apenas se aprecian en algunas zonas de las capitales
del Eje Cafetero y en Aguadas y Salamina. Esas casas enormes aferradas al
pasado se van convirtiendo en bibliotecas o en centros culturales Las casas
señoriales rurales han corrido con mejor suerte: se han librado de los
urbanizadores; ya no son el centro de las antiguas fincas pero se están
convirtiendo en hoteles y alojamientos campestres: son joyas de un pasado,
engastadas en el verdor de los cafetales y las haciendas ganaderas, con campos
deportivos, piscinas, jacuzzis, asaderos y muy cerca de centros poblados, de
aguas termales y parques temáticos. Son
oasis de paz, de aire limpio, envueltas por el canto de los pájaros y los
grillos.
Algunas, como la
del Arenillo de Manizales o la Casa de Monseñor en Salamina, son símbolos
históricos; otras como la de Llanoverde en Pereira reviven el olor de los
trapiches y la estampida de las mulas bajo los ciruelos centenarios que
enmarcan el paisaje.
En la vida de las
comunidades del Eje Cafetero se entrelazan los canastos y las camándulas; los
canastos son símbolo de la cosecha y las camándulas son el emblema de la
religiosidad de nuestra gente. Los canastos van de la mano con la euforia de la
cosecha y en las camándulas reverdecen los antiguos valores y dan la ocasión de
regresar a encontrarse con amigos de infancia y dar un abrazo a los seres
queridos.
Entre canastos
Los canastos
aparecen con los granos de los cafetos, son los indicadores fidedignos del
volumen de la cosecha y son como campanas que anuncian el despertar de los
pueblos aletargados que reviven en las tolvas de los beneficiaderos.
El canasto de
bejuco al igual que el alma campesina ha resistido todos los embates
modernistas; hay canastos para recoger el grano maduro; están los
despasilladores o separadores de la espuma y del café vano y se tienen los
canastos cargadores para transportar la pulpa, el café mojado y el líchigo del
diario yantar labriego; sirven a veces de baúl de recuerdos y hasta de cuna campesina.
En las plazas de
mercado son clásicos los vendedores de canastos, algunos vienen de los
resguardos indígenas y otros son artesanos con herencia bejuquera en sus venas; los encontramos al lado del atrio de la
iglesia, cerca de las compras de café o al pie de las cantinas; no tienen la
movilidad de los vendedores de sombreros pero son más visibles, pues el arrume
de canastos los hacen resaltar entre la multitud bulliciosa.
Entre el más acá y el más allá
En los domingos
de cosecha las calles pueblerinas son colmenas humanas; es como si reviviera un
volcán dormido: se compra y se vende, se enamora, aparecen los amigos y también
los enemigos. La peladez de meses
anteriores se convierte en euforia consumista, los recolectores con plata en el
bolsillo atiborran las cantinas y los burdeles y en cada esquina se ofrecen
chucherías, ropa, zapatos, linternas, celulares, pandebonos, panderos, forcha…
y todo cuanto chinos, gringos y antioqueños puedan ofrecer. En la cosecha los
carniceros y los tenderos recogen los fiados, los bancos recuperan su plata
para y las iglesias se llenan de gente que estrena y deja limosnas en las
hambrientas escudillas. ¡Adiós necesidades..! Por unos cuantos domingos
nuestros labriegos son dueños del mundo.
Aunque se ha
atenuado el fervor religioso, la presencia de Nuestro Señor Jesucristo, de la
Virgen Santísima y de los santos continúa siendo parte esencial de nuestra
cultura.
Los templos
católicos son las joyas más preciadas de estos poblados engastados en las
alturas; son monumentos que muestran la vitalidad de las comunidades, son un
índice de prosperidad o de deterioro de las localidades. Nuestros templos
tienen la particularidad de estar siempre en construcción, cambian con los
párrocos, que les ponen y les quitan sin consultar con nadie.
La Semana Santa
es la festividad religiosa que toca todas las fibras piadosas de los habitantes
de la zona cafetera. Algunas, como las de Salamina, Belalcázar y Manzanares
revisten gran solemnidad, pero en general, hasta la aldea más pobre y alejada
se esmera en celebrar la mejor Semana Santa y convocar a los fieles alrededor
de los valores religiosos.
En los municipios
la Navidad conserva las raíces ancestrales con el pesebre y la novena, los
buñuelos y la natilla, los aguinaldos, la marranada,
los regalos del Niño Dios y el estrén
del veinticinco de diciembre. En esos días llegan los familiares, la familia se
une y al Eje Cafetero llegan turistas colombianos y extranjeros que respiran
verdor, naturaleza plena y la hospitalidad de los nuestros.
En tiempo frio la
fiesta del Santo Patrono, va con novena, juegos pirotécnicos, vacaloca, la banda municipal y la vara
de premios. En la fiesta de la Virgen del Carmen se lucen los choferes, los
campesinos echan la casa por la ventana en el día de San Isidro y la colonia
boyacense de Manizales se hace sentir el día de Nuestra Señora de Chiquinquirá.
Sobre todo en el
norte caldense continúa vivo el día de la Santa Cruz, preludio de las lluvias
de abril, con los Mil Jesuses, el altar con la cruz y los pedidos de los fieles
escritos en papelitos que se depositan al pie del emblema cristiano; y en
varias localidades de tierra caliente, el día de San Pedro y San Pablo se echan
al vuelo las campanas y se prenden las fiestas
Con santos propios
Para los
aficionados al arte religioso y a las leyendas pías el Eje Cafetero tiene
numerosas propuestas, la imagen de San Antonio de Arma es especialista en
conseguir maridos, hay imágenes que no quisieron moverse de un sitio, imágenes
milagrosas como la Virgen de Fátima de San Clemente y Nuestra Señora de la
Pobreza en Cartago; el Señor del Improperio de Salamina trasciende allende los
mares… y las hay guerreras como el Cristo de los Rotavista en Quinchía, que
acompañó a las tropas conservadoras en las guerras del siglo XIX.
Además de
santuarios, catedrales monumentales y museos religiosos, se cuenta con santos
propios: Pácora tiene al beato Maya y va camino a los altares la Madre
Berenice, “La flor más bella de Salamina”; y como Pereira no se queda atrás en
nada, en la Perla del Otún invocan al padre Naranjito, un virtuoso sacerdote
con fama de milagrero.
Nuestro pasado
está ligado al café y a las sotanas; es imposible pintar un recolector de café
o una nativa embera sin un canasto; en cuanto a las sotanas no podemos hablar
de la Catedral de Manizales sin el padre Adolfo Hoyos o recordar al majestuoso
Cristo de Belalcázar y la Villa Olímpica de Pereira sin el padre Antonio
Valencia
Nuestro paisaje cultural es un retablo de
canastos y curas, de cantinas y templos, de aroma de café y olor a incienso, es
un mosaico de beneficiaderos y de santuarios, y de camándulas colgadas a los
canastos.
DE EL CAFETAL A LA TAZA
El aroma, el
cuerpo, la acidez, el sabor y el gusto final se combinan para hacer del grano colombiano
el mejor café suave del mundo; pero tal distinción no es gratuita, pues detrás
de cada pocillo de café hay un mundo que tiene que ver con el hombre de
nuestras montañas, la variedad del cultivo, la altura y el proceso total.
