Por Fabio Vélez Correa
INTRODUCCIÓN.
Cuando se estudian los documentos que existen de los tiempos iniciales
de Risaralda, el municipio caldense enclavado sobre el Macizo de los Mellizos,
una estribación de la cordillera Occidental, se encuentra que no hay ninguno
que defina exactamente el día y el año preciso en que fue fundada la población.
En otras palabras, no hay un Acta de Fundación, ni se encuentran datos
de algún Juez Poblador que hubiera firmado las actas de entrega de los primeros
lotes para la naciente población. Sólo hay anécdotas, comentarios de los viejos
pobladores y fechas imprecisas que corren el riesgo de distorsionarse con el
paso de los años.
Pero como debe señalarse alguna fecha para la historia oficial, hace
treinta años cuando iniciamos los trabajos de investigación en los archivos del
municipio, desorganizados y empacados en papeles empolvados, en vista de que no
se pudo constatar un documento preciso, tuvimos que recurrir a los datos del Diccionario Geográfico de Colombia,
editado por el Instituto Geográfico Agustín Codazzi, donde Risaralda aparece
fundado en 1908.
El año señalado puede ser válido, aunque durante el mismo aún no se
había nombrado algún Inspector para dirigir el proceso administrativo del
naciente caserío… esto sólo se haría en 1911. Ya había un poblado que crecía a
buen ritmo, con unos dirigentes empíricos que buscaban su progreso y tenían muy
en claro su deseo de convertirse en municipio. San Joaquín buscaba
independizarse de Santa Ana de los Caballeros (Anserma) y en pocos años lo
lograría.
Por todo lo anterior, es que se puede afirmar que Risaralda cumple el
año entrante (2008) 100 años de
Fundación, así sólo lleve 90 como municipio constituido. De todas maneras, es
válido que el poblado del occidente caldense piense en una celebración a la
altura de sus 100 años de existencia como ente poblacional.
No sobra agregar que aún aletea en las memorias el recuerdo de la
celebración del Sexagenario de Creación Municipal en 1976 y que los 100 años
deben celebrarse con igual o mayor despliegue cívico, cultural y festivo.
EN EL PRINCIPIO.
En el año de 1900, de acuerdo con la leyenda, existía una sola casa, la
de Ana Joaquina Giraldo Duque, quien atendía a los menesteres de la hospedería
en el fragoroso camino al Cauca, en el repecho de la cordillera, por donde
queda en la actualidad la salida para Manizales (sobre la avenida “Los Fundadores”). Por esa época Colombia
se desangraba en una de sus tantas luchas fratricidas, la denominada Guerra de
los Mil Días.
Desde fines del siglo XIX el salamineño Rudesindo Ospina y el sonsoneño
Pedro Salvador Orozco obtuvieron del gobierno nacional, a cambio de bonos
territoriales, grandes globos de terreno en el Valle del Risaralda, en Apía y
en la serranía de Belalcázar en los cuales hicieron “abiertos” para mejorarlos y proceder a su parcelación. Es
importante anotar que Pedro Salvador Orozco había participado en la fundación
de Támesis y Belalcázar y su actividad empresarial había hecho renacer a
Anserma Viejo.
El núcleo de Santa Ana.
Poco después llegaron a establecerse en esta región, atraídos por la
feracidad de sus tierras, varias familias antioqueñas y del norte de Caldas,
entre ellas las de Gregorio Ramírez, Marco Antonio Quiceno, Pedro Pimienta,
Benjamín Vallejo y otras, quienes deseando un lugar apropiado para levantar sus
viviendas eligieron para tal fin el sitio elevado de Santa Ana. El señor
Ramírez construyó la primera casa y estableció una fonda en la región; poco a
poco se levantaron otras casas, pero vino el obstáculo, el agua era deficiente
y por esta razón Santa Ana perdió la vigencia como núcleo primigenio de la
fundación. La mayor parte de sus habitantes se trasladó a San Joaquín.
Al respecto hay una anécdota sobre el ocaso de la primera fundación
realizada en las laderas de Santa Ana, que podemos sintetizar así:
Por esta época habitaba en Santa Ana, donde tenía su negocio, la señora
María Ninfa Franco quien había sido una de las primeras pobladoras de ese
sector. El amor propio y cierta nostalgia por el tiempo vivido en el mismo
lugar donde tenía establecida su vivienda y su tienda, hicieron que se
sublevara contra el nuevo orden de cosas. Cuando los colonos cuyas casas
lindaban con la suya, empezaron a trasladarse a San Joaquín, María Ninfa siguió
más firme que nunca donde se encontraba, por algo confiaba en la misericordia
de Dios.
