Por Alfredo Cardona Tobón
Ingeniero Mecánico. Historiador
RESUMEN
La población fronteriza de Manizales
además de haber sido un polo de colonización, fue la avanzada militar de
Antioquia durante los continuos enfrentamientos militares a lo largo de la
segunda mitad del siglo XIX.
Manizales aportó hombres y recursos
durante una danza macabra cuyos efectos de desolación, miseria y muerte habrían
devastado sin remedio a cualquier comunidad; pero pese a las levas, los
destrozos, las confiscaciones y la intranquilidad, la aldea se convirtió en una
de las principales ciudades colombianas
En este artículo se resumen las
vicisitudes y las desgracias que bajo las banderas liberales y conservadoras
afligieron la localidad en las últimas décadas del siglo XIX, durante un
conflicto que bajo distintos aspectos se extendió desde 1860 hasta 1902 y
enfrentó al Estado de Antioquia con los Estados vecinos.
Palabras
clave:
Manizales, Antioquia, enfrentamientos militares, liberalismo, conservatismo.
ABSTRACT
The
frontier town of Manizales, apart from being one of the focal points in the
colonization of the south portion of the State of Antioquia, was the main
outpost of its Army in the numerous civil wars that took place in the second
half of the 19th century.
Manizales
and its people saw their men and resources being taken away for the sake of a
macabre, deathly dance of war whose subsequent aftermath of misery, desolation
and death would have undoubtedly driven any community to an irredeemable state
of devastation. Nonetheless, even after all the impressment, all the wreckage,
all the confiscation and all the unease and despair, this once frontier village
eventually grew to become one of Colombia's main cities.
This
article aims to summarize the series of hardships and adversities that fell
upon the city during the second half of the 19th century, caused
mostly by said war: the constant belligerence between the Conservative and
Liberal parties that turned the State of Antioquia against its neighbor states
between 1860 and 1902.
Key words: Manizales, Antioquia, belligerence, Conservative and Liberal parties.
Manizales Antigua en
imágenes - YouTube.
TRIBUTOS DE GUERRA EN
EL NACIENTE MANIZALES
Por
su posición fronteriza la aldea de Manizales se convirtió desde los primeros
años de su fundación en un fortín militar en continua guerra con las
comunidades caucanas. Generalmente la población estuvo bajo el control de las
fuerzas conservadoras, pero en dos ocasiones estuvo controlada por los
liberales; así, pues, sus habitantes soportaron los atropellos de uno y otro
partido y sostuvieron guerras que iniciaban los dirigentes de Antioquia o del
Cauca y sufrían los manizaleños.
El
daño económico causado por los conflictos militares fue enorme, pues impidió la
creación de empresas, limitó la inversión y empobreció a los habitantes. En la
provincia del sur, con capital en Manizales, no hubo grandes empresarios
mineros como en otras regiones antioqueñas; en esta zona el poder lo dio la
tierra junto con los colonos, los terrazgueros y peones, relacionados con las
grandes propiedades sobre las cuales se sustentó el dominio de algunas familias
entre las que figuraron los Arango, Gutiérrez, Mejía y Villegas.
La
ganadería, la panela, el maíz, la arriería y el aguardiente fueron los reglones
que ligados a la tierra sostuvieron las guerras y permitieron el sostenimiento
de las tropas en esta región aislada, sin ríos navegables ni vías, lejos del
mar y carente de industrias productivas.
La
Iglesia Católica y los señores de la tierra impulsaron las guerras que
ensangrentaron esta provincia; los argumentos fueron religiosos y las banderas
enarboladas se relacionaban con la familia, el culto, la libertad de expresión
y la separación de la iglesia y el Estado.
En
la segunda mitad del siglo XIX el crecimiento de Manizales, como el del resto
de Colombia fue muy lento. Cuando se habla del desarrollo manizaleño se compara
con el de los caseríos vecinos y en tal caso, el poblado fronterizo sale bien
librado; pero en realidad fue limitadísimo: el progreso se vio al cesar las
guerras, cuando esas lomas se llenaron de cafetales, llegó el tren y se
abrieron las carreteras; entonces Manizales floreció para convertirse en una
activa y bella ciudad.
