DE NÚÑEZ A MARQUETALIA,
LA VILLA DEL SOL, LA NUEVA MONOGRAFÍA
El día 7 de octubre se presentó el nuevo libro del Académico Ángel María Ocampo Cardona. La obra, con diseño de portada de Jorge Hernán Arango Vélez, tiene 404 páginas, ISBN 978-958-46-4748-1
Palabras del Presidente de la Academia Caldense de Historia, Académico Jorge Eliécer Zapata Bonilla.
Intervención del Secretario de Cultura de Caldas, doctor Bernardo González
Presentación del autor por el Académico Octavio Hernández Jiménez
ÁNGEL MARÍA OCAMPO Y LOS ECOS DEL PASADO
Además de un cúmulo de reminiscencias, me acerqué con inquietudes a la obra “DE NÚÑEZ A MARQUETALIA – LA VILLA DEL SOL”, obra de Ángel María Ocampo Cardona sobre su patria chica, su historia y su cultura. Conocía la semilla de la obra pues el autor había sido alumno sobresaliente en mis clases de Sociolinguística, en la Universidad de Caldas.
Trabajamos algunas formas destacables de la comunicación y el lenguaje entre grupos sociales, en distintas zonas del Departamento; lo que sostiene el contacto personal, la comunicación fática, el clima social, la tradición y acontecer diario; aquello que los lingüistas conocen como el discurso, producto de las intenciones de los usuarios de una lengua.
Contrario a lo que opinan algunas personas, que un historiador sea experto en geografía, tecnología, toponimia, lingüística, idiomas, etnografía, antropología, sociología, sicología, arte, música, otras ciencias o artes, ayuda a profundizar en la historia. “La historia es un esfuerzo por conocer mejor”.
Es básica la colaboración de distintas disciplinas. Hasta de la poesía. Escribió Marc Bloch: “La historia tiene sus propios placeres estéticos. Ello se debe a que el espectáculo de las actividades humanas que forma su objeto particular, está hecho, más que otro cualquiera, para seducir la imaginación de los hombres. Cuidémonos de quitar a la historia su parte de poesía”.
Ángel María escogió su propia tierra, para el trabajo de campo en Sociolinguística. Marquetalia ha sido una parcela irreductible, desde la época de los marquetones en puja contra los invasores. Después, con los debidos ajustes al texto, el alumno participó y triunfó en un concurso de ensayo universitario.
¿Cuál es el eje de su pensamiento? Para Ángel María hay una relación consecuente entre el lenguaje y la vida comunitaria. La lengua forma conductas sociales. La lengua trata “de algo” y logra “hacer algo” entre las personas.
El autor no se limita a andar y desandar por calles iluminadas con espléndidos faroles. Se remonta a tiempos de tribus disgregadas por esas tierras ardientes; trasiega con conquistadores por el valle medio del Tolima y oriente del Caldas actual; expone las causas de la desaparición de los aborígenes y presenta su propia visión sobre la colonización antioqueña en esas extensiones feraces y feroces que aún cuentan con reductos selváticos que no fueron aniquilados por hombres de alpargatas, hacha y machete que llegaron del norte del departamento.
La obra capta facetas del discurrir popular, la organización civil, la vida eclesiástica, la educación, el trabajo literario en el municipio. Aclaramos que el lenguaje oral es de práctica cotidiana mientras que el lenguaje literario es una porción escrita del idioma estructurada para no ser hablada aunque hasta hace poco era la porción exclusiva de la lengua que se estudiaba en escuelas, colegios y universidades.
Ocampo se detiene en los momentos cenitales de su terruño; entra a valorarlos. Es clave en un historiador evitar textos sin énfasis. Un texto es una sinfonía con sus crescendos. De no acoplar los acontecimientos, oigamos de lo que nos previene Marc Bloch: “Si no nos ponemos en guardia, la historia mal entendida puede acabar desacreditando a la historia bien entendida”.
El capítulo del folclor es sólido. Se trata de un vistazo al poder mágico de la palabra, tanto en tiempos de una sociedad rural que se extingue, como en tiempos de televisión, celular e internet. Elabora teoría y la desarrolla como el caso de la categorización de la lengua en dialectos sociales de carácter temporal.
El autor recopila mitos, leyendas, relatos populares, coplas, dichos y refranes con los que sustenta la tesis del predominio temporal de un alma campesina, en su tierra natal. Luego, analiza las transformaciones ocurridas y las consecuencias inmediatas. Ocampo Cardona es consciente de que la tarea del historiador, más que conocer y consignar hechos, es entenderlos y divulgarlos en formas comprensibles.
