Por Alfredo Cardona Tobón
Ingeniero
Mecánico. Historiador
RESUMEN
Este ensayo resume los
hechos sobresalientes en la independencia del occidente colombiano. Aunque en
la zona no se libraron grandes batallas, las acciones en dicho territorio
fueron importantes, pues fue un corredor estratégico que unía las ciudades de Popayán
y Cartagena y los virreinatos de la Nueva Granada y El Perú.
El ensayo ilustra,
además, sobre el papel de las comunidades de la zona en el conflicto y su
relación con los sucesos del sur de la Nueva Granada.
Palabras Clave: Independencia, Chorros Blancos,
San Juanito, Córdova, Antioquia.
THE REGION DURING THE WAR FOR INDEPENDENCE
SUMMARY
This
essay summarizes the most relevant events in the process of independence of the
Colombian western provinces from Spain. Even though no important battles took
place in this region, it was relevant for its role as a strategic corridor
connecting the cities of Popayán and Cartagena, as well as the Viceroyalties of
New Granada and Peru.
The
essay also illustrates the role played by the communities residing in the
region and their relation to the events happening in the south of the
Viceroyalty of New Granada.
Key Words: Independence, Chorros Blancos,
San Juanito, Córdova, Antioquia.
A
principios del siglo XIX la vida de esta región giraba en torno a las
poblaciones de Toro, Cartago y Ansermanuevo y de las aldeas de Supía,
Quiebralomo y Arma. Estas constituían los núcleos poblacionales más importantes
a los que se sumaban los centros secundarios de los resguardos indígenas de
Quinchiaviejo, Guática, Tachiguí, La Montaña, San Lorenzo y Tabuyo
Más que
con Santa Fe, la región mantenía relaciones administrativas, políticas y
eclesiásticas con Popayán que era la capital de la enorme provincia con ese
nombre que se extendía desde los límites con la capitanía de Quito hasta la
frontera con la provincia de Antioquia.
La
economía de esta zona tuvo como soporte la agricultura de supervivencia,
excepto en Marmato, Supía, Buenavista y Quiebralomo donde el oro constituyó la
base de la riqueza. La zona fue importante por su posición geográfica y
especialmente el Valle del Cauca fue una despensa alimentaria que atrajo a los
combatientes en la guerra de la independencia y en las guerras fratricidas del
siglo XIX.
En la
provincia las ciudades de Popayán y Pasto cargaron con el peso del conflicto y
en el norte de ella la guerra tuvo como escenario crítico el territorio ocupado
por Cartago, Toro y Ansermanuevo. En tan tumultuosa época las acciones militares
estuvieron íntimamente relacionadas con los sucesos de Quito y la frontera del
sur y en menor escala con la provincia de Antioquia.
TODO EMPIEZA EN QUITO
En agosto
de 1809 los quiteños derrocaron el gobierno colonial y conformaron una Junta
Soberana, semejante a las instauradas en la Península Ibérica durante la
invasión francesa. Fue un acto temerario, teniendo en cuenta el fracaso de las
Juntas de Chuquisaca y La Paz y dada la insularidad del movimiento quiteño que
no buscó el concurso de las ciudades de Guayaquil, Cuenca y Pasto, que hubieran
dado fuerza a sus pretensiones.
La
primera Junta Soberana de Quito no habló de independencia; buscaba la autonomía
criolla y el relevo de mando de los españoles bajo el marco de lealtad a la
metrópoli y al rey Fernando VII.
Las
autoridades virreinales no estaban dispuestas a ceder el poder, por ello la
reacción contra la Junta criolla de Quito no se hizo esperar y de inmediato los
virreyes de Lima y Santa Fe enviaron tropas para someter a quienes se habían
atrevido a cambiar las reglas del poder colonial. Ante el peligro inminente,
los quiteños movilizaron tropas para neutralizar el ataque del gobernador de Popayán,
Tacón y Rosique.
La Junta
soberana reunió tres mil hombres en Quito y Otavalo, la mayoría armados con
lanzas y unos pocos con fusiles, todos ellos muy mal entrenados y peor
dirigidos y se aprestaron para el combate. La expedición se dividió en dos
columnas: una bajo las órdenes de Javier Ascázubi y la otra bajo el comando de
Manuel Zambrano; eran montoneras compuestas por labriegos y artesanos que por
vez primera cargaban un fusil y manejaban una lanza; eran tropas sin disciplina
dirigidas por oficiales tan bisoños como sus soldados.
Las
columnas autonomistas se adentraron en territorio pastuso; con dificultad
cruzaron los senderos bordeados de abismos y avanzaron entre barrancos que se
estrechaban como si fueran ataúdes. Por donde iban encontraban el territorio
desierto: las chozas abandonadas, las aldeas desocupadas, sin una oveja o una
cabra, ni graneros donde reponer provisiones. Se había corrido la voz del
ataque de batallones ateos, enemigos del rey y de la religión, que venían a
devastar iglesias y comunidades.
Trescientos
fusileros enviados desde Santa Fe por el virrey Amar y Borbón se unieron a las
fuerzas de Tacón y Rosique acantonadas en Popayán y entraron a Pasto en medio
del repique de campanas, sones marciales, estallido de cohetes, vivas al rey y
a la religión católica. Luego marcharon hacia el sur, animadas por los vecinos
y por los numerosos voluntarios que se les unieron para rechazar al invasor.