Al igual que en
un ramillete de beldades de un concurso de belleza, dentro de las cualidades
que destacan al café colombiano se encuentran algunas que constituyen calidades
especiales para determinados nichos de mercado; en este caso se redoblan las
exigencias en el cultivo y por supuesto, se multiplica el precio de venta del
grano.
Todo empieza con el cultivador
Desde fines del
siglo XIX se ha formado una cultura cafetera que influye en la vida de la
región y crea la conciencia que permite la producción de granos maduros, limpios
y sanos. Como en Colombia no existen grandes plantaciones industriales, son
pequeños y medianos cultivadores quienes producen el café en forma artesanal,
con devoción y con cuidado.
En este medio el
café es más que una forma de vida: es una vocación que se trasmite de
generación en generación y el cafetero se llena de nostalgia cuando por azares
del destino tiene que dejar su plantación Aquí el alma montañera está aferrada
a los almácigos, a los secaderos y a los sacos de café.
Una tierra amacizada con el café
Por más que se
intente, es imposible cosechar café en tierras que no estén en armonía con su
cultivo; al café le encantan los suelos volcánicos con materia orgánica,
franco-arcillosos, situados entre los mil y dos mil metros de altura con regímenes
específicos de lluvias y tiempo seco.; es decir, los suelos andinos de Colombia
y particularmente los que abarcan el llamado Eje Cafetero. Para producir el
café suave la naturaleza debió cubrir esta zona con cenizas del Ruiz, del
Machín y otros volcanes, asentar el humus producido en millones de años, dar lluvias abundantes y veranos cortos e
intensos y sembrar el amor por el café en los corazones de los labriegos.
El café es muy
exigente; se palotea y se vuelve
anémico en los malos suelos, es muy ácido y pasilludo
por debajo de los mil metros de altura y se muere de frio arriba de los dos mil
metros. Además, pide como mínimo dos desyerbas por año, no le gusta competir
con otras plantas y es cicatero con los granos si no se le da suficiente abono.
Variedades de café
De pura chiripa
Colombia quedó con el café arábigo que entró en el tiempo de la colonia
española por los riscos cercanos a Cúcuta, pues durante el gobierno de Hilario
López se hicieron gestiones para importar café robusta de Liberia lo que habría
convertido al país en un productor más entre el vasto mundo del café ordinario.
El café arábigo
se extendió por Cundinamarca y luego por toda la nación; los abuelos sembraron
la variedad Borbón, con plantas que parecían catedrales, también el Maragogipe
de grano enorme junto con el Pajarito y
el Típica. Cuando se buscó mayor producción y se incentivaron las altas
densidades de siembra, los científicos de Cenicafé desarrollaron la variedad Caturra y cuando
apareció la roya desarrollaron la variedad Colombia; luego obtuvieron la
variedad Castillo y el Supremo y ahora buscan un cafeto que se acople al
desbarajuste climático que está sacudiendo al mundo.
El proceso del café
Ese café que se
degusta con los amigos en “La Cigarra” o en una tienda “Juan Valdez” empieza
con un ‘fósforo’ en el germinador, sigue como una ‘chapola’ en el almácigo y se
convierte en un cafeto pegado a una loma. Durante los dos primeros años exige
los cuidados de un niño chiquito y a medida que se viste de follaje brotan las flores
blancas que revientan en racimos amarillos y rojos durante la traviesa y la
cosecha fina.
Los recolectores
forrados en plástico para protegerse de la lluvia y los bichos llevan los
granos pintones y maduros al beneficiadero para quitarles la pulpa y fermentar
el mucilago en tanques especiales; a las doce horas de fermentación el agua
desprende fácilmente el mucilago y el grano lavado y escurrido queda listo para
secarlo al sol o con aire limpio que no pase de los 50ºC.
Lo que dio el
clima, el suelo y el cultivo se puede perder con un mal beneficio: si se
utiliza agua sucia coge mal olor, si se seca a más temperatura se pierden las
propiedades de taza y debe tenerse mucho cuidado porque el grano es especial
para absorber todos los malos olores.
Toda una aventura
Del café con
sombrío, acompañado de pájaros y de lombrices que se reproducían en mantos de
hojas de guamo, se ha pasado a manchas verdes de cafetos abiertos al sol y a la
lluvia. De once o más millones de sacos de exportación se bajó a siete
millones.
Antes sobraba el
café y ahora se están importando 700.000 sacos de calidad inferior para atender
el consumo interno y aunque actualmente hay buenos precios, al cultivador le
quedan pocas ganancias, pues tiene que pagar abonos carísimos, transporte
costoso y altísimos intereses bancarios.
Pero la
caficultura sigue, porque los cafeteros tienen la paciencia del santo Job y son
como los tahúres redomados que juegan otra partida, o esperan la otra cosecha,
con el anhelo de enderezar el camino.
LA ORGANIZACIÓN CAFETERA
La cultura del
café y la civilización surgida alrededor del grano, son el resultado de la
labor continua y persistente de una organización rural sin parangón en otros
sitios del planeta. Desde 1927 la Federación Nacional de Cafeteros de Colombia
ha agrupado a sus federados tras objetivos comunes, se encarga de buscar mercados y regular las
compras del café, orienta los cultivos, se encarga de la investigación para
hacer competitiva la industria cafetera y da todo el apoyo que necesitan los
caficultores para elevar su nivel de vida y cimentar valores ciudadanos.
Colombia giró
durante media centuria alrededor del café y su cultivo dio la identidad que
distingue al país de otras naciones andinas; todo ello fue posible gracias al
esfuerzo de los cultivadores del grano, que además de los impuestos generales,
han contribuido para lograr esos fines con un porcentaje del valor de las
exportaciones del grano.
Los recursos
cafeteros se distribuyen entre quince departamentos de acuerdo con la cantidad
producida y con el área cultivada y se
invierten en vías terciarias, acueductos, electrificación, escuelas,
mejoramiento de cafetales y en programas de salud, educación y mercadeo.
Organización del gremio
La Federación
Nacional de Cafeteros es una organización entre patriarcal y democrática, con
bases elegidas democráticamente y directivos escogidos entre la élite de los
empresarios del café.
Varias
instituciones conforman la compleja estructura gremial, que pese a la
corrupción y los intereses partidistas que han infectado a Colombia desde
remotos tiempos, ha logrado mantenerse al margen de esas lacras y servir
patrióticamente a los cultivadores. Esas instituciones son las siguientes:
El Comité Municipal de Cafeteros.
Elegido democráticamente por los caficultores con cédula cafetera: es la célula
básica de la organización y el puente
entre el productor y los demás organismos gremiales y estatales.
Comité Departamental de Cafeteros-Lo
eligen los Comités Municipales, está conformado por personajes del gremio
ampliamente reconocidos por su gestión en beneficio de los campesinos.
Comité Nacional de Cafeteros. Lo conforman funcionarios del gobierno y
representantes de los Comités Departamentales. Fija las políticas macro y el
rumbo de la caficultura.
Comité Directivo. Integrado por un representante de cada uno de
los quince departamentos cafeteros; tramita asuntos gremiales y
administrativos.
Congreso Cafetero. Se convoca
democráticamente cada cuatro años; sus miembros representan a los departamentos
productores.
Entidades del gremio cafetero
Varían de acuerdo
con las necesidades y las políticas cafeteras; a mitad del siglo pasado, por
ejemplo, la Federación apoyó la
conformación de la Flota Mercante Grancolombiana para exportar el café y hace pocos años el Comité de Cafeteros de
Caldas estableció una cadena de almacenes para atender a los consumidores
abrumados por los altos precios de los víveres y los insumos. En la actualidad se
busca dar valor agregado al café y la Federación está incursionando en campos
novedosos y modernos.
