EL
DEPARTAMENTO DE CALDAS.
LA
INDEPENDENCIA Y LA CONSTRUCCIÓN DE UNA RED DE MERCADOS
Por Jorge Enrique
Esguerra
Magister en Historia y Teoría de la
Arquitectura
RESUMEN
La
pregunta que indaga por la relación entre la Independencia nacional, cuyo
bicentenario su cumple este año, y el departamento de Caldas, que no existía
durante aquella gesta, se puede responder indagando por el proceso que
transcurre entre la obtención de la soberanía patria en 1819 y la creación del
Antiguo Caldas en 1905. No es, por tanto, un proceso militar y político sino
fundamentalmente económico: miles de familias de labriegos que ocuparon un
territorio despoblado y baldío construyeron una red de mercados que
garantizaron su seguridad alimentaria y posibilitaron el reemplazo de un
producto extraíble –el oro– por el café como principal producto exportable.
Así, el nuevo departamento, con Manizales como el centro comunicacional del
centro occidente del país a principios del siglo XX, contribuyó a afianzar la soberanía
que Colombia había logrado hacía un siglo en el campo militar.
Palabras Clave: Independencia
nacional, departamento de Caldas, poblamiento, desplazamiento, colonos, colonia
agraria, caminos, arriería, mercados, fundación urbana, minería, oro, agricultura,
café.
INTRODUCCIÓN
Estamos conmemorando
el bicentenario de la Independencia de Colombia del dominio español, porque
1819 fue el año en que se materializaron los anhelos nacionales por conseguir
la soberanía política y económica, mediante la victoria militar de los ejércitos
patrios. ¿Pero qué relación tuvo ese acontecimiento con el hoy departamento de
Caldas, según el interés que ha propuesto la Academia Caldense de Historia
sobre este tema?
La respuesta resulta
en verdad muy difícil si continuamos aferrados a la concepción generalizada de
que la liberación nacional estuvo limitada a los caudillos militares, a la
correlación de fuerzas entre los ejércitos, a los dineros para financiar la
guerra, a las derrotas y a las victorias, etc., todos hechos que finalizaron en
1819 cuando el departamento de Caldas no existía, porque su creación se remonta
a casi un siglo después, en 1905. Y como en esa época libertaria la única
región que estaba medianamente poblada en lo que hoy llamamos Antiguo Caldas
(departamentos de Caldas, Risaralda y Quindío), la del occidente donde se
encuentran los municipios de Anserma, Riosucio, Supía, Marmato, Guática y
Quinchía, además del corregimiento de Arma, tendemos a observar la relación
entre el nuevo departamento y la Independencia exclusivamente con ese escenario
y con su participación insurgente.
Lo que sería más
conveniente, entonces, es preguntarnos cómo repercutió ese acontecimiento
libertario en el nacimiento del departamento de Caldas, indagando por otros
factores que están íntimamente relacionados con el triunfo independentista,
pero que se desligan de lo estrictamente castrense, como sus repercusiones en
el viraje económico ocurrido, en los movimientos poblacionales generados y en
la creación de una red de nuevos caminos y mercados regionales traducidos en
centros urbanos. En otras palabras, el fenómeno de la total independencia
política, logrado por la vía de las armas con el apoyo de la mayoría de la
población, produjo un cambio profundo en el devenir del territorio que hoy es
Colombia y dio lugar a la construcción de las bases de la nacionalidad, entre
las que se destaca el proceso de constitución de las nuevas entidades
territoriales. Por eso podemos afirmar que casi cien años después de las
batallas decisivas —Pantano de Vargas y Boyacá—, en los albores del siglo XX
estaba ya consolidada en el centro occidente de Colombia la necesaria autonomía
política, económica y cultural de un territorio que durante toda la Colonia
estuvo casi totalmente despoblado, debido al exterminio de las tribus indígenas
ocurrido cuando las huestes ibéricas en la Conquista ocuparon su territorio.
Precisamente, el
inicio del repoblamiento de esa extensa región coincide con el fin del dominio
español y con los albores de la independencia, porque al observar algunas
fechas nos damos cuenta de que el efecto de las migraciones estaba ocasionando
ya transformaciones importantes, en torno a 1819, en el norte y en el occidente
de lo que hoy es Caldas. En efecto, si atendemos al convencimiento demostrable
de que el origen de las ciudades tiene su fundamento en la ampliación de la
frontera agrícola (Esguerra y Sierra, 2004), y constatamos que tanto al sur del
río Arma (hoy límite entre los departamentos de Antioquia y Caldas) como en la
provincia minera de Anserma nacían, por vez primera después de las fundaciones
de conquista ibérica, nuevos poblados —Aguadas (1814) y Riosucio (1819)
respectivamente—, advertimos que la movilidad social que estaba ocurriendo era
motivada por las anacrónicas condiciones de la Colonia, las mismas que
originaron el levantamiento insurgente que dio al traste con la dominación
española.
En consecuencia, en
este escrito nos propusimos demostrar que la creación del departamento de
Caldas tiene unos fundamentos que solo los podemos entender relacionados con
las causas que antecedieron y propiciaron las transformaciones no solo
políticas y militares, sino también económicas que se materializaron en un
territorio casi inédito, en estrecha relación con el movimiento social generado
y con las mejores condiciones para la producción agropecuaria, libres del
monopolio español. El marco creado con las migraciones y la creación de un
mercado interno basado en la agricultura y la ganadería, que comienza a romper
con el exclusivo saqueo del oro colonial y con el precario autoconsumo, está
respaldado por el cambio profundo ocurrido con la gesta emancipadora que
propició las condiciones necesarias para lograrlo, incluso en estrecha relación
con el aporte de las minas del occidente revitalizadas técnicamente por los
ingleses después de la Independencia. Por eso hicimos especial énfasis en el
papel que cumplieron los colonos —campesinos y empresarios—, en estrecha
relación con la arriería, en la construcción de la red de caminos que
propiciaron la conexión de los nuevos mercados. Sin la apertura con fines
productivos de estas sendas por las cuchillas y laderas de la montaña, en la
que puede ser considerada como una de las regiones más abruptas de los Andes
colombianos, no es posible entender la proliferación de poblados pequeños,
medianos y grandes, asiento de mercados y constitutivos de nacientes centros de
vida urbana.
Abordamos el estudio
contemplando las causas de la crisis de la Colonia en las regiones mineras,
para entender el desplazamiento forzado de miles de colonos, y estudiamos en
detalle la construcción del primer eje económico trazado por las vertientes del
río Cauca, desde Sonsón hasta Manizales, que se constituyó en el primero y más
importante sobre el territorio que será el departamento de Caldas. Y constatamos
que después del triunfo militar alcanzado perduraron condiciones del viejo
régimen de dominación y saqueo europeos, que se replicaron en este escenario
cuando pretendieron entrabar las aspiraciones a la tenencia libre y productiva
de la tierra de miles de familias emigrantes. Porque aquí se libró una batalla
determinante en el campo económico: la que le permite a un país que ha
alcanzado su independencia militar y política mantener su condición soberana
basada en las potencialidades se sus recursos naturales y humanos; porque si
esa batalla se pierde volverán a ser conculcados los presupuestos sobre los que
se basa la auténtica emancipación. De ahí los profundos conflictos agrarios que
surgieron y que fueron expresión de la pugna entre las concepciones coloniales
de la gran propiedad latifundista y las de las nuevas aspiraciones productivas
de miles de labriegos que podríamos calificar como propias del republicanismo.
Este estudio
concluye con la constitución de Manizales como núcleo de las comunicaciones del
centro occidente de Colombia, lo que la posicionó como la ciudad preeminente de
este territorio en lo económico y en lo político, fundamentalmente como
productora y exportadora de café; y la llevó a constituirse en la capital del
departamento de Caldas iniciándose el siglo XX, aun comunicada por escabrosos
caminos y bajo condiciones de atraso técnico que no se diferenciaban mucho de
las imperantes en la Colonia. Porque la creación de esta entidad
político-administrativa, que marcó el final de un proceso regional de
desarrollo ligado a los caminos de herradura, la arriería y el oro, dio
comienzo a otra forma de proyectarse en el ámbito nacional ligado a la
producción y exportación cafetera y a los medios modernos de transporte. Son
cien años de trasformación del territorio, pero también de creación de una
identidad regional sustentada sobre las premisas de la independencia y la
soberanía nacionales.
Esta es la modesta apreciación que tiene alguien que no es caldense,
pero que vivió más de treinta años en Manizales indagando por esa particular
manera como los oriundos de este Departamento se han relacionado históricamente
con su complejo entorno geográfico. Por eso es una visión externa, que
de todas formas deberá ser confrontada con los abundantes y rigurosos estudios
que al interior se han producido.
1. EL CENTRO
OCCIDENTE DEL PAÍS AL FINAL DE LA COLONIA
Si observamos el
mapa de la zona centro occidental andina del virreinato de la Nueva Granada,
hacia finales del régimen colonial (ver figura 1), apreciamos el inmenso
territorio que estaba despoblado y baldío, ubicado sobre la cordillera Central,
que corresponde a la mayor parte de lo que cien años después fue el Antiguo
Caldas. Y también vemos los dos ejes fluviales interandinos, los ríos Cauca y
Magdalena, que habían servido de referencia en la Conquista para la penetración
europea en busca de minas de oro: por el Cauca, desde el sur, procedente del
Perú y Quito, el camino colonizador se fue consolidando con la fundación de Asunción de Popayán, en 1536, prosiguió
por el valle alto del río (Santiago de
Cali, Guadalajara de Buga y San Jorge de Cartago), continuó por la
margen occidental del cauce medio encañonado con las de Santa Ana de los Caballeros (Anserma),
en 1539, y por la oriental con la de Santiago
de Arma, en 1542, hasta culminar en el norte con la de Santa Fe de Antioquia, también en 1542; y por el Magdalena, en
sentido inverso, las tropas conquistadoras penetraron desde la costa caribeña
en busca de El Dorado, hasta el
altiplano de los muiscas, en la cordillera Oriental, donde fue fundada Santa Fe (Bacatá), en 1538.
La gran diferencia
que existe entre estos dos ríos es la posibilidad de la navegación: el Cauca
solo la posee en trechos cortos, por lo que la única comunicación posible entre
las provincias de Antioquia, al norte, y Popayán, al sur, se realizaba por el
camino de Popayán o Real de Occidente, que acompañaba el
curso pocas veces navegable y la mayor parte encañonado del flujo hídrico; pero
el río Grande de la Magdalena
mantiene en casi la totalidad de su recorrido su cauce navegable entre el
centro del país y la costa Caribe, hecho que lo convirtió en el eje comercial
del virreinato y lo mantuvo en gran parte del periodo independiente. El puerto
de la Villa de San Bartolomé de Honda
se constituyó así en el más importante del Magdalena medio, por su conexión con
Santa Fe de Bogotá, la capital del virreinato, y en él se concentró casi todo
el monopolio comercial de la Corona española con la región andina de la Nueva
Granada.
Figura 1. Mapa que muestra la región centro occidental andina del
virreinato de la Nueva Granada al final de la era colonial.
Obsérvese cómo el territorio que
será el departamento de Caldas permanecía casi despoblado y solo transitado por
los caminos de Herveo y del Quindío.
Fuente: elaboración propia. Arq.
Jorge Enrique Esguerra Leongómez con el apoyo de West (s.f.) y Jaramillo
(1985)
El núcleo
poblacional más importante, incluida su capital Santa Fe de Bogotá, estaba
ubicado en el altiplano de la cordillera Oriental, asiento ancestral de los
muiscas; y el otro eje notorio de población lo constituía la región occidental
del río Cauca, eminentemente minera, que obedecía a la orientación que la
ocupación ibérica le había dado al poblamiento, fundamentada en la búsqueda de
yacimientos de oro. Mientras el del oriente tenía una comunicación más directa
con el río Magdalena, el del occidente lo debía hacer transmontando la
imponente cordillera Central, que había permanecido casi totalmente despoblada
desde la Conquista.
Las comunicaciones
interandinas en la Colonia
En los casi tres
siglos transcurridos desde las fundaciones de conquista hasta la Independencia
aún se mantenía la abismal segregación regional y el mapa poco había cambiado
(ver figura 1): unas pocas poblaciones habían nacido con posterioridad al
norte, como la Villa de la Candelaria de
Medellín y San Nicolás de Rionegro,
que respondieron al poblamiento de las zonas templadas y frías del centro y el
oriente de la provincia de Antioquia, y acercaron los difíciles intercambios de
su capital con el río Magdalena, mediante
la vía que conducía a Nare, abierta en 1790, que coadyuvó a que Rionegro
adquiriera la preeminencia regional del oriente antioqueño y compitiera con
Medellín.
Pero también se consolidaron las rudimentarias trochas —vestigios de
caminos indígenas— que los españoles utilizaron, a través de la cordillera
Central, para intercomunicar el occidente predominantemente minero con el
oriente que tenía mayor diversidad productiva. Porque las políticas colonialistas del virreinato estaban concentradas
principalmente en el saqueo de los minerales preciosos de las ricas provincias
auríferas del occidente (Antioquia, Chocó y Popayán), que “aunque prácticamente autosuficientes en alimentos de consumo básico,
[…] dependían de distintas regiones para satisfacer otras necesidades”
(West, s. f.). Principalmente las regiones agrícolas, ganaderas y con
incipiente artesanía del oriente (Cundinamarca, Boyacá y los Santanderes) las
abastecían de otros alimentos, especialmente carne, y de sal, hierro y telas, a
cambio del oro de sus ricos yacimientos. Y por el río Magdalena hasta Honda,
procedentes de los puertos de la Costa Atlántica, “…llegaban al interior esclavos y mercancías de importación, que
penetraban hacia las regiones del centro y sur…” (Jaramillo, 1985, p. 9).
Así, el ‘mercado
interno’ —si es lícito llamarlo así— de la Nueva Granada estaba circunscrito a
ese intercambio entre sectores mineros y agrícolas separados por inmensas distancias
y por difíciles caminos, que en últimas, apoyaba la intermediación comercial
monopolizada por España, que encarecía
aún más la importación de lo que no era posible producir en nuestro medio; y
con el agravante de que los ricos establecimientos mineros del occidente eran
los más apartados en ese intercambio internacional, al que se oponía la
cordillera Central, por la que era más fácil sacar el oro al río Magdalena que
introducir las mercancías que no tuvieran favorable relación valor-peso.
El puerto de Honda
en el Magdalena se posicionó así como el centro de los intercambios con el
occidente minero, porque si el oro se había consolidado como la “única razón para la subsistencia de este
vasto reino y de su comercio con España”, según la expresión de un
funcionario de la época (West, s. f.), el
comercio entre los valles del Cauca y Magdalena se constituyó como el
determinante del interior del Virreinato de la Nueva Granada. Entonces, los
tres caminos por los que se hacían los principales intercambios comerciales
entre el occidente y el oriente debían escalar los pasos más accesibles de la
cordillera Central, sobre los 3.000 metros sobre el nivel del mar: el del
norte, llamado de Hervé (Herveo) por
el páramo que atravesaba (hoy se llama Páramo, entre San Félix y Marulanda),
era el que permitía la comunicación entre la apartada provincia de Antioquia,
pasando por Arma y las minas de Marmato,
la Vega de Zopía y Quiebralomo, al occidente, con las de San Sebastián de Mariquita, el puerto de
Honda y la capital del virreinato, Santa Fe de Bogotá, al oriente; los otros
dos caminos, el del centro o del Quindío
(situado más al norte del paso de La Línea, por Salento, y el del sur —de Guanacas—, llamados así por sus pasos
sobre la cordillera, permitían el intercambio entre Popayán y Santa Fe de
Bogotá, el primero por Cartago, y el segundo directamente desde Popayán (WEST,
s. f.). Los poblados intermedios que generaron esas rutas del lado del valle
del Magdalena fueron San Bonifacio de
Ibagué y Neiva respectivamente.
Y precisamente el
único sector que estaba medianamente poblado al final de la Colonia, en lo que
después será el Antiguo Caldas, correspondía a uno de esos núcleos mineros del
occidente, acaso hoy el más importante yacimiento aurífero y argentífero del
país: las minas de Marmato, Supía y Quiebralomo, que eran abastecidas desde
lejanos lugares por comerciantes arrieros, utilizando los caminos ya descritos
de Popayán o Real de Occidente hacia el norte y el sur, y el del Quindío y,
principalmente el de Herveo hacia el oriente (ver figura 1).
El territorio
germen del Antiguo Caldas
Como las regiones
abastecedoras de las minas del occidente estaban muy apartadas de las zonas
donde las tribus indígenas más numerosas y con organización agrícola más
compleja había logrado mantenerse al servicio de los españoles, como es el caso
de los muiscas en la cordillera Oriental y la frontera norte de los incas en el
sur andino, el sector medio de la cordillera Central, que había perdido a sus
tribus pobladoras que integraban sus vertientes y además carecía de la
importancia en yacimientos auríferos que sí poseía la occidental, se mantuvo
deshabitado y solo atravesado por los rudimentarios caminos referidos que eran
la base del importante comercio interandino. Los caminos de Herveo y del
Quindío se encumbraban por el territorio que un siglo después será el
departamento de Caldas, pero nunca generaron, en más de dos siglos, algún tipo
de poblamiento similar al que existió en esa región antes de que la llegada de
las huestes castellanas prácticamente exterminara a sus tribus constitutivas,
hecho que negó la consolidación de poblados intermedios, representantes de
posibles mercados regionales. Eran, pues, solitarias y míseras sendas, trazadas
por pendientes abruptas y desfiladeros entre la espesura de la selva, que ni
siquiera podían considerarse como caminos de herradura, puesto que ni las
seguras mulas ni los resistentes bueyes podían ser idóneos para transitarlos,
razón por la cual se empleaba con frecuencia a los indígenas y mestizos
cargueros que transportaban en sillas a sus espaldas lo que les permitiera el
peso de cristianos o bagajes (ver figura 2). Pero además de las expediciones de
mercaderes, también servían para la circulación de los correos, de funcionarios
y hasta de científicos, pero también de las tropas contendoras en la guerra de
Independencia.