Pasaron los días. Santa Ana decrecía en la misma medida en que crecía
San Joaquín. Los comerciantes ambulantes seguían haciendo sus negocios,
cruzando veredas, atravesando quebradas y ríos, visitando casa por casa, en su
afán de hacer nuevos clientes y acelerando de manera inconsciente el
desenvolvimiento del naciente núcleo municipal. Uno de estos negociantes, don
Arsenio Monsalve, llegó cierto día con sus mercancías hasta la casa de María
Ninfa Franco y como era usual en él, le hizo la siguiente pregunta:
– ¿Se mueve mucho el negocio, misiá Ninfa?
Después de una corta pausa, como si estuviera buscando las palabras
adecuadas, María Ninfa exclamó:
– No, señor. Entre San Joaquín y San José, se tiraron a Santa Ana.
Esta corta frase pasó a la historia de Risaralda como un símbolo de la
constancia que puede tener el ser humano, al aferrarse en el terruño que le ha
servido. Además nos señala que por la época ya empezaba a cimentarse otro
poblado, San José, el futuro corregimiento de San Joaquín y más adelante, nuevo
municipio de Caldas.
San Joaquín entra en la
historia.
Retomando el tema, encontramos que después de trasladado el poblado a
San Joaquín, se despertó un gran entusiasmo en los colonos y éstos se dieron a
la tarea de llevar noticias del mismo a la mayor parte de los pueblos de
Antioquia, para que se conociera la exuberancia de la nueva tierra, porque en
verdad era así, por lo fértil, hermoso y amplio que se veía el territorio
comprendido entre los valles del Risaralda y el Cauca… corría el año de 1905.
En 1908 San Joaquín había logrado el desarrollo inicial hasta
convertirse en caserío de Anserma. La primitiva construcción de viviendas se
había realizado al margen del camino de herraduras que marcaba una dilatada
línea recta. Queriendo sus fundadores que esta colina tuviera vida
independiente, optaron por ir trazando las carreras y las calles de lo que en
la actualidad es Risaralda.
Pero, todavía quedaba un problema, los residente de Santa Ana insistían
en establecer la primacía de su región en relación con el corregimiento. Los
habitantes de Santa Ana estaban dirigidos por don Gregorio Ramírez quien poseía
varias casas y una fonda. Lo propio ocurría en el sector de la Quiebra de Varillas, donde
había otro núcleo importante de viviendas, propiedad de los hermanos Rave,
Emilio, Jaime, Justo y Rafael y de Alberto y Jesús Grajales.
El problema se manifestaba así. Don Gregorio y su gente querían que el
pueblo se fundara en la parte donde tenían sus negocios; a su vez, los de la Quiebra no admitían que
fuera donde decía don Gregorio; la razón era muy clara, por la falta de agua y
la topografía del terreno. Mientras estos señores discutían tal problema, los
verdaderos fundadores emprendieron la titánica labor de trazar el terreno que
más tarde serviría para edificar las casas del pueblo de San Joaquín.
Los Fundadores.
Se consideran como fundadores de San Joaquín (posteriormente Risaralda),
a los siguientes colonos: Jaime Arboleda, Nolasco Santa, Lino Arias, Aldemar
Quiceno, Ezequiel González, Cecilio Quiceno, Rufino Osorio, Balbino Escobar,
Tadea Osorio (“Tadeita”, quien murió
a los 116 años de edad), Nicasio Castro, Bonifacio Sánchez, Marco A. Quiceno,
Joaquín Quiceno, Ramón Franco, José Franco y su esposa María Antonia Arcila (“Mamá Toña”).
Los primeros años de vida
poblacional.
Continuó el adelanto demográfico de la población y se dieron a la tarea
de hacer el mercado cada quince días, en la parte donde está la plaza principal
de la población, así como lo tenía previsto los fundadores. Fueron muchos los
problemas que tuvieron que afrontar con el señor Ramírez, para que continuara
el mercado en la parte donde se estaba efectuando.
Finalmente, el señor Ramírez se salió con las suyas, como tenía gran
influencia logró en alguna ocasión que las autoridades de Anserma prohibieran
ese comercio, considerando que afectaba los intereses de los propietarios de
tiendas de Anserma. Los agentes de policía encargados de hacer cumplir la orden
de suspensión del mercado, lograron su cometido en la primera oportunidad,
debido talvez al desconcierto de los vecinos frente a la insólita medida.