El trabajo de
extensión es la columna vertebral de las operaciones, y paralelamente, existen
varias entidades que complementan su labor. Ente ellas podemos enumerar las
siguientes:
- Cenicafé. Centro de
Investigación ubicado en la zona rural de Manizales y catalogado como la más
avanzada entidad en el mundo que trabaja con el café.
- Almacafé. Son almacenes
generales de depósito del grano cuyo propósito es el control de la calidad de
exportación. Además, presta servicios de trilla, torrefacción, molida y
empaque; tiene bodegas en todo el país y cuenta con las más modernas
instalaciones de su tipo en el páramo de Letras.
- Fundación Manuel Mejía. Ubicada
en Chinchiná. Capacita al federado y a la familia en los sistemas modernos de
gestión empresarial.
- Procafecol S.A. Es la empresa
encargada de las tiendas Juan Valdez, sitios elegantes establecidos en las
principales ciudades colombianas y en muchas otras del exterior, que brindan
esmerada atención, deliciosas bebidas de
café y variadas golosinas hechas con el grano colombiano.
- Parque Nacional del Café.
Es un parque temático situado en Montenegro, Quindío, cuya misión es preservar
el patrimonio cultural e histórico del café, promover actividades recreativas y
ecológicas y dar impulso al ecoturismo de la región.
- Las cooperativas cafeteras.
Aunque son independientes de la Federación trabajan en consuno con el gremio,
se encargan de la compra del grano, del suministro de insumos para las fincas y
prestan invaluables servicios a la familia cafetera.
- Juan Valdez. Es un personaje
creado en 1959 por encargo de la Federación de Cafeteros para representar a los
500.000 caficultores colombianos y a sus familias Este hito publicitario ha
logrado los mayores niveles de reconocimiento en Europa y Norteamérica; en su
logosímbolo, aparece un campesino triétnico con la mula Conchita y las montañas
andinas al fondo; viste como un arriero con mulera, carriel paisa y cotizas.
Juan Valdez es la encarnación del caficultor que venció trochas y tremedales
para llevar con alegría la aromática bebida a la mesa de los consumidores de
todos los países.
- Fábrica de Café Liofilizado.
Ubicada en Chinchiná, Caldas, produce café soluble en polvo y granulado. Tiene
el mérito de ser la primera industria que le dio valor agregado al café de
exportación y diversificó las formas de venta de nuestra producción cafetera.
La extensión cafetera
Es el pilar de la
exitosa labor de la Federación de Cafeteros de Colombia. Desde 1959 los
extensionistas aplican las políticas dictadas por el Congreso Cafetero,
difunden la tecnología e innovaciones impartidas por Cenicafé, asesoran en
cultivos y beneficio y desarrollan las campañas encaminadas al bienestar de los
cafeteros.
Los
extensionistas llevan a cabo su misión en varios frentes; la mayoría de ellos
son agrónomos de profesión, pero también hay médicos, veterinarios, ingenieros
de diversas ramas, comunicadores y trabajadores sociales. Tienen de común la
inquebrantable vocación de servicio y una resistencia a toda prueba para
capotear sol ardiente y lluvias pertinaces, largas caminatas, extensas jornadas
en campero o a caballo y estómagos a prueba de sancochos o largas vigilias sin
probar un bocado.
El extensionista
es un as en su campo de operaciones, es el paño de lágrimas del cafetero
desconsolado, la talanquera de los planes descabellados, un componedor de
entuertos, el intermediario con bancos y cooperativas y la caja de resonancia
de las inquietudes campesinas.
Los
extensionistas dependen de los Comités Departamentales, pero las Cooperativas
también tienen extensionistas que desarrollan planes puntuales con objetivos
muy específicos. La Cooperativa de Anserma, por ejemplo, trabaja con famiempresas
campesinas y la Cooperativa de Caficultores del Quindío tiene entre sus planes
orientar esfuerzos hacia los cafés de origen, capacitando a los asociados de
acuerdo con normas internacionales que les aseguran mejores precios.
Con los tiempos modernos
Todas las
cooperativas conocen en tiempo real las fluctuaciones y precios de los mercados
internacionales del café, lo que permite a los cultivadores negociar en las
mejores condiciones el grano que tienen depositado en las bodegas de la
cooperativa.
Se trabaja, también con entidades
internacionales para profesionalizar la producción, garantizar una vida digna a
las personas que intervienen en el proceso, al mismo tiempo que se asegura la
salubridad, la calidad y la conservación del ambiente.
La Fundación
Manuel Mejía cuenta con aulas virtuales, que en convenio con la Universidad de
Manizales, prepara a los funcionarios de las instituciones cafeteras en
programas como el de la Escuela Nueva y sistemas informáticos de punta. La
Fundación Manuel Mejía empezó cualificando mayordomos para las fincas cafeteras
y mecánicos rurales que atendieran los equipos de beneficio; ahora, en convenio
con el SENA,
imparte cursos virtuales de administración de unidades cafeteras. Además, la
Fundación en asocio con las cooperativas prepara personal en barismo y da
cursos de catación, para que el productor pueda conocer la calidad del café que
está cultivando.
El Comité de
Cafeteros de Risaralda subsidia la matrícula y las pensiones de hijos de
cafeteros en el Instituto Agrícola Veracruz de Santa Rosa de Cabal; allí ha
dado apoyo a más de 2300 muchachas, algunas de quienes han continuado estudios
de agronomía o ciencias agropecuarias en la Universidad de Santa Rosa- UNISARC.
Desde hace varias
décadas el Comité de Cafeteros de Caldas trabaja con el proyecto de Escuela
Nueva y actualmente lo complementa con el novedoso programa Escuela y Café en
83 escuelas del Departamento. El objetivo es arraigar a los hijos de los
cafeteros a su finca, articulando el sistema educativo con la realidad
económica de la región y preparando a las nuevas generaciones cafeteras
alrededor de su parcela.
Nuevos horizontes
El café es una
bebida de carácter social que se degusta en compañía; es el medio para reunirse
con los amigos en torno de una taza humeante;
es la bebida de la espera y del momento grato, del compromiso y de la
despedida, es un instrumento de relación, del despertar del día y de las horas
de vigilia y de cansancio. Al igual que el vino, el café posee sus categorías:
hay café para los paladares del común y café para quienes tienen el sentido de
lo exquisito, se tiene el café cerrero y el café con la suavidad del vuelo de
los ángeles. Para el conocedor, en cada sorbo de la bebida va la esencia de un
paisaje, de un terruño, el sabor de la sabia de la tierra y el meridiano que
enmarca los cultivos.
En el mundo
actual va en aumento una tendencia que no se centra solamente en la calidad del
café.; ahora muchos de los que aprecian una buena bebida buscan los cafés
especiales con certificación, pues quieren saber de las condiciones del
cultivo, del beneficio del grano y de otros procesos de tipo agronómico,
social, comercial y ambiental que van implícitos con la taza que están
degustando.