El 16 de
octubre de 1809 el comandante español Nieto Polo con 190 pastusos armados de
lanzas y espadas vadeó el río Guáitara y se topó con la columna de Manuel
Zambrano atrincherada en el Chapal de Funes. El desastre de los quiteños empezó
con la defección de parte de la tropa que se entregó al enemigo antes de
empezar el combate. Los que quedaron emplazaron sus tres cañones contra la
turba de Nieto Polo, pero fue más el ruido que el daño, dada la inexperiencia
de los artilleros. Nada se pudo hacer ante el empuje de los pastusos que a los
cuarenta y cinco minutos eran dueños de la situación.
La
persecución de los derrotados continuó hasta el cerro de las Ánimas, donde la
gente de Tacón y Rosique alcanzó a los sobrevivientes del desastre. En el campo
de combate quedaron decenas de muertos, 107 soldados cayeron prisioneros y la
columna quiteña perdió el armamento, las mulas y las vituallas.
A la
columna de Ascázubi no le fue mejor. Ante el empuje de la tropa del gobernador
Tacón los quiteños se retiraron hacia Arrayanales donde se disolvió la tropa. En
pequeños grupos se dirigieron al sur perseguidos por el capitán Gregorio
Angulo. En Sapuyes un grupo de milicianos, compuesto en su mayoría por mujeres,
hizo frente al comandante Azcázubi y tras una breve escaramuza lo capturó junto
con algunos de sus oficiales.
Los
desastres de Funes, Cumbal y Sapuyes se sumaron a la derrota en Lacatunga a
manos del Batallón Real de Lima. Todo ello, junto con las disensiones internas,
bajó de tal manera la moral de los quiteños que en pocos días se evaporó lo que
quedaba del ejército de la Junta Suprema. Para rematar, los pocos pueblos que
habían respaldado a los quiteños les dieron la espalda y se levantaron contra
una Junta, que sin ejército, sin dinero, desunida y rodeada de enemigos entregó
el mando a Juan José Guerrero y Matheu, conde de Selva Alegre, que capituló a
cambio de amnistía y olvido del pasado.
De nuevo
en el poder el presidente Ruiz de Castilla esperó la llegada de las tropas
limeñas para restablecer la Real Audiencia y ordenar la captura de los revoltosos.
Quienes no pudieron huir fueron confinados en calabozos y asesinados de manera
vil cuando el dos de agosto de 1810 el pueblo trató de rescatarlos de las
garras de las fuerzas coloniales.
SEGUNDA JUNTA PATRIOTA DE QUITO
La
segunda Junta de Gobierno de Quito se instaló el 1 de septiembre de 1810 por
influjo del coronel Carlos de Montúfar, nombrado comisionado de regencia por la
Junta Central de Sevilla. Este cuerpo gobernó inicialmente en nombre del rey
Fernando VII hasta el 9 de octubre de 1811, cuando se disolvió y sus miembros
obligaron al conde Ruiz de Castilla a renunciar definitivamente a la
presidencia. La segunda Junta de Gobierno declaró la independencia absoluta de
España y desconoció la autoridad del virrey de la Nueva Granada. Ante la amenaza
del gobernador Tacón y Rosique, la Junta de Quito declaró la guerra a Pasto el
4 de julio de 1811. Tacón intentó cerrar el paso a los quiteños en la línea del
río Carchi y al no lograrlo abandonó a Pasto con gran parte de los dineros y
joyas del tesoro de la ciudad.
Carlos de
Montúfar era un militar fogueado en las guerras de España contra Napoleón; por
ello, al contrario de los patriotas de la primera Junta, a Montúfar le sobraban
méritos militares y capacidad para organizar una pequeña fuerza con la cual
venció a los realistas de Cuenca y se apoderó de Pasto, adonde entró el 22 de
septiembre de 1811 al frente de un ejército de más de dos mil hombres.
Los
quiteños llegaron a Pasto tras un tesoro de 413 libras de oro que los realistas
escondieron en los muros del convento de los dominicos. La ciudad desierta y
desprotegida fue víctima de la rapiña y los atropellos de los republicanos de
Quito. Este tratamiento salvaje, unido a las persecuciones contra los amigos
del rey hizo que de ahí en adelante los pastusos apoyaran incondicionalmente a
la monarquía.
LA JUNTA SUPREMA
DE ANTIOQUIA
Era gobernador de Antioquia don Francisco de Ayala
cuando se presentaron los sucesos del 20 de julio de 1810. Las noticias de
Bogotá llegaron el 9 de agosto a Rionegro y Ayala, plegado a las presiones de
los criollos, aceptó la instalación de un congreso con delegados de los
cabildos de Santa Fe de Antioquia, Medellín, Rionegro y Marinilla.
Este congreso se reunió entre el 30 de agosto y el 7
de septiembre y entre sus decisiones se tomó la de entregar el poder a una
Junta Superior bajo la presidencia del gobernador Ayala. En este congreso se
destaca la presencia del patriciado criollo y la importancia que tenían los
grupos ilustrados.
Ayala renunció al cargo el 17 de febrero de 1811 y lo
remplazó el cartagenero Juan Elías Tagle; el 27 de junio la Junta aprobó una
constitución provisional que señaló que por abdicación de Fernando VII, los
pueblos, incluyendo el de Antioquia, habían reasumido la soberanía. En enero de
1812 se reúne en Rionegro la Primera Asamblea Constituyente de Antioquia que
expide una constitución para garantizar la libertad, la seguridad y la
propiedad.
