NOTAS EN CLAVE DE SOL
PARA LA HISTORIA
DE MANIZALES Y DE CALDAS
Por Javier Sánchez Carmona
Licenciado en Educación
RESUMEN
Sintetizamos aquí parte de la historia del paso de las notas
musicales por la zona norte de nuestro Departamento, con la indiscutible
influencia de las instituciones religiosas, militares y civiles.
Los colonizadores llegan con sus canciones, en los
seminarios y conventos se estudia la música religiosa y, de allí, salen los
coristas y músicos de agrupaciones “bandísticas”, quienes más tarde reciben la
academia europea. Las instituciones educativas, con los programas de bandas
juveniles han luchado por conservar nuestros ritmos populares; con la irrupción
de sonsonetes demoníacos ya vamos preparándole entierro de tercera a la música
sacra y a los ritmos de nuestros ancestros, ante la mirada impasible de algunos
“clérigos ignorantes”.
Palabras Clave: Música popular, Bandas musicales, Caldas,
ritmos populares, Carlos Schweineberg, Ramón Cardona, Temístocles Vargas, Nino
Bonavolontá, Festival del Pasillo.
Banda Juvenil de Neira, dirigida por el profesor Antonio Preciado. 2º Puesto
en el Concurso Nacional de Bandas, 1978.
En 1940, cuando en Alemania soplaban fuertes vientos de
batalla y continuaban anunciándose tempestades de pólvora, un alemán más
inclinado por la música clásica y religiosa que por la guerra, se vino para
Colombia y se radicó en Bogotá; se trata de Carlos Schweineberg, doctor en la
ciencia de los tetragramas, pentagramas y claves de do, de fa, de sol y de
todas las de uso en la escritura musical. Monseñor Luis Concha Córdoba 1 Obispo
de la Diócesis de Manizales, conoció a don Carlos como una autoridad en el más
amplio campo musical y, en general, como hombre de vastísima cultura
humanística.
Este gran maestro, en su tierra, había prestado su servicio
militar. Parece no haber sido muy obediente como soldado y, por su indisciplina
militar, fue sancionado; pero más severo fue el castigo de parte de su padre,
militar, aviador alemán, quien ya no más le aceptó el tratamiento cariñoso de
“papá”; debía llamarlo con el título obtenido por su vida consagrada a la
milicia; en adelante ya sería “mi mayor”, y no “papi”.
Para hablar de la música en nuestra tierra, ya nos referimos
a la institución religiosa, una de las puertas principales para la entrada del
“arte de Euterpe” y, a nuestro parecer, como vamos, con el correr de los años,
puerta de salida. El ya mencionado Monseñor Concha, se interesó en don Carlos
Schweineberg; lo convenció y lo trajo a Manizales a enseñar la música –figurada
y gregoriana– en los Seminarios Mayor y Menor, y en el Colegio de Nuestra
Señora, regido por la Arquidiócesis; la presencia de este maestro en nuestra
ciudad significó una importante época en la historia de nuestra música; se
conoce este periodo como la tercera etapa de nuestra música en Manizales y
Caldas; es la era alemana.
La primera, fue la de los campesinos, arrieros y
colonizadores llegados de Antioquia; fue la música campesina interpretada como
descanso al finalizar la jornada, cuando ya las mulas estaban descargadas y
listas para su ocio nocturno; lástima que tantas canciones hubieran finalizado
en el “Río Leteo”. La segunda etapa es cuando irrumpe la academia llegada del
centro de Colombia, de Bogotá. Hoy incluiremos un cuarto periodo: la nueva
academia y la era del “reguetón”.
El maestro Schweineberg fue “maestro de capilla” en nuestra
Catedral de Manizales y participó en la instrucción musical de los seminaristas
durante muchos años; la música formaba parte importante en el plan de estudios
en la carrera eclesiástica, pues, el canto litúrgico regularmente estaba
incluido en las celebraciones religiosas.
Pequeño paréntesis para una ligera noción de “maestro de
capilla”: se trata de un músico compositor encargado de gestionar, dirigir a
los cantores e instrumentistas responsables de la música sacra en las iglesias,
o de la música profana en las cortes. En nuestra iglesia, por voluntad del Papa
Paulo VI, fue desapareciendo esta figura, así como desaparecieron la tonsura,
el ostiario, el lectorado, el exorcistado y el acolitado –órdenes menores– en
la carrera sacerdotal. Hoy, cualquiera puede leer la epístola en la misa;
cualquiera puede tocar los vasos sagrados; cualquiera puede manejar las llaves
de la sacristía o del sitio reservado para el coro de la iglesia.
Abrimos otro paréntesis para manifestar un hecho insólito
para esta época (año 2015): Al doctor Luis Enrique García, quien en Manizales,
“ad honorem”, le hacía mantenimiento al órgano tubular del Templo de los
Agustinos, ya le impiden el paso a este sitio; cuando ya no existe la orden del
ostiario, los superiores de esta comunidad llamaron la atención al párroco de
este templo por permitir que el señor García manejara la llave del sitio
reservado para tan valioso instrumento 2; le cerraron el paso, precisamente
cuando iba a solucionar problemas de escapes de aire debido a problemitas
entendibles por el uso. Mayor causa de extrañeza, cuando el doctor Luis Enrique
jamás ha cobrado un peso por labores de mantenimiento. Por tan inexplicable
capricho, esta joya traída a Manizales hace mucho más de un siglo, seguramente
quedará a merced de las polillas, ratas y cucarachas, porque, hasta donde
entendemos, en Manizales no existe técnico para esta clase de instrumentos y,
de haberlo, el trabajo no será “por medallitas”.
Volviendo al curso de la vida del profesor alemán, pronto,
con Monseñor Concha, el Padre López Gómez 3 y don Carlos fueron formando aparte
un semillero musical: la academia de música sagrada, con la mira de que hubiera
en nuestros templos canto gregoriano, canto de la Iglesia y hombres que
alabaran al señor en el verdadero sentido de la palabra. Desafortunadamente esa
academia dio pocos, pero buenos frutos, entre quienes se destacaron el maestro
José Antonio Suárez, y Ramón Cardona.
Una gran enseñanza deseaba dejar el profesor Schweineberg: “ser fieles a
la vocación artística y no prostituir el arte sagrado con la música profana”.
Sus amigos recuerdan los momentos de tristeza de este gran
personaje: el primero, la noticia de la muerte de su padre, cuando piloteando
su avión en una incursión a la Isla de Creta fue derribado.
El otro gran motivo de aflicción, contagiado a muchos de sus
amigos y muy especialmente al señor Obispo Concha Córdoba, sucedió cuando, a
pesar de estar alejado de su patria natal, sufrió las inclemencias de esa
guerra; con otros miembros de la colonia alemana, lo apresaron “por ser
alemán”, y buscaron otro pretexto para condenarlo. Llevaría dos años en
Manizales, cuando un barco inglés fue hundido por un submarino alemán. Don
Carlos fue acusado como espía y de haber informado la ubicación del barco
inglés. ¿Sería que el señor Schweineberg, desde la torre de la Catedral de
Manizales, alcanzaba a divisar barcos navegando en los océanos? Y fue apresado
y llevado a un campo de concentración en Fusagasugá (Cundinamarca). Inútiles
fueron los ruegos de Monseñor en la búsqueda de la libertad de don Carlos, pues
era mayor la fuerza de los adversarios políticos de la familia Concha.