En la segunda oportunidad los agentes, que eran de Anserma, perdieron
el viaje, las gentes que tenían sus ventas se opusieron a este hecho
inverosímil. De la única forma que terminaron con esas anomalías, hasta muy
prudente por cierto, fue mediante una borrachera de don Fabriciano Rincón y los
mejores macheteros del Tablazo y Cambía.
Dicen quienes presenciaron los hechos, que estos señores sacaron todas
sus habilidades con el machete y la esgrima, registrándose un alboroto dado al
diablo, la paliza fue de parte y parte, no se oían sino los gritos y ayes de
dolor de los que recibían los golpes y las exclamaciones de júbilo de los que
acertaban los terribles planazos.
Las mesas rodaban por la superficie del mercado y la fugaz carrera de
los agentes que llegaron a obstaculizar la buena marcha de un caserío que
apenas empezaba a organizarse, vinieron a poner un tinte picaresco a la
dramática situación planteada. Fue pues, este el motivo por el cual
principioóel pleito en el año de 1911. El mercado continuó sin la oposición de
los señores de Anserma y la paz volvió a reinar en este suelo.
Entrevista con Don Lino Arias,
Fundador.
Como fundador de Risaralda y testigo de los acontecimientos ocurridos
en los primeros tiempos de la población, don Lino Arias concedió al diario La Patria *, el
día sábado 1 de julio de 1944, una entrevista en la cual habló de la fundación,
de los tiempos iniciales y de esas pequeñas incidencias y anécdotas tan comunes
en el proceso de gestación de todo nuevo poblado. Por considerar este documento
de gran trascendencia e importancia, dada la calidad de su autor, lo
incluiremos a continuación:
“Lentamente pasa por las calles rotas de Risaralda don Lino Arias, el
más activo de los fundadores de la población. Risaralda está a la altura del
recuerdo de muchas de sus gentes. Por la memoria de los abuelos pasa la arisca
topografía inicial, las casas menudas de los principios. Pero en don Lino ese
recuerdo menciona su gloria, su pasado poderío económico, su vitalidad de
antioqueño duro, de autor de pueblos.
Don Lino languidece en medio de la ingratitud colectiva. Moreno,
quemado duramente por el sol, los ojos hundidos entre los párpados
lagrimeantes, el fundador viste pobremente. Para el cronista se hace un poco
difícil la entrevista por la dureza de su oído y por las fallas crecientes de
su memoria, que no obstante, descubre la génesis de la aldea, su nacimiento en
el tiempo.
– ¿Cuántos años tiene Ud., don Lino?
– Por allí unos ochenta y ocho. Yo nací en Jericó y llegué a Risaralda
hace muchos años. Por aquí había mucha gente, pero nadie había pensado en
fundar una población. Fue entonces, agrega, cuando algunos nos reunimos para la
tarea: don Ezequiel González, don Nolasco Santa, don Jaime Arboleda, don
Cecilio Quiceno, don Eusebio González y yo, resolvimos fundar a Risaralda. Don
Nolasco y don Jaime dieron el terreno necesario para la fundación, ya que la
cuchilla en donde está ahora, era el
límite de sus propiedades.
Una que no se fundó: En un principio se había pensado fundar una
población en Santa Ana, pero el terreno y la falta de agua no lo permitían. De
esta idea se pasó a la de fundar la población aquí. Esto se llamaba en un
principio la Quiebra
de Varillas y luego se denominó San Joaquín.
Los enemigos: Pero no se podía trabajar mucho porque las
autoridades de Anserma impedían que el pueblito prosperara, y que los vecinos
hicieran su mercado el día lunes, que era cuando se hacía. Tirso Ramírez vino
tres veces con agentes armados para impedir que se hiciera el mercado. La
primera vez lo atendimos, pero a la segunda hicimos correr la orden de que no
se les diera almuerzo. La orden se cumplió. Don Tirso me impedía a mí la venta
de pandequeso.
– ¿Dónde estaba la primera edificación de Risaralda?
– La primera de ellas fue una piecita que para tienda construyó don
Aldemar Quiceno y estaba situada en lo que ahora ocupa la plaza. A ésta siguió
la casa de dos pisos que es ahora propiedad de don Marco Morales. Allí se
comenzó el pueblo. La tercera fue la mía. Pero Anserma no nos dejaba edificar.
Muchas de las casas fueron hechas de noche.
Las primeras autoridades: El primer corregidor fue don Juan Uribe y su
secretario don Ezequiel González; el segundo fue don Rafael Arango y su
secretario don Pedro Rodríguez. El primer policía fue don Pedro Giraldo, que
aún vive. Los primeros maestros fueron de Anserma: don Erasmo Cortés, don
Arnulfo Lenis y don Alfonso Ruiz.