Sin
los reclutamientos, sin las vidas perdidas y los tributos de guerra, el
presente hubiera sido mejor: Las guerras no le hicieron ningún bien a la ciudad
como afirman algunos; pues si la administración se desplazó de Abejorral a
Salamina y por último a Manizales no fue por los conflictos, sino
principalmente por el éxodo de la clase dirigente que encontró en el sur las
mejores oportunidades.
Al
repasar el archivo municipal el ánimo queda sobrecogido de espanto al ver la
danza macabra que afligió a Manizales; y hasta el más desprevenido se asombra
de la colosal vitalidad y resistencia de los manizaleños que se sobrepusieron a
tantas calamidades.
Para
darnos una idea de lo sucedido resumamos algunas páginas dé ese archivo:
Empecemos
el 28 de junio de 1860 con la invasión antioqueña a la provincia caucana del
Quindío. Por ese entonces una fuerza dirigida por Mariano Orozco sale de
Manizales con el ánimo de apoyar el levantamiento conservador que intenta
derrocar a Mosquera, presidente del Cauca. La invasión es un fracaso y Mosquera
con sus tropas, sus músicos y cañones avanza hasta la Aldea de María y se
estrella contra las férreas defensas manizaleñas. Después de una esponsión o
armisticio, el general caucano sigue a Bogotá por la vía del Tolima y toma el
poder central; sin embargo, Antioquia continúa en pie de lucha contra los
liberales caucanos y costeños que pretenden someterla.
En
enero de 1861 la Tercera División antioqueña llega a Manizales y corresponde a
la ciudad fronteriza completar los cuadros de combate, armar la tropa y
abastecerla. Los militares ocupan las casas de los desafectos al régimen y el
prefecto de la Provincia del Sur expropia lo que pueda realizarse a fin de
arbitrar recursos para la guerra: a Cruz Restrepo le confiscan 257 arrobas de
sal, a Ricardo Arango 78 arrobas y a modestos tenderos como Joaquín López le
arrebatan la arroba de sal que vendía en su pequeña tienda.
Los
agentes del gobierno conservador barren con todo: con el liencillo y el cáñamo
de los almacenes, el cacao de los depósitos, la panela y hasta con los costales
para empacar los bastimentos. A Eugenio Uribe le quitan 35 reses y a Sebastián
Arias tres novillas gordas para racionar a los soldados; no se salvaron los
bueyes ni los cueros de baqueta para fabricar correajes; recogieron la
bayetilla y el papel. El 10 de abril de 1861 el alcalde de Manizales, siguiendo
instrucciones de la Prefectura, prohibió a los particulares la venta de carne tanto
de res como de marrano, hasta que se expendiera la que estaba en manos del
gobierno.
La
llegada de la Tercera División fue peor que una plaga de langosta: se recogió
todo el tabaco de la plaza, también los marranos que deambulaban por las calles
y se censaron los caballos y las mulas para disponer de ellos cuando se
necesitara. Para fabricar balas y metralla se expropió el plomo y el estaño y
se desbarataron los cuadros, las sillas y las camas de acero para fundirlos y
convertirlos en perdigones.
En
noviembre de 1861 se convocó a los individuos hábiles para el servicio de las
armas; a quien no se presentara se le reputó como enemigo y se le cobraron
multas entre $25 y $200 según las posibilidades económicas. Para apoyar la
revolución comandada en el Cauca por Sergio Arboleda y hacer frente a una
invasión ecuatoriana, el gobierno antioqueño desplazó 1.200 soldados de la
Tercera División, armados y racionados por los manizaleños. Debe agregarse que
este personal compuesto por toda laya de gente, fue más un estorbo que un apoyo
para las operaciones del ejército de Arboleda por su indisciplina y su
propensión al robo y al licor, a lo que se sumaron las estrategias equivocadas
de su comandante Braulio Henao.