Después de algunas investigaciones, encontraron al verdadero
espía; pero un año en ese campo de concentración dejó una huella de amargura en
su alma; suficiente para debilitar su juicio; víctima de choques eléctricos,
llegó a encarnar la compunción.
Regresó a Manizales, tierra que hizo suya, y de donde no
tuvo porqué haber salido para sitio de concentración. Colombia, a finales de
1941, había roto relaciones con Alemania y con las potencias del Eje (Italia,
Japón). En consecuencia quedó prohibida la cultura alemana en nuestra tierra; a
don Carlos le quedaba prohibido enseñar la lengua alemana; su tristeza
acrecentaba.
Pasado el conflicto, este gran maestro continuó su labor de
enseñanza. El Gobierno de Caldas lo solicitó como miembro de la nómina de
profesores fundadores del Conservatorio de Música, donde se desempeñó por más
de 20 años. También fue profesor de alemán en la Facultad de Filosofía y Letras
de la Universidad de Caldas. Se desempeñó como “corista” en las parroquias de
Cristo Rey, en la Iglesia de los Padres Agustinos; en municipios del Viejo
Caldas y del Valle, los melómanos de la tercera edad aún recuerdan sus
conciertos, y conocieron de su obra, merced a los himnos para municipios o para
colegios.
Falleció trágicamente, el sábado 26 de junio, 1982; un
conductor, en avanzado estado de ebriedad, no controló su vehículo y lo
atropelló al frente de La Catedral, cuando este “consentido de Euterpe” se
dirigía a cantar la misa de las seis de la mañana.
Vayamos al pretérito anterior.
La doctrina cristiana con sus ministros y colaboradores,
llegó a nuestras tierras; fueron creando seminarios y conventos para la
preparación de más instructores para robustecer el proceso de la
evangelización; para esta tarea, los cantos religiosos constituían una línea
importante; en nuestro mundo cristiano, siempre se ha observado la exhortación
del Salmo 150: “alabad a Dios al son del arpa, las cuerdas, las flautas, las
bocinas o los címbalos”.
Mas, no todos los seminaristas coronaban su carrera; “son
muchos los llamados y pocos los escogidos” reza la sentencia, como no todos los
monjes perseveraban en sus conventos; al salir a la vida civil, traían la
formación de sus instituciones y, por tanto, sus conocimientos de arte fueron
una posibilidad de incorporarse a la vida laboral. Muchos continuaron prestando
sus servicios en las instituciones religiosas. Así, fueron surgiendo los
coristas en las parroquias; seguramente no alcanzaban a ser solfistas a primera
vista, pero sí, a pura malicia, aprendieron a deslizar los dedos por el teclado
de los viejos armonios traídos de Europa, y lograban, mediante el movimiento
alterno de los pies con muy fina motricidad, para el accionar de los fuelles
impulsores del aire, causa de la vibración de las lengüetas; y así como se nota
la diferencia entre un mecanógrafo y un “chuzógrafo”, se ha entendido la
diferencia entre un músico de academia y un músico “de pura malicia labriega o
de arriero” pero sí lograban con su instrumento los acordes elementales para el
acompañamiento de la liturgia de la misa, los cantos en honor a la Madre de
Cristo, o los motetes de alabanza al Santísimo.
Aquí viene a nuestro recuerdo un hijo de Neira (Caldas),
egresado del Seminario; hablamos del señor Francisco Cardona Botero, quien en
esa institución tuvo la oportunidad de estudiar solfeo y de conocer el teclado
del armonio. Dejó de ser seminarista, pero continuó vinculado con los oficios
religiosos pues, al regresar a su pueblo, tomó posesión del coro de la
parroquia. Algunos de sus amigos recuerdan su alegría cuando, finalizada la
década del 40 (siglo pasado), la Parroquia de Neira invirtió la suma de
veinticinco mil dólares (25.000) en la adquisición de un órgano tubular; en
conclusión, el amigo Pacho se convirtió en el primer organista de Neira. Fue un
hombre muy dedicado al estudio de la música, y venía a Manizales a recibir
clases en el Conservatorio; aquí fue alumno del gran tenor Conrado Sepúlveda.
A quienes conocen de la historia del municipio de Neira,
nunca les ha faltado motivos para recordar a don Francisco; el doctor Hernán
Bedoya Serna, otro músico neirano y a quien más adelante vamos a referirnos,
recuerda mucho las navidades, cuando con su familia tenía su coro de villancicos
y el señor Cardona, al escucharlos, los invitó al coro de su parroquia. Desde
entonces, Bedoya Serna tuvo a quien preguntarle mucho sobre las dudas en
relación con el solfeo y otras inquietudes musicales. El señor Cardona Botero
fue nombrado posteriormente profesor del Instituto Neira; allí formó un grupo
musical de flautas dulces; luego, con los viejos instrumentos de la Banda
municipal, cedidos por el municipio al Instituto, don Francisco asociado con el
amigo doctor Hernán Bedoya, fundaron la primera banda juvenil de esta
población. Triste recordar que don Francisco, a temprana edad, en 1988, dejó de
existir.
No sólo la institución religiosa; también las instituciones
laicas han influido sobremanera en la enseñanza, la práctica y la difusión de
la música. Muchas bandas pueblerinas nacieron como fundaciones lideradas por
los militares, pero no dejaron de vincularse con las solemnes fiestas
religiosas; en las procesiones en honor al santo Patrono parroquial, sacaban la
imagen en desfile por las calles del pueblecito y no faltaban las bandas
musicales. Muchas de ellas se crearon para la interpretación de los aires
marciales que avivaban el ánimo de los soldados en sus combates; la historia de
Manizales nos ha contado cómo los ejércitos enfrentados en las guerras del
siglo XIX marchaban al compás de las bandas; cuando Tomás Cipriano de Mosquera
pisaba nuestros terrenos, iba con su banda de música, convencido del ánimo de los combatientes
alimentado por los sonidos de las notas marciales y las melodías pueblerinas
ejecutadas por esta agrupación. El académico Albeiro Valencia Llano, a
propósito de este hecho, citando al padre Fabo en su historia, trae a colación
una simpática anécdota:
“En una de estas marchas forzadas, se cansaron las bestias
de los músicos; el director de la banda se dirigió al General en estos
términos:
–General, los músicos no pueden seguir.
–¿Por qué? –interrogó furioso el General.
–Señor, se nos cansaron las bestias.
–Pues, que se desmonten los generales de división y monten
los músicos.
Los generales quedaron atónitos, con la despampanante orden.
No sabían qué replicar. De pronto, uno de ellos se adelantó, y cuadrándose
militarmente, dijo a Mosquera:
–General, ¿cómo es posible que los músicos vayan muy
descansados en nuestras bestias y nosotros, generales de división, graduados,
con charreteras y todo, vayamos a pie?