El Municipio: Una vez que conseguimos el permiso para
edificar y para vivir tranquilamente, se pensó en la manera de fundar el
municipio. Conseguimos, agrega don Lino, un abogado de Riosucio que se
encargara de tramitar el negocio. Todos los sábados en el mercado se pedían
cuotas a todos los vecinos para pagar los gastos del pleito. Don Rafael Arango
viajaba cada mes a llevarle la plata al abogado. El permiso para edificar se
nos dio después de haber medido la distancia entre San Joaquín y Anserma, que
resultó ser de dos leguas y cuarto.
Para el municipio hubo mucha pelotera y hubo que gastar mucha plata. Yo
ayudé mucho. Todos los sábados tenía que dar de a quince a veinte pesos para el
pleito. Ahora no me fumo un tabaco si no me lo regalan. Malagradecida que es la
gente.
Los primeros sembrados: Los primeros sembrados, contesta don Lino,
que se hicieron en el municipio, fueron de caña, plátano, yuca, maíz y
fríjoles. Había mucha gente regada en el caserío, pero los fundadores fuimos
los que ayudamos con plata a que esto prosperara. Con los días de mercado
organizamos los convites para llenar chambas, pues esto eran unos morros
enormes. La plaza era uno grandísimo. Todas las casas están edificadas sobre
llenos las unas, y las otras después de banquear el terreno. Luego de esto
comenzó la vida municipal de Risaralda”.
Y hasta aquí la entrevista con don Lino Arias, no sobra agregar que en
ella se notan algunas imprecisiones y errores históricos justificables, dada la
edad que tenía don Lino en ese entonces, y sus fallas de la memoria.
EL PRIMER INSPECTOR DE SAN
JOAQUÍN.
Como un ejemplo de los afanes e intereses que movían a la creciente
población, recién fundada, podemos seguir paso a paso, lo que fue la
administración de don Ezequiel González, el primer inspector que tuvo San
Joaquín, en el año de 1911, cuando el poblado era un humilde caserío formado
por unas cuantas casas que hacían guardia a lo largo del camino de herraduras
que constituía su calle real, como se denominaba entonces.
Don Ezequiel González Montes, hombre sencillo pero de grandes dotes
cívicas, había colaborado con ardentía en los duros menesteres de la fundación.
Cuando fue elegido Inspector actuó en su cargo con sencillez y simplicidad, más
con la intuición de un gobernante en ciernes, que con la fina experiencia de un
administrador salido de cualquier universidad. De todas maneras, sus
ejecutorias estuvieron a la altura de las necesidades del naciente poblado y de
sus gentes, que veían en él la solución de sus problemas sencillos y
localistas.
Revisando los archivos municipales encontramos unas resoluciones en las
cuales se detecta el espíritu administrativo de don Ezequiel y sus ejecutorias,
mientras fue inspector. Debido a su interés histórico, trataremos de hacer un resumen
sucinto de las mismas.
Debido a lo precario del erario público, carente de recursos para
subsanar los gastos que pudieran presentarse por concepto de obras públicas, y
como era necesario darle una visión más dinámica y progresista al incipiente poblado,
el Inspector González recurrió salomónicamente a la labor comunitaria de sus
conciudadanos para realizar este trabajo, lo hizo mediante la promulgación de la Resolución Nº 1, de julio 2 de
1911 que en su parte ordinativa dice:
“Procédase
inmediatamente por los vecinos de este corregimiento, o sea por los habitantes
de la calle principal, al arreglo de la calle, cada cual en lo que corresponda
a su casa, como empedrar, hacer llenos y cuya refacción debe estar hecha a
satisfacción de la Autoridad
el 10 de los corrientes. El que desobedeciere esta disposición incurrirá en
multa de un peso oro”.
Además del espíritu cívico incubado en los
fundadores, así hubiera que impulsarlo un poco con autoritarismos
gubernamentales, existía en los primeros habitantes de Risaralda un ánimo
alegre, despierto y festivo que les permitía, en algunas ocasiones, organizar
regocijos públicos en los cuales expansionaban su alegría y entusiasmo.
Precisamente en 1911 se realizaron unas fiestas, las cueles fueron reglamentadas
por la inspección mediante la Resolución Nº
2, en los siguientes términos:
“Art.