Entre las
entidades que certifican esos cafés especiales está la Rainforest Alliance que
trabaja por la conservación del ecosistema, las fuentes de agua, la protección
de la fauna silvestre, el trato justo y las buenas condiciones de vida de los
trabajadores. En el año antepasado, 375 cafeteros de Aguadas, Caldas, ganaron
el concurso Rainforest Alliance en la feria de cafés especiales de Houston,
Texas. Se les reconoció su compromiso con los ecosistemas y con el medio
ambiente y la armonía de la comunidad con la flora, la fauna y con la
naturaleza que los rodea.
Otra entidad
certificadora que promueve las buenas prácticas forestales y busca el acceso a
mercados justos y a la formación de una juventud rural emprendedora con
responsabilidad social, es la UTZ con la cual trabaja el Comité de Cafeteros del Quindío y con
algunas cooperativas en la búsqueda de las mejores prácticas de cultivo.
Cuando la UNESCO declaró
como Patrimonio Cultural de la Humanidad a nuestro paisaje cafetero, puso de
relieve el papel de la Federación Nacional de Cafeteros que ha sido la artífice
de esa cultura cafetera que pese a todo lo que nos aflige nos ha llevado con
dignidad al siglo XXI.
A principios del
siglo XX una recua de mulas cargada con café sale de Manizales, pequeña ciudad
de 24.000 habitantes; tres caminos la llevan a las tierras bajas, a cual más
peligroso y lleno de obstáculos; toman la vía de Moravia y a varios días de sortear tragadales, la partida llega
a una estación del tren de La Dorada.
El aire reverbera,
parece que mulas y arrieros estuvieran sumergidos en una chocolatera hirviente
y cuando la locomotora pita y rechina sobre los rieles, el perrito trompinegro
que acompaña al caporal, huye despavorido con la cola entre las patas y se
pierde para siempre en el rastrojero de las riberas del río Magdalena.
Los arrieros
descargan los animales y los coteros van arrumando los bultos en el depósito de
la compañía inglesa para luego llevarlos a las bodegas de un barco de la misma
compañía que los llevará a un puerto de la costa Atlántica, si el nivel del
agua lo permite, o se recalentarán durante semanas dentro del barco en tiempos
de sequía.
Si la embarcación
no se vara en un arenero y no fallan las máquinas, por fin llega al océano,
bajan los bultos de café y en canoas lo embarcan de nuevo en un navío que
cruzará el Atlántico rumbo a Norteamérica o a Europa.
Hacia el océano Pacífico
Otra recua de
bueyes sale de Manizales hacia Buenaventura; van más de cincuenta animales
lentos y ‘pachochos’ pero más seguros y fáciles de manejar; no tienen los
resabios de las mulas, que aprovechan el primer descuido para desviarse a comer
yerba o se hacen las cansadas en cualquier recodo del camino.
Los bueyes se
descuelgan por el Alto de San Julián, atraviesan Santa Rosa de Cabal y con paso
parsimonioso entonan un concierto de mugidos al llegar al puerto de La Fresneda
sobre el rio Cauca, al frente de Cartago, donde los arrieros, tan lentos como
los bueyes, descargan sin afán los bultos de café de 60 kilogramos que de
inmediato se llevan al barco Cauca, que tiene capacidad para 180 bultos.
El vapor Cauca es
un barco de apenas 10 toneladas, pero hay otros como el Mercedes, de 200
toneladas de capacidad, que no solamente cargan café y otros productos, sino
también los pasajeros que llegan de Manizales y Pereira en viajes de placer o
de negocios.
Tras cinco días
de navegación el barco llega a Puerto Isaacs, se vuelve a cargar el café en
mulas y empieza otro recorrido azaroso y lleno de peligro en medio de montañas
eriazas que lleva la partida hasta la estación de Córdoba en el trayecto entre
Cali y Buenaventura. Allí de nuevo suben el café a los vagones y el tren de
carbón los arrima a los muelles de Buenaventura, para el embarque hacia el
extranjero. Fue un viaje de centenares de kilómetros por ciénagas y pantaneros,
en medio de diluvios y el calor sofocante del trópico.
Otras recuas
El café de las laderas de Belálcazar y del Tatamá se
sacaban a lomo de mula por trochas que iban a Puerto Chávez y a La Virginia.
Los trayectos no eran tan largos pero estaban llenos de peligros por las
fieras, la topografía y los bandidos que asaltaban las recuas.
Los arrieros de
la región además de dominar las mulas eran macheteros y guapos. Fue famoso
Pedro Benjumea, un jayanazo de dos metros de altura, capaz de levantar una mula
cargada. Cuenta la leyenda que Benjumea bajaba de Balboa y Santuario con
enormes partidas hasta las orillas del Cauca. Después de descargar el café departía con sus amigos hasta muy entrada la
noche; nadie se atrevería a viajar en las sombras con decenas de mulas y menos
por la trocha de la Giralda, plagada de espantos y almas en pena; solamente lo
hacía Pedro Benjumea. “Aquí voy con el sol que más alumbra” decía al partir
mostrando una botella de aguardiente.
A falta de un
Cauca navegable, los antioqueños llevaron el ferrocarril a sus orillas para
transportar el café del suroeste de su departamento y del norte de Caldas. A
Bolombolo, primero, y luego a La Pintada, los arrieros de Aguadas y de Pácora
llevaban parte del café de la zona y el resto del grano lo descargaban en una
pequeña estación de un tren en miniatura que los paisas avispados tendieron de
contrabando sobre territorio caldense.
A la Pintada llegaba también el café de
Riosucio y Supia, que pasaban en planchón con mulas y carga para llevarlo por
ferrocarril hasta Puerto Berrío donde con el café del norte de Caldas y el de
Antioquia se embarcaba por el río Magdalena.
El cable y los ferrocarriles
Las exportaciones
de café crecieron en razón directa a la extensión de las líneas ferroviarias y
estas se alargaron a medida que aumentó la producción de café. Los caminos
terminaron en las estaciones que fueron inmensos corralones de mulas y de
bueyes.
Con la demanda de
carga, los empresarios ingleses complementaron el ferrocarril de La Dorada con
un cable aéreo que enlazó la estación de Mariquita con Manizales. Por su parte,
el departamento de Caldas construyó otro cable que conectó su capital con el
sitio de Muelas en cercanías de Aranzazu que transportó gran parte del café del
norte de ese departamento.
Mientras
Manizales se defendía medianamente con los ineficientes cables, se tendió una
vía ferroviaria para enlazar la región con el ferrocarril del Pacífico que en
1923 había llegado a Cartago y se extendía hasta Buenaventura.
El ferrocarril de
Caldas arrancó en Puerto Caldas, a orillas del río La Vieja, llegó a Pereira,
un ramal lo unió con Armenia y otro con La Virginia. Atrás quedaba la época de
las trochas camineras y Pereira desplazaba a Manizales en el comercio del café,
pues hasta su estación de tren llegaba el grano del occidente y del centro de
Caldas.
Cuando por fin el
tren llegó a Manizales, el afán no eran las ferrovías sino las carreteras y
Pereira y Armenia llevaban la delantera en ese sentido. El ferrocarril quebró
las empresas navieras y a muchos dueños de recuas, pero el esplendor de las
locomotoras no duró mucho, pues la burocracia y los malos manejos, más que los
camiones se encargaron de anular la obra que tanto esfuerzo y dinero costó a
los colombianos.
Después de varias
décadas parece que regresan los trenes; reverdecerán los recuerdos y no
faltarán poetas y viejos nostálgicos que en noches de luna vean a Pedro
Benjumea arriando mulas perciban espantos por La Virginia y sientan el bufido
de la locomotora Zapata pidiendo paso, como un toro amarrado, para borrar con sus ruedas la herrumbre de los
rieles enterrados en los cafetales.