–Porque –contestó sonriendo Mosquera– yo puedo hacer un
general en un momento, pero un músico no”.4
Mosquera se enfrentaba por estos lares con el ejército de
Antioquia, también acompañado por otra banda militar dirigida por un payanés:
José Viteri. Cuenta Gallego Gómez 5 que el señor Viteri, después de la
contienda, se radicó en Riosucio, en donde formó la primera banda civil
registrada en territorio caldense; muchos músicos de esta población y de
regiones vecinas recibieron clase de don José y en otras bandas que fueron
surgiendo en otros municipios. En el año 1886 figura en Supía una banda
parroquial dirigida por el antioqueño José Vicente Miranda, residente desde niño
en esta población.
Finalizando el siglo XIX, un músico antioqueño residente en
Manizales se entusiasmó para formar una banda con instrumental nuevo conseguido
gracias a la ayuda de un familiar suyo. Al iniciarse la Guerra de los Mil Días,
esta banda fue reclutada para el servicio del ejército y, desde entonces, el
Batallón Ayacucho de Manizales cuenta con su banda de cobres y redoblantes; así
fue el origen de la agrupación actual tan conocida en nuestro Departamento.
Banda del Regimiento. Primera banda oficialmente creada en
Manizales. (Foto tomada de: Apuntes de música en Caldas).
En Manizales brillaba el astro rey y sonaban las notas en la
clave de sol cuando iba transformándose en población mayor. En 1872, por acuerdo de la Corporación
Municipal, se estableció la “Feria Anual”, cuyo objetivo era integrar la
comunidad; por supuesto, la Virgen del Carmen era símbolo unificador, por ser
la primera Patrona Parroquial. Para estas fiestas, la programación diaria
iniciaba con una Misa solemne en las horas de la mañana. Durante el día, se
realizaban varias actividades como carreras de caballos, corridas de toros,
juegos de azar, fiestas de disfraces y muchas otras diversiones. Por la noche,
Salve cantada, rosario, novena, y se clausuraba la jornada con los fuegos
artificiales; el estallido de los voladores se confundía con la percusión del
grupo musical, pues no podía faltar la animación de la banda en estas
actividades. Y para resaltar la presencia de la música en la vida diaria, para
estos comentarios incluimos unas líneas de la reseña de un testamento expuesto
por el ya citado historiador Valencia Llano 6: “…mando que es mi voluntad se me
haga entierro mayor con vigilia y Misa cantada, asistiendo a ella el Diácono,
Subdiácono y Acólitos, y que la procesión de la casa a la iglesia sea rezada,
sin música en dicha procesión”.
Hace 114 años, de paso por Manizales, el señor Temístocles
Vargas, maestro con conocimientos de alta academia en Bogotá, seguramente iba
recogiendo datos para estudiar el estado de la música en nuestro país; en uno
de sus apuntes registró la existencia de una banda musical en Manizales, para
el servicio de la ciudad; según el señor Vargas, era reducida en cuanto a
número de ejecutantes y de repertorio, pero personal muy bien seleccionado. Seguramente
Manizales le llamó la atención a don Temístocles, pues, cuatro años más tarde,
en 1906, aquí decidió radicarse; en esta tierra halló cultivo musical, así
fuera de manera artesanal, con instrumentos de esos traídos a lomo de mula por
los colonizadores, útiles valiosos para la siembra de las canciones para
enamorar a las chapoleras. Quienes ya vamos en pisos altos y rememoramos la
niñez, no olvidamos los tiples o guitarras infaltables en las paredes de las
peluquerías, carpinterías o zapaterías, de donde ya van desapareciendo igual
que los radio-receptores; SAYCO Y ACINPRO tendrán la explicación.
Cronistas varios se han referido a don Temístocles y a otras
autoridades que los precedieron; los alumnos de ellos fueron aprovechando los
conocimientos para ir a los pueblos a formar agrupaciones bandísticas 7 y, al
lado de ellos, muchos aficionados a los instrumentos de cuerda fueron
aumentando la malicia musical para enriquecer el folclor nuestro con los
bambucos, los pasillos y las guabinas interpretados en las noches durante
tantos años al pie de las ventanas en busca de conquistas amorosas.
En relación con don Temístocles, obedezco a un impulso de mi
capricho para traer a colación una anécdota como para incluir en la jerga
musical:
“Un amigo le pregunta a un ejecutante:
–¿Tú tocas por oído, o tocas por nota? –a lo que respondió
el interpelado:
–¡Yo toco por necesidad!”
Y aquí viene nuestro cuento: unos tocan con técnica, otros a
oído, otros por necesidad y, lo que parece increíble... alguien tocaba “a ojo”.
Precisamente don Temístocles Vargas, tan purista y enemigo de la improvisación,
contaba ¡con un sordo! en su agrupación bandística; debía tocar “a ojo”, por
imitación; procuro repetir, con palabras más o palabras menos, esta anécdota
conocida por los historiadores de Manizales y contada por Rendón García 8:
“El platillero era sordomudo y tocaba por imitación: el
platillo tocaba acoplado con el tambor mayor; al sordo le bastaba mirar cuando
el tamboritero levantara el mazo para sonar al mismo tiempo los platillos.
Entre los integrantes de la agrupación musical había cierto malestar por la
remuneración y, para hacerse sentir, principiaron a sembrar la indisciplina
contra el director. Uno de estos músicos convenció al encargado del tambor:
–Mañana durante la retreta del parque, cuando estemos en el
pasaje más delicado, en el pianísimo, levanta tú el macillo como si fueras a
tocar.
Así lo hizo el tamborilero mayor en la retreta: él levantó
la mano y el sordomudo se alistó para el platillazo; el tamborilero simuló el
golpe, y el sordomudo descargó con entusiasmo.
El maestro Vargas, presa de la furia, bajó del podio,
arrebató los platillos al sordomudo y los arrojó lejos, contra las ramas del
tupido parque”.
Discípulo de don Temístocles fue el maestro Rafael Moncada
(1885-1936), oriundo de Salamina y director de la banda musical de este
municipio; luego se vino a Manizales en donde formó parte de la banda dirigida
por su maestro, el señor Vargas; más tarde, fue nombrado para dirigir la
agrupación banda de músicos de la ciudad de Armenia, y allí se desempeñó desde
1925 hasta el año de su muerte. Sus hijos han descollado en el arte de Euterpe
y allí iniciaron la “Escuela Musical del Quindío”.
Por esta época surgió en Manizales una banda conformada por
los Hermanos González, hermanos de Francisco (Pacho) González, y tres años
después, en 1925 se convirtió en la Banda Departamental.
Juan Crisóstomo Osorio Londoño. Foto de
Aranzazualdía.com
Otro alumno de don Temístocles: De Aranzazu, todos los
caldenses hemos escuchado el nombre de Juan Crisóstomo Osorio Londoño
(1898-1965). Con seguridad, fue un gran amante del estudio de la música y, con
mucho sacrificio dedicó su vida al pentagrama; bueno recordar historia de él
conocida: se desplazaba a pie hasta Manizales, para recibir las lecciones de
don Temístocles Vargas; sin duda recurrió también al empirismo para sus logros.