En 1813 la situación se tornó gravísima, pues Sámano
avanzaba por el sur y por el norte amenazaban las tropas de Morillo. Antioquia
contaba solo con 300 soldados, por ello se suspendió el régimen constitucional
y se nombra a Juan del Corral como dictador, con atribuciones amplias para
enfrentar a los españoles.
El 11 de agosto de 1813 del Corral declaró la
independencia absoluta de Antioquia, estableció confiscaciones y multas a los
realistas, encargó a Francisco José de Caldas la formación de un cuerpo de
ingenieros militares, creó estancos de aguardiente para sostener las tropas y
encargó a José María Gutiérrez, alias el “Fogoso”, la formación de una columna
para respaldar la campaña de Nariño.
Pese a todo, cuando los españoles invadieron a
Antioquia, encontraron una provincia débil, desprotegida, con pocos soldados y
escaso armamento.
ANSERMANUEVO Y LA CAUSA PATRIOTA
Después
de conformadas las Juntas de gobierno en Santa Fe de Bogotá, en Mompox, en Cali
y otras ciudades de la Nueva Granada, el 3 de marzo de 1811 se creó una Junta
en la muy noble y leal ciudad de Santa Ana de los Caballeros de Anserma, teniendo
por objeto la independencia y conservación de su libertad amenazada por los
franceses, “manteniendo estos preciosos dominios a nuestro legítimo soberano el
Sr. Don Fernando VII”.
Entre
los firmantes del Acta figuran Vicente Judas Tadeo González de la Penilla, José
Antonio Canabal, Vicente Luján, Pedro de Arce y Venancio Merchán. Es de anotar
que la mayor parte de los notables de Ansermanuevo eran realistas; por ello la
conformación de la Junta no obedecía a los deseos independistas, sino más bien
al rechazo al gobernador Tacón y Rosique que no aceptaba las Juntas americanas.
Mientras
los vecinos de Ansermanuevo estrenaban Junta, el 12 de marzo de 1811 el alcalde
de Quiebralomo Miguel Lozano y el Administrador Real de Rentas de esa
población, Manuel José Lozano, reconocieron a la Junta de Cali e hicieron causa
común contra el gobernador de Popayán adhiriendo a las ciudades confederadas de
Cali, Cartago, Ansermanuevo, Caloto, Buga y Toro.
Tacón
desconoció a las ciudades confederadas y trató de someterlas. Los criollos
solicitaron apoyo al Gobierno republicano de Santa Fe de Bogotá y una
expedición militar bajo el mando del comandante Antonio Baraya se dirigió al
Valle del Cauca a enfrentar a Tacón. Las fuerzas enemigas se enfrentaron en
Palacé y el 28 de marzo de 1811 y se alcanzó la primera victoria militar de los
granadinos sobre las armas españolas.
Al
empezar el siglo XIX la banda occidental del río Cauca pertenecía a la
jurisdicción de Ansermanuevo en la provincia de Popayán; era una zona con
poblaciones indígenas en las aldeas de Tachiguí, Guática, Ansermaviejo,
Quinchía, Quiebralomo, La Montaña, San Lorenzo y Supía, con asentamientos
negros en Guamal y Marmato. Era una región pobre que subsistía del barequeo del
oro, de cultivos de subsistencia y estaba cruzada por un camino que iba de
Medellín a Cartago, con un ramal hacia el páramo de Herveo y otro que llevaba
al Arrastradero de San Pablo entre los ríos Atrato y San Juan.
En ese
territorio de pocos habitantes no había problemas entre criollos y chapetones
pero sí confrontaciones frecuentes entre las parcialidades indígenas a causa de
los linderos de los Resguardos y por los ‘cosechaderos’ de maíz a orillas del
Cauca y del río Opirama.
ANTECEDENTES
El
control español en el Valle del Cauca fue difícil. La gente de color de
LLanogrande y de Buga se levantó varias veces contra la administración colonial
para oponerse a los reclutamientos que se llevaban a cabo para abrir el camino
del Dagua. Además, desde 1743 la familia Caicedo y los españoles se enfrentaron
violentamente en busca del control del Cabildo de Cali.
Las
autoridades coloniales gobernaban en los centros poblados, pero en la periferia
y en las zonas alejadas las comunidades vivían “arrocheladas”, es decir, sin
Dios y sin ley. Era poco el respeto por las dignidades coloniales y el grito
de: ¡mueran los chapetones! se oía cada vez que se rebelaban los negros del
Bolo y los pardos del resto del territorio.
LA JUNTA DE CALI
En Cali
un reducido grupo de americanos siguieron el ejemplo de Quito y de Cartagena y
establecieron una Junta de Gobierno independiente. Infortunadamente se perdió
el Acta de la Junta caleña suscrita el 3 de julio de 1810; no obstante, un
documento encontrado en los legajos del Archivo de Cartago (número 57 de 1810)
avala el extraordinario suceso. En él, la Suprema Junta de Santa Fe de Bogotá
acusa recibo del Acta caleña y manifiesta que Cali tendrá el honor de decir a
la posteridad que se anticipó a manifestar los sentimientos que movieron a los
santafereños y correr los riesgos a que lo exponía su declaración. También
reconoce el papel de Ignacio de Herrera, un ilustre caleño con influencia en la clase dirigente
del valle del Cauca. No sobra recordar que el Doctor Herrera, Síndico
Procurador del Cabildo de Santa Fe de Bogotá, fue uno de los más preclaros
artífices de la independencia granadina y guía de Fray José Joaquín Escobar,
considerado como el director espiritual del movimiento revolucionario en el
Valle del Cauca.