Las descripciones de
los viajeros que recorrían esos caminos eran desalentadoras: en 1781, el
capitán Pedro Biturro, encargado de adecuar el de Hervé, dijo de él que “es tan dilatado, fragoso y peligroso que
sólo traerlo a la memoria del que lo vio, le aflige y le impone un género de
horror y de aprensión” (Cardona, 2014). También es célebre el patético
relato que el ilustrado geógrafo y naturalista, Alexander Von Humboldt,
hiciera del camino del Quindío, en 1801, cuando se dirigía desde Santa Fe de
Bogotá a Popayán, al que consideraba “…el
paso más penoso de la Cordillera de los Andes” y lo describía entre Cartago e
Ibagué como “…un bosque tupido, completamente inhabitado que aun en la estación
más propicia del año, no puede ser atravesado sino al cabo de diez o doce días”
(Humboldt, 2000).
Figura 2. “Carguero de la
Montaña de Sonsón” - Estado de Antioquia, de Ramón Torres Méndez
Y es factible que el
prócer patriota, Francisco José de Caldas, hubiera recorrido el camino entre
Honda y La Vega de Supía, en 1813, cuando tuvo la misión desde Antioquia, como
ingeniero militar, de diseñar unas fortificaciones sobre el río Cauca, en los pasos
de Bufú, Velázquez, La Cana y Arquía para contener a las tropas
realistas que avanzaban desde Popayán (Suárez, 2013, p. 51). Porque en un mapa
que dibujó describió dicha ruta como “camino
de Herbé”, entre los ríos “del Pozo”
y “Maibá”, en la que parece ser la
única referencia cartográfica en la que aparece el nombre de esta senda. Y,
además, escribió sobre la zona oriental de su bosquejo (en dirección a las
vertientes de la cordillera Central donde hoy se encuentran Salamina y
Aranzazu), esta frase descriptiva: “selvas
desiertas y desconocidas” (Esguerra, 2017, p. 22-24). La presencia
patriótica del “sabio” Caldas en esta zona que fue el germen de una nueva
jurisdicción republicana, presagió el nombre que acertadamente se le dio a ese
departamento casi un siglo después.
En esa época el oro
y la plata eran extraídos de las vetas y aluviones de Quiebralomo, Supía y
Marmato, a cargo de los reales de minas
que las explotaban utilizando primero a indígenas y después a negros esclavos;
y en sus inmediaciones se encontraban numerosos pueblos de indios (San Lorenzo, Cañamomo, Guática, Quinchía, Lomaprieta y Nuestra Señora
de la Candelaria de La Montaña), conjunto todo que dependía de Ansermanuevo, centro político de la
jurisdicción de Popayán, que hacía un siglo había nacido fruto del traslado
hacia el sur, más cerca de Cartago, de la fundación de conquista de Santa Ana
de los Caballeros (Anserma, llamada “la abuela de Caldas”), que había decaído
hasta el punto de reducirse a ruinas habitadas por unas pocas familias con el
nombre de Ansermaviejo. El
despoblamiento, la destrucción y el traslado de este asentamiento, igual como
aconteció con Cartago y Arma, fueron la consecuencia de las rebeliones
indígenas (1557-1601) que “…infligieron
graves daños a la estructura administrativa española en la frontera minera”
(Gärtner, 2006, p. 34).
Toda esa región
aurífera estaba postrada al final de la Colonia, situación que provenía de la
exclusiva explotación de los minerales, en detrimento de las labores de
labriegos, cazadores y comerciantes, tal como lo explica el historiador Álvaro Gartner, quien agrega que “…los recursos alimenticios, ya de por sí disminuidos por falta de
manos, no llegaban a las familias de los cultivadores ni los excedentes a
tribus vecinas, sino que iban a dar en su mayor parte a los reales de minas”
(Gärtner, 2006, p. 31). Y apoyado en Germán Colmenares, explica que el alto
decrecimiento de la población aborigen “es
propia de las regiones mineras”, porque al desvertebrar el sistema agrícola
que las provee de alimentos y al mismo tiempo someter a los indios a un ritmo
brutal de trabajo, aumenta el índice de mortalidad (citado en Gärtner, 2006, p. 32).
Ese sector minero,
ubicado en la margen izquierda del río Cauca, era un territorio de frontera
entre las jurisdicciones de Antioquia, al norte, y Popayán, al sur, cuyo límite
natural tendía a establecerse por el curso de ese cauce hídrico, donde existían
los pasos que permitían vadear sus aguas -porque no había puentes-, de los
cuales el de Bufú era el más
importante porque servía al camino Real de Occidente que comunicaba a las dos
provincias (ver figuras 1 y 3). Y en la margen derecha, donde el despoblamiento
era casi total, apenas se encontraban los vestigios de lo que había sido
Santiago de Arma, ahora un empobrecido e insalubre poblado llamado San José de Arma Viejo, que ya no vivía
del oro sino del autoconsumo del maíz y del esporádico paso de los mercaderes
que transitaban entre las dos provincias.
Figura 3. Mapa que muestra la relación entre el sector minero de
occidente, perteneciente a la provincia de Popayán, y el sur de la de
Antioquia, a finales del siglo XIX.
Fuente: elaboración propia. Arq.
Jorge Enrique Esguerra Leongómez con el apoyo de Gärtner (2006) y Esguerra y
Sierra (2004).
Durante gran parte
de la Colonia, debido a sus estrechos vínculos económicos y culturales con el
sector minero de occidente, Arma Viejo
había dependido de Popayán, pero en el transcurso del siglo XVIII, la influencia creciente de Medellín y de Rionegro determinó
que políticamente fuera controlada por la provincia de Antioquia; y como tenía
el título de ciudad y, además, un área inmensa que abarcaba toda la región del
sur y parte de la oriental de esta provincia, en 1786 los notables de Rionegro,
localidad que apenas tenía la designación de real de minas, influyeron para que la cabecera de esa inmensa
jurisdicción, junto con el título y sus blasones, y las imágenes sagradas y sus
habitantes, fuera trasladada a esa población del oriente antioqueño con el
nombre de Santiago de Arma de Rionegro,
para ostentar así la jerarquía de ciudad
y sobreponerse a la villa de
Medellín. Sin embargo, muchas familias se negaron al traslado y continuaron
vinculadas a ese camino de frontera, en gran parte dispersas en parcelas con
cultivos de pancoger, y solo resistiendo las ambiciones de los comerciantes
rionegreros que ahora controlaban las tierras del sur de Antioquia a su amaño.
En el período de la
Independencia las regiones opuestas por el río se alinearon según las posturas que
tomaron las dos gobernaciones provinciales de las que dependían: en febrero de
1811, las seis ciudades confederadas de Popayán, entre las cuales se encontraba
Ansermanuevo con la jurisdicción de la Vega de Supía, declararon la
Independencia del dominio español, a la que se adhirieron Ansermaviejo y los
pueblos de indios. Mientras tanto, Arma Viejo también entraba en la corriente
libertaria porque dependía de Antioquia, que la había logrado en junio de 1811.
Pero en 1813, cuando ante la arremetida española cayó Popayán, la jurisdicción
de Supía declaró su independencia anexándose a Antioquia (Zapata, 2013),
adhesión que se mantuvo por poco tiempo.
Los habitantes de
toda esta región de frontera entre las provincias de Antioquia y Caldas se
vieron envueltos en las luchas emancipadoras desde que el eco de la sublevación
comunera comenzara a despertar las ansias libertarias (Gärtner, 2006, p. 41). Y
durante la contienda armada recibieron la agitación de las tropas opositoras
que pasaban por su territorio y se enfrentaron entre sí siguiendo a los líderes
patriotas o realistas. A propósito, es significativa la disputa local entre las
comunidades próximas de La Montaña —patriota— y Quiebralomo —realista—, que
posteriormente le dieron vida a Riosucio (ver figura 3).
Cuando se logró la soberanía absoluta del país, las
dos zonas divididas por el río Cauca dependieron enteramente de las respectivas
provincias, razón por la cual esta única
zona poblada del final de la Colonia en lo que será el futuro Caldas se encontraba
en una posición estratégica, y como las enemistades entre Antioquia y Popayán
(después Cauca) continuaron repercutiendo en esta zona de frontera durante casi
cien años, Álvaro Gärtner afirma que el nacimiento del nuevo departamento, un
siglo después, “…es la
consecuencia más notoria y perdurable de las guerras civiles del siglo XIX,
pues fue ideado para servir como una cuña que
separase a caucanos y antioqueños poniendo de esa manera distancia para
aminorar la belicosidad y animosidad de estos dos viejos enemigos que atizaron
buena parte de estos conflictos…”
(Gärtner, 2006, p. 12).
2. LA CRISIS DE LA
COLONIA Y EL DESPLAZAMIENTO POBLACIONAL
Para entender el
repoblamiento de la inmensa extensión territorial que había permanecido
deshabitada y baldía en las vertientes de la cordillera Central en su sector
medio, es importante observar que hacia la mitad del siglo XVIII se estaban
sintiendo, en todo el virreinato de la Nueva Granada, los efectos de la crisis
que se profundizaba a causa de la dominación que mantenía España, porque, tal
como lo sintetiza el investigador Jorge Enrique Robledo, esa enorme expoliación
de corte feudal era agenciada por una “nobleza parasitaria” cuyo gran negocio “…consistió en apropiarse de todo el oro y
la plata que logró poner a su alcance, en cargar con tributos a unas
comunidades indígenas y a unos campesinos miserables y en lucrarse
intermediando productos manufacturados entre América y los países
industrializados que sí avanzaban por la senda de la industrialización
capitalista” (Robledo, 1998, p. 124-125). Por consiguiente, la solución
partía de remover las ataduras a la dependencia y el atraso, para enrumbar a la
nueva república hacia los cauces libertarios, por lo que era necesario,
primero, derrotar a los agentes de la dominación por la vía de las armas, para
conseguir así las bases de un desarrollo productivo acorde con los derroteros
de los países avanzados.
Pero esa coyuntura
económica y social estaba presagiando ya los derroteros que debía tomar el país
una vez conseguida la victoria militar. Porque se estaba activando una fuerte
movilidad poblacional, principalmente en las zonas mineras, agobiadas por las
calamitosas condiciones en que eran obligados a trabajar indígenas, mestizos y
negros. En efecto, ante el empeño virreinal para concentrar, en gran medida por
medio de la esclavitud, a amplios sectores de población para que trabajaran en
los socavones, la respuesta cada vez más manifiesta de los incautados era la de
liberarse de esos lazos huyendo y apartándose en busca de yacimientos de
aluvión, la forma más sencilla y barata de extraer el mineral a la vera de los
ríos y en la profundidad de los montes, trashumancia que condicionó a la
agricultura a ser un mero recurso de pancoger transitorio y no de sostén
estable para el minero (Arbeláez, 2001). Eso explica la ocupación espontánea de
tierras baldías más allá de los núcleos de yacimientos mineros tradicionales,
en las que no siempre se encontraba oro, pero de todas formas estaba presente
el recurso de la mera subsistencia de los productos de la tierra.
De ahí que podamos
afirmar que la consiguiente expansión de la frontera agrícola, que será la base
del repoblamiento del territorio sobre el que se constituirá el departamento de
Caldas, es consecuencia de la situación creada por la anacrónica y exclusiva
explotación de los recursos primarios, en este caso minerales, condición típica
de la dominación colonialista. Y la reivindicación social para salir de ese
marco de subyugación, según lo expone en 1936 Antonio García, uno de los
primeros investigadores de Caldas, estaba representaba en la ocupación de tierras
que les permitía a los errantes adquirir títulos de propiedad y ser
cultivadores libres para no caer en la servidumbre y demás relaciones de
dependencia (García, 1978, p. 184).
La movilidad
social en Antioquia
Pero si la crisis
era generalizada, la situación de Antioquia, que albergaba al sur gran parte de
las tierras desoladas e incultas que serán el nuevo departamento, mostraba
rasgos alarmantes que la hacían muy particular (ver figura 3). Para empezar, es
relevante apreciar que esa provincia andina era una de las más aisladas y
pobres de la Nueva Granada. Su capital, Santa Fe de Antioquia, ubicada sobre el
cauce no navegable del río Cauca, se encontraba alejada del principal eje
comercial, el río Magdalena, y separada de este por la extensa y accidentada
cordillera Central (ver figura 1). Sus comunicaciones con la costa Caribe y con
el océano Pacífico eran extremadamente difíciles o inexistentes por la
presencia correspondiente de zonas anegadizas y tupidas selvas. Por eso, su
nexo más expedito lo establecía por el fragoso camino Real de Occidente con el
sur, hacia Popayán y Quito, y también, a partir de Arma Viejo por la margen
derecha del río Cauca, entroncaba con el camino de Herveo hacia Mariquita,
Honda y Santa Fe de Bogotá (ver figura 3). La provincia estaba encerrada
—Bolívar la llamaba después de la Independencia “las soledades de Colombia”—, y
con la minería del oro como único medio de producción. Terrible paradoja que el
padre Joaquín
de Finestrad, en 1783, describía de la siguiente manera: “Lejos de
persuadirme de que las minas son el ramo más feliz de la corona soy de parecer
que son la causa de los atrasos sensibles de las provincias. La de Antioquia
que toda está lastrada en oro, es la más pobre y miserable de todas” (citado en Parsons, 1997, p. 97). En verdad, las
condiciones económicas de Antioquia eran muy precarias debido a que era la
región andina que más padecía el modelo extractivista impuesto por la Corona
española, en el que, además, la exclusividad económica de la minería estaba
reforzada por la infertilidad marcada de sus tierras y por los arcaicos métodos
para cultivarlas (Uribe, 1885, p. 291). Y el geógrafo norteamericano James
Parsons señala que “la mayor parte de los
observadores manifiestan sorprendidos el atraso, la incultura y la pobreza de
la provincia. La agricultura estaba casi que totalmente descuidada por las
minas, y el comercio se hallaba estacionario. Por falta de hierro, la tierra
continuaba siendo desbrozada con hachas indígenas de pedernal o macanas” (Parsons,
1997, p. 26).
Pero también el
fenómeno de la trashumancia en Antioquia era el más notorio de toda la región
andina. Por eso, es tan llamativo en los estudios del caso antioqueño el papel
que cumplieron los buscadores de oro de aluvión o barequeros —llamados en Antioquia mazamorreros—, que dispersos en los montes escapaban del control
de las autoridades y de las pautas morales de la congregación cristiana (ver
figura 4). Para el historiador Jaime Jaramillo Uribe, apoyado en la tesis de
Álvaro López Toro, “en contraste con la
empresa minera esclavista predominante en el Cauca, los mazamorreros
contribuyeron a la formación de una sociedad más abierta y dinámica en
Antioquia”. Y da el dato de que los pequeños y medianos mineros
independientes fueron muy numerosos y producían cerca del 80% del oro que se
extraía en la provincia (Jaramillo, 1987, p. 52), lo que explica la
preocupación de los gobernantes por el hecho de que la Corona no controlara
allí la extracción del oro; porque, en la medida en que la población se
dispersaba tras el valioso metal, los comerciantes arrieros o rescatantes iban tras ellos con
mercancías para intercambiarlas por el producto extraído, constituyéndose así
en intermediarios que sacaban el oro en polvo con relativa facilidad y en forma
ilícita a los cauces comerciales principales, e introducían con enormes
dificultades lo que no se producía en Antioquia. Así, según la tesis expuesta
por López Toro, los comerciantes fueron adquiriendo la preeminencia económica
debido a las relaciones de producción que imperaban en la región basadas en la
movilidad social ocasionada por la búsqueda del oro, que eran diferentes a la
cerrada estructura agraria imperante en el resto del país (López, 1979, p.
11-21).
Figura 4. “El baraqueo”, por Pedro Nel Gómez (1936).
Fuente: Wikipedia,
2018.
Pero al final del
siglo XVIII aparece un fenómeno nuevo en Antioquia representado por la
concentración de las tierras, aspecto que no había tenido allí prioridad como
en otras regiones del virreinato, que se materializaba en la solicitud de
concesiones o mercedes reales hechas por los españoles, cuya intención estaba
dirigida a adecuar y controlar, por medio de peajes, los incipientes caminos
que comunicaban a Antioquia con otras provincias, pero principalmente con la
arteria comercial nacional, el río Magdalena. Claro que su ulterior finalidad
era aprovecharlas, ya valorizadas, para la especulación rentista de la tierra y
no para reproducir la gran hacienda ganadera o de plantíos, tan característica
de otras provincias. Porque en verdad, como explica Beatriz Patiño, en
Antioquia “…no existió una capa de
hacendados en términos estrictos, pues los propietarios de grandes extensiones
eran individuos para los que la inversión en tierras fue una actividad
complementaria de sus vinculaciones al comercio o a la minería”. Y resalta
que “el rasgo distintivo de la región fue
ser una sociedad de pequeños propietarios mestizos y mulatos…” (Patiño, 1988, p. 74-77), y, por lo
tanto, fue muy débil la sujeción de mano de obra servil, razón que posibilitó
la movilidad social tan característica de Antioquia. Pero tal como veremos,
serán los latifundios conseguidos por concesión real en Antioquia los que
acabarán imponiendo condiciones de vasallaje similares a las de las haciendas
de otras regiones.