En
febrero de 1862 el prefecto Villegas derramó una contribución de cien mil pesos
que se cobraron en oro, en dinero, en ganado y en panela. Se aplicaron fuertes
multas a los morosos y a quienes no cubrieron sus cuotas los reclutaron para
enviarlos a combatir al Cauca. Los vecinos notables se encargaron de recoger
los tributos y se les multó cuando no lograban completar las sumas asignadas.
De derrota en derrota los antioqueños
retrocedieron hasta que, exhaustos y arruinados por la guerra, se rindieron a
las fuerzas liberales. El 16 de octubre de 1862 Mosquera entró triunfante a
Manizales y tres días más tarde empezaron nuevas exacciones: Vicente Gil, el
nuevo alcalde impuesto por los caucanos, exigió 31 reses para degüello anotando
que si no se entregaban voluntariamente se expropiarían por la fuerza; el 22 de
octubre se da la orden de alistar cien bueyes para la marcha del ejército
caucano hacia el norte y se expropió la panela y la sal de la aldea junto con
30 caballos debidamente aperados.
Además
de lo anterior, el Prefecto declaró nulas las ventas de las bestias que los
conservadores robaron en el Cauca en su campaña y ordenó entregarlas al
gobierno liberal; se monopolizó el comercio del cacao y se establecieron
carnicerías oficiales para vender la carne de res y de marrano mediante
franquicias otorgadas al mejor postor, sin importar su filiación política.
Tomás Cipriano de Mosquera
En noviembre de 1862 el general Mosquera
ordenó un empréstito “voluntario” para cubrir los gastos de la guerra sostenida
contra Antioquia: se fijó una suma de 1120 millones, de los cuales
correspondieron la mayor parte a los vecinos de Manizales. Para evitar los
compartos decretados por Mosquera, numerosos vecinos pudientes de Manizales
escaparon a otros estados colombianos o se escondieron en zonas inaccesibles.
CAMBIO DE TERCIO
Ante
los desafueros, la ciudadanía antioqueña se levantó en armas contra los
liberales y sus aliados caucanos; la guerra estalla en el centro, el norte y el
sur del Estado. El 4 de enero de 1864 perece en el combate de Cascajal el
presidente liberal Pascual Bravo y el poder en Antioquia retorna a manos de los
conservadores.
El
6 de enero de 1864 Francisco Jaramillo, comandante de los llamados
“Restauradores” o militantes conservadores del nuevo orden establecido, atacó
la aldea de María con el argumento de legítima defensa. Como no tenía víveres
ni dinero para racionar su tropa le escribió al alcalde de Manizales: “Usted
con el mayor sigilo, sin que nadie lo llegue a comprender, se conseguirá unas
cuatro cargas de panela para las raciones, cuyo valor se cubrirá cuando haya
fondos. Vuelvo a reiterar usted mucha reserva en el asunto”.
“Los
Restauradores” emplearon todos los medios para conformar su fuerza armada: en
Manizales reclutaron vagos y pordioseros, los mismos que atacaron a la Aldea de
María y robaron colchones, gallinas y todo lo que encontraron a su paso.
Para
sostener sus fuerzas militares recaban fondos mediante los conocidos
“empréstitos” que afectan a los liberales y también a los indiferentes o tibios
en sus manifestaciones a favor del nuevo orden. En Manizales gravan a numerosos
ciudadanos, entre quienes figura Hilario Peña con $200, Antonio Ceballos con $
200 y José María Correa con otros $200.Para escarmentar a quienes ocultaban sus
bienes “Los Restauradores” ocuparon la casa de Eduardo Hoyos, expropiaron gran
parte del surtido de su negocio, arrearon el ganado de su hacienda y lo
redujeron a prisión hasta que cubrió el valor asignado.