Benedetto Croce distinguió entre la verdad histórica y la crónica a la que catalogaba como un relato fiel pero absurdo del pasado en todo el desorden de su experiencia directa. Muchos de quienes acometen monografías o ‘historias’ de municipios traman anécdotas descontextualizadas, sin motivos para evocarlas ni consecuencias sociales que las justifiquen; nombres propios sin motivos sobresalientes separados por una simple coma (,) de otros que tienen méritos suficientes pero que tampoco se resaltan. Historias que son más bien revistas para hojear y ojear.
Ocampo tiene en cuenta, desde el comienzo, la diferencia entre monografía e historia. Además insiste en delimitar los dominios de ciertos fenómenos sociales. Algunos de esos fenómenos se generaron en otras tierras o transmigran hacia ellas.
Hay autores que creen hacerle bien a su patria chica circunscribiendo, por un destino o una fortuna ciega, los fenómenos sociales al conglomerado de sus afectos. Pasan por alto que, mientras más dilatados sean los dominios de un fenómeno, mayor es la riqueza y complejidad; de esta forma, se comparten experiencias, conocimientos, valores, aunque la vigencia de los hechos tenga sus características particulares.
Ángel María otea el horizonte de ese pueblo enclavado en la vega en donde muere la montaña y que en forma espléndida captó el fotógrafo Jorge Hernán Arango para el diseño de la portada.
Henri-Irénée Marrou, historiador francés posterior a Bloch, añade a lo expuesto por Croce, que el defecto que se reprocha a la historia local es que “creyéndose escrupulosa y exhaustiva, registra minuciosamente mil nimiedades, sin liberarse de ningún detalle y… esto aún no es historia pues el historiador no ha sopesado el dato en su estado bruto, para hacerlo pensable, es decir, comprensible”.
La propuesta de Ángel María Ocampo Cardona es mucho más que la reedición de una historia de Marquetalia, publicada inicialmente en 1991. Por sus novedades en cuanto a contenido y forma es por lo que el autor advierte en la portada “Nueva Monografía”. ¿Nueva? Lo es. El autor nos lleva a compartir valores, experiencias, vivencias, conocimientos y desenlaces.
Marrou, en su obra El Conocimiento Histórico, expresó que por lo general, los historiadores “enaltecen o denigran de sus héroes; atribuyen sus conductas a motivos elevados o a móviles inconfesables”.
Ángel María Ocampo no evade los períodos de violencia que Marquetalia como el resto de pueblos colombianos han padecido, en forma intermitente; los denuncia, los ubica en su contexto nacional y mundial, siempre con lucidez y ecuanimidad.
Al mismo tiempo, desde que construyeron los actuales sistemas de comunicación, en la tierra de Ocampo, y se fundaron prestigiosos establecimientos educativos, en esa comarca, se fue conformando un coro de voces que ha motivado el orgullo entre posteriores generaciones de marquetones. Es un análisis referido en todos los tiempos verbales.
Se trata de un reacondicionamiento, a la luz de la historia y la crítica, de nuevas perspectivas para ese municipio por mil motivos admirable. Es la expresión de una época en la que se ha consolidado el interés por la superación a través de la educación personal y comunitaria, tema que le cae de perlas al autor que ha practicado y teorizado sobre este aspecto, tan desconcertante, año a año, a nivel nacional e internacional.
Ángel María Ocampo escudriña en el pasado de su patria chica para enrutarla en pos de un promisorio futuro; de ese tiempo que escasos autores de historias regionales se atreven a otear, aunque este sea el gran papel de la Historia, definida como la “ciencia de los hombres en el tiempo”.
Presentación del libro a cargo del autor, Ángel María Ocampo Cardona
Trabajamos algunas formas destacables de la comunicación y el lenguaje entre grupos sociales, en distintas zonas del Departamento; lo que sostiene el contacto personal, la comunicación fática, el clima social, la tradición y acontecer diario; aquello que los lingüistas conocen como el discurso, producto de las intenciones de los usuarios de una lengua.
Contrario a lo que opinan algunas personas, que un historiador sea experto en geografía, tecnología, toponimia, lingüística, idiomas, etnografía, antropología, sociología, sicología, arte, música, otras ciencias o artes, ayuda a profundizar en la historia. “La historia es un esfuerzo por conocer mejor”.