Fue director de la banda de Aranzazu durante muchas décadas. “Himno de
Aranzazu”, “Hojas de papel”, “Ecos del Norte”, “Carita de Ángel”, entre muchas
obras, tal vez condenadas al olvido.
No puedo continuar sin pasar a otro pueblo vecino. En Pácora
hubo un corista, verdadero personaje; don Cristóbal Gil. Practicaba en una
pianola del Club y luego ejecutaba las mismas obras en un acordeón. Cuando
llegó a esa población el primer saxofón, principió a sonar y a sonar hasta que
se convirtió en maestro de saxofón; no se distinguió en la interpretación de
algún instrumento de viento, porque todos los tocaba y todos los enseñaba; me
contaba el padre Gustavo Gil, hijo de don Cristóbal: “No sé cuál maestro
tendría, porque en la época de mi niñez, lo veía estudiando solo, sin maestro,
todos los instrumentos”. Los pacoreños de su época lo recuerdan como director
de conjunto de cuerdas, como armador de obras de teatro, director de banda; y
no sólo en Pácora; también en Anserma y en Santa Rosa de Cabal, en donde murió
en el año 1984. ¿Dónde quedaron bellas composiciones de este maestro,
recordadas por los “matracas” de su época? Sus obras parecen perdidas en algún
rincón, reino de las polillas. ¿Por qué las partituras y los libros de música
de nuestros personajes no han merecido ser incluidos en el patrimonio cultural
colombiano?
Banda musical de Pácora. El antepenúltimo de la primera fila
es don Cristóbal Gil (director). Atrás del director, está ubicado Hernando Gil,
bastante conocido en nuestro medio como melómano. Encabeza la fila de adelante,
Mario Gil, también hijo del director.
Antes de continuar con el norte, regresemos con nuestros
recuerdos de la capital de Caldas y revisemos una época que podríamos situar
entre los periodos primero y segundo. Vamos a guisa de ejemplo, el Instituto
Universitario de Caldas. Corría el año 1933 y era el doctor Julio Ángel el
rector; este profesional y amante de la academia, resolvió crear la primera
estudiantina que tuvo Manizales, con muchachos de los dos primeros grados del
Plantel. Bernardo Hernández (Pepe) fue designado como director; era Bernardo en
ese tiempo estudiante de cuarto año; este personaje es uno de los hermanos de
los famosos Hernández de Aguadas; era un “quinceañero”. Sin duda sus
conocimientos musicales no venían del centro del país; pertenecían más a la
música de nuestro primer periodo, de la campesina, sobre todo de las veredas de
Aguadas, en donde se desconocía el pentagrama y las claves de sol y de fa; es
decir, en donde mandaba el empirismo; o... ¿Qué tan alta sería la academia
musical de la banda de “Los Carrielones” de Aguadas?
El señor rector, doctor Ángel, seguramente en su paso por la
Universidad, estuvo de tiempo completo dedicado a la medicina enrutada más por
el área de la oftalmología que por el oído; pero sí, de su estructura
intelectual, podríamos colegir su inclinación al pentagrama y, en él, había
buen oído; por algo le dio importancia a esta agrupación en el Instituto.
Casa Rafael Pombo. Es un centro de formación en artes
plásticas y música. Foto de Darío Augusto Cardona en: La Patria, Manizales,
febrero 2016.
El señor rector invirtió cuarenta pesos del presupuesto
($40,00) para adquirir doce instrumentos: Bandolas tiples y guitarras; en el
grupo estaban presentes Guillermo Ceballos Espinosa y Óscar (Pipirata), otro de
los Hermanos Hernández, el menor de esa dinastía.
La estudiantina del prestigioso Instituto pronto se
convirtió en la “barra” de muchachos músicos más consentida del Colegio; nunca
dejó de repetirlo don Guillermo Ceballos; era la más colaboradora y la más
halagada, serenatera, parrandera y coquetona de todo Manizales. Algunos de los
participantes que perseveraron con la interpretación de instrumentos, como el
maestro Ceballos, ingresaron en el magisterio y, en la música, encontraron la
más grata de todas las actividades, es decir, esa estudiantina cosechó buenos
frutos. Bernardo Hernández dedicó su vida a los pentagramas y cuando el
Conservatorio de Bellas Artes abrió sus puertas, don Bernardo entró por la más
grande y en poco tiempo se convirtió en un intérprete profesional del violín y
compartía en los mejores escenarios con los maestros europeos orientadores de
nuestra área musical.
A Guillermo Ceballos debemos resumirlo. Lo recordamos cuando
escuchamos “El Himno a Caldas”. Hoy reconocemos su labor como cofundador de la
“Corporación Rafael Pombo”, en donde muchos niños reciben iniciación musical;
nació esta entidad como programa cultural de Belisario Betancur en su periodo
presidencial; fue en 1985; fueron varias sedes en el país. En Manizales,
Guillermo Ceballos y su señora esposa, doña Ruth Peñalosa se posesionaron de
este programa y, poco tiempo después, nuestra Sociedad de Mejoras Públicas
respaldó esta corporación y otorgó la sede “Casa Museo de Gilberto Alzate
Avendaño” en la calle 50, por el Barrio Versalles. ¡Qué gran obra!
De otra de las grandes realizaciones de Ceballos Espinosa,
hoy es tan solo un recuerdo, causa de verdadero dolor; fue “La Normal Musical
de Caldas”. Obtuvo logros, pero la estulticia también ha irrumpido en los
ministerios, en Secretarías de Educación y en las Rectorías; sin empacho,
acabaron con esa magnífica tarea y… se robaron muchos instrumentos que, gracias
a la gestión de don Guillermo, habían sido donados por los alemanes; ni
siquiera la administración de esa época dio razón de ellos; nadie pregunta qué
ocurrió realmente pues… ¿Quién le pone el cascabel al gato? Y saber que quienes
permitieron o propiciaron ese daño a la Normal Musical, en los tres últimos
lustros han sido de los altos estratos en el aparato educativo; “Con razón
estamos como estamos” serían las palabras del periodista que hace unos quince
años comentó un desatino igual: el rector de un importante colegio de esta
ciudad envió una comunicación a la Administración Municipal, con el fin de
solicitar colaboración para los gastos de transporte de los estudiantes que,
con broche de oro, habían cerrado su participación en la ronda de bandas
musicales en una población vecina. El Secretario de Educación de esa época,
fuera de responderle que no había disponibilidad presupuestal, le sugirió al
rector: “Piense en propuestas que tengan injerencia directa con el mejoramiento
de la calidad de educación, dotación y mantenimiento de su centro”. ¡Qué
estulticia! 9
Al piano, Carlos Schweineberg; de pie, Nino Bonavolontá.
Foto La Patria.