Como
los reclutas se quejaban del frio en las noches manizaleñas, el prefecto
Villegas expropió todas las cobijas y las tiendas de campaña que encontró en la
plaza.
SIGUE LA GUERRA Y LOS DESPOJOS
La
actitud conciliadora del presidente Murillo Toro y la neutralidad de Antioquia
permiten a los paisas vivir en paz hasta 1876 cuando el gobierno antioqueño
apoya otra revolución conservadora en el Cauca y estalla la sangrienta guerra
religiosa que envuelve a Manizales y desangra a Antioquia.
Tropas
manizaleñas marchan al Valle del Cauca y al Tolima; se lucha en Los Chancos, en
Garrapatas y en El Batero; y el 5 de abril de 1877, bajo el comando de Julián
Trujillo, los caucanos atacan por varios frentes y se apoderan de Manizales.
Tras
la derrota en Manizales, el Estado de Antioquia se compromete a saldar la deuda
contraída con el Cauca a causa de los empréstitos, los suministros, las
expropiaciones y los gastos de guerra. El nuevo prefecto impuesto por el
vencedor exige a Manizales $50.800 de los $75.000 que el general Julián
Trujillo fijó al Estado de Antioquia. A lo anterior se suman $2.000 mensuales
cobrados por el alcalde Mario Arana a la ciudadanía manizaleña, para sostener
la fuerza pública acantonada en la ciudad; esos $2.000 e se reparten de acuerdo
con la capacidad económica y la importancia política de los vecinos.
General
Julián Trujillo
DESPUÉS DEL 5 DE ABRIL DE 1877
Las semanas que siguieron al 5 de
abril de 1877 fueron las peores del pasado manizaleño; en ese fatídico día las
tropas caucanas irrumpieron en Manizales, pese a la tenaz resistencia de los
defensores, y empezó el calvario para una comunidad en manos de la chusma
armada.
Después de una de las batallas
más sangrientas de nuestras guerras civiles llegaron los saqueos, los
asesinatos, las violaciones y todo tipo de atropellos perpetrados por las
fuerzas de ocupación. Algunos ciudadanos se pusieron a salvo en Neira, Salamina
y Aguadas pero la gran mayoría solo pudo poner trancas en las puertas de las
casas y encomendarse a la misericordia divina.
El general Julián Trujillo,
comandante de las tropas caucanas, aseguró a los manizaleños en el momento de
la capitulación que podían estar tranquilos en sus casas y negocios. El pueblo
llano creyó en las promesas y hasta hubo ingenuos que pusieron toldos con
alimentos y bebidas para venderlos a las tropas invasoras.
Al otro día, apenas despuntó el
seis de abril, entró el grueso de ejército liberal y comenzó el saqueo: a los
individuos que encontraron en las calles les robaron el sombrero, la ruana, el
carriel y hasta los pantalones; saquearon las casas sin dejar cobijas ni ropa
íntima; se llevaron las herramientas, los cerdos, las gallinas y a quienes se
oponían los golpeaban o los mataban. Los caucanos entraron a las tiendas
abiertas, pedían cuanto querían y al cobrarles decían al vendedor: “Coman
religión, godos pícaros”, o “pasen la cuenta a los curas” y se llevaban todo
sin pagar un centavo.
Ante el desborde criminal de los
sureños, algunos ilusos se dirigieron al general Julián Trujillo pidiéndole que
dictara alguna providencia que pusiese a la ciudadanía a cubierto de tantos
atropellos, pero fue en vano; el insensible militar se excusó diciendo: “A esos
negros no hay quién los contenga”. En realidad no tenía la intención de frenar
el saqueo, pues era la oferta cuando enrolaron a los negros del Valle del Cauca
en las fuerzas liberales.