Al
adivinar Tacón y Rosique las intenciones de los criollos con sus juntas de
gobierno, disolvió la Junta de Popayán e intentó hacer lo mismo con la Junta de
Cali; pero el Cabildo y el pueblo de Cali, con sorprendente habilidad,
enarbolaron la defensa del territorio vallecaucano contra las amenazas del
gobernador de Popayán y consiguieron la adhesión de las ciudades de Caloto,
Buga, Cartago, Anserma y Toro.
La
Confederación Vallecaucana organizó tropas y de inmediato solicitó el apoyo de
la Junta Suprema establecida en Santa Fe el 20 de julio de 1810, que envió al
comandante Antonio Baraya con un selecto escuadrón de caballería. Las ciudades,
las villas y aldeas del Valle del Cauca se unieron para la defensa:
Ansermanuevo y Cartago aportaron tropas, Quiebralomo contribuyó con oro y plata
al igual que Nóvita y La Plata y se fortaleció la reacción contra el régimen
español que tenía en Tacón a su mayor defensor en la Nueva Granada.
LA JUNTA SUPREMA DE LAS CIUDADES CONFEDERADAS
El
primero de febrero de 1811 las seis ciudades amigas instalaron una Junta
Provisional de Gobierno con vocales en representación de cada una de esas
ciudades y con Fray José Joaquín Escobar como Jefe de Gobierno.
Para
evitar el malestar popular, la Junta suspendió la leva de tropas y organizó una
milicia veterana con asiento en Buga; para impetrar el auxilio divino nombró a
la Virgen Santísima de Las Mercedes como patrona y capitana de la milicia.
Una vez
instalada la Junta, los cabildos de la Confederación la reconocieron. Es
significativo el juramento de fidelidad de Ansermanuevo, pues en el Acta
figuran los notables de la población y numerosos ciudadanos del común.
Ansermanuevo
cumplió sus compromisos con la Junta Suprema y en los difíciles años que
siguieron apoyó al gobierno centralista de Antonio Nariño. Por esa adhesión, se
convirtió en la primera víctima de los enfrentamientos fratricidas y sufrió los
atropellos del “Fogoso” Gutiérrez en su paso hacia el sur de la Nueva Granada.
El
gobernador Tacón y Rosique trató de erosionar la unión de las ciudades
vallecaucanas y por intermedio de algunos frailes intentó atraer al cabildo de
Buga que recomendaba una conciliación con Popayán. Al no lograrlo, Tacón movió
tropas hacia Santander de Quilichao ante lo cual la Junta Suprema ordenó la
interceptación de toda comunicación con Popayán, prohibió el envío de víveres y
dispuso el avance de sus tropas para atacar la fuerza de Tacón y Rosique.
Las
tropas de uno y otro bando se enfrentaron en la pequeña planicie de Palacé
donde las fuerzas patriotas de las Ciudades Confederadas del Valle del Cauca,
empezaron a labrar la independencia de la Nueva Granada.
LA ACCIÓN DE PALACÉ
El 27 de
febrero de 1811, bajo el mando de los oficiales Antonio Baraya, José Ayala,
Atanasio Girardot, José María Cancino y José Ignacio Rodríguez el ejército del
Valle se dirigió a Popayán para remover al gobernador Tacón y Rosique. El
comandante republicano Atanasio Girardot ocupó la altura de Palacé con 75
soldados de infantería, 115 lanceros y un cañón pedrero que manejaba el negro
Juan Cancio.
Era
desventajosa la situación de los vallecaucanos enfrentados a 1600 hombres de
infantería y de caballería de Tacón, quien además contaba con dos culebrinas y
un cañón. El 28 de febrero chocaron las tropas en lucha feroz que se definió a
las cinco de la tarde a favor de los americanos. Tacón se retiró en desorden
dejando en el campo 70 muertos, 30 prisioneros y numerosos heridos.
Infortunadamente el triunfo costó la vida del valeroso Miguel Cabal, del joven
Manuel María del Campo Larrahondo y del negrito Juan Cancio que murió al pie de
su cañón, sin retroceder ni huirle al peligro. Con estos héroes perecieron,
además, seis soldados más cuyos nombres no registra la historia.
Las
tropas de las ciudades confederadas ocupan a Popayán y el 22 de julio de 1811
avanzan hacia al sur bajo las órdenes del coronel José Ignacio Rodríguez, alias
Mosca. Por el río Patía llegan a Barbacoas y en Iscuandé derrotan a Tacón y lo
hacen huir a Panamá donde el funcionario español terminó sus días.