Las mejores
condiciones de vida originadas por esa movilidad y su correspondiente expansión
de las fronteras productivas, que tendían hacia la agricultura de pequeños y
medianos fundos, originó aumentos de población considerables sobre todo en las
regiones del centro y el oriente de la provincia. Eran condiciones propicias para generar altas tasas de natalidad unidas a bajas tasas de mortalidad,
fundamentalmente relacionadas con el desarrollo de las regiones con climas
medios y fríos, más saludables, libres de paludismo (Ramos, 2000, p. 32-33). La demanda de parcelas resultante tropezó con la
concentración de tierras, hecho que agudizó el cuadro de la crisis de
Antioquia, que no tuvo otra esperanzadora solución que la del desplazamiento
forzado en busca de baldíos. El cuadro de Francisco Antonio Cano, Horizontes, es una representación
fehaciente del sentir de las familias antioqueñas en aquellas épocas (ver
figura 5). Su ilusión era conseguir la titulación de parcelas al cabo de cuatro
años de cultivadas, según las normas dictadas en 1786 y 1798 (Arango, 2002,
p. 41).
Figura 5. “Horizontes”, por Francisco Antonio Cano. Museo de
Antioquia.
Fuente: Wikipedia,
2017.
Entonces, una vez
los labriegos ocuparon tierras baldías, el concesionario, amparado por un papel
sellado, reclamaba esas tierras ya valorizadas, obligando a sus pioneros
productores a someterse como agregados o a abandonarlas. La intención
primordial del usurpador era poner esas tierras en compraventa, reeditando el
permanente desplazamiento de las familias que buscaban fundos productivos. Este
desalojo de miles de familias hacia las fronteras de la provincia es lo que se
ha denominado “colonización antioqueña”. Así, en el tránsito entre la época
colonial y la republicana en que Antioquia comenzó a orientarse hacia horizontes
productivos diferentes a la minería, surgió allí una nueva contienda, ya no por
la soberanía económica y política, sino por la tierra. La frase de Alejandro
López, “lucha entre el hacha y el papel
sellado” (citado en ARANGO, 2002, p. 42-43),
sintetiza el conflicto que comenzó a finales del siglo XVIII y que estuvo
presente en todo el siglo XIX en el territorio que consiguió su autonomía
política y económica con el nombre de departamento de Caldas. La libre
propiedad productiva agropecuaria, que se debía constituir en la base de la
naciente economía republicana y que garantizaría la efectiva creación de un
mercado interno para la seguridad alimentaria de amplios grupos poblacionales,
se enfrentó a la gran propiedad rentista de unos pocos que pretendían mantener
las relaciones serviles y atrasadas de la Colonia.
Las reformas borbónicas
La crisis en
Antioquia del final de la Colonia antes planteada, fue identificada cabalmente
por los gobernantes y visitadores borbónicos que fueron enviados por el
virreinato a esa provincia, entre 1774 y 1788. En efecto, tanto Francisco
Silvestre como Antonio Mon y Velarde diagnosticaron sus causas a las que
encontraron centradas, además del desgreño administrativo, en la falta de
sustento alimentario para los centros mineros debido a la concentración de la
tierra y a los pobladores dispersos, así como en las deficientes comunicaciones
de la provincia. La preocupación de los funcionarios derivaba
incuestionablemente de la necesidad de que las riquezas de los yacimientos auríferos
fueran explotadas convenientemente para ser enviadas a España y garantizar los recaudos al Real Tesoro; y como
estaban influenciados por las ideas del llamado “despotismo ilustrado” que
estaba en boga en Europa porque respondía a la expansión del mercantilismo, sus
reformas económicas y sociales estaban dirigidas a preservar el dominio del
absolutismo español en América, entre ellas las de controlar en particular los
desajustes que se estaban presentando en Antioquia a causa del desequilibrio
entra la minería y la agricultura. Por eso, para lograr concentrar a los pobladores
“dispersos en los montes” —que llamaban zánganos—,
lejos de Dios y de la Ley, y para tratar de evitar que los colonos desplazados obraran por su cuenta, dispusieron que se
fomentaran colonias agrarias para
abastecer a las minas, así como también la fundación de centros urbanos que
garantizaran, mediante la disposición de una iglesia “en medio” del poblado, la
“Administración espiritual y material” (Silvestre, 1988, p. 514).
Es importante aquí
señalar que la relación entre “colonia agraria” y fundación urbana, que
caracterizó a la transformación adelantada por los reformadores, estuvo
determinada por la importancia que la primera adquirió como ‘fundamento’ para
la sostenibilidad de la vida citadina, donde los funcionarios, los artesanos,
los maestros, el cura párroco y demás pobladores que no eran campesinos, debían
estar respaldados por un entorno agropecuario que la garantizara. Como afirma
el historiador Roberto Luis Jaramillo, “una
colonia agraria bien organizada era indispensable para lograr una colonia
urbana” (Jaramillo, 1989, p. 55). En la época en que los reformadores borbónicos
promovieron la fundación de colonias agrarias y de núcleos urbanos, ya había
quedado atrás aquella en que la ciudad era signada por la plaza de armas, cuando en la conquista castellana eran los
ejércitos quienes poblaban para someter a los indígenas. Ahora, y desde bien
entrada la Colonia, como fue el caso de la fundación de la Villa de la
Candelaria de Medellín, el título logrado (ciudad o villa) estaba sustentado en
la plaza de mercado. Por eso, en
concordancia con la ampliación de la frontera agrícola debida a la migración de
cientos de familias, las fundaciones urbanas fueron encontrando su razón de ser
para constituirse, además de sedes de mercado regional, en centros de poder
político-religioso. En la investigación inédita Caminos y fundaciones, eje Sonsón-Manizales, demostramos esta
hipótesis, y, además, comprobamos que los nuevos caminos abiertos por los
colonos en busca de tierras de labor, se constituyeron a la postre también en
las rutas de la arriería que fueron generando la red de mercados regionales
(Esguerra y Sierra, 2004).
Pero como también
los gobernantes borbónicos impulsaron la apertura y la adecuación de caminos,
las fundaciones de poblados debían localizarse sobre las rutas que permitieran
el destaponamiento de la provincia. Al norte, por ejemplo, impulsaron la de Yarumal, en 1878, sobre el camino al río
Cauca navegable (Puerto Valdivia);
pero hacia el sur, en la dirección en que estaba mayormente orientado el flujo
migratorio espontáneo, a pesar de que los reformadores trataron de intervenir
para controlarlo, ese mismo año de 1787 fueron los colonos pioneros quienes
definieron el protagonismo del poblamiento. Porque en ese momento la crisis
antioqueña reflejaba el ánimo de los “pobres vasallos” del oriente antioqueño
(Rionegro y Marinilla) que en un memorial al gobernador exponían las razones
por las cuales eran llevados a un “movimiento” motivado por su “extrema pobreza en bienes materiales y por
la escasez de tierra”; y agregaban que en las “montañas de Sonsón” existían
buenas condiciones para cultivar, criar ganado y explotar salinas y minas de
oro, así mismo para “hacer nuestras casas
y erigir una nueva población”; pero también señalaban la importancia de “la apertura de comunicaciones entre el
nuevo plantío y Mariquita”. (Parsons, 1997, p. 115).
Es importante
resaltar de esta petición la estratégica ubicación que apreciaban de las
“montañas de Sonsón” por la “apertura de comunicaciones” que posibilitaba una
ruta más directa y rápida desde Medellín y Rionegro hacia Mariquita, Honda y
Santa Fe de Bogotá, proyecto que había impulsado Francisco Silvestre cuando
asumió el primero de sus dos mandatos en Antioquia, en 1775. En verdad, desde
que la capital de la provincia, Santa Fe de Antioquia, localizada al occidente,
había venido perdiendo jerarquía con respecto a las poblaciones del centro
(valle de Aburrá) y del oriente y del norte (altiplanos de Rionegro y los
Osos), la antigua vía del camino de Popayán que conectaba en el sector minero
de occidente con la ruta por el páramo de Herveo, ya no era la más expedita
para activar los nuevos requerimientos mercantiles de Antioquia inspirados por
los reformadores ilustrados (ver figuras 1 y 3). Y la fundación de una colonia
agraria que le diera vida a una colonia urbana sobre esa nueva vía por las
montañas de Sonsón era la conclusión lógica del proceso iniciado por aquellos
“pobres vasallos” mestizos.
Vías de comunicación, concesiones reales y fundaciones
urbanas
Pero la posibilidad
de ‘abrir’ ese camino (léase adecuar para el comercio una senda ya existente)
por las montañas de Sonsón había sido también la razón que había motivado al
Alférez Real Felipe de Villegas y Córdoba –llegado a Rionegro desde Burgos,
España- para solicitar como “privilegio”, en 1763, una gran extensión de
tierras por la que transitaba esa senda, comprendida entre los ríos Buey, al
norte, Arma, al sur, y la cumbre de la Cordillera Central (ver figura 3), para
lo cual cobraría peaje al intercambio comercial que se beneficiara con la nueva
ruta (Villegas, 2014). En verdad, Villegas era sin duda uno de los más
influyentes españoles establecidos en Rionegro, y fue quien más instigó para el
traslado de Armaviejo a su ciudad con el ánimo de controlar las tierras del sur
de Antioquia que habían pertenecido a esa decaída ciudad desde la conquista,
acción que fue aprobada en el gobierno
de Francisco Silvestre mediante cédula real de 1786.
Por eso, aquel
“movimiento” pionero de súbditos desposeídos tropezó con la enorme concesión de
tierras adjudicada a Villegas, porque las “montañas de Sonsón” se encontraban
dentro de ella. Pero como la Corona española recusó el título al concesionario
por cuanto las tierras “no habían sido desmontadas y mejoradas como lo exigía
la real cédula de agosto 2 de 1780” (Parsons, 1997, p. 116), ante la presión de
los colonos mestizos Mon y Velarde decretó la fundación que solicitaron. Pero
una vez avanzado el proceso, se desvío cuando fue designado José Joaquín Ruiz y
Zapata juez poblador para que
interpretara los intereses de los ‘privilegiados’ blancos en la repartición.
Así, con un repartimiento de tierras amañado se concretó la fundación de
Sonsón, en 1800, en el borde suroriental del altiplano de Rionegro, en
dirección a Mariquita y Honda, por lo que comenzó a establecerse una
competencia entre la vía por el occidente (el camino de Popayán) y esta nueva
ruta oriental que terminará de adecuarse en 1816 (ver figuras 1 y 3). La
tensión creada con la fundación de Sonsón motivó también la apertura de un
camino a partir de ella, que se concretó en 1805 hacia el camino de Popayán,
sobre la cual nació Abejorral, entre los ríos Buey y Aures, con una nueva comunicación
con Rionegro. En ese cruce de caminos donde seguramente prosperaba una colonia
agraria, en 1811, también se impusieron los intereses del hijo del
concesionario Villegas, José Antonio, quien actuó como “donante” y
“benefactor”, porque se decía propietario de esos terrenos.
Debido a su estratégica ubicación, Sonsón adquirió un doble cometido:
por una parte, con la apertura del camino para animales cargueros hacia el río
Magdalena se constituyó en la plaza que sirvió de alternativa a la ruta por
Nare para el comercio internacional, pero fue definitiva en la comunicación con
Honda y la capital del virreinato; y por otra, fue el principal núcleo
generador de la colonización al sur del río Arma, por lo que pronto se
convirtió en el eslabón inicial de la cadena de mercados regionales que se
sustentaron en el poblamiento y la ampliación de la frontera agrícola que le
dieron vida económica, un siglo después, al Antiguo Caldas.
Pero como comenzó también una competencia entre el nuevo camino al río
Magdalena por Sonsón y el antiguo de Herveo para comunicar a Antioquia con el
río Magdalena y la capital del virreinato, era previsible que otro español
también acogido en Rionegro, el comerciante José María Aranzazu (traficaba
entre su ciudad con Honda, las islas del Caribe y Cádiz), solicitara en 1800 a
la Corona una gran extensión de tierras en concesión para controlar el camino
de Herveo, que era el que utilizaba para ejercer el comercio ilícito
(Jaramillo, 1989, p. 52). Según la transcripción de la Cédula Real de 1801, que
aporta el presbítero historiador Guillermo Duque Botero, el área solicitada
estaba comprendida entre la quebrada Pácora, al norte, y el Río Pozo, al sur, y
entre el río Cauca, al occidente y la cumbre de la cordillera Central, al
oriente (Duque, 1974, p. 16). Aunque no incluía la casi totalidad del antiguo
camino que conectaba las minas del occidente con Mariquita, sí acogía los dos
puntos fronterizos de la ruta que comunicaba a la provincia de Antioquia con
sus vecinas: el paso de Bufú con la de Popayán, al occidente, y el páramo de
Herveo con la de Mariquita, al oriente (ver figura 3). Esta evidencia nos
induce a plantear la hipótesis de que lo que le interesaba a Aranzazu, igual
que a su coetáneo y pariente Villegas (estaba casado con una nieta del alférez
real), era el control, mediante peajes, de las entradas y salidas de las rutas
del comercio del sur de Antioquia en beneficio de su monopolio mercantil, en
momentos en que esas tierras apenas contaban con unos pocos campesinos
dispersos en la desembocadura de la quebrada Pácora y aun no estaban siendo
ocupadas masivamente por colonos procedentes del norte, por lo que no inducían todavía a la especulación de la
tierra. Pero, tal como lo veremos, este fue unos años más tarde, ya en período
independiente, el escenario del profundo conflicto entre los intereses
productivos de miles de colonos y la talanquera que les impusieron los
acaparadores de baldíos cuando avizoraron la valorización de las tierras por la
apertura de caminos y la proliferación de colonias agrarias.
Figura 6. Mapa que detalla la penetración de colonos
más importante hacia el sur del río Arma, que generó la fundación de Aguadas. Y
prosiguió más al sur donde nacieron Salamina y Pácora sobre la concesión
Aranzazu.
Fuente: elaboración propia. Jorge Enrique Esguerra Leongómez.
3. LA CONSTRUCCIÓN
DE LA RED DE MERCADOS AL SUR DEL RÍO ARMA
Nos detendremos a observar en detalle el proceso de construcción del
primer eje de mercados regionales al sur del río Arma, que abarca medio siglo
hasta Manizales, y que se constituye en el inicio del poblamiento republicano
de la región que será el departamento de Caldas. Este escenario no fue
protagonista de las confrontaciones por la emancipación patria, pero significó,
a nuestro juicio, la conquista económica más importante de la
Independencia.
Podemos afirmar que en el suroriente de la provincia hacia el cambio
del siglo XVIII al XIX, el flujo migratorio ya había ampliado la frontera
agrícola hasta el río Arma, que hoy es el límite que separa a los departamentos
de Antioquia y Caldas. Pero este cañón hídrico que describió el más importante
historiador de Antioquia del siglo XIX, Manuel Uribe Ángel, como “la terrible
hondonada del Arma […] porque esta hoya es acaso lo más doblado y cerril del
territorio antioqueño” (Uribe, 1885, p. 326), se constituía en el nuevo
obstáculo que se atravesaba a los colonos en el empeño de proseguir en busca de
tierras baldías; y después debía proseguir hacia el sur en pos de esas “selvas
desiertas y desconocidas” que describiera el sabio Caldas en 1813 (ver figura
6).
El encuentro de
dos culturas funda a Aguadas y a Riosucio
La primera penetración importante de nuevos pobladores después de la
que protagonizaron los conquistadores castellanos en el territorio de lo que
hoy es el departamento de Caldas, fue la realizada por antioqueños mestizos
hacia las vertientes caucanas de la cordillera Central que habían permanecido
deshabitadas por casi tres siglos (ver figuras 3 y 6). Y observemos que, a
diferencia de la ocurrida entonces, no estaba orientada por el cauce de un río
importante ni circulaba por los valles cálidos ni tenía como ambición principal
la búsqueda de yacimientos auríferos. Por el contrario, después de haber
atravesado el profundo e insalubre cañón del río Arma, la meta de las familias
colonizadoras era encontrar unos climas similares a los de sus lugares de
origen en el altiplano antioqueño, hacia los 2000 metros sobre el nivel del
mar, con el propósito de hacerse de parcelas para autoabastecerse de la
producción agropecuaria; y aunque también tuvieran la intención de encontrar
minas como era la tradición en Antioquia, lo que en realidad hallaron fueron
tierras fértiles abonadas por la actividad volcánica del macizo del Cumanday
(hoy nevado del Ruiz), que posibilitaron que los productos de pancoger
comenzaran a tener excedentes para el mercadeo. Y ocurrió en un período
acaecido entre las reformas borbónicas de fines del siglo XVIII y la total
independencia de España, es decir, en un momento de tránsito entre la exclusiva
producción minera de la Colonia y el despertar de un nuevo empeño remunerador:
el agropecuario de la República.
Recordemos que en ese inmenso territorio del sur del río Arma, que solo
sentía la presencia de los comerciantes y viajeros que transitaban por los
caminos de Herveo y del Quindío, la única población que sobrevivía eran los
vestigios de la antigua ciudad de Arma (Arma Viejo), ubicada en las montañas de
San José sobre el camino de Popayán, que además de su decadencia física y
poblacional ya había perdido también su título honorífico de ciudad y sus
tierras (ver figura 3). Sin embargo, sus pobladores, los armeños, en gran
medida dispersos en las zonas cálidas e insalubres de la confluencia de la
quebrada Páucura con el río Cauca, continuaban relacionados por el
camino de Popayán con las minas del occidente y con los pueblos de indios y los
esclavos negros. Sin respaldo oficial, defendían la posesión del inmenso
territorio que, alegaban, les correspondía desde la Conquista hasta el río
Chinchiná, y por eso habían impugnado los intentos de algunos acaparadores de
tierras que habían solicitado concesiones al Rey (Valencia, 2000, p. 23-25).