1º. Se recomienda a todos los ciudadanos que guarden el mayor orden posible
durante los regocijos públicos, dando muestras de cultura en todo caso, tomando
interés cada cual por evitar desórdenes, disgustos o desavenencias.
Art.
2º. Si por causa de embriaguez, mal carácter o altanería, algún sujeto
molestare o inquietare a los ciudadanos pacíficos o provocare a riña, será
conducido a la cárcel, en donde permanecerá detenido hasta que terminen las
fiestas.
Art.
3º. No se permitirá que mujeres e hijos de familia asistan a los garitos o
mesas de juego en ningún caso, ni que vaguen por las calles después de las
siete de la noche”.
Esta tradición cívica de alegría ciudadana ha
llegado, a través del tiempo, hasta nuestra generación del siglo XXI. No ocurre
lo mismo con las sanas costumbres y la sencillez de vida de los tiempos
patriarcales.
El día 12 de julio de 1911, algunos ciudadanos
eufóricos por el licor consumido durante el día, decidieron hacer algunos
disparos de revólver en una de las calles de la población; como don Ezequiel
era amante de la paz ciudadana, decidió multarlos, para lo cual promulgó la Resolución Nº 3, de fecha 13 de
julio, la cual dice en su parte resolutiva:
“Impónese
a los señores Jesús Salazar, Carlos Rojas (hijo), Miguel Iza, Aurentino Marín,
Ramón Sepúlveda, Aldemar Quiceno y Leopoldo Garrido, la multa de un peso oro,
cantidad que consignarán en la Tesorería
Auxiliar de este Corregimiento”.
Cabe destacar que don Aldemar Quiceno, uno de
los multados, es considerado históricamente como uno de los fundadores del
pueblo.
Como don Ezequiel era consciente de la
problemática de los semovientes, eternos perturbadores de la tranquilidad
ciudadana y de la organización y estética pueblerina, promulgó la Resolución Nº 4, con
la cual esperaba solucionar un poco estos problemas. En la parte resolutiva
dice:
“Art.
1º. Prohíbese en absoluto dejar vagar bestias o ganados por las calles públicas
y plazas.
Art.
2º. Los dueños de bestias o ganados deben mantenerlos en potreros seguros, es
decir, que tengan cercas de tal modo que no permitan la salida de tales
animales; y si por no mantenerlos de este modo salieran de los potreros y
causaren daños, la indemnización de éstos serán de cargo de los dueños, y si la
falta se repitiere, pagará una multa de uno a cinco pesos oro, según el caso.
Art.
3º. Se prohíbe asimismo que se dejen vagar cerdos y perros por la plaza y
calles. Los dueños de estos animales los mantendrán en seguridad.
Art.
4º. El que infringiere el artículo anterior incurrirá en una multa de diez a
ochenta centavos oro.
Art.
5º. Se prohíbe secar pieles en medio de la población, por ser esto un acto
antihigiénico. El que contraviniere a esta disposición, incurrirá en una multo
de veinte centavos oro por primera vez”.
En los primeros tiempos el poblado carecía de
un acueducto que supliera sus necesidades primordiales, de ahí que las gentes
tuvieran que recurrir a los nacimientos de agua localizados entre los predios
de los señores Gregorio Ramírez y Gregorio Ospina, en donde además de tomar el
agua para los oficios domésticos, lavaban las ropas sucias, faena esta última
que acarreaba inconvenientes de carácter higiénico, inconvenientes que hubo de
solucionar don Ezequiel mediante la expedición de la Resolución Nº 5 que dice:
“Prohíbese
continuar lavando ropa y otras inmundicias en el lugar indicado, y trasládese
el lavadero al lugar donde lo indicó el suscrito y al efecto se construyó otro
lavadero”.
Risaralda siempre ha albergado en su idiosincrasia un gran espíritu
religioso y moral en sus costumbres. Fundada por antioqueños de ancestro
católico y puritano, no podían permitir estos humildes campesinos venidos a
ciudadanos, que en su medio medraran sociedades conyugales ilícitas.
Precisamente en 1911 llegó a oídos de don Ezequiel, la existencia de unas
relaciones ilícitas entre Pedro Giraldo y María Uribe, relaciones que la gente
veía con malos ojos y que esperaban que su Inspector supiera corregir para bien
del bien nombre moral del caserío. Ante esta situación el señor Inspector,
consciente de la labor moralizadora que le involucraban sus conciudadanos,
expidió la Resolución Nº
6, el día 26 de julio, y que dice:
“Cítese
a los expresados Giraldo y Uribe, y exíjaseles una fianza de romper esas
relaciones mediante una fianza abonada; y de no hacerlo se resolverá lo
conveniente”.