En 1938, fue fundado el Conservatorio de Música. Un gran número de músicos entraron en esa
gestión y allí prestaron sus servicios y, en 1940, fue anexado a la Escuela de
Bellas Artes; funcionaba en la cra. 23 con calle 26. Luego, por la época del
año 50 fue trasladada a sede en donde hoy labora; por este tiempo fue creada la
Orquesta Sinfónica, con excelentes intérpretes traídos de Europa y dirigidos
por el italiano Nino Bonavolontá. El Conservatorio ya estaba dando buenos
frutos. Ya algunos estudiantes habían adquirido allí su diploma; el año pasado
(2015), logramos encontrar dos personas que podían mostrar sus cartones: Flor
Alba Gallego Londoño y José Antonio Suárez Pinzón. Fueron pasando los años y,
finalmente, en 1987, surgió la licenciatura en Música.
En esta década del 40, una autoridad musical caldense
transitaba por estos contornos: el gran maestro Ramón Cardona, nacido en
Manzanares en 1922; en 1949 viajó becado a Argentina para especializarse en
música; con vasta cultura artística y gran preparación en el contrapunto y la
armonía; también recibió título de “Maestro de Capilla” y trabajó allí durante
varios años, regresó a Colombia y, en 1957 se radicó en Manizales. Precisamente
en este tiempo, había varios músicos vinculados al Conservatorio que no
comulgaban con la presencia de los italianos en esta institución; aprovecharon
el regreso de Cardona García y buscaron la forma para que no fueran muy buenas
las relaciones con Nino Bonavolontá, director del Conservatorio. Este
profesional, entonces, regresó a su país y el maestro Cardona fue nombrado
Director del Conservatorio de la Universidad de Caldas y de la Orquesta
Sinfónica del Departamento. Con su
bambuco “Nostalgia”, para canto y piano, ganó el primer puesto en el segundo
concurso folclórico de Manizales. Muchos son sus arreglos corales; ojalá no
vayan a ser olvidados.
Ramón Cardona García, musicólogo caldense. Dibujo deMarco Rico
Del fin trágico de Cardona García, toda Colombia conoció la
noticia triste. Bandoleros guerrilleros lo asesinaron en la Línea, cuando con
su grupo coral venía de una excelente presentación en Ibagué.
De esta época son personajes conocidísimos en el panorama
musical, como Marco Tulio Arango, Never Madrid Cardona, Aleyda Robledo de
Henao.
Procedente de Medellín, llegó el señor Marco Tulio Arango (1914-1985).
Había iniciado estudios musicales en la capital antioqueña y, en 1935, se
integró a la Banda Departamental de Caldas, fue corista de la Catedral y
profesor de Música en el Conservatorio de esta ciudad. Imposible olvidar
algunas de sus composiciones interpretadas por su grupo “Perlas del Ruiz”, como
Juana Cuatro, Maldita Sea, Ecos…
Punto aparte, nuestro maestro ya mencionado José Antonio
Suárez Pinzón; nació en Gachantivá (Boyacá). En la década del 30 (siglo pasado)
la familia Suárez Pinzón debió abandonar su parcelita con la vaquita lechera y
las ovejitas, porque la administración liberal no podía tolerar como vecinos a
los conservadores.
Llegaron a Santa Rosa de Cabal, cuando nuestro José Antonio
apenas tenía 14 años; ya cantaba misas porque su padre, corista en Gachantivá,
le había enseñado a poner los dedos sobre el teclado; en el corregimiento de
Arabia lo encargaron del coro; no sabía el significado de “Acusativo”, “Dativo”
o “ablativo”, pero sí aprendió pronto los cantos en latín, así como los exigía
la liturgia de la época. Al darse cuenta de la existencia del Conservatorio de
Música en Manizales, se vino y encontró puesto como corista en la Parroquia de
San Antonio en donde laboró durante muchísimos años. Pronto fue conocido en el
Conservatorio y contó con profesores como Schweineberg, Nino Bonavolontá,
Esteban Galdós, quienes fueron sacándolo del grupo de los empíricos. Murió el
30 de octubre de este año y fue inhumado el 1º de noviembre; bonita fecha por
ser Día de todos los Santos; Suárez fue un ferviente cristiano, conocedor de la
doctrina; su apodo impuesto por los amigos, fue muy acertado: “El Curita”.
Muchas veces su saludo era: “Diga sus pecados”.
Conrado Sepúlveda Gutiérrez, “El Divino” y algunas de sus
divinas alumnas.
Otro personaje de la época: Conrado Sepúlveda Gutiérrez; “El
Divino”, así lo apodaron sus alumnos del Instituto Manizales, porque en una de
sus interpretaciones, una obra de Vieco “Hacia el Calvario” reza un verso: “Tú,
para redimir los pecadores, cargaste con la cruz mártir divino” y los muchachos
que “muchachos siempre han sido” así lo bautizaron. “Pero cantaba divino”,
agregan sus alumnos. Manizaleño de pura cepa; su padre trabajó en la
marroquinería, arte heredado por don Conrado; muy bien obraba como
guarnicionero. En cuanto a la madre, quien seguramente gozaba de muy buen oído,
era maestra rural y, seguramente cantaba las canciones de usanza en su época,
porque nuestro maestro Sepúlveda sí sabía canciones; un día se presentó al
Conservatorio de Música y allí descubrieron en él una voz privilegiada.
Ya vinculado a esta institución, le ayudaron a gestionar una
beca con la Universidad de Caldas, para ir a estudiar a Chile. ¿Contaría con la
ayuda de Apolo? Quizá fue Santa Cecilia, buena intercesora por lo alto, en
favor de los buenos para la clave de sol, porque, en Chile, aceptaron a don
Conrado aunque para llenar los requisitos, no llevó el cartón del bachillerato.
En Chile vivió durante ocho años y allí se defendió con el canto, y con su
habilidad como marroquinero. Al regresar a Manizales, se vinculó nuevamente al
Conservatorio de Música, como profesor de canto durante más de 12 años, hasta
agosto de 1973, cuando la muerte lo llevó seguramente a pulir las voces
angelicales de los coros celestiales.
Conjunto orquestal “Perla del Ruiz”. Rafael Camargo
Spolidore, Graciela Díaz Marín, Manuel Osorio Ocampo, Antonio Gil Ríos,
Guillermo Ceballos Espinosa, Ruth Pañalosa de Caballos (al piano), Libia
González de Ruiz y Marco Tulio Arango-director.
Cuando hablamos de don Temístocles Vargas, nos faltó agregar
su visión de profeta en cuanto al futuro del oído musical de los manizaleños.
Hablando de bandas, afirmó: “...se distinguirán entre las mejores del país”. Y
así lo repitió: “…esta ciudad, progresista, sabe oír muy bien la música... y
una de las pruebas de gran peso para este concepto, es la ejecución de los
conciertos dados en los parques por nuestras bandas y los toques que en
distintas partes ejecutan las orquestas...” 10 Que nos lo diga el maestro
Carlos Arturo Marín Grisales, alumno de muchos de los profesores que han
hollado la ruta de la música en Caldas: Gilberto Osorio, José A. Suárez, Marco
Tulio Arango, Gabriel Camargo, Héctor Fabio Torres, Libia González de Ruiz,
Nelson Monroe... el maestro Carlos Arturo, oriundo de Villamaría, es licenciado
en Pedagogía Musical de la Universidad de Caldas. Actualmente es el director de
la Banda Municipal.