El COMBATE DE ISCUANDÉ
En
Iscuandé se cierra un capítulo de nuestra independencia. El parte de guerra
enviado por el coronel Ignacio Rodríguez al cuartel general, con fecha 28 de
enero de 1812, muestra las acciones del combate:
“…entramos a la afligida ciudad
de Iscuandé, y repentinamente se vieron dentro del río el bergantín San Antonio
el Morreño, una lancha cañonera, dos falcas, dos ceibos y tres lanchas pequeñas
en que don Miguel Tacón, don Manuel Valverde, el chapetón Rodríguez, don Manuel
Pardo, don Felipe Gruesso, don José María Delgado y otros oficiales inferiores,
conducían desde Tumaco más de 200 hombres, un cañón de bronce de a 24, otro de
a 8 de hierro y numeroso armamento. Pero mis soldados, caleños, que jamás
habían visto embarcaciones armadas de guerra no se aterraron por la novedad, ni
por el espantoso eco del cañón que corría bramando por los montes…. Logramos
desconcertar con nuestra fusilería las embarcaciones de Tacón, y herido en un
costado el comandante Ramón Pardo, destrozadas las velas y amarras y
precipitados al agua muchos soldados al ver que sus embarcaciones zozobraban,
el pérfido Tacón, entre el estruendo de las armas y la oscuridad del humo,
salió de la lancha cañonera, se arrojó a un falca y huyó llevándose cuatro
cañones y algunos soldados”.
“Debido a la oscuridad
producida por el humo, muchos lograron escaparse del furor de nuestros
soldados, quienes, por otra parte seguían empeñados en el combate, que duró
hasta que horrorizados los enemigos del incesante fuego clamaron pidiendo a
grandes voces misericordia. El comandante al oír esto, manda ya con toques de
corneta ya con desacompasados gritos que se suspenda el fuego, pero la gente no
obedece. En estas el padre Fray Lucas Domingo pide misericordia desde la cubierta
de una lancha y todo el furor se convirtió en clemencia”.
JOSÉ MARÍA CAYCEDO Y CUERO Y LAS TROPAS CALEÑAS
Las
tropas quiteñas ocuparon y saquearon la ciudad de Pasto sembrando el odio de
sus habitantes a la causa republicana; sus objetivos no eran solamente la
neutralización de las fuerzas coloniales que los amenazaban sino también la
anexión de esa provincia y los caudales sustraídos por Tacón de la ciudad de
Popayán.
Las
tropas de Cali, comandadas por José María Caycedo organizaron una expedición a
Pasto para rescatar la provincia de manos de los quiteños y recuperar los
valores que había tomado Tacón al salir de Popayán.
Los
patianos, aliados de los españoles, toman a Pasto mientras los patriotas se
dedican a inútiles desquites que enajenan la voluntad popular; el comandante
realista Juan Sámano captura al presidente Caicedo y Cuero y lo fusila, al
igual que a Alejandro Macaulay, un valiente norteamericano que se había puesto
al frente de las tropas republicanas..
Entre
1811 y 1813 se multiplicaron los desastres patriotas; acosados por los
españoles los republicanos instalan un gobierno provisional en Santander de
Quilichao. Juan Sámano reconquista a Popayán y sigue tras el comandante
Serviez, que derrotado en el combate de Palogordo, cerca de Cartago, se retira
por el camino del Quindío con rumbo a Ibagué.
LA CAMPAÑA DE NARIÑO
En el
norte de la Nueva Granada las provincias están divididas: Girón y Ocaña están
al lado de los españoles y el Socorro y Pamplona apoyan a los republicanos; los
patriotas controlan a Cartagena y las ciudades de Santa Marta y Riohacha son
realistas.
Como
Ocaña amenaza la estabilidad del gobierno de Cundinamarca, el presidente
Antonio Nariño envió al brigadier Antonio Baraya a someterla; pero el 25 de
mayo de 1812 Baraya se vuelve contra Nariño, desconoce la autoridad de
Cundinamarca y se une a las fuerzas del Congreso de Tunja, dejando a las
provincias de El Socorro y Pamplona a merced de la monarquía.
En
Venezuela los republicanos van de mal en peor; en enero de 1813 los españoles
avanzan desde Mérida y llegan a Piedecuesta en tanto Antonio Nariño contiene en
Bogotá la invasión del tránsfuga Baraya que con fuerzas del Congreso de Tunja
intenta someter a Cundinamarca.
Sámano
avanza por el sur. Para despejar esa amenaza Nariño organiza una expedición
contra los pastusos y patianos; el 16 de julio de 1813 el Congreso de
Cundinamarca declara la independencia absoluta de España e inviste al general
Nariño del comando de las tropas que abren campaña contra Sámano. El Precursor
renuncia al poder y emprende operaciones con el objetivo de recuperar la
provincia de Popayán en poder de los españoles. El 30 de diciembre de 1813
Nariño derrotó a Sámano en cercanías de Popayán y avanzó temerariamente hasta el
río Juanambú en cuyos riscos ribereños venció a los pastusos a un precio
altísimo, pues los realistas aniquilaron al batallón “Bravos del Socorro” y
diezmaron al batallón “Cazadores”.
Al
tiempo que Nariño salía de Santa Fe, desde Ibagué se movilizaba el coronel
Ignacio Rodríguez con 300 hombres y Antioquia enviaba al sur al coronel José
María Gutiérrez, alias “el Fogoso”, que ocupó el cantón de Supía y lo anexó a
la llamada República de Antioquia. En acto público “el Fogoso” ordenó jurar la
libertad e independencia absoluta, la sujeción de Supía a la República de
Antioquia y procedió a quemar en la plaza principal los retratos e insignias y
todo lo relacionado con el gobierno español.
Esta es
el Acta de Independencia de Supía, tomada del archivo municipal de dicha
población:
Noviembre 28 de 1813.