No pudimos conocer qué alcances pudo tener esta medida, pero a nuestros
ojos de historiador, se presenta con caracteres curiosos y anecdóticos, ya que
hoy en día una actitud semejante causaría estupor e incredulidad, dada la
mentalidad liberalizada que se está fijando en las gentes, ante el empuje de
los nuevos tiempos y el cambio de las costumbres.
Estudiando los archivos del municipio, pudimos concretar un hecho
importante, en los tiempos iniciales recaía sobre los inspectores una serie de
actividades y atribuciones para asuntos que tocaban a personas especializadas,
pero que debido a lo reducido del caserío nuevo y a la escasez de habitantes,
no era factible que los nombraran. Por esta razón, los inspectores eran
administradores, urbanizadores, personeros, agentes del orden público,
moralizadores y hasta inspectores de higiene. A esta situación no pudo
sustraerse don Ezequiel González, quien debió promulgar la Resolución Nº 7 sobre normas
higiénicas, el día y de agosto de 1911, la cual resuelve:
Art.
1º. Se ordena a todos los habitantes de esta población el aseo constante de sus
habitaciones, tanto interior como exteriormente, sin permitir que a
inmediaciones de ellas se formen focos de infección.
Art.
2º. Se ordena igualmente que para los días martes y miércoles de la presente
semana tengan todos muy aseadas las calles, barriendo cada cual la parte
fronteriza de su casa, contribuyendo así a la solemnización de la fiesta de San
Joaquín, patrono especial de esta población.
Art.
3º. Los días martes y viernes de cada semana, se barrerán las calles de la
población por los vecinos, la parte que a cada uno corresponda.
Art.
4º. Los que infringieren algunos de los artículos anteriores, lo mismo, el que
arroje basuras, inmundicias u otras cosas semejantes a la plaza o calles,
pagará una multa de diez centavos a dos pesos oro, sin perjuicio a reparar el
daño.
Parágrafo:
Los agentes de policía quedan encargados de vigilar si se da cumplimiento a
estas disposiciones, dando aviso a este Despacho de las personas morosas en
cumplirlas, ellos quedan también en el deber de compulsarlas al efecto.
Parágrafo
2º: Las horas de la mañana se designan para barrer las calles en los días
indicados, para evitar así que levanten polvaredas, lo que es muy pernicioso
para la salud.
Art.
5º. Los expendedores de víveres u otros artefactos que dejen en la plaza y vías
públicas los objetos que se les dañen, o la paja, hojas u otras cosas empeladas
para acondicionarlas, pagarán una multa de diez centavos a un peso oro.
Art.
6º. Cuando se ofrezcan víveres a la venta en estado evidente de corrupción o
inutilidad, cualquier agente de policía hará suspender la venta, y dará cuenta
al jefe de policía para lo conveniente.
Art.
7º. Los víveres, que a juicio de peritos estén en estado de perjudicar a la
salud de los que los consuman, se harán destruir o preparar.
Art.
8º. No podrán fundarse dentro de la población fábricas o establecimientos de
cualquier clase que sean, siempre que comprometan la salubridad pública, a
menos que con ciertas precauciones pueda evitarse el peligro.
Art.
9º. Los que tengan necesidad de hacer banqueos o excavaciones en las calles o
vías públicas, y se vean obligados a arrojar tierra a ellas, la retirarán
oportunamente para evitar que se obstruya el paso de los transeúntes. Sin en
las mismas hiciere hoyos con cualquier fin, conseguido aquel, volverá a llenar
los hoyos inmediatamente.
Art.
10º. Es prohibido dejar correr aguas por las vía públicas, con perjuicio de
éstas, de las que se conducen a las casas para el uso doméstico.
Parágrafo:
Los contraventores a los artículos anteriores incurrirán en una multa de diez a
cincuenta centavos”.
Entre las riquezas naturales de Risaralda no ocupa puesto preponderante
la minería, casi podría decirse que no existe. Al menos en la actualidad no hay
personas ni empresas que exploten la riqueza mineral de nuestro subsuelo. En
los tiempos de la fundación los señores Luis Espinosa, Rufino Osorio y otros
empezaron trabajaos en una mina de Guamito, sin que llenaran los requisitos
sobre los derechos de dominio sobre la expresada mina. Por tal razón y con el
fin de impedir las vías de hecho y mantener las cosas en su statu quo, el señor
Inspector de San Joaquín promulgó la Resolución Nº 8, el día 13 de septiembre, la cual
resuelve:
“Hacer
comparecer al Despacho a los expresados señores y notificarles abstención de
los trabajos emprendidos en dicha mina, y que den la caución suficiente al
efecto, como lo estatuye el artículo 224 de la Ordenanza Nº 40 del presente
año”.