El concepto de don Temístocles fue repetido muchos lustros
más adelante por el eminentísimo Luis Uribe Bueno en una entrevista concedida
al autor de estas líneas: “En Caldas existe muy buena disposición para la
música; admiro mucho la bella obra que está realizando el doctor Hernán Bedoya
con el Programa de Bandas; aquí estamos bregando a organizarlo” 11. Muchos
recuerdan a Bedoya Serna, “Caldense del año 2004”. Ese año, en informes
proporcionados por nuestro periódico local La Patria, obtuvimos información al
respecto para estas líneas. Así leíamos: “450 ex integrantes de las bandas
juveniles ya viven y sostienen a sus familias, gracias a las notas y acordes
aprendidos en estos programas... Ha dedicado más de 20 años de su meritoria
existencia al fomento de esas instituciones en los municipios del
departamento...”
Bedoya Serna es un ingeniero agrónomo, graduado de la
Universidad de Caldas, y dedicó parte de su vida laboral al sector educativo.
Hernán Bedoya Serna
Uno de sus frutos fue la Banda del Instituto Neira, que
viajó a Francia para participar en el XVIII Festival Internacional de Música
Barroca. “Lo más bello fue saber que había varios países como Japón, España,
Estados Unidos con bandas estudiantiles de música de vientos y a ellos se sumó
la de Neira (Caldas) representando a Colombia”, señaló Bedoya Serna.
Este hombre no contó con formación musical; es un empírico;
en su pueblo había recibido respuestas de don Francisco Cardona Botero, como lo
mencionamos algunas páginas atrás, en donde apreciamos la banda que debió ser
la primera juvenil con que propiamente se inició el “Programa de bandas
juveniles del Departamento”. Sí recibió algunas clases de música cuando estudió
en el Seminario, pues, al igual que el Latín, eran asignaturas obligadas.
Cuando estaba niño, escuchaba a sus hermanos y trabajadores cantar y tocar el
tiple, la guitarra y la bandola.
Como jefe de enseñanza secundaria del Departamento, se le
metió en la cabeza la idea de que los colegios debían tener una banda de
música, pues las bandas tradicionales de los municipios estaban en decadencia.
Tenía la posibilidad de redactar decretos y el gobernante los firmaba, en esa
época creían en el funcionario. Así se logró la creación de 43 bandas
estudiantiles de música; en 1999 ya eran 44 bandas; fue un proceso de 20 años.
Doloroso recordar la existencia de tantos enemigos de la
implementación de las bandas. ¿Por qué tantos ciudadanos y tantas entidades
educativas han subvalorado estas actividades? ¿Preferirán que los jóvenes estén
dedicados a otras actividades relacionadas con yerbas, humo, alcohol u otras
substancias nocivas?
Gracias a las bandas porque no han dejado perder del todo
nuestros ritmos, nuestras obras clásicas y nuestra música de la montaña.
* * *
Este punto relativo a las bandas musicales da para muchos
capítulos en la historia de nuestra música.Fue una iniciativa de muy buenos
resultados hasta la fecha. Vale la pena una aclaración: antes las bandas
tradicionales de los pueblos estaban conformadas por gente mayor; sin embargo,
en ocasiones había niños; en la Banda de “Los Carrielones” en Aguadas
seguramente había algunos adolescentes de los Hermanos Hernández. Corriendo
unos años adelante, en la década del 50 (siglo pasado), era párroco en esta
población el presbítero Reinaldo González Franco; hombre de vastísima cultura;
sabía de la utilidad del valioso órgano tubular en la Parroquia de la
Inmaculada; y se preocupó, no sólo del mantenimiento, sino también de tener al
frente de ese coro una persona enterada del oficio. Sólo mencionamos algunos
nombres de los músicos académicos de esa época: don Alfonso Ramírez, quien a la
vez dirigía la banda municipal; allí ya había clarinetista preadolescente; era
Bernardo Sánchez Carmona, a quien rodeaban algunas señoras curiosas para
ponerle el oído al instrumento para estar seguras de que sí era verdad que
sonaba.
Después de don Alfonso Ramírez, recordamos al señor Ricardo
Sánchez, organista también contratado por el padre Reinaldo; este profesional,
excelente organista, también dirigió la banda municipal; luego siguió el señor
Cristóbal Tamayo; es un periodo del que conservamos una página para el
anecdotario: unas páginas atrás mencionamos el caso del platillero sordomudo,
cuando nos referíamos a la huelga de músicos contra el director don Temístocles
Vargas. También los músicos de mi pueblo allá por el año 52, el grupo de los
clarinetistas dirigidos por el maestro Cristóbal Tamayo, amenazaban con un paro
si no les aumentaban a ellos el sueldo, pues, se consideraban de mejor
categoría que los demás ejecutantes de los cobres y los de la percusión.
Cuando el director se dio cuenta del plan huelguístico, se
fue para el parque de Bolívar a buscar las “barras” de estudiantes que
justamente acababan de terminar año lectivo; les propuso aprovechar este tiempo
de vacaciones para estudiar el clarinete, con horario demasiado exigente;
debían dedicarle por lo menos ocho horas diarias a esta disciplina; y algunos,
entre ellos Javier Ocampo López y Raúl Ríos Ríos aceptaron el reto y se
convirtieron en clarinetistas. Estos dos personajes alcanzaron a ayudarse
económicamente con la interpretación de este instrumento mientras terminaron su
bachillerato; por lo menos ganaron para la compra de sus cuadernos y sus libros
mientras fueron miembros de la Banda de Música de la Tierra de la Iraca; el
primer nombrado fue primer clarinetista de la agrupación durante sus últimos
tres años del bachillerato; ya nuestro bachiller se fue a estudiar a Tunja,
pero en vacaciones regresaba y se reintegraba a la banda; hoy ya conocido como
el doctor Javier Ocampo López, nunca ha abandonado su música; también ha
ampliado sus conocimientos en esta rama con su estudio del piano. Nuestro
segundo personaje, como sólo le faltaban dos años para terminar su
bachillerato, sólo alcanzó a ser miembro de la banda por este periodo; como
bachiller, fue a prestar su servicio militar y luego cursó estudios de
filosofía y de teología, se ordenó sacerdote y ejerció en varias parroquias de
la Arquidiócesis de Manizales. Ejercía como párroco de la Iglesia de Chipre
cuando lo sorprendió “la implacable de la guadaña”.
Doctor Javier Ocampo López Académico y músico de la banda de
Aguadas, dirigida por Cristóbal Ceballos. Foto tomada de internet.
Otros adolescentes dejaron historia musical como miembros de
la agrupación bandística de la Tierra de la Iraca: Rubiel Trujillo Arias y
Aldemar Giraldo Arango.
Han sido trompetistas de renombre; el segundo adquirió su
doctorado en música; la ciudadanía de Cali lo conoció como el trompetista mayor
de las corridas de toros, en la “Plaza de Toros” de Cañaveralejo.
Y sigo preguntándome: ¿Por qué tantos indiferentes ante esta
sana actividad?