Es básica la colaboración de distintas disciplinas. Hasta de la poesía. Escribió Marc Bloch: “La historia tiene sus propios placeres estéticos. Ello se debe a que el espectáculo de las actividades humanas que forma su objeto particular, está hecho, más que otro cualquiera, para seducir la imaginación de los hombres. Cuidémonos de quitar a la historia su parte de poesía”.
Ángel María escogió su propia tierra, para el trabajo de campo en Sociolinguística. Marquetalia ha sido una parcela irreductible, desde la época de los marquetones en puja contra los invasores. Después, con los debidos ajustes al texto, el alumno participó y triunfó en un concurso de ensayo universitario.
¿Cuál es el eje de su pensamiento? Para Ángel María hay una relación consecuente entre el lenguaje y la vida comunitaria. La lengua forma conductas sociales. La lengua trata “de algo” y logra “hacer algo” entre las personas.
El autor no se limita a andar y desandar por calles iluminadas con espléndidos faroles. Se remonta a tiempos de tribus disgregadas por esas tierras ardientes; trasiega con conquistadores por el valle medio del Tolima y oriente del Caldas actual; expone las causas de la desaparición de los aborígenes y presenta su propia visión sobre la colonización antioqueña en esas extensiones feraces y feroces que aún cuentan con reductos selváticos que no fueron aniquilados por hombres de alpargatas, hacha y machete que llegaron del norte del departamento.
La obra capta facetas del discurrir popular, la organización civil, la vida eclesiástica, la educación, el trabajo literario en el municipio. Aclaramos que el lenguaje oral es de práctica cotidiana mientras que el lenguaje literario es una porción escrita del idioma estructurada para no ser hablada aunque hasta hace poco era la porción exclusiva de la lengua que se estudiaba en escuelas, colegios y universidades.
Ocampo se detiene en los momentos cenitales de su terruño; entra a valorarlos. Es clave en un historiador evitar textos sin énfasis. Un texto es una sinfonía con sus crescendos. De no acoplar los acontecimientos, oigamos de lo que nos previene Marc Bloch: “Si no nos ponemos en guardia, la historia mal entendida puede acabar desacreditando a la historia bien entendida”.
El capítulo del folclor es sólido. Se trata de un vistazo al poder mágico de la palabra, tanto en tiempos de una sociedad rural que se extingue, como en tiempos de televisión, celular e internet. Elabora teoría y la desarrolla como el caso de la categorización de la lengua en dialectos sociales de carácter temporal.
El autor recopila mitos, leyendas, relatos populares, coplas, dichos y refranes con los que sustenta la tesis del predominio temporal de un alma campesina, en su tierra natal. Luego, analiza las transformaciones ocurridas y las consecuencias inmediatas. Ocampo Cardona es consciente de que la tarea del historiador, más que conocer y consignar hechos, es entenderlos y divulgarlos en formas comprensibles.
Benedetto Croce distinguió entre la verdad histórica y la crónica a la que catalogaba como un relato fiel pero absurdo del pasado en todo el desorden de su experiencia directa. Muchos de quienes acometen monografías o ‘historias’ de municipios traman anécdotas descontextualizadas, sin motivos para evocarlas ni consecuencias sociales que las justifiquen; nombres propios sin motivos sobresalientes separados por una simple coma (,) de otros que tienen méritos suficientes pero que tampoco se resaltan. Historias que son más bien revistas para hojear y ojear.
Ocampo tiene en cuenta, desde el comienzo, la diferencia entre monografía e historia. Además insiste en delimitar los dominios de ciertos fenómenos sociales. Algunos de esos fenómenos se generaron en otras tierras o transmigran hacia ellas.
Hay autores que creen hacerle bien a su patria chica circunscribiendo, por un destino o una fortuna ciega, los fenómenos sociales al conglomerado de sus afectos. Pasan por alto que, mientras más dilatados sean los dominios de un fenómeno, mayor es la riqueza y complejidad; de esta forma, se comparten experiencias, conocimientos, valores, aunque la vigencia de los hechos tenga sus características particulares.
Ángel María otea el horizonte de ese pueblo enclavado en la vega en donde muere la montaña y que en forma espléndida captó el fotógrafo Jorge Hernán Arango para el diseño de la portada.
Henri-Irénée Marrou, historiador francés posterior a Bloch, añade a lo expuesto por Croce, que el defecto que se reprocha a la historia local es que “creyéndose escrupulosa y exhaustiva, registra minuciosamente mil nimiedades, sin liberarse de ningún detalle y… esto aún no es historia pues el historiador no ha sopesado el dato en su estado bruto, para hacerlo pensable, es decir, comprensible”.
