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PRESENTACIÓN DEL LIBRO



LA MERCED CALDAS.
UN ENCUENTRO CON SU HISTORIA 




DEL ALTO DE SIÓN O “LA TRAMPA DEL TIGRE” A LA VENTANA DEL NORTE

Este año La Merced conmemora sus primeros 50 años de existencia como municipio. Creada la nueva entidad territorial, por segregación de Salamina, mediante la Ordenanza No. 001 del 21 de octubre de 1969, esta parcela de Caldas surgió a partir de la vereda Alto de Sión, llamada popularmente la “Trampa del Tigre”, que en franca emulación con sus homólogas de El Tambor, Llanadas, El Palo, La Felisa y otras de la jurisdicción, presentó a partir de los primeros años del siglo XX un desarrollo inusitado, en virtud del liderazgo cívico de un grupo de pobladores, que bien pronto tuvieron la visión de un futuro promisorio para su terruño.

En el año 2002 los mercedeños conocieron la primera versión de esta monografía, impresa en Edigráficas de Manizales. Para entonces se estaban cumpliendo 33 años de expedición de la Ordenanza No. 001 del 21 de octubre de 1969, de la Asamblea Departamental de Caldas, que había creado el municipio de La Merced, segregándolo de Salamina, después de una larga y difícil controversia. Y se cumplían escasos 28 años de vida administrativa independiente, del que en ese entonces era el municipio más joven de Caldas. Sigue siendo obligado el reconocimiento y la gratitud con el entonces Alcalde Municipal Carlos Arcesio Ceballos Herrera y con el Dr. Carlos Arboleda González, a la sazón Secretario de Cultura de Caldas, quienes en un esfuerzo conjunto gestionaron el recurso para la edición de la obra. También seguimos en deuda de gratitud con los lectores cultos y aficionados a la historia regional, que juzgaron el libro como el resultado de una rigurosa labor investigativa, en archivos y documentos del pasado de la comarca, juicio crítico éste que nos anima a dar en esta ocasión a la luz pública, la nueva versión.

Es la oportunidad para mejorar los rasgos editoriales de la obra dada a conocer en el año 2002. El escaso tamaño del libro de aquella época, la pequeñez de los caracteres y de las ilustraciones fotográficas, demeritaron a nuestro pesar, el gran esfuerzo que implicó rescatar la información sobre el pasado de La Merced, que, por incuria, estaba a punto de sumergirse en la nebulosa del olvido. Hoy creemos que, con esta nueva versión, nos ponemos a paz y salvo con los lectores, al menos en cuanto a la calidad editorial de este nuevo proyecto.

No debe olvidarse en todo caso, que Fanny González Taborda fue la pionera. Corría el año 1960 y la Editorial Renacimiento de Manizales daba a la estampa el libro Historia y Geografía de La Merced. Era una época de despertar intelectual, que, superando el oscuro tránsito por la nefanda violencia de mediados del siglo XX, se dirigía a la recuperación del pasado para resignificar las ansias de paz que se vivían en el país, y cuyo mojón fundamental se había puesto al finalizar la década de los años 50. En 1957 la editorial Bedout había sacado a la luz pública el libro Apuntes para la Historia del Clero de Caldas, del Pbro. Guillermo Duque Botero, ese decano de la historia caldense a quien seguimos obligados a consultar, quienes hurgamos el pretérito de nuestra región. Y también en 1960, la misma editorial dio a la luz pública la Historia de Aranzazu, del Pbro. José Felipe López Montes. Con esa culta influencia, Fanny González Taborda cumplió su tarea. No le fue difícil divulgarla, pues como Corregidora de La Merced, estaba en todo el derecho de demostrar que los conocimientos históricos y antropológicos de su patria chica, eran precisos y ajustados a una rigurosa disciplina mental. Y el conocimiento real de su pueblo, lo había adquirido al lado de las batallas que bajo su dirección había librado el pueblo mercedeño, por su liberación del vínculo con Salamina. La labor intelectual de reconstrucción de la historia mercedeña desarrollada por la aguerrida luchadora social y escritora, había llegado precisamente hasta ese momento histórico en que nacía un municipio nuevo. Sólo faltaría una década para que los mercedeños pudieran degustar un triunfo esperado durante cuarenta años.