Anecdótica fue también el origen de una banda juvenil en
Aguadas en la época de Marino Gómez en la Rectoría del Colegio Francisco
Montoya: por mandamiento de un juez, los instrumentos de la banda municipal
fueron embargados por una deuda del Municipio con un director anterior; de
pronto, se encendió el bombillito de las buenas ideas de don Alfonso Jaramillo
Estrada, quien había pertenecido a la banda municipal muchos años antes:
algunos estudiantes del colegio habían principiado a recibir clases para el
manejo de los instrumentos y, por supuesto, estaban interesados en continuar
esa disciplina; en consecuencia, esos instrumentos debían ser considerados material
didáctico “inembargable”. Don Marino siguió la idea de don Alfonso e
inmediatamente solicitó los instrumentos, lo que debió acatarse. Así los
alumnos pudieron continuar sus tareas musicales bajo la dirección del profesor
Jaramillo Estrada –Achirillo– quien por un tiempo había estado por otros lares;
en la ciudad de Ibagué había adelantado estudios de música de alta academia. Al
regresar a su tierra se hizo cargo de esa primera banda juvenil en el Colegio
Francisco Montoya. Los uniformes: el pantalón negro, el mismo para los actos de
comunidad y la camiseta para las clases de Educación Física.
Banda juvenil del Colegio Francisco Montoya en 1966
Director: Alfonso Jaramillo E.
Más adelante, don Marino obtuvo para el plantel la sede de
la banda de músicos a la que se unieron varios de los integrantes de la banda
anterior, profesores y empleados. Posteriormente, bajo la extraordinaria batuta
del Maestro de maestros, don Bertulfo Sánchez Rivera, en concursos nacionales
llegó a ser declarada “fuera de concurso”. En muchas ocasiones conquistó el
primer puesto en eventos nacionales.
Las páginas para la historia musical de Aguadas serían
incontables, pero aquí no podemos dejar de recordar la primera banda creada con
motivo de dos grandes acontecimientos: Inauguración del Templo de La Inmaculada
y el Primer Centenario del Natalicio del Libertador: Año 1883. “Los
Carrielones”; porque el carriel era de usanza en estos señores de pueblo;
además, la mulera, las alpargatas y el sombrero. Por supuesto, estas personas no
conocían el pentagrama y carecían de partituras, es decir la música se aprendía
a puro oído y a pura malicia campesina.
* * *
Aquí vuelvo a recordar a don Temístocles cuando escribió:
“Hay urgente necesidad de desterrar de la música en general, la ejecución
improvisada y mentirosa, con que no pocas veces engañamos los oídos de los
sordos, cometiéndose con estas infracciones un verdadero crimen de lesa
música”.
Muchos no podemos estar de acuerdo con don Temístocles en
este punto; así como los ingenieros de alto vuelo rechazan las construcciones
en bahareque, los músicos de academia rechazan las composiciones musicales de
los albañiles que se han defendido a oído.
Para obtener informes de la música en estos pueblos, en
alguna ocasión entrevisté a un buen músico de academia; le pregunté: ¿Cómo
principió usted con la música?
– Principié a “zurrunguear” con algunos miembros de la
familia y vecinos con pasillitos y otras canciones montañeras; no hicieron más
que enseñarme errores y vicios en la ejecución del instrumento.
Dolorosa respuesta para quienes también somos amantes del
bahareque. Hemos conocido muchos escritos de “chuzógrafos” y estamos seguros de
que los lectores no adivinan la técnica utilizada por el autor: ¿Mecanografía?
¿”Chuzografía”?
Hemos visto o escuchado a muchos técnicos enredados en el
acompañamiento del bambuco, como también seguimos admirando el “zurrungeo” de
los campesinos cuando de acompañar nuestros ritmos pueblerinos se trata.
Y aquí continuamos con la pregunta: ¿Por qué se ha perdido
tanto de nuestro patrimonio musical?
Ya se había mencionado el cambio de la liturgia en la década
del sesenta. Los cantos religiosos no eran con ritmo bailable. No salen de mi banco de los recuerdos las
clases de Liturgia impartidas por el padre Mario Yepes Agredo, en el Seminario
Mayor de Manizales; este sacerdote parecía vaticinar la irrupción de los ritmos
bailables en el canto del “Señor ten piedad”, el “Sanctus” o el “Señor que
quitas los pecados del mundo”. Tampoco se borra de mi memoria cuando por esa
misma época, muchas personas de edad madura rabiaban al escuchar una canción de
furor en una de las últimas ferias de Cali, la capital del Valle; así dice la
canción: “Palo, palo, palo, palo bonito, palo es / eh, eh, eh, palo bonito palo
es”. Uno de tantos comentarios se lo escuché a uno de los motoristas de mi
pueblo:
– Este mundo está al revés; nosotros rodeados de tantas
mujeres tan bonitas, y a los cantantes ya les está dando por cantarle a un
palo; bonitas las mujeres, pero… ¿bonito un palo?
La “Nueva Ola” en esta época empieza a desplazar las
canciones de nuestros abuelos. No se trata de rechazar lo nuevo, y menos cuando
con ritmos de balada surge tanta música bella y tan sentida; es música
bienvenida; pero no estuvo bien que nuestras emisoras hubieran contribuido para
echar al Río Leteo los ritmos de nuestros ancestros; cuántas canciones quizá
cantadas por esos arrieros en las fondas del camino “mientras descansaban y
pensaban en sus morenas”.
Volviendo a la música religiosa tan cultivada en esa época
de los años sesenta, quienes nos movemos por los pisos altos, sexto séptimo u
ochenta y más años, recordamos con nostalgia las masas corales cuando
interpretaban bellas polifonías de alabanza a Dios, o a María.
¡Todo va cambiando! Hace algunos días, con un grupo coral
fuimos a cantar una ceremonia religiosa. Al terminar, recibimos una razón del
sacerdote: “Deben veinte mil pesos”.
–¿Por qué?
–Por haber hecho uso de las instalaciones para la organeta.
En otro templo de Manizales fuimos a buscar una celebración
litúrgica con motivo del aniversario más de la muerte de nuestros padres. Nos
sorprendió un aviso fijado en una cartelera del templo:
“Si un grupo coral desea cantar en la Misa, debe pagar
veinte mil pesos ($20.000).
En otro templo, con motivo de la celebración del cumpleaños
de una institución educativa, se pidió celebrar una Misa. Al comentarle al
párroco que un grupo coral integrado, casi todo, por educadores muy vinculados
a esa institución, se ofrecía voluntariamente para la interpretación de los
cantos de usanza en la liturgia, el párroco rechazó dicha participación so
pretexto de que allí había corista.
Muy extrañado por estas actitudes, en una charla informal
con Monseñor Horacio Gómez Orozco, preguntamos si había alguna disposición o
acuerdo en la arquidiócesis para impedir esta actividad o cobrarles a quienes
les gusta dar cumplimiento al Salmo 150: “Alabad a Dios con el arpa, las
cuerdas, las flautas...”
–“No existe tal disposición; si este hecho ocurre, más bien
se debe a ‘ignorancia crasa’ de algunos sacerdotes”–fue la respuesta de
Monseñor.