Pero no se conocen testimonios de que se hubieran opuesto a la penetración de
los colonos procedentes del norte, porque, al contrario, los animaba el mismo
interés de hacerse a un fundo productivo individual para lograr el sustento
familiar en climas más sanos, pero con el aliciente de asociarse para emprender
labores comunitarias, ante la ausencia de un Estado que estaba siendo disputado
por fuerzas antagónicas.
Así, en los primeros años del siglo XIX se produjo por vez primera, al
sur del río Arma, el encuentro de los dos tipos de pobladores que tenían
similares intereses productivos pero disímiles entronques culturales. Mientras
en el campo militar y en otras latitudes patrias se libraban los combates por
la emancipación, en el productivo ocurría allí una revolución silenciosa solo
interrumpida por los golpes del hacha que descuajaban el bosque para sembrar
maíz, fríjol, plátano, caña, cacao y otras plantas alimenticias, para organizar
una huerta, un trapiche panelero y para criar cerdos y aves de corral en la
llamada finca autárquica (Valencia, 2018 p. 69-96). Revolución iletrada
por la mera subsistencia, pero integradora del recurso productivo del campesino
con el medio arbóreo, sin la pretensión depredadora de la gran hacienda con
fines ganaderos y de grandes plantíos. Aunque las batallas con fusiles
posibilitaron un porvenir autónomo sin la sujeción militar y avasalladora
externa, en el ámbito social de este territorio las acciones productivas en el
medio natural y resistiendo a los acaparadores de baldíos que pretendían
perpetuar la estructura colonial de la tierra, escribieron una de las páginas
más preclaras de ese tránsito hacia la Independencia.
La primera colonia que se estableció al sur del río Cauca marcó la
pauta que será repetida en la mayoría de fundaciones urbanas del antiguo Caldas
y que hoy nos parece tan insólita: su ubicación en las eminencias orográficas,
cuya explicación debe estar circunscrita tanto a las condiciones climáticas del
sitio, como a las precarias circunstancias de salubridad de la época. Según el
escritor y médico Emilio Robledo, quien se preocupó por estudiar la
colonización relacionada con las montañas, “a causa de la menor resistencia
en que colocan al organismo, las enfermedades pueden hacer y en verdad hacen
más estragos en los climas de temperatura alta. El paludismo, la anemia, las
diarreas disentéricas y otras adquieren caracteres alarmantes” (Robledo,
1916, p. 90). Y explicó la razón que motivó a los colonos a establecerse en
tierras altas, por el hecho de que “emprenden los éxodos con sus familias y
penates”, para así resguardarlos de esas enfermedades, “al paso que los
valles se convierten en abundantes dehesas” (Robledo, 1916, p. 171).
Porque en este territorio es muy difícil encontrar valles amplios o
altiplanos propicios para albergar asentamientos urbanos o rururbanos, y lo que
encontraron los flujos migratorios en su desplazamiento de norte a sur fue una
sucesión alternada de cañones y serranías, en donde los primeros siempre
rechazaron a los pobladores y las segundas se constituyeron en acogedores
lugares de permanencia. Y como en los recorridos entre cima y cima generalmente
transcurría una jornada al ritmo de las mulas, el alcance del destino opuesto,
que ocurría al anochecer, siempre servía para la pausa necesaria de viandantes
y animales. Ese era el sitio apropiado para que apareciera la fonda caminera,
que además de servir de albergue, también se instauró como centro de los
intercambios comerciales que surgían del mercadeo de los sobrantes
agropecuarios y el abastecimiento de la arriería, y fue el preludio del asiento
del mercado regional, fundamento del núcleo urbano.
Al final del penoso ascenso después de atravesar el cañón del río Arma,
los colonos pioneros, ávidos de independencia, encontraron en la cumbre un
lugar apropiado en donde existían manaderos de agua para resguardar a sus
familias mientras buscaban la forma de hacer un abierto en las
vertientes para sembrar y cosechar. Por eso es famosa la fonda de Manuela,
que sirvió de intermediara mientras se lograba el definitivo establecimiento
del mercado abierto en el sitio que llamaban Las Aguadas.
Como en la investigación de Albeiro Valencia sobre las fundaciones de
poblados en el antiguo Caldas, el historiador muestra cómo existía un proceso
de poblamiento ligado al trabajo de la tierra, que antecedía a la fecha que
siempre se ha asignado a una fundación (Valencia, 2000), en este caso dicho
proceso, según los cronistas, comenzó en 1808 coincidiendo con el encuentro de
los procedentes del norte con los del occidente. El armeño –nieto de español-,
José Narciso Estrada, comenzó a liderar a los labriegos para lograr el cometido
de fundar en ese lugar un núcleo urbano, y cuando en 1812 estuvo a punto de conseguirlo,
fue interrumpido por el rionegrero Salvador Isaza, que se decía dueño de esas
tierras ya valorizadas, pretendiendo la expulsión de más de 200 familias de
colonos que ya estaban asentadas allí. El recién instaurado gobierno
independiente de Antioquia, en 1813, falló a favor de Estrada a quien nombró
juez poblador y protegió a los labriegos (Jaramillo, 1989, p. 51). Finalmente,
después de que apareció también por allá el ‘benefactor’ de Abejorral, José
Antonio Villegas, quien casó a su hija con el derrotado Isaza (Mesa, 1964, p.
120), los lazos de supuesta hidalguía española acabaron uniendo a los tres
personajes quienes, pese a que los dividía su inclinación a favor y en contra
de la independencia (Estrada era realista, y Villegas e Isaza, patriotas),
acabaron configurando la fundación en 1814 con criterio acomodado a sus
intereses particulares. Volvió a reproducirse el cuadro social discriminatorio
de Sonsón y Abejorral, en el que la apertura de sendas y el establecimiento de
parcelas productivas fueron capitalizados por los acaparadores de baldíos que
se aprovecharon de la valorización conseguida. Así, Aguadas fue erigida
distrito parroquial, y sobre el estrecho lomo cordillerano, a una altura sobre
el nivel del mar de 2210 m, se trazó la plaza cuadrada rodeada de iglesia,
calles y casas, el primero que fue producto de la nueva era próxima a ser
soberana, sobre territorio que será caldense menos de cien años después (ver
figura 7).
Figura 7. Fotografía que muestra la ubicación de
Aguadas sobre el lomo de la serranía.
Fuente: elaboración propia. Miguel Ángel Aguilar Gómez.
Pero mientras los colonos comenzaban a trazar la nueva ruta agrícola al
sur del río Arma por las montañas, el cauce poblacional también utilizó los
caminos de Caramanta y de Popayán en dirección de los centros mineros
del occidente, porque los yacimientos auríferos eran sin duda un aliciente
remunerativo para los antioqueños acostumbrados por generaciones al contacto
con las minas (ver figura 6). Por eso, mientras se afianzaba la fundación de la
“ciudad de las brumas” al oriente del río Cauca, en el occidente la incidencia
de los colonos antioqueños contribuyó a consolidar una importante población en
toda la región minera, que a pesar de su postración era la que más se destacaba
en el virreinato por su producción aurífera. De hecho, tal como apunta Otto Morales,
el oro de esta zona fue el que logró hacer la independencia de Colombia: “Cuando
se fueron a conseguir los empréstitos por Francisco Antonio Zea, las garantías
que exigieron los prestamistas europeos fueron las minas de Supía y Marmato”
(Morales, 1995, p. 41-42).
Anserma y Supía, lo mismo que los núcleos mineros de Quiebralomo y
Marmato comenzaron a repoblarse y a ser controlados por los procedentes del
norte, pero en muchos casos ampliaron sus dominios hacia los pueblos de indios.
Es particular el caso del de La Montaña que, según las denuncias de su cura
párroco, presbítero José Bonifacio Bonafont, desde que arribó allí como
párroco, en 1814, advirtió la usurpación de sus tierras por los vecinos del
colindante real de minas de Quiebralomo, hecho que originó profundas discordias
entre las dos comunidades y también su traslación conjunta y consensuada a un
“lugar más cómodo” que fue el que le dio vida a Riosucio. El acuerdo logrado
contempló “…que se reunieran las dos parroquias en este sitio; que cada vecindario
reconociere su cura, y que todas las tierras quedaran comunes para los dos
vecindarios, lo mismo que las minas…” (Gärtner, 1994). Sin embargo, las
desavenencias se prolongaron hasta tal punto que, en pleno enfrentamiento
emancipador, los habitantes de La Montaña se alinearon a la causa patriota
seguidos por el cura Bonafont, mientras en Quiebralomo “las simpatías tenían
tintes clasistas y raciales: los pocos blancos que conformaban la clase
dominante se inclinaron a favor del gobierno virreinal…” siguiendo a su
párroco José Ramón Bueno (Gärtner, 2006, p. 43-44). Por eso quedó plasmada en
la estructura física urbana de la ciudad de Riosucio, el mismo año de las
batallas que sellaron la Independencia (1819), la segregación social y política
imperante en las postrimerías de la Colonia, circunstancia que la hace tan
particular. Tal como lo expresa Álvaro Gärtner, esa polarización está hoy
representada por sus dos plazas principales con sus respectivas iglesias: las
de “Quiebralomo y la Montaña están separadas por una sola calle, la del
Comercio” (Gärtner, 2006, p. 44).
Desde esa época que coincide con el período independentista, el
abastecimiento alimentario de las minas de Marmato, Supía y Quiebralomo, que
había venido dependiendo de lejanas regiones, comenzó a contar paulatinamente
con el aporte agropecuario del nuevo territorio que comenzaba a construirse al
otro lado del río Cauca, con el paso de Bufú y Armaviejo de por medio
(Valencia, 2018, p. 23). Esta relación, sustentada en el comercio de la arriería,
que intercambiaba el oro de los mineros independientes del occidente
–desligados tanto del monopolio español como del que después intentaron los
ingleses- con los productos agropecuarios de los campesinos y pequeños
empresarios del nuevo eje económico republicano del oriente, explicará en gran
medida la importancia económica que adquirió el mercado interno que se generó y
que condujo a que Manizales se convirtiera cien años más tarde, ya sobre la
base del café, en el centro económico y político de una nueva jurisdicción
territorial.
Las primeras
fundaciones en época republicana:
Salamina y Pácora
nacen sobre la concesión Aranzazu
El acaparamiento de tierras en torno de la fundación de Aguadas y la
frustración de los pobladores de Armaviejo por no haber podido consolidar su
población sobre la nueva senda trazada por suelos más saludables, los obligó a
continuar hacia el sur, en compañía de los también desalojados procedentes de
Antioquia, en busca de tierras baldías en el período de transición entre la
Colonia y la República. Este continuo desplazamiento masivo, comprobado por los
resultados sociales iletrados del persistente hollar, desbrozar y sembrar, se
verá de todas formas entreverado con la documentación escrita que expone las
acciones individuales de los privilegiados, sustentadas precisamente en el
posible o real valor agregado de la marejada colonizadora. Así, el protagonismo
de dos personajes del altiplano oriental antioqueño está testificado por los
documentos escritos que describieron los hechos ocurridos entonces en torno del
camino de Herveo (ver figuras 3 y 6):
En primer lugar, el intento de colonización de esa región, en 1817, a
cargo de José Antonio Jaramillo Ruiz, un sobrino del juez poblador de Sonsón,
quien pretendía concretarlo con muchas familias de esta población, fue
rechazado por las autoridades de Antioquia atendiendo a la oposición que
entablaron el tío del peticionario, junto con el cura párroco de Sonsón,
alegando que el traslado de las familias obraría en detrimento de esa plaza
porque le sustraería tributarios y feligreses (Duque, 1974, p. 17-22). Sin duda
la intención del sobrino se basaba en la competencia que podía representar el
antiguo camino de Herveo al recién abierto por las montañas de Sonsón, y en que
este estaba respaldado por una fundación urbana que estaba prosperando. Y así
pretendía hacerle también competencia personal a su tío, seguramente intentando
actuar como juez poblador en “Savana larga o Poso” (Sabanalarga),
región que estaba atravesada por el camino de Herveo y que fue escogida para
adelantar su proyecto (ver figura 6). Pero a pesar de su fracaso personal por
dirigir el poblamiento de ese paraje, “…los colonos, sin pedir permiso a
nadie, fueron penetrando la región de las futuras colonias de Pácora y
Salamina, lo que hizo más apetecibles esas tierras” (Valencia, 2000, p.
30); y fueron compartiendo parcelas, que consideraban baldías, con los
dispersos armeños en torno a la quebrada Pácora y en dirección al río Pozo, sin
saber que entre esos dos afluentes del río Cauca existía dormida la antigua
merced de tierras que había concedido el rey de España en 1801 al comerciante
Jesús María Aranzazu.
He aquí el segundo acontecimiento abundantemente documentado, que fue
protagonizado por el hijo del difunto concesionario, Juan de Dios, quien se
hizo legalizar esa supuesta heredad en 1824 durante el gobierno del general
Francisco de Paula Santander. Inadmisible proceder de las autoridades
republicanas al darle vida a una prerrogativa de la Colonia que se suponía ya
había cesado, además de aceptar los acomodados testimonios del heredero de que
esas tierras estaban siendo sembradas por él, para demostrar que había cumplido
el contrato que le otorgó la concesión real a su padre en 1801. Como lo afirma
Roberto Luis Jaramillo “era la República prolongando los privilegios
coloniales” (Jaramillo, 1989, p. 53-54). Y Albeiro Valencia anota: “…lo
que hizo recordar a Aranzazu que las tierras le pertenecían, fue la violenta
irrupción de miles de colonos...” (Valencia, 2000, p. 32). Porque en
realidad, el padre del usurpador no tomó posesión ni cultivó esas tierras que
quedaron abandonadas durante la confrontación independentista, y después viajó
a Venezuela donde murió. Y el hijo era un parlamentario santanderista que
residía en Bogotá, y que con seguridad no tenían sus manos callosidades de
agricultor. Por esa misma razón, el encargado de tomar posesión de esa
concesión validada en la República fue su tío político y apoderado, José
Ignacio Gutiérrez Arango, quien a la manera de un conquistador peninsular
—imitando a Jiménez de Quesada— “reconvino” en el paraje La Cana (dentro
de los terrenos de la Concesión) “…a los que se hayan posesionado i tienen
sus labranzas en estos lugares para que si quieren se queden en calidad de agregados
con condición de observar buena conducta o que de lo contrario desocupen”
(Duque, 1974, p, 25).
La sujeción servil o el desalojo eran las alternativas, porque la
capacidad monetaria de los amenazados con seguridad no les permitía comprar las
parcelas ya valorizadas por ellos mismos. Se originó así un doble conflicto de
tierras: por un lado, los notables de Arma Viejo, en una clara reedición de su
hostilidad hacia Rionegro, le entablaron un pleito en los estrados judiciales
al nuevo terrateniente, pues alegaban que esas tierras legalizadas usurpaban la
posesión ancestral que esa decaída población había adquirido junto con el
título de ciudad a mediados del siglo XVI; y por otro, los antiguos y los
nuevos labriegos “reconvenidos” le reclamaban los títulos de propiedad de las
parcelas que estaban cultivando. Según denuncias de los armeños, trescientas
familias de cultivadores que hacía décadas estaban asentadas en esa región
fueron afectadas (AHR, 1826-27, folio 337), sin contar con los nuevos colonos que
recientemente estaban llegando en grandes cantidades procedentes principalmente
de Sonsón.
Pero la toma de posesión de Aranzazu continuó inmediatamente con la
intensión de fundar una población en el mismo paraje en el que siete años antes
Jaramillo Ruiz pretendiera colonizar. El político, que había actuado como
criollo patriota, pretendía ahora sin duda lograr el mismo efecto que los
‘adelantados’ ibéricos conseguían cuando se posesionaban de los territorios
conquistados: poder concentrado en un centro urbano para avasallar y controlar
la región circundante, además de sustento jurídico para su posesión al “donar”
los terrenos para la fundación. De nuevo pretendía darle al camino de Herveo el
respaldo de una fundación urbana para competir con Sonsón en las comunicaciones
con Honda, en un momento en que las minas del occidente prometían nuevas
riquezas porque fueron adquiridas, en 1825, por la casa bancaria inglesa
Goldschmidt con técnicas más modernas, para reemplazar a los españoles que en el
proceso de la Independencia ya habían perdido su control basado en métodos
obsoletos.
Por eso logró Aranzazu conseguir en Bogotá (la provincia de Antioquia
dependía del departamento de Cundinamarca), en junio de 1825, firmado por el
mismo intendente que le legalizó la supuesta heredad y por el presidente
Santander, el decreto que le daría vida a una población “…en el sitio
denominado Sabanalarga en el Cantón de Rionegro provincia de Antioquia…”,
y con unos linderos
que eran exactamente los mismos de la concesión concedida a su padre (Duque,
1974, p. 27). Y en la parte resolutiva del decreto, el intendente le
expide “…el título de Parroquia con la denominación de Salamina bajo los
límites que quedan espresados [sic]…” (DUQUE, 1974, p. 28). Pero con una
gran inconsistencia, porque Sabanalarga, sobre el camino de Herveo, no estaba
dentro de esos límites (ver figura 6), hecho que al parlamentario lo debía
tener sin cuidado puesto que, además de la ventaja que le daba estar ubicado en
terrenos libres del conflicto de tierras con los colonos, su intención fundamental
radicaba en controlar todas las tierras del sur de Antioquia hasta el río
Chinchiná, tal como efectivamente lo consiguió después con marrullerías
corruptas.