Les quedó a las generaciones subsiguientes, la tarea de continuar el camino que ella había recorrido. Campo Elías Agudelo Quevedo y Horacio Ramírez Ospina, fervorosos amantes de su tierra, se encargaron de abonar el terreno para que no se perdiera el hilo de la historia. Recopilaron cuanto registro histórico se dio a conocer en la prensa regional durante los años que vieron transformar el antiguo Corregimiento en airoso Municipio. Compilaron todos los documentos relacionados con el arduo movimiento municipalista de La Merced, dentro del cual, además, habían desempeñado papeles protagónicos. Gracias a ese noble y paciente trabajo, se pudo retomar el hilo de la historia y reconstruir el pasado del terruño, atándolo al presente y totalizando una visión integradora de su pretérito.

En agosto de 1983 llegué a prestar mis servicios docentes en esta población. La primera emoción que me embargó al pisar estas atractivas tierras del noroccidente caldense, fue la belleza de su panorama. Las impresiones que en mí produjeron por primera vez los encantos del infinito horizonte, fueron el preludio cierto de unos afectos que a la postre harían germinar mi sangre en estos contornos de hermosos paisajes. Y me hice hijo adoptivo de La Merced. Lo he dicho reiteradamente con la venia de los lugareños, a quienes aprendí a estimar y a valorar en la medida de mis mayores afectos. Para comprobarlo, calcúlese cuánto significan 23 años integrado en todos los aspectos de la población, y no sólo en labores educativas. Y con la humildad de un hijo que había aprendido a querer a su patria chica adoptiva, me entregué a la tarea de actualizar la historia de la población. Por fortuna ya tenía a mi favor algunos vientos. En la búsqueda de los ancestros de mi pueblo natal – Marquetalia-, había recorrido ya las páginas escritas por los cronistas españoles y había adquirido una mediana disciplina intelectual que me habría de servir para acometer la faena de escribir la nueva monografía de La Merced.

Ya he referido las razones del descontento con la calidad editorial de mi primera versión de la monografía del pueblo mercedeño, que no fue por causas relacionadas con la responsabilidad de la empresa editora, sino por el escaso recurso con que se disponía para financiar la edición. Por eso ahora, al cumplirse 50 años de la Ordenanza que creó el municipio y 45 años de vida administrativa del ente territorial, someto a consideración de los lectores y del pueblo mercedeño en particular, esta nueva versión con la cual aspiro a subsanar algunos vacíos de la primera versión. Y aprovecho la oportunidad para actualizar mucha parte de la información relacionada con la vida social, cultural e institucional de los últimos años. Sigo presentando excusas en todo caso, por los vacíos, inexactitudes, errores y omisiones en que sigo incurriendo en este libro, no por negligencia, sino más bien por escasez de recursos investigativos, en la mayoría de los casos.

Aunque también cabe advertir, que tanto el enfoque, como la metodología y los moldes epistémicos de esta edición, determinan un carácter meramente monográfico que no permite un análisis crítico-social de las realidades históricas de este municipio caldense. Esa es una tarea que recomiendo a sociólogos o historiadores con vocación profesional. Me declaro con humildad, en un empírico de la investigación histórica y con esta declaración le salgo al paso a quienes consideren con razón que esta historia carece de profundidad y rigor investigativo. Sin embargo, en vuelo panorámico me permito esbozar a continuación las que han sido mis propias inquisiciones resultantes de la investigación que culminó con esta monografía. Ellas están sugeridas en un breve ensayo titulado “Dubitaciones en la reflexión sobre la identidad caldense”, que incluí en un trabajo publicado en el año 2015 (2).

Empiezo por la etapa de la conquista española. Conocí al historiador, Pbro. Guillermo Duque Botero, poco antes de su despedida definitiva de este mundo. Afortunado encuentro en el que compartimos ideas sobre la historia de La Merced. Al respecto de la cual, me manifestó su opinión de que el choque de Robledo con los Pozos había tenido lugar en el Alto del Tambor. Según viejas leyendas campesinas de esa vereda, el mariscal español fue herido de un flechazo, llevado a un bohío indígena y atendido por un médico aborigen. Pese a que es difícil encontrar fuentes escritas para acertar en esta intuición, ¿podríamos, dada la extensa experiencia investigativa del historiador Duque Botero, aventurar con él la hipótesis, de que Robledo tuvo con los Pozos varias colisiones, las primeras de las cuales tuvieron lugar en el Alto del Tambor?