Como vamos, sin lugar a dudas, la música sagrada, la de
grandes creadores del rango de Jorge Federico Händel, de Sebastián Bach, de
Beethoven, de Mozart, de Palestrina y otros de talla mundial, también va para
el río del olvido.
Regresemos a la nueva ola de la década del sesenta, cuando
con furor se inició el desplazamiento de la música de nuestros abuelos. No se
trata de rechazar lo nuevo, pero tampoco se trata de echar al río del olvido
las obras de nuestros ancestros, las canciones de las gentes sencillas,
nuestros aires acompañados con el “zurrungueo” campesino.
Entre nuestros recuerdos está la gestación del Festival del
Pasillo en Aguadas. Don Marino Gómez acariciaba la idea de crear en Aguadas un
concurso o festival de música. Y nos cuenta, en charla informal, el atrás
mencionado doctor Javier Ocampo López:
“En efecto, telefónicamente tratamos el asunto Marino y yo;
le dije: no olvides, Marino, la existencia del Festival “Mono Núñez”, del
Festival del Bambuco, los festivales del Tolima... Mejor limitarlo al ritmo del
pasillo; recuerda, Marino, como disfrutaban nuestras gentes con tantos pasillos
que interpretábamos en la banda municipal dirigida por don Cristóbal...”
Hoy continúa vivo mi recuerdo de una reunión en casa del
matrimonio Marino Gómez Estrada y doña Dilia Estrada; don Marino continuaba
alimentando su deseo del festival.
“Cómo me gustaría ver otra vez a nuestros campesinos con sus
ruanas antioqueñas y los sombreros aguadeños bailando el pasillo “Esperanza”, o
“La Gata Golosa”...
Murió don Marino Gómez, pero no murieron sus ideas ni sus
obras; su idea del Festival del Pasillo continuó viva y su esposa, doña Dilia,
la sacó adelante: Nació el Festival del Pasillo. ¡Y nació grande!
Pero ya hoy nos formularnos la misma pregunta de Álvaro
Gärtner en una de sus habituales columnas: ¿Será que la “Señora María Rosa”, o
“Doña Rosario”, así como las cantaban nuestros campesinos tendrán subida al
escenario de Cambumbia?
¿Se cumplirá el deseo de Marino Gómez Estrada?
¿Dónde conseguimos en discos compactos las obras ganadoras
de esos festivales?
A esos escenarios van los de academia, los muchachos de
conservatorio. ¿Pero, nuestra gente de ruana, de alpargata y de sombrero, los
que desconocen de tonos con quinta aumentada o disminuida, pero cantan e
interpretan con su ánimo aumentado, lograrán cabida en el escenario como era el
deseo de Marino Gómez Estrada?
Lloramos por la pérdida del patrimonio público, pero en ese
patrimonio no incluimos los bambucos, pasillos o guabinas, y algunos, en cuyos
pechos aún palpita corazón de quijotes, trabajan estos ritmos, a sabiendas de
que, aún ganen concursos en festivales estilo “Mono Núñez”, las casas disqueras
no se ocuparán de esta música, porque sólo el reguetón les da ganancias.
Menciono un Quijote: Fabio Alberto Ramírez S., llegó al mundo cuando el blues y
el rock and roll robustecían “la nueva ola”. Estimulado por sus hermanos
mayores principió como baterista en la música de ese género. No hay duda de que
en esta línea principió su camino como maestro del ritmo.
Todos los seres humanos en ocasiones pasamos vergüenzas.
Fabio Alberto, en una charla informal contaba:
“Una vez me sentí realmente apenado en una reunión musical
más bien farandúlica. Un asistente de otro país, nos pidió la interpretación de
alguna canción del interior de nuestro país; interpretamos música costeña, pero
el peticionario repitió su solicitud: ‘pido canción del interior, de la zona
andina: bambuco, pasillo o guabina’. Debí reconocer mi desinterés por estos
ritmos. Como no quería pasar otra vergüenza por el mismo motivo, busqué entre
mis chécheres un viejo casete que tiempo atrás me había regalado un tío. Lo
escuché con vivo interés, y me enamoré de esas canciones; así, pude darme
cuenta del grave pecado cometido por mi descuido en relación con esta música
tan bella. Desde ese tiempo empecé a dedicar parte de mi corazón a estos
ritmos”.
Esta fue confesión de Fabio Alberto Ramírez y, en realidad
de verdad, también puso a trabajar su talento para enriquecer nuestra música.
Hoy cuenta con muchas canciones salidas del interior de su alma. Algunas obras
son conocidas, pero gracias a su quijotesca labor, pues él mismo las edita en
discos compactos para repartir entre sus amigos: “Me voy a olvidar”, “Olor a
leña”, “A mis viejos”, “El pelagatos”, “Follajes”, y muchas otras que lo han
convertido en personaje en cuadros de honor en los principales escenarios de
fina música colombiana.
En la Iglesia aprendimos a cantar muchas canciones para la
gloria de Dios. Hoy, gracias a la ignorancia de algunos sacerdotes, también
esta música clásica religiosa tiende a desaparecer.
DEO PATRI SIT GLORIA
Referencias
Referencias
1 Primer Arzobispo de la Arquidiócesis de
Manizales, desde 1954 hasta 1959.
2 GARCÍA RESTREPO, Luis
Enrique. “El órgano de los Agustinos”. En: Correo Abierto, La Patria,
Manizales, 17 de abril, 2015.
3 El Padre Rodrigo López,
oriundo de Sonsón (Antioquia), ordenado sacerdote en Manizales; fue párroco más
de 30 años en Cristo Rey, y seis años párroco en nuestra Catedral.
4 VALENCIA LLANO,
Albeiro. “La Batalla de la Esponsión”. En: La
Aldea Encaramada. Historias de Manizales en el siglo XIX. Santafé de
Bogotá: Litografía Arco, 1999. Págs. 52-53.
5 GALLEGO GÓMEZ,
Humberto. “Apuntes de la Música en Caldas”. En: Caldas Cien Años. Historia y Cultura. Manizales, La Patria, junio
2005 a febrero 2006. pág. 324.
6 VALENCIA LLANO,
Albeiro. Op. Cit. P. 123
7 A través de este
trabajo utilizaremos frecuentemente el vocablo “bandístico”, no incluido en el
Diccionario de la Academia, pero sí en la jerga musical de los caldenses, sobre
todo después de iniciado el programa de las bandas juveniles.
8 RENDÓN GARCÍA,
Guillermo. Ramón Cardona García –del
Romanticismo de campo a la Armonía ciudadana–. Manizales, Universidad de
Caldas, 2005.
9 “Política con pimienta”. En: La Patria, 17 de
agosto, 2001. Pág. 6a.
10 Vargas Temístocles. En: GAVIRIA TORO, José. Monografía
de Manizales, 1849-1924, pág.
90.
11. URIBE BUENO, Luis.
Director de la Sección Artística de la Extensión Cultural de la Secretaría de
Educación del Departamento de Antioquia. 27 de junio, 1988.