Estudiando en conjunto las disposiciones administrativas emanadas de la
autoridad de don Ezequiel González, podemos sacar como conclusión el afán de progreso
que permanecía vigente en él, su deseo dinámico y sincero de sacar avante al
naciente caserío de San Joaquín y su afán de colaborar en todo a los
fundadores.
CREACIÓN DEL MUNICIPIO.
En el año de 1913 los fundadores de Risaralda en unión de gentes establecidas
en el área urbana, viajaron a la ciudad de Manizales para solicitar la Creación del Municipio.
Lograron su cometido y en el mismo año los honorables diputados aprobaron la Ordenanza en primer
debate. En 1914 se hizo lo propio en el segundo debate. Y finalmente, en el año
de 1916 fue aprobada en tercer debate la Ordenanza
Nº 17, por la Asamblea Departamental,
según las facultades que le confería el artículo 169 de la Ley 4ª de 1913. El texto de la Ordenanza es el
siguiente:
ORDENANZA NÚMERO 17
(De 1º de abril de 1916)
“Por la cual se crea un municipio”
La
Asamblea
Departamental
de Caldas,
en uso de sus facultades legales,
ORDENA:
Artículo 1º - Créase el municipio de San Joaquín cuya
cabecera será el caserío del mismo nombre.
Artículo 2º - Los límites de este municipio serán: Del
punto donde el camino de Los Planes cruza la quebrada de Lázaro; siguiendo
ésta, aguas arriba hasta su nacimiento; de aquí, por la línea más corta, al
camino departamental; de éste, por la línea más corta, a la Cuchilla de Limones;
siguiendo ésta, al frente de los nacimientos de la Quebrada Sarsirí;
de aquí, por la línea más corta, al camino que de Anserma conduce de Risaralda
a la capital del departamento siguiendo este camino hasta el río Cauca arriba,
hasta la desembocadura de la Quebrada La
Habana; ésta arriba hasta el nacimiento del Alto del Guamo; de aquí, al
nacimiento de la quebrada de El Tigre; siguiendo ésta, aguas abajo hasta su
desembocadura en el río Risaralda; éste aguas arriba, hasta el paso actual de
El Delta; de aquí, siguiendo el camino llamado de los Planes, hasta la Quebrada de Lázaro, punto
de partida.
Artículo 3º - Una vez que comience a funcionar el
distrito de San Joaquín, la
Gobernación hará amojonar los límites del nuevo distrito con
los de Anserma y Belalcázar en los puntos que puedan suscitar dudas por una
comisión imparcial, compuesta como la misma Gobernación lo determine.
Artículo 4º - El gobernador del Departamento dispondrá
lo conveniente a fin de que el distrito empiece a funcionar el 1º de Julio del
corriente año.
Dada en Manizales, a treinta y uno de Marzo de mil
novecientos diez y seis.
El Presidente, MARCELINO ARANGO
El Secretario, Rafael Mª Botero
_________________
República de Colombia. – Departamento de Caldas. –
Gobernación.
Manizales, abril primero de mil novecientos diez y
seis.
Publíquese y ejecútese.
JOSÉ IGNACIO VILLEGAS
El Secretario de
Gobierno,
José
María Arango G.
Por Ordenanza número 21 de 1930, se cambió el nombre de San Joaquín por
el actual de Risaralda.
Es importante agregar algunas apreciaciones históricas y anecdóticas.
La municipalidad de Anserma, la cual tenía una gran influencia en la vida
política de aquel tiempo, se opuso rotundamente al Proyecto de desmembración. La Ordenanza que la
disponía, fue a consulta ante los altos poderes nacionales y la creación del
municipio debió ser autorizada mediante Ley.
Representó los intereses de Anserma en el litigio, el Doctor Adolfo
León Gómez y los de San Joaquín fueron atendidos por el Doctor Cándido Bernal.
Conocido el fallo favorable a los intereses del último litigante, don Juan
Bautista Uribe, Notario por mucho tiempo del poblado, envió a Bogotá un mensaje
de la siguiente guisa:
“Cándido con su candidez venció
León, aplacole melenas”.