Pero como lo demostramos específicamente en el caso de Salamina, en
1825 sobre el camino de Herveo aún no existía un conglomerado de colonos que
pudiera siquiera garantizar la congrua sustentación del cura párroco
(que debía provenir de los diezmos de los fieles), en un momento en que las
instituciones civiles aun compartían con las religiosas el mismo poder
jurisdiccional instituido para sustentar un distrito parroquial
(Esguerra, 2017, p. 69-82). Además, precisemos que el camino donde intentó
fundar Aranzazu era todavía una ruta colonial –aunque ya se estuviera
iniciando el período republicano-, porque continuaba sirviendo al comercio
minero entre los dos valles interandinos (el Cauca y el Magdalena) y aun no
existían allí posibilidades de construir un mercado interno, porque el flujo
migratorio, procedente del norte, aun no hacía presencia masiva en esa zona. En
Sabanalarga solo debían estar cultivando la tierra unas pocas familias
campesinas recién llegadas de Sonsón, atraídas por la gran fertilidad y el
clima saludable sobre los 2000 msnm, como es el caso de la del colono que
tendrá tanto protagonismo en la fundación de poblados de ahí en adelante,
Fermín López Buitrago, quien había arribado a ese paraje en 1823 (Duque, 1974,
p. 54). Y estaban apenas construyendo una colonia agraria que les garantizara
en el futuro —así lo intuían (López, 1944, p. 83-84)— concretar la fundación de
un poblado cuando las realidades del poblamiento maduraran. Pero como en 1825
el apoderado de Aranzazu, Gutiérrez Arango, contactara a Fermín con el objeto
de adelantar el plan fundacional de inmediato porque ya existía el decreto
procedente de Bogotá que lo ordenaba, ese proyecto improvisado estaba condenado
al fracaso, pese a que, con el propósito de incentivar el poblamiento, Aranzazu
hubiera ofrecido allí parcelas en “donación” a quienes le reclamaban títulos al
norte del mismo río, con el consiguiente rechazo de los afectados (Esguerra,
2017, p. 79-81). Así, no obstante que a partir de su Historia de Salamina
el padre Duque le ha querido dar el protagonismo de la fundación al político y
nuevo terrateniente, junto con sus familiares (Duque, 1974, p. 68-72), la
verdad es que Aranzazu fracasó en el intento de fundar una población sobre el
antiguo camino colonial.
Porque donde de verdad estaba prosperando una colonia agraria era más
al norte, en Encimadas, sobre el nuevo camino republicano, en la ruta de
la colonización trazada al sur de Aguadas por el alto de Las Coles, que
descendía al profundo cañón del río San Lorenzo para trepar después a
donde hoy se ubica Salamina (ver figura 6). La razón del topónimo Encimadas
(puestas encima), puede deberse a la percepción que los colonos, procedentes
del norte y del occidente, tenían del lugar que les depararía refugio seguro y
aireado sobre el lomo montañoso (ver figura 8). Ese era el lugar apropiado para
organizar el mercado local, en los 1812 msnm, donde muchos campesinos estaban
garantizando la sustentación alimentaria de los posibles citadinos, incluido el
cura párroco. Esa fue la razón por la que los asociados José Ignacio Gutiérrez,
Fermín López y demás labriegos de Sabanalarga decidieran trasladar el decreto
de fundación de Salamina a ese sitio, ya dentro de los límites consignados en
el mismo, que demostraba tener, a una distancia conveniente de Aguadas, la
autonomía económica y administrativa necesarias para constituirse en distrito
parroquial. Porque el testimonio de la “traslación”, recogida por la tradición
oral y consignada por Manuel Uribe Ángel (1885, p. 379) y Juan Bautista López
(1944, p. 13), está respaldada por un mapa de 1832 que demuestra que
Sabanalarga y Encimadas eran dos localidades diferentes (ver figura 9), y,
además, por los mismos documentos escritos que utiliza el padre Duque para
demostrar erróneamente que no existió traslación (Esguerra, 2017, p. 38-47).
Figura 8. Encimadas (puestas encima), lugar donde se asienta
Salamina. Fotografía captada desde un sitio de la carretera que baja desde el
alto de Las Coles (procedente de Aguadas), aproximadamente desde donde los
colonos divisaban su meta sobre la montaña después de atravesar el profundo
cañón del río Pozo-San Lorenzo.
Fuente: elaboración propia. Jorge Enrique Esguerra Leongómez
Por eso, a mediados de 1827 se organizó en Encimadas la roza en
comunidad, es decir, el sembrado que permitiera a los colonos
aprovisionarse de alimentos mientras adelantaban las labores de trazado de
plaza y calles y primeras construcciones urbanas. Pero el ‘propietario’
ausentista Aranzazu, representado por sus parientes, entronizó allí su poder
omnímodo, donde comenzó a capitalizar los frutos de la fundación sin atender
los reclamos de los cientos de familias a las que se les negaba el derecho a
poseer en propiedad parcelas productivas, y a las que pretendía apaciguar
ofreciéndoles parcelas en “donación” en zonas baldías, es decir, por fuera de sus
posesiones (Esguerra, 2017, p. 79-82). Con el agravante de que el cabildo
distrital, esa insti institución democrática típicamente urbana, no comenzó a
operar en Salamina sino quince años después de su fundación, en 1842, año en
que solo algunos salamineños pudieron por fin defender sus derechos sobre la
tierra, debido a que podían tener representación (elegir y ser elegidos)
únicamente los propietarios
(varones, mayores de 21 años y casados).
Pero en 1828, cuando el poblado comenzaba a prosperar, el más
jerárquico tribunal de justicia de la nueva república, la Alta Corte, les dio
la razón a los dirigentes de Arma Viejo en el pleito que entablaron contra
Aranzazu y, por tanto, este debía salir de sus dominios para que los antiguos
pobladores, los armeños, pasaran a ocuparlos. Porque en las altas esferas
judiciales se enfrentaban ahora los seguidores de Santander y de Bolívar, por
lo que el resultado de ese litigio se puede entender en el marco de esa pugna
que presagiaba a la de los dos partidos centenarios: Aranzazu González era
santanderista y el apoderado de los armeños, Luis Gómez de Salazar, era sobrino
de quien ejercía influencia en la Alta Corte de mayoría bolivariana (Jaramillo,
1989, p. 193). Sin embargo, el desenlace fue inesperado, porque los dos
contrincantes, ambos de Rionegro, en una alianza que nos recuerda la del Frente
Nacional del siglo XX, olvidaron sus diferencias políticas para urdir un
magnífico y espurio negocio mediante una “transacción” para cederles a los
armeños solo una parte de la antigua Concesión —entre la quebrada Pácora y el
río Pozo-San Lorenzo—, mientras ellos se apoderaban de todo el territorio al
sur de este río hasta el Chinchiná, que era el límite entre las provincias de
Antioquia y Cauca, aprovechándose de que los armeños le habían prometido
pagarle con tierras a su apoderado –posiblemente hasta ese río límite- si
ganaban el pleito (ver figura 10). Esta transacción amañada entre Aranzazu
González y Gómez de Salazar, cuya “…estructura jurídica parece una Sociedad
más de hecho que de derecho” (Duque, 1974, p. 125), acabó cambiándole los
límites a Salamina y también los nombres de los ríos que la delimitaban. En
verdad, como lo muestra el mapa de 1832, el caudal hídrico que hoy aparece en
los mapas naciendo con el nombre de Pocito, para proseguir con el de Chamberí y
finalmente desembocar en el Cauca con el de Pozo, en aquella época mantenía en
toda su extensión el de Pozo desde su nacimiento en el Páramo de Ervé
(ver figura 9). Así lo demostramos basados en otros documentos cartográficos y
escritos que también apoyan esta afirmación (Esguerra, 2017, p. 23-47). La
trampa estaba perfectamente maquinada: como el fallo de la Alta Corte conminaba
a Juan de Dios Aranzazu a entregar toda su propiedad a los armeños, la astucia
corrupta del político consistió en correr el límite sur de su heredad (la
antigua Concesión) desde el original río Pozo hasta el norte en donde se
encuentra la continuidad hídrica Pozo-San Lorenzo, para asegurarse la posesión
del área donde se asentaba la cabecera del distrito parroquial de Salamina en
Encimadas. Y al original río Pozo le cambió el nombre: Pocito-Chamberí-Pozo
(ver figuras 6 y 10).
Así se configuró una de las más grandes usurpaciones de tierras baldías
de la nueva república de Colombia: un área más de tres veces mayor que la
concesión Aranzazu, ahora con el nombre de González, Salazar y Compañía, que
abarcaba 177 000 hectáreas correspondientes a lo que hoy son las extensiones
sumadas de los municipios de Salamina, La Merced, Filadelfia, Aranzazu, Neira y
Manizales, territorio en el que estaba vedada la titulación basada en la libre
producción agropecuaria, en beneficio de la gran propiedad privada rentista que
se cimentaba en la compraventa de tierras. El poblamiento y la ampliación de la
frontera agrícola que de la mano de miles de colonos habían avanzado con
dificultades no solo por la complejidad del medio geográfico, sino también por
el enfrentamiento con los acaparadores de tierras, ahora enfrentaban una enorme
barrera que contaba con el apoyo del gobierno de Antioquia, que siempre
contemporizó con los procederes espurios de la Compañía (el propio Aranzazu fue
gobernador de la provincia entre 1832 y 1836). Así, como asegura Roberto Luis
Jaramillo, “Aranzazu y sus parientes se habían establecido como poseedores de
las tierras frías, medias y calientes, destinando las medias a la agricultura y
las altas y calientes para la ganadería. Además, había iniciado una
especulación fundiaria, vendiendo montañas a los colonos que los habían apoyado
en el pleito” (Jaramillo, 1989, p. 55). Y como bien lo dice Otto Morales
Benítez, “…compañías como la de González, Salazar y Compañía, sucesora de la
Concesión Aranzazu, se organizaron no para acelerar la colonización, sino para
detenerla” (Morales, 1989, s. p.). Sin embargo, el resultado fue el
contrario, porque obligó al continuo desplazamiento masivo de los colonos en
busca de tierras sin propietarios. Y quienes permanecieron allí, a partir de
esa componenda maquinada en Rionegro para apoderarse de toda la región del sur
de Antioquia, se enfrentaron a los terratenientes generando un conflicto
agrario de dimensiones mayúsculas que involucró no solo a miles de familias
durante 24 años, sino a los nacientes distritos parroquiales que también
pretendieron ser manejados como entidades privadas.
Figura 10. Muestra la extensión territorial de
González, Salazar y Compañía, así como las rutas de Fermín López y Manuel María
Grisales en busca de tierras baldías. Fuente: elaboración propia. Jorge Enrique
Esguerra Leongómez.
Mientras se configuraba semejante tropelía al sur del río Pozo-San
Lorenzo, al norte del mismo cauce los armeños, que aceptaron la “transacción”
que hizo su apoderado, se contentaron con la mediana porción de tierras que les
“cedió” Aranzazu hasta la quebrada Pácora. Por eso adelantaron las gestiones
para realizar el último traslado de Arma Viejo a las cabeceras de esta
quebrada, para conseguir el viejo anhelo de situarse en clima saludable a una
altura de 1820 msnm, y sobre el nuevo camino que ya estaba trazado al sur de
Aguadas hasta Salamina (ver figura 6). En 1832 la Cámara Provincial de
Antioquia aprobó el traslado con el nombre de San José de Arma Nuevo
(Hernández y Toro, s. f., p. 91-92), y con el tiempo se fue imponiendo el
topónimo San José de Pácora, hasta que se generalizó y se hizo oficial
la denominación sencilla de Pácora. Se trazaron la plaza, las calles y
principales construcciones urbanas, y se distribuyeron las parcelas
individuales para la producción agropecuaria “partiendo de la tierra desbrozada”
por cada colono, por lo cual se considera este reparto “…como uno de los más
democráticos en las tierras del sur de Antioquia” (Valencia, 2000, p.
71-74).
Debido a que el arreglo mañoso de las familias rionegreras en 1829 se
hizo en la oscuridad de la vida civil, los habitantes de Salamina no se
enteraron de las consecuencias que esa “transacción” les infringió. Porque
cuando los armeños comenzaron a hacer el traslado de Arma Viejo en terrenos que
habían pertenecido a Salamina y notaron que se erigía allí una nueva parroquia
que le restaba feligreses, se originó una nueva pugna que nubló aún más el
ambiente social enrarecido, porque hasta el cura párroco en propiedad, el padre
Ramón Marín, que había llegado hacía tres años cuando se le aseguró su congrua
sustentación, unió a todos los salamineños en defesa de sus intereses,
desviando la mirada hacia esa nueva contradicción que había generado Aranzazu,
para atenuar así por un tiempo el pleito por las tierras que le reclamaban los
colonos al terrateniente (Esguerra, 2017, p. 143-148).
Pero cuando los desposeídos volvieron a hacer sus justos reclamos, el
ahora gobernador de Antioquia, señor Juan de Dios Aranzazu, procedió, en 1833,
a concretar las “donaciones” que había prometido, pero favoreciendo a sus
parientes y testaferros con tierras en la privilegiada región de Sabanalarga,
donde además propició la titulación de parcelas a sus antiguos colonos, entre
ellos a la familia de Fermín López. A partir de esta época Salamina se
constituyó en la “matriz de la colonización” (García, 197 p. 185-186), cuando
los pobladores comenzaron a buscar nuevas tierras, en todas direcciones,
alejadas de la influencia del tío materno de Aranzazu, Elías González Villegas,
quien recibía instrucciones de su sobrino
para “vender pedazos de tierra a
censo redimible” (Valencia, 2000, p. 54), mientras ejercía su accionar despótico contra
los campesinos y emprendía el liderazgo de una colonización afecta a los
intereses de la Compañía. Se consolidó así una tendencia que había debido ser
erradicada con la Independencia, porque la concentración de tierras basada en
la sujeción servil impuesta en la Colonia, así se vistiera en esos momentos con
el ropaje mercantilista del beneficio individual de la renta del suelo,
mantenía los lastres institucionales feudales que se oponían al exitoso avance
colonizador fundamentado en la producción libre, que ya había comenzado a
estructurar la nueva red de mercados locales y regionales.
Con las fundaciones de Salamina y Pácora quedó consolidada la ruta
colonizadora por la vertiente caucana de la cordillera Central hasta el empalme
con el antiguo camino de Herveo, que procedente de las revitalizadas minas
inglesas de Marmato y Supía, se desvió hacia el norte para buscar a Salamina,
dejando a Sabanalarga definitivamente aislada y olvidada; y por La Palma
contribuyó a generar, después de la mitad del siglo XIX, el poblamiento del
oriente con San Félix y Marulanda a lado y lado del páramo, para conectarse, en
la vertiente del Magdalena, con la otra ruta colonizadora procedente de Sonsón
con rumbo a Mariquita y Honda (ver figura 10).
La nueva ruta
colonizadora integra a Antioquia y Cauca:
Las fundaciones de
Neira y Santa Rosa de Cabal
Dentro del gran número de colonos que se dirigieron en busca de tierras
libres de propietarios amenazantes se encontraba Fermín López, quien se propuso
dejar el inmenso territorio de González, Salazar y Compañía. No está
suficientemente documentada su decisión, que implicaba una posible ruptura con
los terratenientes con los que antaño se había aliado, pero es fácil entender
que existieron contradicciones por el reparto amañado de parcelas en
Sabanalarga, en el que posiblemente salió perjudicado (Restrepo, 2006, p. 151). Y aun
considerando la hipótesis de que obró en acuerdo con los representantes de la
Compañía, e incluso que fue financiado por ellos para trazar la ruta que
conectara a las provincias de Antioquia y del Cauca (Valencia, 2000, p.
77-78), en la mente de Fermín López estaba presente sin duda el aliciente de
asentarse en tierras baldías, por lo que buscó cruzar la frontera sur de la
Sociedad, el río Chinchiná. Entonces, emprendió con su familia el éxodo hacia
1837 y, creyendo haberlo conseguido, estableció una colonia agraria en San
Cancio (hoy Manizales) para así sentar las bases para la fundación, unos años
después, de la que será capital del departamento de Caldas (ver figura 10).
Como se ha señalado que Fermín López fue quien trazó la ruta
colonizadora al sur de Salamina, si somos estrictos apreciamos que, después de
salir de esta población, en 1837, no prosiguió por el trayecto montañoso que
después será el habitual de los colonos y de la arriería, sino que tuvo que
buscar el sendero del suroccidente —que después generó la población de
Filadelfia— con rumbo al primer paso que utilizaron los conquistadores
españoles sobre el río Cauca, el de Irra, para proseguir al sur hasta la
desembocadura del río Chinchiná (Duque, 1974, p. 56-59); y creyendo continuar
su cauce —en realidad siguió por el de su afluente el Guacaica— se encumbró
para vadearlo y asentarse en climas sanos, a 2150 msnm, y supuestamente libres
de propietarios. Pero cuando se enteró de su error de ubicación, partió de
nuevo con sus parientes, vadeó el Chinchiná y se situó al norte de la provincia
del Cauca con el propósito de fundar una población que sería la primera de
origen antioqueño en esa jurisdicción del sur.