La propuesta de Ángel María Ocampo Cardona es mucho más que la reedición de una historia de Marquetalia, publicada inicialmente en 1991. Por sus novedades en cuanto a contenido y forma es por lo que el autor advierte en la portada “Nueva Monografía”. ¿Nueva? Lo es. El autor nos lleva a compartir valores, experiencias, vivencias, conocimientos y desenlaces.
Marrou, en su obra El Conocimiento Histórico, expresó que por lo general, los historiadores “enaltecen o denigran de sus héroes; atribuyen sus conductas a motivos elevados o a móviles inconfesables”.
Ángel María Ocampo no evade los períodos de violencia que Marquetalia como el resto de pueblos colombianos han padecido, en forma intermitente; los denuncia, los ubica en su contexto nacional y mundial, siempre con lucidez y ecuanimidad.
Al mismo tiempo, desde que construyeron los actuales sistemas de comunicación, en la tierra de Ocampo, y se fundaron prestigiosos establecimientos educativos, en esa comarca, se fue conformando un coro de voces que ha motivado el orgullo entre posteriores generaciones de marquetones. Es un análisis referido en todos los tiempos verbales.
Se trata de un reacondicionamiento, a la luz de la historia y la crítica, de nuevas perspectivas para ese municipio por mil motivos admirable. Es la expresión de una época en la que se ha consolidado el interés por la superación a través de la educación personal y comunitaria, tema que le cae de perlas al autor que ha practicado y teorizado sobre este aspecto, tan desconcertante, año a año, a nivel nacional e internacional.
Ángel María Ocampo escudriña en el pasado de su patria chica para enrutarla en pos de un promisorio futuro; de ese tiempo que escasos autores de historias regionales se atreven a otear, aunque este sea el gran papel de la Historia, definida como la “ciencia de los hombres en el tiempo”.
Presentación del libro a cargo del autor, Ángel María Ocampo Cardona
Marquetalia
Caldas es mi tierra natal. En esta bella parcela de nuestra patria, donde
se mueven gentes festivas y sencillas, transcurrieron mis primeros años de
infancia y juventud. A la orilla del camino que de la cabecera municipal
conduce a los centenarios parajes rurales de Campoalegre y Guarinó, a escasa
distancia de donde se yergue hoy la escuela rural de Alegrías, estaba asentado
el humilde predio de mi solar paterno.
Casa humilde levantada
con paredes de tablas de madera y techo de zinc, rodeada de plantas de café
arábigo y algunas matas de plátano, fue todo el patrimonio que mi enfermo padre
dejó al morir, cuando yo apenas contaba con seis años de edad. Lucha heroica de
mi madre, quien tuvo que convertirse en padre y madre para sacar adelante su
progenie. Años que recuerdo con emoción porque desde el patio de juegos donde
nos reuníamos todos los hermanos y hermanas, veíamos pasar día a día, a los
campesinos que se desplazaban desde Guarinó y Campoalegre, a pie o a caballo,
hasta la cabecera, a sus faenas de negocios. Recuerdo con nitidez las recuas
que en especial los domingos en la mañana pasaban por el frente de mi casa,
fatigosas después de recorrer las difíciles leguas que las separaban de sus
lugares de origen, en las cóncavas hoyas del Guarinó, con respecto a la plaza
principal de Marquetalia, a donde llegaban cargadas con la panela de Caracolí,
el café de Campoalegre y los productos de las sementeras del Guarinó, para ser
comercializadas entre los habitantes del casco urbano. Son quizás esos
recuerdos los que despertaron en mi más temprana juventud, la inquietud por
indagar acerca del pasado de mi pueblo, que por lo visto se entretejió ahogado
entre el canto de las herraduras y la algarabía de los arrieros, en ese cruce
de caminos que dio origen a la fundación de Marquetalia.
El paisaje
natural de mi tierra nativa es privilegiado, porque a pesar de estar enclavada
entre los riscos de la cordillera central, o quizás por ello mismo, goza de climas
y paisajes que estimulan la vida espiritual y el desarrollo de las disciplinas mentales.