“ En la parroquia de la Vega de Supía a 28 de
noviembre de 1813 convocados y reunidos en la casa del señor cura y vicario de
ella los señores alcaldes y vecinos, oída la exposición del señor comandante en
jefe de la Expedición auxiliar del sur que por parte de la República les hizo
sobre los objetos de esta e intenciones generales de aquel Supremo Gobierno,
invitándoles a que se incorporen con los demás pueblos de esta República
durante la orfandad en que han quedado por la usurpación del enemigo que ha penetrado
en la capital y principales departamentos de la provincia de Popayán;
respondieron todos acordemente que se incorporaban en aquella República y
reconocieron aquel Gobierno (el de Antioquia) y al señor comandante de la
expedición como el Jefe Político y para simplificar este acto espontáneo y
libre disputaban a los ciudadanos Francisco Gervasio de Lemos, administrador de
correos y a Pedro José García, notario eclesiástico, para que a su nombre
prestasen el juramento de Fidelidad y Obediencia a la mencionada República de
Antioquia y firmasen de acuerdo como en efecto lo hacía ante señor Comandante
de la Expedición, firmando al efecto por ante el ayudante de ella como
secretario.
José María Gutiérrez
Francisco Gervasio de Lemos
Pedro García
Liborio Mejía— Secretario
Es fiel copia. Vega de Supía, nov 28 de 1813,
Liborio Mejía – Secretario.
Después
de anexar la Vega de Supía a la provincia de Antioquia, “el Fogoso” Gutiérrez
desalojó a los realistas que controlaban la población de Ansermanuevo, prendió
fuego a sus propiedades y persiguió a las guerrillas enemigas que merodeaban
por Cartago y Toro. El 8 de diciembre de 1813 “el Fogoso” Gutiérrez nombró en
Ansermanuevo un alcalde mayor con atribuciones de Juez de policía a nombre de la
República de Antioquia. El juez privó de la libertad a las personas sospechosas
o enemigas de la causa, entre ellas Vicente Luján, Joaquín, Julián y Pedro de
Otálvaro, al igual que la madre de estos últimos ciudadanos; también ordenó
aprisionar a Vicente Romero, Jorge Leal y Joaquín Penilla y embargar sus
propiedades, muebles y bienes.
“El
Fogoso” consolidó las posiciones patriotas en la frontera sur de Antioquia a la
vez que el presidente Juan del Corral reforzaba las defensas del paso de Bufú
sobre el rio Cauca. Al respecto el ingeniero Francisco José de Caldas envió la
siguiente nota refiriéndose a tales fortificaciones:
“…Creo, y no sin fundamento,
que hemos opuesto a los salteadores de España barreras más difíciles de vencer
que los muros de Babilonia. La naturaleza, ayudada del arte, ha hecho de Bufú
un fuerte inexpugnable, capaz de sostenerse con gloria por un puñado de
antioqueños republicanos libres, independientes, contra legiones de españoles
esclavos, viles, corrompidos y solo diestros en el arte de devastar sin
remordimientos.”
En abril
de 1816 don José Manuel Restrepo, en su éxodo hacia el sur cuando cayó
Antioquia en manos de los españoles, opinaba de otra manera respecto a las
defensas de Bufú:
“Desde mi subida (al Valle del
Cauca) había observado las fortificaciones que hizo en Bufú don Francisco
Caldas cuando en julio de 1813 ocupó la provincia de Popayán don Juan Sámano.
Tales fortificaciones costaron a la provincia 12 mil pesos. Ellas se creían
intomables, pero aunque yo no lo entiendo me parecieron miserables. Son
dominadas completamente por un cerrito que hay al lado de la Vega de Supía, de
donde con artillería podrían destruir los defensores del otro lado”.
En la
expedición al sur Antonio Nariño se adentró en tierra hostil, erizada de
dificultades logísticas, tácticas y personales. Triunfó en Cebollas y en
Tacines y el 14 de mayo de 1814 cayó prisionero de los realistas en los ejidos
de Pasto. En esa derrota tuvo que ver muchísimo la indisciplina de la tropa y
sobre todo la falta de apoyo de Rodríguez, alias Mosca, y de “el Fogoso”
Gutiérrez que estaban más interesados en la gloria personal y en los intereses
de sus provincias que en el bien general de la Nueva Granada.
La
derrota de Nariño abre las puertas de Popayán a las fuerzas del rey. Pese al
triunfo de los patriotas en el sitio de El Palo ya poco se puede hacer; la
patria agoniza, se extiende la reconquista española y el Valle del Cauca se ve
asediado en el sur por Juan Sámano y en el norte por Francisco Warleta.
Nariño
permaneció prisionero durante dos años en un estrecho calabozo de Lima,
posteriormente lo trasladaron a la Carraca de Cádiz donde estuvo cuatro años
desnudo y hambriento sin que se le permitiera saber de su familia y de su
patria.
El tres
de enero de 1816 se reunió en Ansermanuevo una Asamblea conformada por
representantes de Ansermaviejo, La Vega de Supía, Quiebralomo, La Montaña y
Ansermanuevo. Por Quiebralomo asistió José Antonio Luján, por la Montaña Judas
Tadeo González de la Penilla, por Ansermaviejo Manuel Ortiz, por Supía José
Antonio Canabal y por Ansermanuevo Vicente Luján y Agustín Ortiz.