El tres de mayo de1877 era
oficial del día el coronel Valentín Deaza quien ocupó varias casas para alojar
al batallón Junín comandado por el coronel Castañeda. Entre las viviendas
tomadas se hallaba la de don Joaquín Arango, que estaba postrado en el lecho al
igual que el coronel conservador Joaquín Carvajal. Eran como las cinco de la
tarde de un día lluvioso. En tales circunstancias se dificultaba el traslado de
los enfermos a otro sitio; en vista de ello la señorita Susana Arango se acercó
al coronel Deaza y le suplicó que no ocupara la casa. El militar no oyó los
ruegos; al contrario, trató indignamente a Susana y entró a la fuerza con
su gente.
La vivienda de los Arango se
asignó a la tropa del capitán Hipólito Isaza, quien al ver la situación de la
familia, ordenó a sus hombres permanecer en los corredores y respetar la
intimidad de los dueños e intervino para que el prefecto revocara la orden dada
por Valentín Deaza.
Isaza se retiró con su gente y el
coronel Deaza al sentirse desautorizado, desfogó su ira contra Ángel María
Carvajal, un hijo del coronel enfermo. Al verse atacado Ángel María esquivó los
golpes y se refugió en una alcoba donde se armó con un revólver; Deaza lo
siguió y ante la eminencia de una tragedia el señor Juan Botero trató de
calmarlo y lo que obtuvo fue una tremenda bofetada.
El energúmeno coronel derribó una
ventana para abrirse paso y “matar a ese godo”. Entonces las señoritas María
del Rosario, Susana y Mercedes Arango quisieron hacerlo desistir de su intento,
pero Deaza en vez de atenderlas, como merecía su dignidad y condición de damas
honorables, las llenó de insultos y les dio planadas con su espada.
La conducta de los caucanos y sus
aliados fue execrable en Manizales; los vencedores no tuvieron contemplaciones
con los vencidos; sin embargo, hubo excepciones como la anotada con el oficial Isaza
y con el capitán Jesús Farfán, quien en una de las rondas sorprendió a varios
soldados saqueando la casa de don Pablo Jaramillo:
–¿Quién es el dueño de la casa?–
preguntó.
–Yo soy, contesto el señor
Jaramillo, que lívido y despavorido estaba amarrado en un rincón a disposición
de sus enemigos.
–¿Qué daño le han hecho estos
negros?
–Véalo usted, no han dejado nada
bueno.
El coronel Farfán rastrilló una
fusta y dirigiéndose a los saqueadores les dijo:
–Entreguen lo que tienen empacado
al señor. Nosotros no hemos venido a robar sino a restablecer el orden público.
Pistola en mano, desató a don
Pablo y amenazó con desarmar a los ladrones y remitirlos presos al cuartel
general; los abusivos devolvieron algunos objetos y con otros de valor se
perdieron por el camino cercano.
Don Pablo junto con su familia
abandonó la casa y se refugió en otra vecina. Más tarde regresó haciéndose
pasar como soldado del Batallón 14 de Villamaría a ver qué podía salvar de lo
poco que había quedado.
Los invasores ocuparon las
propiedades sin pedir consentimiento a los dueños; cuando no encontraban las
llaves destruían las cerraduras o derribaban las puertas; se robaron los
muebles y los que no se llevaron los utilizaron como leña para preparar los
alimentos.
En el campo el saqueo fue
dramático, de la hacienda de Joaquín Arango sacaron 170 reses y 17 bestias
y de la hacienda de Pablo Jaramillo se robaron más de cien animales. No
dejaron rejos, enjalmas e instrumentos de labranza. Los invasores dejaron
vacías las alacenas, los escándalos de las juanas estremecieron la ciudad, que
en vilo, guardó en los zarzos a los heridos y en las piezas más recónditas a
sus doncellas.
LOS COMPARTOS DE 1879
Numerosas
disposiciones oficiales afectan a la Iglesia Católica y a sus fieles, pues los
liberales radicales limitan la acción pastoral, apresan sacerdotes y persiguen
a los fieles. Ante estos atropellos, el pueblo católico de Antioquia se levanta
en armas contra los opresores y estalla en Manizales la revolución de 1879 que
se extiende por todo el Estado.