Porque en realidad la senda colonizadora por las serranías al sur de
Salamina fue trazada en los años siguientes, si apreciamos el primer testimonio
de la existencia de esa nueva vía, proporcionado por el colono Manuel María
Grisales en 1842, quien lo describió de su puño y letra años más tarde (ver
figura 10). Venía procedente de Sonsón, y aunque no narró su recorrido hasta Salamina,
debió salir de esta población hacia El Sargento (lugar donde será fundada la
población de Aranzazu una década después), prosiguió siempre con la
intención de buscar las cumbres para orientarse en su desplazamiento por entre
la cerrada selva –la misma que motivaba a los colonos pioneros-, y al llegar al
alto de El Cardal —aquí comienza la descripción detallada—, situado
entre Aranzazu y Neira, divisó en la lejanía su posible meta al sur, un
promontorio en forma de “morro gacho” (Morrogacho, cuchilla sobre la que
se asentó Manizales), a la que se dirigió para continuar construyendo la
colonia agraria que habían iniciado allí cerca Fermín López y su cuñado José
Hurtado, en San Cancio. Y en ese recorrido encontró colonos en el sitio que después se conocería con el nombre de Neiraviejo, “…que pensaban en fundar población y que a la
sazón se ocupaban de socolar y derribar el monte para la comunidad…”
(Grisales, 1918, p. 7-8). Es decir, que la colonia agraria que estaban
cimentando sobre el camino ya estaba propiciando el nacimiento de una plaza
de mercado, connatural con un posible núcleo urbano. Simultáneamente, en
ese mismo año (1842) Fermín López también estaba fundando una colonia agraria
cerca a la quebrada San Eugenio, en territorio caucano, posiblemente en asocio
con labriegos de esa región, que será el germen de Cabal (Santa
Rosa).
La presencia apresurada
de Elías González en el paraje de Neira, a finales de 1842 (Duque, 1974, p. 141), fue motivada por el propósito de la Compañía de controlar las tierras del sur y de
“…legitimarlas ante el temor de una invasión generalizada que condujese a la
fundación de un pueblo por iniciativa de los colonos” (Valencia, 2000, p. 78).
Y se entiende dentro de la intención manifiesta de Juan de Dios Aranzazu —presidente encargado de la República (1841–1842)— de unir las dos provincias para que esta fundación, como la de Cabal,
contribuyera en la consecución de esa meta. El propósito era controlar el
camino interregional ante la evidencia de que los colonos ya lo habían abierto.
Dos documentos importantes
testifican, apoyando la descripción de Grisales de 1842, que cuando se estaban
formalizando las dos fundaciones, en 1843, esa “vereda” entre Antioquia y Cauca
ya era una realidad: uno es un informe
del Gobernador del Cauca, Jorge Juan Hoyos, en el que señala que “se ha descubierto ya por personas que desean
establecerse en aquel desierto, una vereda por la cual se transita de Cartago a
Salamina sin pasar el río Cauca”, y que “se ha podido introducir marranos por
ella a Medellín” (López, J. F., 1960, p. 87-88); y el otro es un documento
cartográfico, un mapa de G. De La Roche, también de 1843, que describe la ruta completa desde la Parte
de la Provincia de Antioquia, con Salamina, al norte, hasta Caly, al sur, en la Parte de la
provincia de Popayán, ruta donde ya aparecen Neyra y Sta. Rosa ó Cabal
(ver figura 11).
La decisión de Elías
González, aprovechándose de su papel de supuesto propietario e intentando
fundar a su amaño con colonos testaferros, fue la de elegir el lugar para la
nueva población en un paraje aledaño a unas minas de oro en El Guineo,
también supuestamente suyas, pero desligadas de la cuchilla que
proseguía a Morrogacho, que era el cauce natural para circular que la práctica
les había enseñado a los colonos, por lo que el desarrollo de esa ‘fundación’
estuvo desde sus inicios debilitado por su localización y, además, escenificado
por las pendencias entre los colonos pioneros y la Sociedad acaparadora de
baldíos. El principal opositor de Elías González, el colono empresario
Marcelino Palacio, apoyado por los labriegos, “empezó a plantear
públicamente que Elías González no tenía poderes para repartir tierras y que
estas eran del Gobierno, ‘que coja cada uno los solares que quiera’”
(Valencia, 2000, p. 84). Así, el conflicto se agudizó en este nuevo escenario,
porque en Salamina aún persistía desde 1824, y no se veían posibilidades de
solución. Como Palacio apreciaba que esa ‘fundación’ tenía limitantes por su
constitución espuria al servicio de intereses particulares, indagó en pos de
concretar una nueva fundación en donde se estaba construyendo una colonia
agraria desde que Fermín López la inició en San Cancio y Manuel María Grisales
y otros la continuaron en Morrogacho y otras zonas aledañas. En verdad, desde
1846 los moradores de esta zona productiva estaban pensando en fundar una
población “que les sirviera de
centro para proveerse de los artículos
necesarios para la vida, pues Neira y Salamina, de donde provenían, les quedaban muy lejos, dadas las malas trochas que les servían de caminos” (Pinzón, 1924, p. 6).
Figura 12. Mapa que ilustra
la consolidación del eje que partía de Sonsón (1800) y concluía con la
fundación de Manizales 50 años después. Fuente: elaboración propia. Jorge
Enrique Esguerra Leongómez.
Por eso Marcelino,
seguramente guiado por su espíritu visionario subió al nevado del Ruiz
acompañado del técnico de minas de Marmato, el alemán Guillermo
Deghenharh, para darse cuenta de que la ubicación de esa colonia agraria, al
suroriente de la de Neira, traspasando el río Guacaica, comunicaba no solo con
las provincias de Antioquia y Cauca, sino también con la de Mariquita. Por eso
varios colonos orientados por Palacio y dirigidos por Joaquín Arango se
propusieron abrir la senda que los pusiera en comunicación con el valle del
Magdalena y, finalmente establecida la comunicación, se organizó la famosa
“expedición de los veinte”, en 1848, que partió de Neira para dirigirse hacia
esa región donde la “comunidad” consolidaba un posible mercado, situado en el
lomo de la serranía, en la incipiente encrucijada caminera más importante del
centro occidente de Colombia, y que tomará el nombre de Manizales (ver figuras
10 y 12).
4.
MANIZALES, NÚCLEO DE LAS COMUNICACIONES DEL
CENTRO OCCIDENTE DEL PAÍS
Un mercado amenazado en el cruce de caminos
Ninguna de las acciones
previas que se adelantaron con el propósito de fundar la colonia urbana en
Morrogacho tuvo la acción directa o el apoyo de la sociedad de González y
Salazar ni mucho menos del gobierno de Antioquia que la auspiciaba. Solo cuando
los representantes de la Compañía se dieron cuenta de esa realidad procedieron
a actuar solícitos, cuando fue sancionada la ordenanza de la fundación del
distrito de Manizales, en 1849, por el gobernador, Jorge Gutiérrez de
Lara, que era además uno de los socios de González y Salazar. Y es notable que
el gobierno nacional, a cargo de Tomás Cipriano de Mosquera (1845-1849),
desconociera dicha Sociedad porque expidió disposiciones mediante las cuales se adjudicaban
tierras baldías a nuevas fundaciones y a pobladores que se establecieran sobre
el camino de Bogotá a Medellín por el nevado del Ruiz (Santa, 1993, p. 83-85).
Específicamente, un decreto de 1848 destinaba “doce mil fanegadas de tierras
baldías” para el establecimiento de una población en “la inmediación de
Montaño” (Morales, 1989), es decir, por donde comenzaba a subir el camino
que habían abierto los colonos al páramo del Ruiz. Y otro decreto, de 1849,
complementó la anterior para favorecer a la población que posteriormente se
llamó El Líbano, en la provincia de Mariquita (Santa, 1993, p. 85). Sin
duda Mosquera apreciaba que esa ruta que abrían los colonos integraría al
centro occidente de Colombia con el resto del país en su perspectiva
integradora al comercio internacional, y en armonía con los reformadores de
medio siglo que pretendían remediar el problema de las tierras no resuelto
desde la Colonia.
El mercado previsto por
los campesinos que laboraban en el eje Morrogacho-San Cancio-Minitas-La Enea se
organizó efectivamente, a principios de 1849, lo más cerca posible del cruce de
caminos (Esguerra y Sierra, 2004, p. 152-153), donde ya se había trazado la
plaza cuadrada y se habían tirado a cordel a partir de ella las calles y se
habían repartido los solares para la iglesia, la cárcel y para los
protagonistas principales de la fundación. José María Restrepo Maya, uno de los
cronistas pioneros de Manizales, afirma que cuando fueron convocados los
agricultores por Marcelino Palacio para exponer en la plaza los sobrantes de la
producción parcelaria, “se
vendió todo”
(Restrepo, 1990, p. 109-110).
La prosperidad del
poblado fue creciendo sin obstáculos, porque la influencia perniciosa de
González y Salazar, que había estado concentrada en fortalecer su poder en
Neira, apenas estaba tratando de manipular la situación en la naciente
fundación para usufructuar los logros productivos y civilistas que le habían
sido ajenos. Y poco a poco lo fue logrando, incluso cooptando para sus
intereses a algunos miembros fundadores, mediante la astucia de proclamarse
“donantes” de los terrenos donde fue erigido el poblado, pero también
amenazando con incendiarlo, en 1851, si no le aceptaban sus pretensiones (Valencia, 1999, p. 31). El
conflicto de tierras se desbordó cuando los cabildos de Salamina, Neira y
Manizales, que antes se habían opuesto a la Compañía, reconocieron sus
posesiones, ante lo cual los colonos rechazaron los acuerdos que los obligaba a
comprar las tierras. Y como se negaron a salir de sus parcelas, la Sociedad
procedió al desalojo violento de los campesinos, incluso prendiendo fuego a
ranchos con familias dentro, acciones que ocasionaron ese año el asesinato de
Elías González cerca de Manizales. Finalmente, con la intervención del gobierno
nacional, en 1853 se logró poner fin a las querellas con los distritos
parroquiales, mediante la aceptación que hicieron de “donar” los terrenos donde
estaban asentadas las poblaciones, pero a cambio de lograr la Compañía el
reconocimiento de sus inmensas posesiones, con el consiguiente perjuicio para
miles de familias de labriegos. La distribución y titulación de las tierras se
continuó guiando, por consiguiente, según el poder adquisitivo de los compradores
y no por el trabajo libre y productivo de los colonos. Así, los mejores y más
grandes fundos generalmente fueron destinados a la ganadería extensiva, y los
más apartados de las laderas acogieron a los medios y pobres labriegos
aferrados a los cultivos de pancoger.
El Gibraltar antioqueño”
Un testimonio importante
en la reciente vida de Manizales menos de dos años después de su constitución
como distrito parroquial, en 1852, el del jurista y escritor payanés Manuel
Pombo, es significativo: procedente de Medellín con destino a la capital de la
República, en una pausa de tres días en la aldea, observaba que “los
antioqueños han escogido bien este punto y pueden hacer de él una plaza
formidable en la guerra o floreciente en el comercio con sus vecinos los
caucanos y marquetanos: militar y comercialmente se presta a ser posesión de
primer orden y a seguir un incremento más rápido que el de las demás
poblaciones de Antioquia” (Pombo, 1914, p. 114). Aguda observación
premonitoria, en tiempos de confrontaciones civiles, que advierte condiciones
favorables del caserío en su localización para la estrategia castrense, pero
sin duda relacionadas con una plaza “floreciente en el comercio” con las
provincias vecinas. Porque es claro que allí no había existido ninguna
motivación de orden militar para localizar la población, tal como lo hemos
narrado, sino al contrario, motivos eminentemente económicos fueron los que
movieron a los colonos para lograrlo con éxito. Por eso el viajero calificó a
Manizales, en 1852, como el “Gibraltar antioqueño”, sin duda al compararla con
aquel estrecho famoso que históricamente ha posibilitado las comunicaciones
entre dos mares y dos continentes, y que gracias a eso al despuntar la era
moderna lo convirtió en baluarte militar de los ingleses en el Peñón del mismo
nombre del estrecho. Así, Pombo vislumbró las posibilidades estratégicas de la
nueva plaza encumbrada, porque ocho años después Manizales fue el baluarte
militar del sur de Antioquia en la guerra civil que la enfrentó al estado del
Cauca, e igualmente, en 1876, repitió su papel en otro conflicto bélico con su
vecino. Y a pesar de que las guerras traen desastres, se ha señalado que aquel
villorrio recibió grandes beneficios al concentrar el gobierno de Antioquia en
esa población grandes recursos para sostener a cientos de soldados a los que
había que mantener durante la contienda.
El hecho de que Manuel
Pombo hubiera escogido la ruta por Manizales en su viaje entre Medellín y
Bogotá, y no la que se había abierto hacía más de treinta años por Sonsón
directo a Mariquita y la Capital de la República, indica que el camino que le
había dado vida a la nueva fundación era ya el más importante que comunicaba a
Antioquia con el río Magdalena y con Cundinamarca. Esto lo ratifica también la
decisión que tomaron los integrantes de la Comisión Corográfica dirigida por
Agustín Codazzi ese mismo año, que transitaron en sentido inverso por este
camino, seguramente porque era el que les proporcionaba mejor información para
el levantamiento del mapa nacional, que les había sido encomendado por el
gobierno republicano de Mosquera. La razón de la preeminencia regional de esta vía se
la puede explicar por su papel de enlace de los incipientes mercados que a
partir del propio Sonsón hacia el sur, después de superar el cañón del río
Arma, se habían consolidado en el lapso de medio siglo: Aguadas, Pácora y Salamina
comenzaban a ser centros importantes de producción agropecuaria que, gracias al
comercio de la arriería, intercambiaban sus productos con los revitalizados
yacimientos mineros del occidente.
El autoconsumo, que en la Colonia había sido la norma en la
agricultura, estaba cediendo ante las posibilidades de comerciar con los
sobrantes de pancoger y, en la medida en que el volumen de las cosechas de maíz
permitía el engorde de cerdos para ser vendidos, esta actividad se convirtió en
el principal renglón comercial en las zonas de frontera, porque introdujo al
pequeño propietario en una economía de mercados (Brew, p. 191-192). La
descripción que hace Pombo de Salamina deja ver que allí el comercio era
importante, porque, aunque anota que la mayor parte de sus habitantes se
dedicaban a la agricultura, existían “tiendas muy abastecidas de telas,
granos, licores, etc.” (Pombo, 1914, p. 74-75). Precisamente en esta
población el escritor viajero se encuentra con los miembros de la Comisión que
le previenen sobre el estado deplorable del camino que le restaba por recorrer,
y uno de ellos, Enrique Price, dibuja una acuarela que testimonia el aspecto
rústico del caserío (ver figura 13). Es decir, dentro de los rasgos de
ruralidad y atraso civilizatorio, sustentados en la arriería subyacían los
fundamentos de unas nuevas relaciones económicas basadas en la consolidación de
un mercado interno y en la demanda de bienes que antes eran impensables en
Antioquia.
Por el contrario, la ruta de Sonsón hacia el suroriente buscando al río
Magdalena, si bien había desplazado en su papel al antiguo camino de Herveo, no
contaba con una red de mercados regionales similares a los de la vertiente
caucana (ver figuras 12 y 14). Esa vía, igual que la de
Nare, no se diferenciaba aún de las anacrónicas condiciones del comercio que
imperaron en la Colonia, las que habían estado circunscritas exclusivamente al
intercambio internacional entre el oro antioqueño y lo que no producía la
provincia. Por eso, el afianzamiento de las circunstancias que posibilitaron la
construcción de un mercado regional, inexistente antes de la Independencia
sobre la ruta que ampliaba la frontera agrícola por la vertiente caucana, tiene
su colofón con el nacimiento de Manizales sobre el camino que podemos definir sin
ambages como el primero y, acaso el más importante, de la era republicana.
Porque esta población comenzaba a constituirse en el tensor sur de la vía, el
núcleo que fortaleció definitivamente las relaciones del centro occidente del
país con el río Magdalena y con Bogotá.
Figura 13. Salamina. Acuarela de Enrique Price (1852).
Fuente: Colección de Arte. Banco de la
República
Manizales
se inicia como ciudad importadora
Se han señalado como
factores del rápido progreso de Manizales dos hechos económicos importantes:
uno, el que en 1851 una enfermedad en el cacao de Antioquia obligara a
importarlo desde el Cauca, convirtió al naciente distrito parroquial en
intermediario de ese mercado agenciado en sus inicios por los comerciantes de
Medellín, pero que, poco a poco, mediante el contrabando, los manizaleños lo
fueron controlando; y dos, su fundación coincide con la introducción de la
navegación a vapor por el río Magdalena y el auge de las plantaciones de tabaco
para la exportación en Ambalema, por lo que la primera comunicación de
Manizales con los mercados internacionales se hizo por el nevado del Ruiz hacia
el también recién fundado Líbano, para confluir en aquel puerto exportador de
la hoja. Esta fue la vía inicial que comenzó a convertir a Manizales en ciudad
importadora para abastecer al centro occidente del país, y la posicionó como
núcleo de las comunicaciones regionales del Tolima, el Cauca, Antioquia y la
región minera de Marmato y Supía. Por eso, la competencia que comenzaba entre
Sonsón y Manizales para darle a la aislada provincia de Antioquia una salida al
país y al mundo, se fue inclinando a favor de la recién fundada al constituirse
en el núcleo del nuevo mercado regional generado en la confluencia de las tres
provincias, basado en recursos del agro, pero también en una plaza comercial
importadora y distribuidora de primer orden para el centro occidente del país.