LOS YIPES Y LAS CHIVAS
Jamás imaginaron
los militares norteamericanos que el notable campero de la Segunda Guerra
Mundial y el conflicto con Corea del Norte se convertirían en un símbolo en las
escarpadas montañas andinas de Colombia.
El Willys se
utilizó en la guerra para movilizar tropas, rescatar heridos, llevar
provisiones y como base de baterías de mortero y ametralladoras; en la vida
civil el famoso jeep (yip) sirve hasta para remedio: lleva a los trabajadores a
las fincas encaramadas en las serranías, lleva el café a los sitios de compra,
transporta el abono y los insumos, sirve para hacer mandados, conduce a la
novia campesina a la iglesia , sirve de ambulancia y hasta de carroza real en
las fiestas pueblerinas. El Willys chato y sin líneas aerodinámicas es como un
cucarrón lento y poderoso que no se le “arruga”
a una loma ni se “frunce” cuando le
acomodan un arrume de plátano o de yuca y se le trepan decenas de pasajeros que
se le aferran como si fueran garrapatas.
En las medidas de
volumen al lado del metro cúbico, de la pulgada cúbica, los galones y las canecas existe el “yipao” que
significa: lo que le quepa al Willys y en la plaza se negocian los yipaos de
banano y se habla del yipao de mazorcas.
Los Willys son
como los bueyes: lentos, seguros y fáciles de manejar por trochas y voladeros.
Solo los tragadales detienen a los bueyes y el único obstáculo para el yip es
un pantanero profundo, porque no lo atajan las piedras, ni los grandes
canalones; y al igual que los bueyes, los Willys se trepan por los barrancos y
se levantan en sus “cuartos”
traseros.
De las carreteras
desaparecieron las berlinas, los autos Studebaker y los Kayser, pero los Willys
siguen aquí; algunos de lujo se muestran en los desfiles y en las exposiciones;
los más son las bestias de silla y carga, que en vez de pasto consumen
gasolina, no se amarran en los tranqueros, se parquean en las plazas de mercado
de Calarcá o en el Barrio Cuba en Pereira y esperan pacientemente cerca de las
Cooperativas de Caficultores en los parques de Pácora o Buenavista.
El choferes del
Willys es una persona especial; lo
conocen todos en la vereda y lo llaman por su apodo, ‘Buchepluma’ o
‘Condorito’, quien pese a la familiaridad guarda las distancias y sabe dónde
recoger a Don Tista o a Doña Lola, está atento al celo de la marrana de Don Pepe
para llevarla al padrote, lleva las boletas de los novios que aún no entran a
la era del computador, recoge las drogas de la farmacia y hace el penúltimo
viaje del finado.
Willys y chofer
son un ente asociado. El yip limpiecito y pulcro tiene un chofer igualito y el
pobre yip desvencijado y canijo tiene un conductor panzón, con la camisa suelta
y barba de tres días.
Así como el
Willys rima con el chofer de sombrero y poncho, también el mecánico del pueblo
rima con los yipes: los dos son igualmente simples; el mecánico de yipes no
necesita saber electrónica, ni tener conocimientos avanzados de electricidad,
ni mucha teoría; sus herramientas son unas cuantas llaves, un alicate un
martillo y un hombresolo; esos elementos son suficientes para desvarar el vehículo
que a lo mejor llegó con piezas amarradas con alambres.
Aunque se
consiguen repuestos originales, lo usual
es acomodar piezas de varias marcas en el armazón del Willys, porque
aquello que no se encuentra se adapta y en eso son magos los mecánicos de los pueblos.
Las chivas o buses escaleras
Este es otro
símbolo nuestro; quien no haya montado en “chiva”
no ha estado en el Eje Cafetero. Estos buses aparecieron con las carreteras; en
los chasises de camiones Ford o Chevrolet los artesanos montaron la carrocería
de madera, con bancas para pasajeros que se desmontan para llevar carga. Las chivas tiene un capacete, que es como un
segundo piso, en eso le ganaron a los buses de Londres, adonde se llega por una
escalera situada en la parte posterior del vehículo.
Las chivas tienen
más personalidad que los yipes; atrás llevan la impronta del dueño y plasman su
temperamento, si el propietario es osado y aventurero tendrá un paisaje de la
pampa con la leyenda “El llanero Solitario”
o “El conquistador de La Merced”; puede reproducir la imagen de una bella mujer
o una estampa de la patria chica con un letrero que diga “El berraco de
Guacas”, “El emperador de Villamaría”, “Pa que sufran” o “La delicia de las
muchachas”.
Las chivas se
pintan de abigarrados colores y se decoran con colgandejos instalados arriba
del parabrisas o con estatuillas en el capó. No se le miden a las trochas, son
vehículos intermunicipales o veredales, y en cuanto a sus choferes son
semejante a los de los Willys: serviciales, muy de la casa, llevan y traen
encargos, con la diferencia que le apuntan a las peregrinaciones a Buga, las
excursiones escolares, y a las concentraciones políticas. En tiempos recientes
los buses escalera han incursionado en los recorridos turísticos en las grandes
ciudades, con rumba y trago a bordo.
Los Willys no
tienen remplazo, aún no se ha inventado un trasporte motorizado que sea capaz
de trepar por nuestras carreteras campiranas, en cuanto a las chivas, el futuro
es incierto, sus años de vida están contados: a medida que se mejoren las vías
las chivas irán desapareciendo, quedarán como recuerdo en el recinto del Banco
de la República en Pereira o como atracciones en los parques temáticos para
quienes quieran revivir los tiempos de los bisabuelos.
IMAGINARIOS DEL PAISAJE CAFETERO
La realidad se
construye a partir de un anhelo o un imaginario que, al incrustarse en el
sentimiento popular, se convierte en un hecho tangible. El imaginario, por su
parte, es un conjunto de conceptos heredados o creados que aparecen, se esfuman
y se transforman de acuerdo con el medio y con el tiempo.
Los imaginarios
del Eje Cafetero se han tejido alrededor de la cultura paisa cuyas élites
crearon la visión de un mundo montañero, independiente, frugal, laborioso,
tradicional y religioso. Sin embargo, ese imaginario con raíces antioqueñas se
ha venido transformando por la influencia norteamericana y en algunas zonas del
Viejo Caldas tiene aportes chocoanos e indígenas.
La cultura paisa
Las comunidades
antioqueñas que poblaron este territorio se impusieron sobre los grupos
raizales de las provincias caucanas y crearon el halo del paisa avispado,
recursivo y echado pa´lante. Por su
parte, el resto de colombianos reforzó el mito de los paisas y le agregó las
características de aprovechado, enamorado del dinero, interesado, religioso y
querendón de su familia, especialmente de su mamá.
Entre nosotros el
mito paisa empezó en 1840 en los socavones de Marmato y creció con las memorias
de los viajeros europeos; la imagen del paisa blanco la trajeron los colonos de
Rionegro y Abejorral con ínfulas castellanas, que primó sobre la percepción con
relación a los paisas mulatos de Girardota y Otrabanda y de los indígenas de
los resguardos de Buriticá y del Suroeste antioqueño.