Esta
Asamblea que desconocía los últimos descalabros republicanos dio poder a Fray
José Joaquín Escobar y al doctor Manuel Escobar para que la representaran en la
Junta de Diputados o Colegio Electoral que debía reunirse en Cali. Fray José
Joaquín Escobar fue reducido a prisión en su convento de Cali, se le envió a
una cárcel en Popayán, de allí a Bogotá y por último a Cádiz donde estuvo prisionero
hasta 1820 cuando un indulto le dio la libertad.
LA RECONQUISTA ESPAÑOLA
El 15 de
marzo de 1815 desembarca la expedición de Morillo en las costas venezolanas,
llegan más de 11.000 veteranos de las guerras napoleónicas dispuestos a
recuperar los dominios de Fernando VII. La enorme superioridad de los invasores
hace que los venezolanos entreguen las armas. Morillo indulta a los rebeldes,
incluso a Arismendi, un oficial patriota famoso por su crueldad. Una vez
controlada la situación en Venezuela empieza la campaña de la Nueva Granada y
Sámano emprende el ataque por la vía de Cúcuta
Los
samarios recibieron a los invasores bajo arcos de triunfo y Morillo colocó en
el pecho del cacique Mamatoco una de las más altas condecoraciones de la
monarquía española. El 18 de agosto los españoles empezaron el bloqueo de
Cartagena y el 5 de diciembre la situación llegó a tal extremo que una junta
militar decidió entregar el puerto a los atacantes.
En el
interior de la Nueva Granada la situación de los patriotas era calamitosa. Un
ejército realista bajo el mando de Sebastián de La Calzada se apoderó de la
provincia de Pamplona; el coronel García Rovira intentó detenerlo en las
trincheras del cerro Cachirí y allí el 21 de febrero de 1816 empezó a
consumarse el desastre de la patria nueva.
Los
realistas ocuparon la provincia de El Socorro, es entonces cuando los notables
criollos buscaron un entendimiento con Morillo aunque ninguno asumió una
responsabilidad que lo comprometiera con las autoridades españolas. Al fin el
médico José Fernández Madrid ocupó la presidencia e intentó gestionar la
capitulación de los restos de la República.
Fernández
Madrid con 300 combatientes tomó rumbo a Popayán en tanto el comandante Serviez
se dirigió a los llanos de Casanare con lo que quedaba de la tropa. La invasión
española cubrió todo el territorio granadino: Latorre avanzó por Ocaña, Julián
Bayer por el Chocó, Warleta se dirigió hacia Antioquia, Donato Ruiz siguió por
Honda y apoyó las operaciones de Sámano por el sur. Ante tales circunstancias
el comandante José María Cabal propuso la resistencia con guerrillas
desplegadas a lo largo y ancho del Valle del Cauca, pero la mayoría de los
oficiales prefirieron enfrentarse abiertamente a un enemigo superior en hombres
y en armamento.
EL DESASTRE DE LA CUCHILLA DEL TAMBO
El 29 de
julio de 1816, 770 combatientes patriotas enlutaron las banderas de su batallón
y al sonido lúgubre de los tambores destemplados se alistaron para hacer frente
a 1.400 realistas atrincherados en la Cuchilla del Tambo bajo las órdenes de
Juan Sámano.
Al igual
que en Cachirí, esta acción militar fue un sacrificio inútil. El comandante
José María Cabal intentó evitar ese despilfarro de vidas valiosas para la
patria pero una junta de oficiales lo releva y da el mando a Liborio Mejía.
Tres horas duró el desigual combate en las faldas de la Cuchilla del Tambo; los
republicanos se vieron rodeados por las tropas de Sámano y muy pocos pudieron
escapar del enemigo; en las estribaciones del Tambo quedaron los cadáveres de
250 patriotas mientras otros 300 cayeron en poder de las tropas enemigas. Con
esta derrota y la de Cachirí quedó liquidada la primera patria independiente y
terminó con dolor la etapa conocida como la “Patria Boba”.
Tras su
triunfo, los españoles fusilaron a los prisioneros más connotados: llevaron al
cadalso a José María Cabal y a Carlos Montufar; otros como Alejo Sabaraín, José
Hilario López y José Hilario Mora fueron enrolados en las tropas que apoyaban
la monarquía; lo que queda del pequeño ejército patriota llega a Popayán y
sigue por la vía a La Plata; el 10 de julio de 1816 se encuentran con las
fuerzas monárquicas de Tolrá y tras diez horas de combate son arrollados por
fuerzas superiores.
Warleta
ocupa a Supía y a Cartago, Sámano toma a Popayán y el Valle del Cauca. Parece,
entonces, que todo está consumado. El panorama para los republicanos era
desolador, se les persiguió como fieras, destruyeron sus propiedades los
martirizaron y fusilaron. Queda solo la esperanza de libertad en los llanos y
algunos puntos de la provincia de El Socorro.
GUERRILLAS PATRIOTAS EN EL VALLE DEL CAUCA
El
general Pablo Morillo conformó el Batallón Numancia con reclutas de Maracaibo,
Barquisimeto y Barinas. En la campaña de Venezuela este cuerpo se vio reducido
a la tercera parte y para cubrir las bajas se le agregaron numerosos
prisioneros de la Cuchilla de Tambo, entre quienes figuraba el capitán
venezolano José Hilario Mora a quien se obligó a servir de soldado raso.