Si nos ubicamos en una posición panorámica aérea sobre la cabecera del municipio, podemos divisar al norte, los
cerros de El Rodeo y el Aguacate, reinando sobre las altas montañas del
nororiente caldense (Samaná y Norcasia), separadas de la Cordillera de
Marquetalia, por las hondonadas del Río La Miel, cuyas aguas marcan la línea
divisoria con los municipios vecinos del norte; al noroeste, los cerros de la
Paila y de la Unión, separan la cordillera de Marquetalia de los territorios de
Manzanares y Pensilvania; al suroeste, la hoya del Río San Juan, separa la
cordillera de Marquetalia, de las alturas del Guadalupe y otras elevaciones
menores que pertenecen a la jurisdicción de Manzanares; al oriente, en suave
descenso, interrumpido apenas por la Quebrada de Dantas y otros riachuelos
menores, se dejan ver los cerros que separan a Marquetalia de Victoria; y al
sur, casi no alcanza a divisarse el profundo cañón del Guarinó, cuya vista es opacada
por la abigarrada vegetación que cubre su sinuoso recorrido, y porque al fondo
se impone la cordillera que le sirve de asiento al caserío tolimense del Tablazo
y a los municipios de Fresno, Palocabildo, Casabianca, Falan y Santodomingo.
Este terruño
plácido y soberano, atrajo y acunó desde tiempos inmemoriales, las pisadas
aborígenes de hombres valientes y guerreros, rebeldes y orgullosos de su región,
como fueron los Palenques, Patangoros y Marquetones, los primitivos habitantes
del sector oriental del actual Departamento de Caldas. Contra ellos tuvieron que vérselas, los conquistadores
españoles, entre quienes se menciona a Baltasar Maldonado, Álvaro de Mendoza,
Francisco Núñez Pedroso y Asencio de Salinas, al partirse en dos el siglo XVI,
cuando las huestes europeas buscaban ardorosamente el Tesoro de Arví. Por su
valentía y orgullo se autoexterminaron, antes que aceptar la desaparición de su
raza por cuenta de las crueles y sanguinarias debacles promovidas por los
europeos.
Podríamos decir
que hasta el año 1991 no se tenía ningún referente histórico propiamente
documentado para hablar de la historia y la geografía de esta bella población.
Quienes deseaban consultar el pasado de esta comarca, debían remitirse a las
escasas publicaciones históricas existentes sobre las poblaciones circunvecinas,
especialmente Pensilvania, que contaba con diferentes monografías escritas en
la primera mitad del siglo XX. Lo cual se debía al infortunado descuido de
quienes por décadas habrían tenido la responsabilidad de salvaguardar la
historia y la tradición escrita de este pueblo, sumado al carácter relativamente
nuevo de la población, erigida en municipio apenas en 1924. Pero sobre todo, al
infortunado registro de desastres naturales como el incendio de 1926, que borró
cuanto se tenía en la memoria de las primeras décadas de lo que había sido en
primera instancia el Corregimiento de Risaralda (adscrito al municipio de
Manzanares) y luego el Municipio de Núñez, a partir de la segunda década del
siglo XX.
La monografía
que tuve la fortuna de publicar en el año 1991, bajo el título de “Marquetalia:
Su historia y su Cultura”, editada por la Imprenta Departamental de Caldas,
quedó adoleciendo de una serie de imprecisiones entre las que se cuentan datos
relacionados con las razones del nombre de la población. Sin hablar de la
insuficiencia de información con respecto a múltiples aspectos de la cultura y
el devenir histórico del terruño. Con sobrada razón, muchos coterráneos lamentaron
que la monografía no hubiese mencionado muchas cosas que eran de obligada
recordación en el poblado. Mi falta de experiencia investigativa para ese entonces,
la ausencia de fuentes documentales en las oficinas de la población y el escaso
apoyo oficial a mi labor investigativa, sumados a una alta dosis de imaginación
mítica con que los habitantes compensaban esa escasez de información
historiográfica, me hicieron incurrir en serios errores que espero resarcir en
esta nueva monografía.
En el año 2009,
la Academia Caldense de Historia, en ejecución de un proyecto que le fue
encomendado por la Secretaría de Cultura de Caldas, sobre las monografías de los
municipios, tuvo a bien confiarme la enorme responsabilidad de actualizar los
datos monográficos sobre mi tierra natal. Con una mejor disciplina para la
investigación histórica, decantada después de escribir la monografía del
municipio de La Merced y el libro “De la Doctrina a la Escuela: Una Historia de
la Educación en Manizales y Caldas”, abordé esa responsabilidad. El documento
que presenté entonces a la Academia, como síntesis monográfica de esta
población, fue el punto de partida para esta nueva monografía. Aquí procuro
llenar muchos de los vacíos dejados en el libro publicado en 1991.