Hasta épocas
recientes la solidaridad y el civismo fueron parte del imaginario del Eje
Cafetero; los convites para tumbar monte, sembrar maíz y abrir caminos hicieron
posible la supervivencia de los colonos; la actuación en grupo les dio fuerza
para enfrentar a los latifundistas, las Juntas Pobladoras democratizaron el
reparto de tierras, una Sociedad de Mejoras Públicas fundó la población de
Buenavista, otra emprendió la construcción de la carretera de Pereira a Santa
Rosa de Cabal y la Junta de Acción Comunal del Barrio Cuba, también en Pereira,
transformó una zona deprimida en el barrio más importante de la capital del
departamento de Risaralda.
Expresiones auténticas
Hay
manifestaciones que distinguen a los paisas de otros colombianos; en nuestro
medio el arriero está tejido al alma de la gente, por eso no es extraño ver
gobernantes con un poncho al hombro para dar la sensación de que están cercanos
a su comunidad y en toda fiesta popular, lo primero que hacemos es calarnos un
sombrero aguadeño y colgarnos un carriel o una mulera. Aunque las fondas
desaparecieron de los caminos, nuestro sentimiento las reinstala en las
festividades, y no faltan los zurriagos
y los berraquillos que el impulso atávico trae hasta las ferias equinas y ganaderas.
En territorio
cafetero los tangos y las zambas argentinas se acomodaron desde la era del
gramófono y las vitrolas, y siguen aferrados al gusto de las generaciones
mayores; aquí tenemos pontífices del tango, bailarines tan buenos como los de
Caminito y San Telmo y fanáticos rendidos del “Mudo Gardel” y de Libertad
Lamarque. La música sureña se ha sincronizado con el machismo de nuestra
cultura y hace parte de los espectáculos populares, al lado de los vallenatos, la salsa y la música
de despecho.
En cuanto a las
manifestaciones gastronómicas, el Viejo Caldas tiene propuestas nativas que
dejan recuerdos que se combinan con el nevado del Ruiz, con los Termales, los
parques temáticos y el paisaje cubierto de cafetos. Al lado de platos
colombianos e internacionales el viajero degusta platos muy nuestros, muy de la casa, que difícilmente se
encuentran en otros lugares. Enumeremos algunos manjares de la región:
Riosucio nos
deleita con chiquichotes, estacas y nalgas de ángel; en Supía podemos probar
colaciones de panela de colores y sabores surtidos; en Aguadas encontramos
Piononos, en Neira los famosos corchos de dulce sabor y en Santa Rosa unos
chorizos cocidos de gusto excelente. Salento es famoso por sus truchas con
patacones, en Mistrató se ofrece la jaruma indígena, en Guática el masato y en
Filadelfia los bizcochuelos que se deshacen en la boca.
Obviamente en
todos los rincones del Paisaje Cafetero no falta su majestad el Sancocho, la
mazamorra con dulce macho y la bandeja paisa, que son parte de las mil recetas
que el investigador Octavio Hernández presenta en su libro El Paladar de los Caldenses.
Mitos y espantos
Para conocer
cuántos duendes y aparecidos circulan por territorio cafetero basta leer la
obra Mitos, espantos y leyendas de Caldas,
del escritor Fabio Vélez Correa; ese libro es como la radiografía del sentir
ciudadano, crédulo y supersticioso, donde caben los yerbateros, los rezanderos,
los chamanes, los expertos en maleficios y mal de ojo; además en el libro Yerbabuena de Rodrigo Jiménez,
encontramos las fórmulas mágicas para hacer regresar al ser querido, vengarse
de la ingrata o hacer aburrir al vecino molesto.
Aunque la
Madremonte, la Patasola, la Llorona, el Puto Erizo y el Hojarasquín no son
patrimonio exclusivo del Eje Cafetero, nuestra gente les ha hecho todo tipo de
adaptaciones. Vélez Correa habla de Patasolas riosuceñas y pacoreñas, Putos
Erizos en el norte y oriente de Caldas y Lloronas en todos los municipios.
Fuera de los
mitos compartidos tenemos algunos exclusivos; tal es el caso del “Tesoro de
Pipintá” que aún siguen buscando, la bruja María La Parda que vuela en San
Félix, el “Tesoro de la laguna Maravelez” en el Quindío y Xixaraca y Michua en
las faldas del cerro Batero de Quinchía.
Símbolos urbanos
Armenia, Pereira
y Manizales son tres ciudades intermedias que hace cincuenta años eran unos
pueblos grandes con vocación campesina. Esas raíces no se olvidaron; más bien
se reforzaron con la inmigración hacia esos centros urbanos, cuyos imaginarios
siguen atados al pasado rural. Aunque lo campirano y lo citadino se juntan para
formar una identidad, la propaganda y los lemas turísticos van creando símbolos
ligados a cada localidad, mostremos unos ejemplos:
Pereira viene a
la mente asociada con el Bolívar Desnudo o con el Viaducto; Calarcá con los
yipaos; Manizales con el nevado del Ruiz y con su catedral; recordamos a
Quimbaya por sus alumbrados del ocho de diciembre y a Marulanda por las ovejas
y las ruanas de lana.
Quien recuerda a
Santa Rosa no olvida sus Termales, Belalcázar va de la mano del imponente
Cristo que domina el valle de Risaralda; Salento y el Valle del Cocora son uno
solo y es imposible retratar a Viterbo sin los samanes de su entrada.
Caldas es café,
Pereira comercio, el Quindío es turismo, Salamina viejas y bellas casonas y la
Virginia se asocia con el río Cauca.
Esas improntas de
nuestras ciudades y aldeas, a menudo se acompañan de gentilicios que la
picaresca lugareña acomoda a los vecinos. A los de Aranzazu los denominan tullidos porque los arrieros encontraban
un tullido a la entrada del pueblo, uno en la plaza y otro a la salida; a los
de Chinchiná los llaman sordos por
una razón parecida y a los riosuceños los conocen como patianchos pues así
tenían los pies los indígenas descalzos.
Retahílas y dichos.
Con excepción de
los “jilgueros” grecoquimbayas y del Doctor Otto Morales Benítez, la oratoria
no ha sido el punto fuerte de los vecinos del Eje Cafetero, el acento es duro y
golpeado y la fluidez verbal solo se ve en los culebreros y en los políticos
que han cogido práctica en los balcones.
Entre los
campesinos y el pueblo llano la limitación verbal es extrema, se utilizan pocas
palabras y las ideas se rematan con dichos, lo que lamentablemente ha llegado a
los niveles universitarios cuyo lenguaje y escritura son cada vez más
limitados. Veamos algunas muletillas que no necesitan esfuerzo mental para
expresarse:
· ¡Ave María pues! ¡Ave María mi don!, denotan
asombro.
· Aloye pues, exige atención.
· ¡Hombre por Dios¡ equivale más o menos a:
¡no seas tan bruto¡
· ¡Ni puel putas!, es una negación rotunda.
· Ay amanece y no lo prueba, podría ser la
contestación de una muchacha al galán “empearrao”
en gozársela.
En cuanto a la
jerga del gremio cafetero se tienen términos para armar un diccionario.
Mencionemos unas palabras:
Garitero: El que lleva la
comida al corte.
Bogadera: Bebida.
Pergamino: Café seco.
Traviesa: Cosecha menor.
Peluseo: Recolección
escasa de café.
Bitute: Comida.
Agonía: Se aplica al “amarrao” o avaro.
Elda: Secadero de café.
Moridero: charrascal.