Ya en la etapa de los primeros asentamientos humanos que dieron lugar al poblamiento inicial y fundación de La Merced, y siguiendo el derrotero intuitivo que nos muestra la sangre, la cultura y la fisonomía de los pobladores actuales, ¿podríamos decir que se trató de un proceso que tuvo lugar a través de dos grandes corrientes migratorias que generaron una colonización híbrida entre antioqueños y caucanos? ¿Fueron los caucanos los primeros en poblar este territorio? ¿Negros y esclavos liberados o escapados de las instituciones esclavistas españolas de Anserma, Riosucio, Marmato y La Vega de Supía llegaron a La Felisa y El Tambor, por la ruta del Río Pozo y establecieron aquí sus minifundios? ¿Fueron los antioqueños, procedentes de Pácora, Aranzazu, Filadelfia y Salamina los segundos en llegar? ¿Determinó este segundo oleaje la cimentación del nuevo poblado y trajo, con su carácter hegemónico, las primeras bases del latifundismo? ¿Ocurrió aquí el mismo conflicto de la colonización que se dio en las poblaciones fundadas al finalizar al siglo XIX, en las cuales, la fase de colonización empresarial se caracterizó por la llegada de colonos distintos a los antioqueños, aupados por empresarios territoriales más interesados en lucrarse con el incremento del valor de la tierra que con el propio cultivo y explotación de la misma? Así lo sugieren las investigaciones de Catherine Legrand, Albeiro Valencia Llano y todos los historiadores que han venido profundizando en estos últimos años, en el estudio de las distintas etapas de la colonización, las fundaciones, movimientos campesinos y luchas sociales de finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX.

Simultáneamente con lo anterior, ¿podríamos explicar la amplia cuota de indígenas a la mercedeñidad como el resultado de la primera corriente migratoria de la que se ha hablado? ¿Correspondían los reductos indígenas que se asentaron en El Limón y Maciegal a las familias supérstites de los Picaras y Carrapas procedentes de Filadelfia y Aranzazu y que quizás desde la etapa de colonización española se refugiaron en lo inextricable de las montañas de La Amoladora, El Roblal, El Limón y Fontibón?, ¿Bordeando el cañón del Cauca, y sus afluentes, para escapar a la sangrienta persecución europea? ¿O tal vez sucedió esto en el período de las guerras civiles del siglo XIX, que fustigaron a los reductos indígenas del Cauca a buscar asilo en estos montañosos parajes? ¿O tal vez incluso, la llegada de este componente humano pudo haberse dado, siquiera en forma parcial, en la época de la violencia de mediados del siglo XX, motivado por el desarrollo de similares circunstancias a las del siglo XIX? Y a su vez, ¿correspondieron los reductos indígenas y negros del Tambor y La Felisa a los grupos que escaparon de las instituciones y familias esclavistas españolas asentadas en las poblaciones ya citadas del actual occidente caldense? ¿No corresponderán las supervivencias indígenas de Calentaderos, El Palo, Maciegal y El Limón a los descendientes de familias de esclavos liberados por los amos antioqueños en el siglo XIX? ¿Serían estas familias de esclavos liberados descendientes de los antiguos Picaras y Paucuras, procedentes de los primigenios territorios de Pácora y Salamina?

Y así sucesivamente, podríamos agotar un sinnúmero de folios, planteando apenas los vacíos históricos que despiertan nuestra curiosidad. ¿Tuvo que ver, por ejemplo, la rivalidad entre los vecinos del Tambor y los de la Trampa del Tigre (Alto de Sión o La Merced), en la alborada del siglo XX, con esos dos caracteres divergentes de las corrientes migratorias primigenias pobladoras de las que se ha hablado? ¿Se asentaron en El Tambor los descendientes de los caucanos, abrigando sus minifundios bajo la sombra tutelar o protectora de los movimientos del liberalismo radical orientados por Tomás Cipriano de Mosquera, Benjamín Herrera y Rafael Uribe Uribe, con sus epígonos en la región, el General Ramón Marín, el parlamentario Tomás Oziel Eastman y el parlamentario y escritor Max Grillo?. Al llegar los inmigrantes paisas, ¿fue su intención –deliberada o no-, desmoronar el sistema minifundista ya arraigado desde aquella época en El Tambor, presionando a los campesinos a venderles sus tierras, para ampliar sus latifundios? ¿Se generó esta hipotética rivalidad en la resistencia de los tamboreños a enajenar sus alquerías? ¿Fue entonces, en el fondo, una lucha abierta entre el minifundismo y el latifundismo? ¿Nació La Merced en la fragua de dos cosmovisiones asentadas en sendas veredas El Tambor y Naranjal? ¿Tuvo el nacimiento de la mercedeñidad como telón de fondo, la hibridación de la caucanidad con la antioqueñidad, encarnando la lucha ideológica que caracterizó al siglo XIX? Al menos eso parece poderse inferir del hecho de que los descendientes de la casta militar Londoño Llano, resentidos por la resistencia civil de los tamboreños, se fueron para Salamina a gestionar en ese cabildo la erección de la cabecera del corregimiento en el sitio que hoy ocupa el casco urbano de La Merced, y donde tenían asiento sus intereses territoriales.