El
gobierno sofoca la rebelión clerical inspirada por los obispos antioqueños y de
nuevo los vencidos cargan con impuestos y más expropiaciones. Las autoridades
liberales fijan contribuciones en forma arbitraria y totalmente desconsiderada:
los afectados debían responder por sus cuotas en un plazo perentorio de pocos
días y a veces de horas. Si no se contaba con dinero en efectivo se remataban
las propiedades.
Combatientes. De la revista
Credencial Historia.
En
numerosas ocasiones bienes valiosos quedaron en manos de los rematadores por
sumas ridículas, como ocurrió con los bienes de Silverio Arango, expresidente
antioqueño, cuyas extensas fincas en Playa Rica y el Zarzo pasaron a manos de
Liborio Gutiérrez; y otras situadas en la cordillera quedaron en poder de otros
Gutiérrez.
El
primero de febrero de 1879 el gobierno liberal crea una junta compuesta por
Jesús María Hoyos, Félix María Palacio, Mariano Mejía Federico Ángel. La Junta
grava a numerosos vecinos y remata numerosas propiedades que quedan en manos de
amigos de la administración del momento. Uno de los tantos casos se dio el13 de
marzo de 1879 cuando el gobierno ocupó y
adjudicó una casa perteneciente a Ricardo Escobar, gravado con la suma de $
1.000; la casa se avaluó en $2.200 y se entregó al gobierno del Estado por la
mitad de su valor, quedando a Ricardo Escobar un saldo en contra por $ 200.
Para
reducir la insurrección clerical, el gobierno, entre varias medidas militares,
expidió la siguiente disposición:
Decreto No. 103
Marzo 21 de 1879
Por
el cual se determina qué individuos deben reputarse como rebeldes en el
Departamento del Sur.
El
Prefecto del Depto. del Sur en uso de sus facultades decreta:
Artículo
1- Declárense rebeldes:
1.
A los que hayan tomado armas contra
el gobierno.
2.
A los indiferentes o egoísta que
miran consumarse el crimen de rebelión sin condolerse de los males que causa la
guerra.
3.
A los que no prestan espontáneamente
su apoyo moral y material a las autoridades cuando estas tienen necesidad de
defender o hacer respetar el orden constitucional instituido.
4.
A los que sea cual fuere el color
político a que pertenezcan, favorezcan los intereses y personas de los comprometidos.
5.
A los que de cualquier manera hayan
simpatizado o simpaticen, hayan auxiliado o auxilien la rebelión que estallo el
25 de enero último.
Artículo 2- Todos
ellos serán gravados con los empréstitos forzosos decretados, que se decreten
en lo sucesivo y serán perseguidos y castigados conforme a lo dispuesto por las
leyes.
Marzo
21 de 1879
Víctor
Cordovez.
Otro
de los casos que ilustran los abusos contra los ciudadanos manizaleños de todas
las tendencias durante las guerras fratricidas, sucede el 25 de enero de 1879:
se gravó a José María Gutiérrez con $200, y como no pagó inmediatamente se le
cobraron intereses de recargo a razón del 10% diario, lo que a los 32días de
retraso subió el gravamen a $640. Al no poder cubrir tal suma se remató su casa
avaluada en $3.700 y dos lotes valorados en $2.000. El gobierno tomó la casa
en$516 y los lotes se entregaron por una suma irrisoria.
EN LA GUERRA DE LOS MIL DÍAS
Manizales
fue el centro operativo contra las guerrillas liberales del norte del Cauca en
la guerra de los Mil Días. Las escuelas se cerraron para convertirlas en
cuarteles y en Manizales y Salamina se conformaron batallones con la flor y
nata de su juventud que quedó tronchada en suelo extraño víctima de las balas,
el machete, los bichos y las enfermedades.