Las fiestas regionales
Para estar a tono
con el deporte nacional, aquí tenemos fiestas en todas partes y con todos los
motivos: las hay de la colación en Supía, del agua en Pácora, del fuego en
Salamina, del retorno en Anserma, del oro en Marmato...
Entre todas esas
fiestas se distinguen las siguientes:
En Pereira:
Fiestas de la Cosecha.
Calarcá: Reinado
Nacional del Café.
Aguadas: Festival
del Pasillo.
Manizales: La
Feria de Manizales.
Riosucio: Los
Carnavales de Riosucio.
En estas
festividades conviven los imaginarios a lado y lado del Atlántico y se conjugan
las raíces españolas con las negroides y las indígenas. En sus ferias, el
manizaleño con un sombrero “vueltiao”
y una bota gallega repleta de manzanilla, arroja tusas de chócolo y dice ¡olé!
mientras tararea un pasodoble criollo al lado de una mujer vestida de manola.
Cada dos años el
riosuceño cambia el manto de la Santa Patrona de la Candelaria para afilar los
cachos de Lucifer y darle rienda suelta al guarapo y a la danza.
En Calarcá los yipes se lucen con maniobras osadas y
muestran su versatilidad en las calles engalanadas; en Manzanares y Anserma los
hijos ausentes regresan a las fiestas de aniversario para reverdecer recuerdos
y amistades.
Allende los mares
Después de muchas
generaciones los descendientes de los antioqueños siguen buscando el vellocino
de oro que impulsó a los ancestros a dejar sus pegujales y buscar nuevos
horizontes. En una nueva diáspora cambiaron las mulas por los aviones y
levantaron vuelo hacia remotos países. Esta emigración está cambiando la
cultura de mucha gente que mezcla el inglés con el castellano, adopta el “Time
is money” y deja a sus hijos al cuidado de los abuelos o de los hermanos
mayores.
Los valores
tradicionales cambian en los emigrantes, pues en medios extraños olvidan la
solidaridad, la confianza en el prójimo y merman la autoestima; algunos echan
raíces en otras tierras pero siguen ligados a su terruño, los más regresan,
unos con dinero y otros llenos de frustración.
El Eje Cafetero
es un expulsor de población hacia Antioquia, el Valle y Bogotá, España, Estados
Unidos e Inglaterra y es receptor de gente del Tolima, del norte del Valle y
del Chocó que se acomoda en Pereira y otras ciudades capitales. Generalmente
son desplazados por la violencia y la falta de oportunidades, llegan con ilusiones,
ganas de trabajar y con costumbres que a la larga influyen en el imaginario de
la región.
En cultura del Eje Cafetero vale más la improvisación
que la experiencia; se espera un golpe de suerte para enderezar la vida, o el
milagro de un santo para salir de apuros. La gente de esta zona es generosa,
hospitalaria, poco comprometida con el ambiente y la naturaleza, le encanta el
pavimento y poco le atrae el follaje y muchas veces su amistad solo va hasta la
puerta del hospital o se limita a una palmadita en la espalda.
CAFÉ, PAISAJE Y TURISMO
En un radio de
sesenta kilómetros, el Eje Cafetero cuenta con dos aeropuertos internacionales,
tres pujantes ciudades, climas de todas las estaciones, aldeas incrustadas en
las montañas, variedad de flora y fauna, paz bucólica, estruendo metropolitano,
el solaz de la naturaleza y la modernidad de lujosos centros comerciales. Esa
zona es el corazón del Viejo Caldas que en pocos años se ha convertido en el segundo destino turístico de Colombia.
La región tiene
todas las ofertas: grandes y surtidos almacenes, servicios médicos de alto
nivel, bellos paisajes y aguas termales, la tranquilidad de sus hoteles
campestres, deportes extremos y la cultura cafetera considerada por la Unesco
como patrimonio de la humanidad.
Las rutas campesinas
Por nuestras
breñas los citadinos sacuden el estrés al conocer un mundo nuevo que se empieza
a vislumbrar en el Parque Nacional del Café en Montenegro o en Calarcá en el
Recorrido por la Cultura Cafetera, (RECUCA), donde en forma interactiva el visitante se ve inmerso en la
vida cotidiana de nuestras fincas.
Si quiere tener
una visión del minifundio y el campo, sin las arandelas comerciales, el turista
viajará a Supía, donde se sentirá como en casa en los pequeños trapiches con
olor a ‘melao’, sabor a ‘blanquiao’ y a colaciones con corozo.
También puede retroceder en el tiempo en un yip destartalado que lo lleva a
Marulanda con sus brumas, sus rebaños colgados en la montaña y el chirrido de las ruecas que transforman los vellones en
las abrigadas ruanas que arroparon a los abuelos.
En un paseo con
niños no hay nada mejor que ir al Parque Nacional de Cultura Agropecuaria, PANACA, para
darle biberón a los chanchitos, admirar las diversas razas de perros y
espectáculos ecuestres entre guaduales y exquisitas ofertas gastronómicas.
Toda una aventura
Los montañistas y
los aficionados a la nieve y a las
grandes alturas tienen a la mano los nevados del Ruiz, Santa Isabel y el Cisne;
y muy cerca de ellos las numerosas fuentes azufradas que emanan de las
profundidades de la tierra; en las goteras de Manizales están los termales del
Otoño y el de Tierra Viva; a treinta kilómetros, perdidos entre la montaña se
encuentran los de la Hacienda La Quinta, con dirección al Tolima llegamos a los
del Ruiz y a todos ellos se suman los de Santa Rosa de Cabal y los de San
Vicente en ese mismo municipio.
Para los
espíritus audaces que les gusta botar adrenalina la región ofrece una amplia
gama de deportes de aventura: El más suave es la navegación del río La Vieja en
balsas de guadua, es un viaje de recreo y de paz con bellos paisajes en las
riberas del río; pero si se quiere más acción, los corajudos escogen el
canotaje de más de siete kilómetros por los rápidos del rio Barragán en medio
de espumas y remolinos.
Para emular a las
águilas está el parapentismo en Buenavista, en La Merced y en Calarcá y en
otros sitios donde las corrientes de aire y la topografía permiten remontar el
vuelo sobre las bellas campiñas comarcanas. El descenso en cuerda (Rappel) se
practica en los ríos San Ramón y Campoalegrito de Santa Rosa de Cabal y el
canopy, o recorrido entre plataformas sobre los abismos y en medio de los
árboles, están a la orden del día en los parques temáticos.
Sitios especiales
El espíritu se
eleva en la imponente catedral de Manizales o en la solemne catedral de
Pereira; Supía cuenta con un museo religioso, Pácora venera al beato Maya, en
Salamina al Señor del Improperio y en Cartago rinden culto la imagen milagrosa
de Nuestra Señora de la Pobreza.
El Recinto del
Pensamiento en Manizales es espectacular, es una bella e inmensa construcción
en guadua, con estanques, un cable aéreo, mariposario y senderos ecológicos.
Comfamiliar
ofrece variadas alternativas en sus instalaciones turísticas dotadas de
cabañas, camping, canchas deportivas, pesca, senderos, juegos, restaurantes y
piscinas. En el parque de Galicia, en Pereira, apreciamos la Granja de Noé,
acuarios y gran variedad de aves y en Santágueda, no lejos de Manizales, lo
único que falta es el mar para sentirse en una playa.
El Zoológico de
Matecaña es uno de los mejores de Colombia y se está desarrollando el proyecto
del Parque de Flora y Fauna del que hará parte en amplios terrenos que
atenderán a pereiranos y visitantes.