El día 25 de diciembre de 1917 y siendo las doce del día, sesionó por
primera vez el Honorable Concejo Municipal de San Joaquín. En la instalación,
fueron elegidos los distintos cargos así:
Presidente: PEDRO RODRÍGUEZ
Vice-Presidente: CARLOS PÉREZ
Secretario: ROGERIO MARÍN
Luis
A. Orozco
Vocales: Luis
Felipe Marín, Francisco Patiño
Jesús
María Orozco
El primer Alcalde del poblado fue el señor Pedro Giraldo (“El Grande”), llamado así para
diferenciarlo de su homónimo el cual era de estatura pequeña y quien se destacó
en la vida administrativa del municipio. El Secretario de la Alcaldía era el señor
Ángel María Arroyave.
El primer Tesorero municipal fue don Jesús Rincón, que poco después fue
sucedido por don Joseje Henao. El primer Personero fue el señor Rafael Arango.
En ese mismo año, de acuerdo con las Estadísticas Fiscales, el
Presupuesto de Rentas y Gastos del nuevo municipio ascendía a la suma de Cinco
Mil Cuatrocientos Ochenta y Tres pesos moneda corriente ($ 5.483.oo).
En 1918 el alcalde Pedro J. Giraldo O., propuso al Concejo Municipal en
su sesión del 26 de mayo, el nombramiento del señor Rafael Quiceno como Juez
Poblador, con miras a la adjudicación de unos lotes despoblados, al precio de
dos pesos con cincuenta centavos oro, los que se partirían de la siguiente
forma: Dos pesos a favor del municipio y los Cincuenta centavos para el Juez
Poblador. La proposición fue aprobada por unanimidad.
La política del Ejecutivo auspiciada por el Legislativo, consistía en
adjudicar los lotes, con el fin de en ellos se construyeran nuevas viviendas,
fomentando en esta forma el desarrollo urbano de San Joaquín.
Ese año se otorgaron trece lotes, cuyos títulos de propiedad fueron
firmados por Pedro J. Giraldo O.,
Alcalde; Rafael Quiceno, Juez Poblador; Eufrasio Londoño V., Personero; y
Adolfo Hernández R., Secretario.
Los lotes fueron entregados a: Pedro A. Giraldo, en la carrera Cauca;
Gonzalo Osorio, en la plaza de “Santana”;
Abraham Hernández, en el mismo sector; lo mismo que el de Félix A. Carvajal;
Manuel S. Valencia, en la carrera Cauca; David Valencia, en la carrera
Antioquia; a los señores Vicente y Gregorio Quiceno, Marco A. Morales, Gregorio
Ramírez y Daniel Prieto, en la plaza de “Santana”;
Benjamín Moncada, Brígido Soto y Pedro A. Montoya.
Con el otorgamiento de estos lotes y la ulterior construcción de
viviendas en los mismos, empezaba a estructurarse la forma urbanística de
Risaralda, como asimismo, su ingreso a la vida departamental como uno de los
municipios más jóvenes y que lo llevaría a vivir grandes realizaciones durante
el siglo XX y los primeros años del XXI.
BIBLIOGRAFÍA
CÍRCULO CULTURAL “B.A.T.”. Ecos
(Gaceta Literaria). Risaralda, 1982 y 1983
RINCÓN PELÁEZ, Ovidio. Columna “Rincón”
(varias). En diario La Patria,
Manizales
RINCÓN PELÁEZ, Ovidio y VÉLEZ CORREA, Fabio. Risaralda, Monografía. 1916 – 1976. Imprenta Departamental de
Caldas, Manizales, 1976
RISARALDA, Municipio de. Archivo General. Concejo Municipal
VÉLEZ CORREA, Fabio. Risaralda, la Aldea y su Historia (Estudio
Histórico, Sociológico y Cultural). Biblioteca de Escritores Caldenses.
Imprenta Departamental de Caldas, Manizales, 1987
VÉLEZ CORREA, Fabio y PUERTA VÁSQUEZ, Gustavo. Génesis de un pueblo… Risaralda. Ediciones Ideas, Risaralda, 1877
* La entrevista fue realizada por Ovidio Rincón Peláez, uno de los escritores
más importantes de Risaralda y quien se destacara, en ese entonces, por la
publicación de su libro de poemas El
Metal de la Noche, obra que marcó un rompimiento en la lírica clásica de
entonces, por el manejo de los temas y el lenguaje revolucionario. Asimismo ya
eran famosos sus “Rincones”, las
columnas líricas donde escribía sobre la que él llamaba la “aldea”, ese Risaralda provinciano de
casas de bahareque y calicanto y de calles empedradas, donde aún se oía el
continuo tac tac de los cascos mulares conducidos por los arrieros (F.V.C.).