Mi historia se
remonta, como bien lo dice el prologuista, a tiempos de tribus disgregadas por
estas tierras ardientes. Busco compartir con mis lectores, la brega de los
conquistadores por el valle medio del Tolima y oriente del actual Caldas;
expongo las causas de la desaparición de los aborígenes y presento mi visión
sobre la colonización antioqueña en estas extensiones feraces y feroces que
fueron pobladas por hombres de alpargatas, hacha y machete. Procuro captar en
mi obra las diferentes facetas del discurrir popular, la organización civil, la
vida eclesiástica, la educación, el trabajo literario en el municipio. Intento
dar relieve a los momentos cenitales de mi terruño. Incluyo un capítulo sobre
el folclor, dando un vistazo al poder mágico de la palabra, tanto en tiempos de
una sociedad rural que se extingue, como en tiempos de televisión, celular e
internet. Por eso recopilo mitos, leyendas, relatos populares, coplas, dichos y
refranes, porque a mi modo de ver, en mi tierra natal aún predomina un alma
campesina.
Un capítulo que
he decidido incluir en esta nueva monografía y que no fue abordado en mi
publicación del año 1991, es el relacionado con ese oscuro período de los
conflictos sociales, vivido por mi pueblo en las medianías del siglo XX.
Algunos lectores podrán molestarse con estas páginas dolorosas. Pero he decidido
incluirlas porque reconozco, como lo hace Germán Arciniegas, que en el mundo,
los pueblos no se mueven como coros celestiales. En medio de la lucha, las
pasiones humanas salpican de sangre y hasta de lodo más de una página en el
libro de los anales. Hemos de reconocer que el pueblo ha encontrado conductores
generosos, a veces sus capitanes han sido bandidos, a veces el adalid ha sido
al mismo tiempo fuego purificador y fuego exterminador. Pero del fondo de estos
contradictorios elementos ha salido la nueva realidad de estos marquetones de
hoy que han crecido como la promesa de los hombres libres.
Además porque la
oscuridad de la violencia vivida entre los años 1946 y 1963, nos sirve para
admirar en su mayor esplendor, el papel jugado por líderes pacifistas que a la
cabeza del sacerdote Antonio María Hincapié Soto, se encargaron de traer a
Marquetalia, la luz de la paz, el progreso, la educación, la cultura y la prosperidad.
Sin embargo, el lector tendrá que reconocer, que ninguna monografía agota la totalidad
del asunto estudiado. Subsistirán aún errores, vacíos, inexactitudes.
Seguirán
faltando nombres, obras y hechos importantes. Pero el lector, en esta ocasión,
será más comprensivo con el autor, porque podrá observar que la intención ha
sido abordar lo máximo en el mínimo espacio y sobre todo, plasmar toda la
información posible, sin pretensiones subjetivas ni sesgos ideológicos o de cualquier
otro tipo. Soy consciente de que en un tipo de monografías como éste, los temas
históricos están lejos de ser abordados con el espíritu crítico y analítico que
quisiera un experto de la investigación histórica y social. Pero me seguiré alegrando
que los jóvenes estudiosos de la región, puedan encontrar aquí el arranque para
investigaciones más especializadas. Temas como el desenvolvimiento de la
Parroquia, los movimientos religiosos alternativos, los movimientos sociales y
políticos, la educación, el transporte, la economía y aún las mismas
manifestaciones infortunadas de los sucesivos oleajes de la violencia colombiana
en el ámbito local, serán entre otros, temas que ameritarán la debida auscultación
y profundización por parte de las futuras generaciones de intelectuales en
Marquetalia.
La mejor
oportunidad para rendirle homenaje a esta patria chica, es su nonagésimo
aniversario de municipalización. Al cumplirse los primeros noventa años de su
vida municipal, deseo congratularme con mi tierra natal, ofreciendo a mis
paisanos esta obra que sintetiza lo mejor de la memoria histórica que cualquier
marquetón desearía conservar en sus haberes personales. Y el conglomerado de
esta bella tierra podrá tener en este libro una buena documentación de su
memoria colectiva, como fuente primaria para subsiguientes investigaciones y
creaciones literarias.
Agradezco en
todo caso, el apoyo ofrecido por personas y entidades que me tendieron su mano
generosa para que se pudiera lograr el sueño de publicar esta nueva monografía,
para bien de la cultura de los caldenses en general y de los marquetones en
particular.