En Manizales, el
Ecoparque Los Yarumos con su cable aéreo, senderos, juegos infantiles,
escenario artístico, Y mol de comidas brinda una espectacular vista de la
ciudad.
Turismo para todos los gustos
Una de las
fortalezas turísticas del Eje Cafetero es la oferta de hostales y fincas
acondicionadas como hoteles, donde se vive plenamente en el campo con las
comodidades de la ciudad. Además de esa comunión con la naturaleza, la región
ofrece reservas ecológicas como la de Ucumarí en Pereira, la de Rioblanco en
Manizales y la de Tatamá en límites con el Chocó donde hay avistamiento de aves
y estudio de flora y fauna.
Un recorrido
desde La Virginia hasta San José nos lleva por el espinazo de la cordillera
hasta el imponente Cristo de Belalcázar con el valle del Risaralda a un costado
y la garganta del Cauca por el otro lado.
Un paseo que no
puede faltar es al Valle del Cocora, con clima fresco, apetitosas truchas,
paseo a caballo y las palmas de cera del Quindío enmarcando el paisaje.
En la Virginia se
puede abordar un barco que en su recorrido muestra la Hacienda Portobelo, donde
Bernardo Arias escribió la novela Risaralda; en Quimbaya se admiran los famosos
alumbrados del siete de diciembre, En Salamina, Santuario y Filandia se
aprecian las construcciones de guadua de la arquitectura antioqueña; en
Circasia el Cementerio Libre, y para los amigos del arte la visita a los
numerosos museos de la región y a las esculturas del Bolívar Cóndor y el
Bolívar desnudo que son muestran el genio del Maestro Rodrigo Arenas Betancur.
LUCES Y SOMBRAS EN EL PAISAJE CAFETERO
En forma general
se ha intentado mostrar los valores que movieron a la UNESCO a declararlo Patrimonio de la
Humanidad. Pero si en el edén hubo culebras que enredaron la vida de Adán y
Eva, en esta región privilegiada no todo es canto de turpiales, pues hay
nubarrones que ensombrecen la vida de sus habitantes.
La naturaleza ha
sido pródiga con este territorio enmarcado entre bellos paisajes, con suelo
fértil, aguas abundantes y gran variedad de especies animales y vegetales.
Mucho se debe a los ancestros que encaramaron pueblos en la montaña y abrieron
trochas, carreteras y carrileras para comunicarse con el mundo. Es un don que
se ha recibido y un reto que hay que reconocer, pero se está dilapidando lo que
se heredó y en varias oportunidades se ha desbaratado lo que costó sudor y
lágrimas a los abuelos.
En el mundo rural
Poco a poco la
supremacía cafetera del Viejo Caldas se está desplazando a otras zonas
colombianas en forma tal, que hoy el Huila y el Cauca han conformado un nuevo
Eje Cafetero.
Las causas son
muchas y toneles de tinta se han gastado para explicar el retroceso de la
producción cafetera en el Viejo Caldas; sin ser especialistas se ve que los
minifundistas siguen emigrando a los barrios pobres de las ciudades, que muchas
tierras se están destinando a la ganadería y a cultivos diversos y que el
modelo cafetero está colapsando abrumado por los altos costos de los insumos,
la despoblación del campo y las dificultades en las cosechas que ya no las
recogen las familias campesinas sino grupos ambulantes de peones intoxicados
por el bazuco y la marihuana, que imponen su voluntad y el precio de los
jornales cuando el grano está maduro.
Fuera de los
problemas cafeteros, el deficiente mercadeo de los productos distintos al grano
están asfixiando a agricultor que se encuentra a merced de los intermediarios;
son ellos quienes fijan los precios y se quedan con el esfuerzo campesino sin
que el Estado intervenga para salvaguardarlos; el valor de los artículos como
el plátano, la yuca y las frutas, se multiplica hasta diez veces entre la finca
y el supermercado, con enorme perjuicio para el consumidor y para los
cultivadores que apenas alcanzan a cubrir los gastos.
Por otro lado, el
transporte veredal es un grave obstáculo para el desarrollo rural, se cuenta
con una extensa red terciaria que comunica las veredas con las cabeceras, pero
su mantenimiento es deficiente y los costos son enormemente más altos por
kilómetro que el transporte interurbano e intermunicipal.
La vivienda en el Eje Cafetero
En
infraestructura rural estamos mejor que en la mayoría de las regiones
latinoamericanas pero hay mucho por hacer, hace falta una política estatal para
mejorar las viviendas campesinas, llevar a todos el agua potable y arraigar a
los campesinos a su terruño.
Manizales y las
poblaciones de montaña podrían ser más hermosas si los urbanizadores en vez de
continuar con el trazado rectilíneo y las manzanas españolas aprovecharan las
curvas a nivel para facilitar la movilidad y hacer más amable el entorno.
Hacen falta más
árboles y más zonas verdes y calles más amplias, se aduce el alto valor de la
tierra, pero ella tiene una función social que no puede cambiarse por los
intereses de los especuladores.
El desempleo
En esta región
egresan cada año centenares de profesionales de decenas de disciplinas y con
alta calificación, es un valioso potencial humano que habría que retener
ampliando las ofertas de trabajo y el nivel salarial, pero para lograrlo
nuestras empresas tienen que modernizarse, extender sus mercados, volverse
competitivas y entregar el manejo familiar, de muchas de ellas, a especialistas
que las modernicen y las hagan competitivas.
De la capital
cívica de Colombia, Pereira pasó a llamarse la “trasnochadora, querendona y
morena” o “Pereira lo tiene todo”, esos son mensajes contraproducentes
dirigidos a bohemios o a ilusos que
ningún beneficio le trae al tejido social, ya abrumado con desplazados de toda
parte. Habrá que inventar nuevos lemas que ayuden a insertar en nuestra
sociedad a los recién llegados.
Luces en el paraíso
La posición
geográfica y su gente calificada y laboriosa son la base para el desarrollo de
la región. Los proyectos turísticos son una opción de desarrollo conjuntamente
con la agroindustria respaldada por la Academia y por los Comités de Cafeteros
y por planes del gobierno central.
La vía hacia el
Pacífico chocoano facilitará las exportaciones y el Túnel de la Línea nos
comunicará de manera más rápida con la capital de la República. Se habla de
ampliar los aeropuertos internacionales, terminar el de Palestina y volver a
conectarnos con Medellín y Buenaventura por vía férrea.
Va en serio la
recuperación del sector de San José en Manizales con un ambicioso plan de
infraestructura; las tres capitales departamentales están unidas por una doble
calzada, que sin ser autopista en el sentido estricto de la palabra, ha
mejorado en forma notable las comunicaciones terrestres y es de esperar que los
antioqueños se impongan y construyan su Autopista de La Montaña que beneficiará
en forma directa al Eje Cafetero.
En la minería
legal se ve la posibilidad de explotar los yacimientos de manganeso de Apía y
de Viterbo y la caliza de Victoria.
Si las numerosas
universidades de la región se pusieran de acuerdo y sumaran la acción a los
proyectos en papel se podría conformar, de verdad, una región universitaria con
ofertas que además de las curriculares, incluyeran sitios de encuentro,
residencias estudiantiles, asistencia médica etc., etc.… a los estudiantes.
Hay muchas
luces... ojalá no se esté pensando simplemente con el deseo.