Luego, en una etapa más contemporánea de la historia, también podríamos abrigar el presentimiento de que la rebeldía y altivez de los mercedeños, asociada de manera sincrética a su connatural humildad, es tal vez una de las características que demuestran ese tinte de caucanidad que ha heredado. Aquí encontraríamos la conexión no estudiada aún entre el espíritu independentista que lanzó a los mercedeños a una lucha civilista de casi cuatro décadas contra la dependencia de salamineña y la mentalidad libertaria que en la década del 60 tuvo dos manifestaciones particulares: El Sindicato de Trabajadores Agrarios Independientes de La Merced, liderado por Jorge Eliecer Marín Loaiza, y la batalla municipalista liderada en aquella época por Fanny González Taborda, bajo el ethos paradigmático de la búsqueda de un municipio representativo de un nuevo orden político y social. Contribuiría a reforzar este presentimiento, el análisis de las condiciones que generaron desde los primeros tiempos ese débil proceso de desarrollo económico y social que hacen hoy de La Merced uno de los municipios con menos recursos económicos en el país. Esa, al parecer velada e insoluble batalla entre caucanidad y antioqueñidad, o también entre minifundismo y latifundismo, causó la adversidad que se abre paso en la planificación del desarrollo local. Hoy vemos por ejemplo con preocupación que ni siquiera existe conciencia sobre las causas estructurales de la pobreza. Verbigracia, el renglón económico de mayor importancia para la vocación agrícola de los pobladores, la caficultura, en crisis, está además afincada en predios agrologicamente inapropiados para esa actividad. Y otros renglones alternativos que pudieran redimir a la región y que han sido explorados de manera empírica por agricultores sin ningún amparo, se dejan al ostracismo. Recuérdese que este es uno de los municipios que sirven para demostrar la tesis de Otto Morales Benítez y Bonel Patiño Noreña, entre otros, según la cual no tiene sentido que utilicemos el apelativo de Eje Cafetero para la región gran caldense. Sólo un 15% del territorio mercedeño es apto para la caficultura, y, de hecho, poco menos del 20% se aplica a esta actividad.

Por el estilo, tenemos ricos filones de cultura y de historia mercedeñas a la espera de un acucioso novelista que los lleve al lienzo de la inmortalidad literaria, superando de contera ese anglosajonismo literario que nos circunda. La Merced ha sido quizás, como ningún otro pueblo de Colombia, un prolífico exportador de hombres pacíficos y laboriosos, pero también de oscuros actores de violencia. Lo primero puede demostrarse con un sondeo de la inmensa cantidad de familias mercedeñas afincadas en Cali, Bogotá, Medellín, Pereira, Armenia, Manizales y demás ciudades de Colombia, Estados Unidos y Europa. Lo segundo, porque, aunque en virtud de un inexplicable privilegio en La Merced no se vivió la horrible carnicería de la violencia de mediados del siglo XX, los fatídicos episodios de esa violencia en el norte del Valle y otras regiones del país sí tuvieron, al parecer, connotados protagonistas escapados de estas breñas. He aquí pues, una de las pistas más interesantes para una línea de investigación y de creación literaria que permita nuevos desarrollos a la escritura caldense de la postmodernidad.

De otra parte, en ligera conexión con lo anterior, analícense las sucesivas olas del ilegítimo imperio de las armas que lastimosamente hirieron la historia del período final del siglo XX y el inicial del XXI en esta población. Primero fue la época de las oscuras venganzas intrafamiliares e interveredales que de manera soterrada sembraron de cruces los caminos de la geografía municipal, por razones que aún yacen a la espera del escrutinio histórico; luego vino la era del narcotráfico a finales de la década del 80 y principios de la del 90; más tarde fue la ola del paramilitarismo que generó un nuevo estilo de colonización. ¿Tendrán estas eras de violencia soterrada alguna relación con los nuevos vientos de la trágica redistribución de la tierra? ¿O serán una nueva confirmación de la puerilidad e infancia de la gran caldensidad?

En esta monografía no se resuelven estos dilemas. Tenemos que esperar a que la criba del tiempo nos dé su veredicto. El tiempo que vendrá con nuevos estudiosos y profesionales de la historia, la sociología, la antropología, la economía y la cultura, para quienes estas primeras monografías son apenas una voz de aliento para encaminarse por los senderos de la investigación. Yo deseo que vengan pronto y tengan muchos éxitos.

El autor


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