La consolidación de esta
ruta por la vertiente caucana, a partir de la fundación de Manizales, generó
dos hechos significativos: por una parte, ante el hecho de que Neira no despegaba debido a
que “el camino que del norte conducía por la cuchilla al sur, dejaba al
poblado muy a la vera occidental” (Morales, 1992, p. 32), los residentes que estaban asentados en el apartado lugar, a partir de
1849 comenzaron a trasladarse en forma dispersa al sitio de Criaderos, situado en la
ruta por la cuchilla que conduce a Manizales por Pueblo Rico, traslado
que concluyó hacia 1856, año en que se trazó a Neira Nuevo, para así
lograr al fin conseguir su papel de mercado regional importante sobre el
principal camino del sur de Antioquia (ver figuras 12 y 14); por otra parte,
los campesinos que constituían una colonia agraria en torno al sitio de El
Sargento, entre Salamina y Neira, con el propósito de crear un mercado “a
una distancia media de todos los vecinos”, votaron para escoger el lugar
fundacional, en 1853, al que se le asignó inicialmente el nombre del sitio
(distrito de El Sargento) y más tarde el de Aranzazu (López, 1960, p.
96-128).
Figura 14. Mapa que explica el papel de Manizales como
centro de las comunicaciones de la región centro occidental del país, que la
llevó a ser capital del departamento de Caldas en 1905.
Fuente: elaboración propia. Jorge Enrique Esguerra Leongómez.
En ninguno de estos dos hechos la compañía de González y Salazar
intervino ni hizo “donaciones”, debido a que las zonas donde se erigieron eran
propiedad de otros particulares que las cedieron para concretar las
fundaciones. Por lo cual es infundada la falsedad, en el caso de Aranzazu, de
que el donante y benefactor había sido el terrateniente —que había muerto en
1845— para inducir el nombre que se le asignó a la nueva población (López,
1960, p. 79-80). Así, con la consolidación de este camino, toda la provincia de
Antioquia encontró el vínculo más expedito con la nueva era republicana: la del
mercado regional que presagiaba su entronque con los mercados internacionales,
cuando el café sea el que reemplace al oro en esas transacciones.
Solo con la apertura de las comunicaciones de Manizales con el río
Magdalena, en torno a su fundación, la región del oriente, perteneciente al
estado del Tolima, comenzó a tener una activación importante, porque su
desarrollo había sido lento y débil a partir de
Sonsón y Salamina por los páramos, si lo comparamos con el ocurrido por la
vertiente caucana que hemos descrito. Así, las fundaciones de colonias agrarias
que le dieron vida a futuros municipios del oriente de Caldas como Pensilvania
(1866), Manzanares (1867), Marulanda (1877), y Marquetalia (1885), para no
citar sino a los que se asimilan a las condiciones de altitud y de clima de las
del lado opuesto de la cordillera Central, comenzaron a organizarse en la
segunda mitad del siglo XIX cuando Manizales ya estaba despuntando en su vida
urbana. A ello contribuyó también la construcción del segundo camino de esta
población al río Magdalena, por el páramo de Aguacatal hasta el puerto
de Honda, concluido en 1872 (ver figura 14).
Y también Manizales pasó
a ser el epicentro de la continuación de la colonización hacia el sur, aquella
que había iniciado Fermín López en territorio caucano, para ocupar las regiones
montañosas que hoy corresponden a los departamentos de Risaralda, Quindío y
norte del Valle. Ese flujo poblacional entró en contacto con el valle del río
Cauca por Cartago, y con el río Magdalena por el camino del Quindío, entronques
que le comenzaron a dar enorme importancia a las fundaciones de Pereira (1863)
y de Armenia (1889). Otra vinculación importante de Manizales fue con la región
del occidente, directamente al valle del Risaralda por la vía de Neira hacia el
paso de Irra, a la que contribuyó con el comercio de importación, a cambio
fundamentalmente del oro de las minas de Marmato y Supía.
Observemos el mapa de la figura 14 en el que se evidencia cómo las
regiones dispuestas en los cuatro puntos cardinales de Manizales habían tenido,
unas más y otras menos, algún tipo de desarrollo en la Colonia, pero nunca
habían logrado una integración efectiva porque las separaba el otrora inmenso
territorio desierto y baldío de la vertiente caucana de la cordillera Central,
que ahora era ocupado por la telaraña de mercados regionales que tenía como
núcleo a Manizales. Y su importancia en lo
económico la lleva a posicionarse rápidamente como preeminente en los campos
político y demográfico. Aupada por ser baluarte militar antioqueño en su
confrontación con el Cauca, en la guerra de 1860 alcanzó provisionalmente la categoría de
prefectura, pero después de la de 1876, gracias a la importancia que adquirió
durante ella, consiguió de manera definitiva constituirse como capital de la
provincia del Sur de Antioquia. Ya desde 1970 el factor poblacional comenzaba a
ser un indicador determinante de la jerarquía que adquirió en los primeros años
de su constitución, porque ese año, con 10.362 habitantes, Manizales sobrepasó
a las más antiguas: Salamina, con 7.792, y Aguadas, con 8.837. Y según los
datos que aporta Manuel Uribe Ángel, en 1885, con 14.603 habitantes, también
sobrepasaba en población a Sonsón que contaba con 13.935, y así se imponía como
la segunda ciudad en población de Antioquia después de Medellín. Su erección
como sede de la Diócesis en 1900, que le dio su independencia en lo
eclesiástico, presagió su autonomía en el campo civil en 1905, cuando alcanzó
el rango de capital del nuevo departamento de Caldas.
Manizales
se afianza como productora: del oro al café.
Contrario a lo que se cree sin fundamento, el cultivo del café para la
exportación no desempeñó papel importante en Manizales y la región antes de
finales del siglo XIX. Aunque existieron esfuerzos de algunos empresarios para
cultivarlo con fines de exportación desde las décadas del sesenta y setenta,
los datos de los viajeros alemanes Alfred Hettner
y Friedrich von Schenck, que visitaron la región de colonización del sur de la
provincia en los inicios de la década de los ochenta, no muestran índices
significativos de su cultivo en esos años (Esguerra y Sierra, 2004, p.
207-209). También Manuel Uribe Ángel, en 1885, ratifica esa apreciación cuando
se refiere a Manizales: su “valioso tráfico comercial” estaba constituido por
la producción agrícola regional de “maíz, frísoles, plátano, arroz, trigo,
cacao, caña de azúcar, etc.”, y no menciona el café ni siquiera como
“tráfico menor”; y sobre las transacciones internacionales agrega que “muchas
casas de comercio introducen sus géneros a la plaza directamente de Europa”
(Uribe, 1885, p. 361).
En verdad, los primeros treinta y cinco años de la vida económica de
Manizales se caracterizaron por el comercio de importación tanto de bienes
agropecuarios nacionales (cacao, tabaco, azúcar, panela, ganado), como de
herramientas y telas principalmente del exterior destinados para su consumo y
para ser distribuidos en la región. Entonces, si no era una ciudad productora
para la exportación, ¿cómo compensaba la balanza comercial? Todos los indicios
apuntan al oro como medio de cambio que le permitía introducir, principalmente
desde el río Magdalena, los bienes básicos que requería según su favorable
relación valor-peso. En este aspecto, las condiciones de Antioquia no habían
variado en lo fundamental desde la Colonia, puesto que la minería aurífera
continuaba siendo su sostén económico, ahora revitalizada por la introducción
de técnicas inglesas. El investigador económico Roger Brew anota al respecto
que el oro, y en menor cantidad la plata, fueron las únicas exportaciones
permanentes antes de que los cafeteros pudieran superar la competencia y las
bajas en los precios (Brew, 1977, p. 100-101). Y aunque las más ricas minas de
filón eran monopolizadas por los empresarios ingleses, los mineros
independientes, los mazamorreros y los guaqueros contribuían en la construcción
del mercado interno y externo del sur de Antioquia.
Si es cierto que antes de 1880 tuvo alguna significación la exportación
de café desde Manizales, después, en los primeros años de esa década, debido a
la baja en los precios internacionales, el cultivo se vio desestimulado y
bajaron las ventas al exterior. Fue la primera crisis de la caficultura que
soportó la región, presagiando la dependencia que ha tenido siempre Manizales
(lo mismo que Colombia) de este monocultivo, que a pesar de que no es ni
esencial ni estratégico para las economías industrializadas, bien les sirve
como producto intercambiable para asegurar la exportación de bienes esenciales
y procesados dentro de la nueva “división internacional del trabajo”, que
destina a los países de la zona tropical a ser productores exclusivos de lo que
no se puede producir en las naciones industrializadas (Robledo, 1998, p.
48-67). Solo después de 1887, cuando se reactivaron los precios del café, los
hacendados manizaleños organizaron la producción para la exportación sobre la
base de las ganancias que habían obtenido en los cultivos de caña, la
ganadería, la arriería o los remates de licores (Valencia, 1999, p. 184).
Ese despegue económico, que logró que la exportación equilibrara el costo de las importaciones, hizo que el centro de gravedad de la producción
cafetalera para la exportación comenzara a pasar del oriente (los Santanderes y
Cundinamarca) al centro occidente del país, con una característica inédita que
respondía a las apropiadas características climáticas y de topografía de la
región, en conjunción con las particularidades de la propiedad de la tierra: el
cultivo del grano se propagó no solo en las posesiones de los comerciantes
empresarios que la habían impulsado, sino también en las tradicionales fincas
maiceras de medianos y pequeños propietarios, precisamente en aquellos
recónditos lugares de ladera a los que muchas familias campesinas habían tenido
que apartarse ante la especulación rentista impuesta por las sociedades que
habían continuado con las prácticas excluyentes de la compañía de González y
Salazar. Así, miles de familias que se aferraban a la seguridad alimentaria de
su finca autárquica, se vincularon a la producción de café para la exportación,
cuyo ingreso era casi que “puro excedente” de su base cultivable de pancoger
(Robledo, 1998, p. 85). Pero como el crédito era indispensable para la
inversión de estos productores y los bancos solo estaban ubicados en Manizales
(en 1875 se creó el primero), en Salamina (en 1897) y en Pereira (en 1898), la
fonda se consolidó como intermediaria usurera de las regiones más
apartadas.
El café reactivó la red de mercados regionales que se había venido
afirmando desde la Independencia, y la arriería, en consecuencia, adquirió un papel
determinante en su consolidación, que ahora se relacionaba directamente con el
internacional, porque los medios de comunicación modernos aún no habían entrado
en estas abruptas regiones. Esta fue la base que le dio definitivamente la
autonomía económica a la región que tenía a Manizales como su pivote
comunicacional, porque cuando fue reconocida como capital del nuevo
departamento, en 1905, el café ya había sobrepasado a los metales preciosos
como principal producto de exportación, alcance económico que solo lo logró la
de Medellín después, en 1913 (Brew, p. 101).
Es decir, que un renglón agrícola, por primera vez desde la
Independencia, se había impuesto sobre la extracción de oro en un territorio
que había comenzado a ser ocupado cien años antes. Así, después de casi cuatro
siglos de vasallaje y expoliación extranjera, una conquista económica sostenía
y fortalecía lo logrado por la independencia militar y política en 1819, y no
es exagerado afirmar que el nuevo departamento era el escenario principal de
ese cambio significativo ocurrido en Colombia en los inicios del siglo XX.
Del atraso a la
modernización preindustrial
Sin embargo, esa conquista económica, que llevó a crear el departamento
de Caldas, se logró dentro de condiciones de enorme atraso en todos los
órdenes. El café y los artículos importados se transportaban por los mismos
caminos de herradura que se habían abierto después de la fundación de
Manizales, acaso con algunas mejoras en puentes y empedrados, y las mulas y los
bueyes continuaban siendo los medios de carga imperantes. No existía
prácticamente ningún rasgo de modernización y las actividades productivas
estaban circunscritas a la ruralidad agropecuaria. En ciudades como Manizales
no había asomos de industrialización y apenas prosperaban pequeñas factorías
artesanales. Las nuevas actividades relacionadas con el cultivo del café, que
se realizaban dentro de la finca (cultivo, recolección y beneficio), a pesar de
que se sustentaban sobre la perspectiva de una nueva época, al establecerse
sobre presupuestos educativos y técnicos muy precarios, comenzaron a
constituirse como oficios artesanales aprendidos de padres a hijos, los mismos
que hoy aún se mantienen. Y los procesos que se debían hacer externos a la
parcela, como la trilla, eran muy rudimentarios y se hacían bajo condiciones de
trabajo extenuantes muy mal pagos, y, especialmente, muchas mujeres vinculadas
a ellas eran sobreexplotadas. En términos generales, mientras en los países
consumidores de café los avances en el desarrollo eran ostensibles, en
Colombia, que ya se posicionaba como segundo país productor y exportador de la
rubiácea después del Brasil, la situación de la técnica en la producción y en
los servicios públicos prácticamente no se diferenciaba en casi nada de la que
imperaba cuando el país era dependiente de España.
Por consiguiente, el futuro que le esperaba al nuevo departamento era
el de lograr la modernización en todos los órdenes, especialmente en la que
tuviera que ver con la producción y el transporte del café a los destinos
internacionales. Por eso, solo con el incremento de la exportación cafetera en
la década del veinte del nuevo siglo, cuando el departamento iniciaba su
derrotero autónomo, se comenzaron a transformar rápidamente las condiciones
prevalecientes. A los recursos conseguidos con las primeras bonanzas cafeteras
se agregaron además cuantiosos caudales procedentes de parte de los 25 millones
de dólares que llegaron al país como “indemnización” por el robo de Panamá y
también de empréstitos (a Caldas llegaron 10 millones) que fueron destinados a
obras públicas del departamento. Principalmente, el transporte fue el renglón
que empezó a marcar el cambio en la percepción de los caldenses entre lo que
era el atraso y la modernidad. Y arrancó con el cable aéreo que comunicó a
Manizales con Mariquita, en 1922, y prosiguió con la entrada triunfal del
ferrocarril a la capital caldense, en 1927, medios modernos que agilizaron la
exportación del café a Europa y Estados Unidos, el primero hacia Honda y Barranquilla,
y el segundo hacia Buenaventura.
Gracias a los beneficios de la exportación del café, las
transformaciones no solo abarcaron las infraestructuras del transporte, sino
que lograron mejoras en los servicios públicos, entró la energía eléctrica y se
perfeccionaron algunas técnicas manufactureras con la importación de
maquinarias. Como lo afirma Jorge Enrique Robledo, “…con el auge del café se
produjo, entre finales del siglo XIX y 1930, el más rápido y prolongado período
de crecimiento económico que se diera en el país desde la llegada de los
españoles” (Robledo, 1998, p. 127). Esa época que antecedió la crisis
mundial de 1929 era de una abundancia nunca antes vista (se la llamaba “danza
de los millones”) en que la oferta de bienes importados se incrementó
notablemente sin la correspondiente capacidad de compra de las mayorías que
tenían que endeudarse para conseguirlos y aparentar subir un escalón en la
escala social. El contacto de muchos manizaleños con Europa los llevó a tratar
de plasmar en su ciudad una imagen urbana semejante a la de París, y cuando
ocurrieron dos catastróficos incendios, en 1825 y 1826, que destruyeron todo el
centro comercial junto con los edificios públicos y la catedral, esa fue la
ocasión propicia para lograrlo cuando lo reedificaron, integrando por primera
vez nuevas técnicas constructivas y profesionales graduados en ingeniería y
arquitectura (Esguerra, 1992) (ver figura 15).
Figura
15. El
centro de Manizales con arquitectura “de estilo”, debía proyectar una imagen
urbana aproximada a la de París. Hotel Europa (hoy edificio Sanz) y Palacio
Nacional (ya desaparecido).
Fuente: archivo fotográfico de Manizales
(propiedad pública) Proceso técnico de imagen: diseñador visual Diego
Bustamante Giraldo.
Pero es un período de modernización dentro de condiciones todavía
preindustriales, porque todo el empeño productivo se desarrolló de ahí en
adelante en torno al cultivo y exportación del grano, y es muy poco lo que se
avanzó en proporcionarle valor agregado, actividad que con el tiempo ha sido
asumida directamente por los grandes monopolios extranjeros de alimentos. Y es
precisamente en torno de esos años de “prosperidad a debe”, seguidos de la gran
crisis del 29 con sus graves repercusiones en el país, que se pueden detectar
los cambios en la orientación que tomaron las decisiones de los gobiernos,
porque sus efectos mostraron la evidencia de la nueva dependencia económica que
se entronizaba, porque las decisiones con respecto a la producción del
monoproducto exportador comenzaron a ser regidas por los países
consumidores.
Pero ese cambio no se dio solo en los derroteros productivos y en su
correspondiente creación de riqueza, sino que también el paso de los caminos de
herradura a los medios de transporte modernos transformó radicalmente las
formas del poblamiento y de distribución regional. Porque si hemos constatado a
lo largo de este escrito que el progreso o la decadencia de los asentamientos
urbanos dependían estrechamente de la actividad de las rutas de la arriería, y
los efímeros cables aéreos y el ferrocarril, pero después las permanentes
carreteras, transitan con otras lógicas que favorecen su efectividad, entonces
se transmutan radicalmente las jerarquías viales y urbanas. Porque los caminos
se ajustaban estrechamente a las condiciones topográficas de la región, a los
ritmos de las jornadas entre las montañas, a los caprichosos vericuetos de los
cañones y las cuchillas y a los riesgos de los abismos y los barriales. Por el
contrario, los medios modernos evaden esas particularidades y dejan a la vera
de sus recorridos al entretejido de sendas, fundos y mercados que construyeron
el territorio caldense durante un siglo, hasta tal punto que Pereira y Armenia
comenzaron a disputarle a Manizales la supremacía regional, circunstancia que
sin duda incidió en la segregación de los departamentos de Risaralda y del
Quindío, en 1966. Se ha argumentado que la capital de Caldas está ubicada en el
centro del triángulo de oro de Colombia –Bogotá, Medellín y Cali-, pero hoy
constatamos que las comunicaciones directas entre sus vértices ya no pasan por
Manizales.