El
siguiente despacho del general Víctor M Salazar ilustra esa desafortunada
situación:
Zambrano
19 de marzo de 1902
General
Juan Pablo Gómez
Medellín.
Despacho
hoy a borde del vapor Colombia 200 hombres con dirección a ese Departamento.
Hacen parte de los batallones Salamina y Manizales, restos de la gloriosa
columna antioqueña. Son los héroes de Capitanejo, Palonegro, San Juan
Nepomuceno, Lebrija y Marialabaja.
Las
penalidades y fatigas de una campaña de 17 meses las han reducido a cifra
insignificante y a deplorable situación de salud.
Imploro
para ellos encarecidamente la munificencia del gobierno de Antioquia y vuestros
sentimientos amplios y generosos.
Mientras
los batallones del Departamento del Sur operaban en Santander, la Costa y Panamá, tropas
combinadas de Salamina, Manizales y Cartago luchaban contra las guerrillas de
Manuel Ospina y Ceferino Murillo en la banda izquierda del rio Cauca y con las
guerrillas de Ibáñez, del Negro Marín y Tulio Varón en territorio tolimense.
Al
igual que en situaciones anteriores las tropas oficiales se sostuvieron con
“empréstitos” que generalmente no se pagaron y con los ganados, las cosechas y
los bienes de la población civil que fue expoliada por los combatientes de
ambos bandos.
Por
su parte los guerrilleros y las bandas criminales entraban a las poblaciones,
las saqueaban, robaban las cosechas y los ganados y al igual que los
gobiernistas reclutaban a los jóvenes campesinos, que a la fuerza tenían que
empuñar las armas, a veces contra sus mismos copartidarios.
Entre
las operaciones prioritarias del gobierno figuró la conservación de las líneas
telegráficas, que en ese tiempo eran la forma más eficaz de comunicación con el
mundo externo. Veamos el decreto
municipal No. 1 del ocho de enero de 1900 expedido por las autoridades de
Salamina. En Manizales y en el resto de los municipios del Departamento del Sur
hubo decretos similares, donde se obligaba a los vecinos liberales a sostener
ese medio:
“El
alcalde de Salamina en cumplimiento de órdenes expresas y considerando:
1- Que
el telégrafo es el mejor elemento con que cuenta el gobierno para el
sostenimiento de la guerra y el pronto restablecimiento de la paz y
2- Que
los enemigos del reposo público causan daños considerables en las líneas
telegráficas con grave perjuicio para los intereses públicos.
Decreta:
Artículo
1- Impóngase a los liberales vecinos del municipio la obligación de sostener
las líneas telegráficas en buen estado indicándoles el trayecto que deben
sostener.
-Parágrafo-
Se incluyen entre los vecinos a los que aunque no lo sean estén radicados en el
municipio.
Artículo
2- Hágase por grupos la distribución lo más equilibradamente posible y
notifíquese imponiendo a cada individuo del grupo un multa solidaria de $50 por
cada hora que permanezca interrumpida la comunicación a causa de un daño que
reciba la línea.
-Parágrafo-
La multa se hará efectiva militarmente sin contemplaciones de ninguna clase.
Pocas
ciudades han sufrido la guerra como Manizales y pocas comunidades han aportado
tantos recursos y vidas en las luchas fratricidas; sin embargo su gente siguió
adelante y levantó una ciudad que conquista el cariño y hace indelebles sus
recuerdos.
Este
corto ensayo sobre “Los tributos de guerra en Manizales” y las investigaciones
consignadas en el libro “Los Caudillos del desastre” pretenden mostrar la garra
de un pueblo y dar pie para estudiar las relaciones de clase, el cambio de
poder, las familias, la política y demás temas que ayudarían a entender y
conocer a Manizales, que como un cóndor se aferra al resalto de la cordillera.
FUENTES DE CONSULTA
Archivo
de Salamina
Archivo
Histórico de Manizales.
CARDONA
TOBÓN, Alfredo. Los Caudillos del
Desastre. Universidad Autónoma deManizales.