Por eso, es preocupante la situación de las poblaciones que crecieron
sobre el camino inicial que le dio vida al departamento de Caldas, que hacían
parte del eje económico más importante del país hace cien años: el que describe
el historiador urbano Fabio Botero como eje Yarumal-Medellín-Manizales, basado
en los estudios que realizara en esa época J. F. Vergara y Velasco (Botero,
1991, p. 209). Y Manizales, localizada en el extremo sur de ese eje, era la
tercera ciudad en importancia económica, después de Bogotá y Medellín, y la
cuarta en población, superada estrechamente por Cali (Esguerra y Sierra, 2004,
p. 211-212). Pero cuando las troncales nacionales comenzaron a separarse
radicalmente del sistema que configuró el mercado interno —volvieron al cauce del
río Cauca—, el eje Sonsón-Manizales quedó encerrado en sus encumbradas montañas
solo viviendo del monocultivo cafetero que aún le da aliento, porque ni el maíz
es ya factor importante de mercado, ante las grandes importaciones con bajos
aranceles que se imponen cada vez con más impacto en la desvertebración del
mercado interno. Y con el preocupante panorama de que el grano ya no sale de la
crisis que se ha tornado permanente, porque desde hace treinta años, con el
rompimiento del Pacto Internacional del Café (1989), las decisiones sobre los
precios ya no solo están determinadas por los cambios en la oferta —heladas del
Brasil, por ejemplo— y la demanda crisis internacionales—, sino que se rigen
por la especulación de la intermediación comercial y financiera de los países
consumidores que son los que imponen los precios. Y hoy advertimos con
verdadera desazón, que desde 1995 el café ha sido desplazado por los productos
extractivos para la exportación —el petróleo, el carbón y el gas— que nos
recuerda a la dependencia colonial de hace doscientos años.
En otras palabras, si en condiciones preindustriales el auge relativo
de las poblaciones dependía de la importancia de las rutas de la arriería en
estrecha relación con el mercado interno, cuando se transforman los medios de
transporte en beneficio del externo, pero principalmente en el de las
importaciones, los núcleos urbanos, que se mantienen bajo parámetros de baja
productividad industrial, quedan sometidos al designio de rutas que ya ni
siquiera son las principales. Ante estos índices tan preocupantes, solo nos
queda por aprender la lección histórica de cómo un empeño social por la
consecución de condiciones dignas de vida solo es posible dentro de condiciones
de independencia. Porque si esta se pierde, quedan a la deriva todas las
conquistas conseguidas durante años de obstinada lucha y duro trabajo. La
indagación por las causas de estos desajustes actuales, que no era el objeto de
esta exposición, tendrá necesariamente que contar con el análisis y discusión
de lo que aquí se ha expuesto en clave de historia.
EPÍLOGO
El departamento de Caldas,
nueva jurisdicción nacional basada en su autonomía
Nos hemos propuesto demostrar que la Independencia lograda por la vía
militar repercutió decididamente en la creación del departamento de Caldas cien
años después, y que el cultivo del café para la exportación, escenificado en
este territorio, fue el bastión que le permitió al país consolidar la soberanía
económica. Hemos sostenido que las mismas causas que originaron el
levantamiento armado en contra de la dominación española en la Nueva Granada
son las que propiciaron los grandes desplazamientos poblacionales que ocuparon
el territorio que cien años después fue catalogado como el “departamento modelo
de Colombia”.
Las sociedades coloniales adolecen de todos los males que provienen de
su estado dependiente, al sustentarse en la expoliación y el saqueo mediante el
sometimiento externo impuesto por la fuerza o por medio de argucias económicas
e ideológicas más sutiles que inducen a la sumisión servil. Y en el proceso que
hemos descrito, sobre el territorio que hace doscientos años estaba casi
despoblado y baldío sobre la cordillera Central, encontramos que las fuerzas
despojadas e inconformes, pero ávidas de libertad y autonomía, y decididas a
conseguir un sustento digno, procedentes de las regiones circundantes que lo
ocuparon, contribuyeron innegablemente a consolidar el triunfo anticolonialista
logrado con las armas en otros territorios patrios. Allá se venció a las tropas
invasoras, pero aquí se construyó prácticamente desde cero el germen de una
economía agraria independiente que contribuyó a sacar al país de la sujeción
colonial extractivista, enfrentando a quienes trataron por todos los medios de
impedirlo para mantener las condiciones de sujeción e indignidad y, por tanto,
para prolongar los privilegios coloniales sobre la tierra en plena era
independiente.
Y se fue más allá, porque uno de los soportes de las naciones
emancipadas, además de su soberanía política y militar, es la construcción de
las bases materiales que permiten que los invaluables recursos naturales y
humanos puedan potenciarse precisamente para garantizar esa independencia.
Porque uno de los rasgos definitorios de esta gesta, que podríamos definir como
caldense, fue la consolidación, mediante la producción cafetera para la
exportación, de un mercado interno agropecuario que garantizó la seguridad
alimentaria de miles de familias del campo y la ciudad desde finales del siglo
XIX.
Esto nos lleva a plantear que las intenciones que en su momento
llevaron al gobierno nacional a crear el departamento de Caldas, que fueron
manifiestas en el sentido de que serviría de “cuña” territorial para separar a
las jurisdicciones de Antioquia y Cauca, opuestas en las guerras civiles que
desangraron al país, en realidad obedecieron a la autonomía económica y
política que ya ostentaba Manizales y su región en los inicios del siglo XX.
Porque como lo hemos narrado hasta aquí, la dependencia de la capital del
cantón sur de Antioquia con respecto a Medellín ya no existía, porque los
campesinos, los comerciantes y los empresarios manizaleños habían construido el
inicio de la prosperidad cafetera en forma independiente y con los recursos que
les daba el medio.
Y ¿cómo se podría afirmar que el sector minero del occidente, que casi
siempre perteneció al Cauca con una idiosincrasia ajena al antioqueño, no
responde a los fundamentos de autonomía, pero también de integración regional,
del Antiguo Caldas? Lo mismo se podría decir de todo el territorio que fue
segregado del Cauca, al sur del río Chinchiná, que tuvo la influencia directa
no de Medellín ni de Popayán o Cali sino de Manizales. Es innegable que la
construcción económica y cultural del territorio que se constituyó en nuevo
departamento en los albores del siglo XX estuvo signada por la integración
entre el occidente minero —caucano y chocoano—, con el resto del territorio
predominantemente agrícola del norte y el oriente —antioqueño y tolimense— y el
sur caucano. Por eso, mediante la ley 17 del 11 de abril de 1905 fue creado el
departamento de Caldas con capital en Manizales, cuyo territorio constitutivo
fue siendo segregado —entre 1905 y 1912— de los departamentos del Cauca, de
Antioquia, del Tolima y del Chocó.
Y también se podría resaltar la emancipación de los rasgos culturales
del nuevo departamento, si apreciamos cómo las expresiones creativas en todos
los órdenes fueron tomando un rumbo
propio. Es importante el papel de la literatura en la creación de la identidad
regional, pero también el de otras manifestaciones artísticas relacionadas con
el medio. Al respecto, es significativo destacar el aporte que hizo Caldas a la
arquitectura del período republicano —que la diferencia del colonial y del
moderno—, por ser erigida con altísima calidad en bahareque, y que erróneamente
se la ha catalogado como “arquitectura de la colonización antioqueña”
(Tobón, 2017). La investigación del arquitecto Jorge Enrique Robledo ha
demostrado que esos aportes constructivos y artísticos tuvieron su origen en
Manizales, y sus manifestaciones de calidad se expandieron desde finales del
siglo XIX, pero principalmente desde principios del XX en estrecha relación con
el auge cafetero, en sentido inverso a los movimientos colonizadores
procedentes de Antioquia, incluso hasta poblaciones del sur de este
departamento como Sonsón y Abejorral (Robledo, 1993, p. 42) (Ver figura 15).
Figura 15. Un conjunto de arquitectura republicana en
Salamina. Construido a principios del siglo XX, es un aporte típicamente
caldense. Fuente: elaboración propia. Jorge Enrique Esguerra Leongómez.
El departamento de Caldas, que no existía hace doscientos años, logró
constituirse en los albores del siglo XX en el centro de las actividades
económicas del país, las que le dieron a Colombia la posibilidad de salir
definitivamente de la dependencia colonial de la extracción de minerales. Y
toda la vida cultural que encarnó durante ese proceso que se desarrolló en el
siglo XIX, así hubiera tenido la influencia predominante de Antioquia, pero
también la del Cauca, del Tolima y hasta del Chocó y de Boyacá, contribuyó en
forma propia y apropiada para crear su propia identidad, con la riqueza que
obtienen las sociedades que poseen rasgos multiculturales.
BIBLIOGRAFÍA
Archivo
histórico de Rionegro
A. H. R. (1826—27). Causa entre los
SS. Luiz Salazar, y Juan De Dios de Aranzazu sobre tierras en Sabana-larga. Año de 1827. Fondo
judicial. Tomo 48, folios 336-391.
Archivo General de la Nación, Bogotá
A. G. N. (1832). Mapa
que representa los Pasos de Moná y de Bufú sobre el Río Cauca. AGN. SMP4 REF 86A.
A. G. N.
(1843). Carta corográfica de la nueva provincia del
Cauca. Formada por G. de la Roche. AGN. SMP6. REF.76
Libros
y artículos
ARANGO ESTRADA, Vicente Fernán (2002).
La endogamia en las concesiones
antioqueñas. Manizales: Fondo Editorial de Caldas.
BOTERO GÓMEZ, Fabio (1991). La ciudad colombiana. Medellín:
Colección Autores Antioqueños, Instituto de Desarrollo de Antioquia, Edinalco
Ltda.
BREW, Roger (2000). El desarrollo económico de Antioquia desde
la Independencia hasta 1920. Medellín: Editorial Universidad de Antioquia.
DUQUE BOTERO, Guillermo (1974). Historia de Salamina. Vida Municipal siglos
XIX y XX. Tomo I. Manizales:
Biblioteca de Autores Caldenses.
ESGUERRA LEONGÓMEZ,
Jorge Enrique (1992). La
Reconstrucción de Manizales en los años veinte. Implicaciones ideológicas,
políticas y culturales. Tesis de Magíster, Universidad Nacional, Bogotá.
________ (2017). La fundación de Salamina. Escenario y
crónica de un conflicto de tierras. Manizales: Fusión Comunicación
Gráfica S.A.S.
ESGUERRA LEONGÓMEZ, Jorge Enrique y
SIERRA DE MEJÍA, Beatriz Helena (2004). Caminos
y fundaciones. Eje Sonsón—Manizales. Manizales: Universidad Nacional de
Colombia, sede Manizales, DIMA, copia Word.
GARCÍA, Antonio (1978). Geografía económica de Caldas. Bogotá:
Banco de la República.
GÄRTNER, Álvaro. (2006). Guerras civiles en el antiguo Cantón de
Supía. Manizales: Editorial Universidad de Caldas.
GRISALES, Manuel
María (1918). “Principios de Manizales”. En Archivo Historial No. 1. Manizales: agosto de 1918,
JARAMILLO, Roberto Luis (1989). “La
colonización antioqueña”. En Ficducal, La
colonización antioqueña. Manizales: Biblioteca de Escritores Caldenses.
JARAMILLO URIBE, Jaime (1987). “La
economía del Virreinato (1740-1810)”. En Historia
económica de Colombia, José Antonio Ocampo (compilador), Bogotá: Siglo XXI
Editores.
LÓPEZ GÓMEZ, José F. (1960). Historia de Aranzazu. Medellín: Segunda
Edición, Editorial Bedout.
LÓPEZ, Juan Bautista (1944). Salamina. De su historia y de sus
costumbres. Manizales: Biblioteca de Escritores Caldenses, Tomo 1.
LÓPEZ TORO, Álvaro (1979). Migración y cambio social en Antioquia.
Medellín: Ediciones Hombre Nuevo.
MESA VILLEGAS, Adalberto (1964).
“Añadidura”. En G. Duque Botero et al. Aguadas,
alma y cuerpo de la ciudad. Bogotá: Editorial Prócer Ltda.
MORALES BENÍTEZ, Otto. (1995). Colonización en la obra de Ernesto
Gutiérrez Arango. Medellín: Editorial Lealon.
________. (1989). “La colonización
antioqueña: un aspecto de la revolución económica de 1850”. En Ficducal, La colonización antioqueña. Manizales:
Biblioteca de Escritores Caldenses.
PARSONS, James (1997). La colonización antioqueña en el occidente
de Colombia. Bogotá: Banco de la
República y El Áncora Editores.
PATIÑO MILLÁN, Beatriz. “La provincia
en el siglo XVIII”. En Historia de
Antioquia. Director general: Jorge Orlando Melo, Editorial Presencia,
Bogotá, 1988.
PINZÓN, Juan (1924). Reseña histórica de la fundación de
Manizales. Manizales: Tipografía Manizales.
POMBO, Manuel (1914). “De Medellín a
Bogotá”. En Pombo, Lino de (1914), Obras inéditas de Manuel Pombo. Bogotá:
Imprenta de “La Tribuna”.
RAMOS PEÑUELA, Aristides (2000). Los caminos al río Magdalena. La frontera
del Carare y del Opón 1760-1860. Bogotá: Instituto Colombiano de Cultura
Hispánica.
RESTREPO MAYA, José María (1990). Apuntes para la historia de Manizales.
Manizales: Biblioteca de Escritores Caldenses.
________. (2006). “El explorador
manizaleño Fermín López”. En Archivo
Historial Volumen 3, Órgano del Centro de Estudios Históricos de Manizales,
1923. Manizales: Academia Caldense de Historia, Edición facsimilar.
ROBLEDO, Emilio (1916). Geografía médica y nosológica del
departamento de Caldas. Manizales: Imprenta Departamental.
ROBLEDO CASTILLO, Jorge Enrique y
SAMPER, Diego (1993). Un siglo de
Bahareque en el Antiguo Caldas. Bogotá: El Ancora Editores.
ROBLEDO CASTILLO, Jorge Enrique
(1998). El café en Colombia. Un análisis
independiente. Bogotá: El Áncora Editores.
SANTA, Eduardo (1993). La Colonización Antioqueña, una empresa de
caminos. Bogotá: TM Editores.
SILVESTRE, Francisco (1988). Relación de la provincia de Antioquia
(Trascripción, introducción y notas por David J. Robinson). Medellín: Imprenta
Departamental de Antioquia.
TOBÓN BOTERO, Néstor. (2017). Arquitectura de la colonización antioqueña.
Bogotá: Villegas Editores.
URIBE ÁNGEL, Manuel (1885). Geografía general y compendio histórico del
estado de Antioquia. París: Imprenta de Victor Goupy y Jourdan.
VALENCIA LLANO, Albeiro (1999). La Aldea Encaramada. Bogotá: Fondo
Cultural Cafetero, BANCAFE.
________. (2000). Colonización. Fundaciones y conflictos agrarios (Gran Caldas y
norte del Valle). Manizales: Artes
Gráficas Tizán.
________. (2018). Colonización antioqueña y vida cotidiana. Manizales: Banco de la
República - Editorial Universidad de
Caldas.
Publicaciones
en Internet
CARDONA TOBÓN, Alfredo (2014). “La trocha
de Hervé”. En Historia y región. Recuperado de:
http://historiayregion.blogspot.com.co/2014_03_23_archive.html
GÄRTNER, Álvaro (1994). “Carta del
padre José Bonifacio Bonafont a monseñor Salvador, Obispo de Popayán, 17 de
mayo de 1825” (transcripción). En Sociedad de Mejoras Públicas de Manizales.
Recuperado de: http://smpmanizales.blogspot.com/
HUMBOLDT, Alexander Von (2000). “En el
paso del Quindío”. En El Aleph. Recuperado de
http://www.elaleph.com/vistaprevia/586—2/
JARAMILLO URIBE, Jaime (1985). “Nación
y región en los orígenes del estado nacional en Colombia”. En Revista de la
Universidad Nacional (1944 — 1992), Volumen 1, Número 4-5, pág. 8-17, 1985.
Recuperado de:
https://revistas.unal.edu.co/index.php/revistaun/article/viewFile/11765/12475
SUÁREZ, Iván Felipe (2013). “Francisco
José de Caldas y la geografía militar en la provincia de Antioquia
(1813—1815)”. En Apuntes, Vol. 26, Número 1, pág. 46 — 61. Recuperado de:
http://revistas.javeriana.edu.co/index.php/revApuntesArq/article/view/9235/7843
VILLEGAS, Andrés (2014).
“Tricentenario de Don Felipe de Villegas y Córdoba”. PDF, Recuperado de:
http://www.rodriguezuribe.co/showmedia.php?mediaID=1132&all=1&tngpage=417.
WEST, Robert (s. f.). “Comercio y
Transporte en el Nuevo Reino de Granada durante el siglo XVIII”. Tomado de: La
Minería Colonial en Colombia. Traducción de Jorge Orlando Melo. Revisión de
Camilo Rodríguez. Recuperado de
https://revistas.unal.edu.co/index.php/revistaun/article/viewFile/11940/12564
Wikipedia
(2017). “Horizontes”. Recuperado de: https://es.wikipedia.org/wiki/Horizontes
Wikipedia (2018). “El barequeo”. Recuperado de: https://es.wikipedia.org/wiki/Pedro_Nel_G%C3%B3mez
Wikipedia (2019). “Silleros”.
Recuperado de: https://en.wikipedia.org/wiki/Sillero
ZAPATA, Jorge Eliécer (1013). “El
Cantón de Supía declaró su independencia”. En Diario La Patria, Supía,
Noviembre 28 de 2013. Recuperado de:
http://www.lapatria.com/variedades/el—canton—de—supia—declaro—su—independencia—49432