El Numancia
pasó por Bogotá y en su viaje al Perú acampó por un tiempo en Cali, donde José
Hilario Mora, el marinillo Fabián Jiménez y treinta y cinco compañeros
sustrajeron armas, desertaron de las filas realistas y conformaron una
guerrilla patriota que acabó de apertrecharse en un asalto a la hacienda de
Ignacio Polanco, en el centro del Valle.
Los
objetivos de Mora eran claros: pretendía liberar a Tumaco, Iscuandé y Barbacoas
y con el auxilio de los corsarios ingleses que merodeaban por las costas del
Pacífico pretendía llevar la guerra a las tierras pastusas controladas por la
monarquía. Con ese propósito la columna guerrillera se adentró por las Juntas
del Tamaná, traspasó la cordillera occidental, llegó a Nóvita y ocupó la
población de Andagoya. Fue una travesía infernal en medio de la selva húmeda
llena de alimañas y navegando en canoas por los ríos Sipí, Tatamá y San Juan,
plagados de culebras y bichos ponzoñosos. En el poblado de Cimarrones se les
incorporó el alcalde del lugar y algunos voluntarios conocedores de la región
Los
guerrilleros continuaron por el San Juan, sorprendieron la pequeña guarnición
realista de Noanamá y con cien hombres bajo su mando, José Hilario Mora alcanzó
el puerto de Charambirá en la costa del océano Pacífico donde capturó un
bergantín y una falúa junto con sus tripulaciones y algún armamento.
Poco se
ha divulgado la travesía de los hombres de Mora por las ensenadas y manglares
del Pacífico; sin embargo, se sabe que las embarcaciones navegaron rumbo a
Buenaventura bordeando la línea de la playa. A medida que avanzaban, los
obstáculos se fueron multiplicando: faltaron raciones, varios combatientes
murieron a causa de las enfermedades, otros se marearon y los negros esclavos,
que constituían la tripulación del bergantín y la falúa, atemorizados ante una
aventura ajena y que nada les prometía, empezaron a huir protegidos por las
sombras de la noche para alcanzar las aldeas de pescadores dejando a Mora sin
pilotos ni conocedores de los intrincados laberintos playeros.
En la
madrugada del 23 de mayo de 1816 puñales asesinos troncharon la vida de José
Hilario Mora; se habla de un motín de la tripulación y también de una rebelión
de sus hombres, pero no hay documentos que confirmen el triste final del
comandante guerrillero ni la suerte de sus hombres. Son, pues, otros héroes
anónimos, olvidados en nuestra historia
Con la
muerte de José Hilario Mora y la desintegración de su guerrilla se eclipsó la
libertad en el litoral Pacífico. Hubo que esperar unos años hasta que los
chilenos con su fragata “La Rosa de los Andes” bajo el mando del almirante
Illingworth, volvieran a llevar la luz de la independencia a las playas
granadinas del mar de Balboa y el general Cancino retomara el control del
Chocó.
DESPUÉS DE LA BATALLA DE BOYACÁ
La crueldad
de la reconquista española y el clamor de los mártires templaron la resistencia
republicana. Los generales Santander y Páez organizaron la fuerza llanera que
bajo el comando de Bolívar retomó la ofensiva contra los invasores.
El 2 de
julio de 1819 la vanguardia llanera entra a la población de Socha y el 25 de
ese mes el triunfo en el Pantano de Vargas abre un nuevo compás de esperanza.
Al día siguiente de la batalla los granadinos recogen armas y caballos
abandonados por los realistas y con el apoyo de 800 labriegos de Duitama que se
unen a las filas patriotas se dirigen a Santa Fe de Bogotá.
Tunja ha
quedado en manos de los libertadores y al amanecer del siete de agosto de 1819
las tropas republicanas marcharon hacia la capital del virreinato con los
generales Santander y Anzoátegui a la vanguardia. A las dos de la tarde la
avanzada llegó al estrecho puente de Boyacá y se encontró con 2500 hombres de
infantería y 400 jinetes bajo el mando del comandante Barreiro.
La
victoria patriota abre las esquivas puertas de la libertad y después de Boyacá
un nuevo día ilumina los horizontes de la patria.
Al
conocer la fausta noticia del triunfo patriota en Boyacá los vallunos
refugiados en las montañas desde el año 1816, se alzaron en armas en contra de
los opresores. El gobernador Pedro Domínguez que estaba en Buga regresó a
Popayán con numerosos realistas que quisieron ponerse a salvo del inminente
ataque patriota. El coronel Juan María Álvarez le salió al paso en septiembre 2
de 1819 y en el sitio de El Guanábano, jurisdicción de Caloto, lo atacó y le
quitó la vida al igual que a numerosos españoles que lo acompañaban
El
comandante José Joaquín Hormaza organizó un cuerpo de milicias patriotas en
Toro mientras el general Joaquín Ricaurte, que había permanecido oculto en los
montes de la zona, ocupó a Cartago y atacó al mulato Simón Muñoz, un oficial
realista que había ensangrentado pueblos y veredas. Muñoz quiso ocultarse en el
Chocó pero Juan María Gómez, valiente combatiente por la libertad, lo hizo
volver sobre sus pasos para enfrentarse en Ansermanuevo con la fuerza del
antioqueño Custodio Gutiérrez, que apoyada por Francisco Pereira Martínez, dio
de baja a parte de los hombres de Simón Muñoz y le quitó víveres y provisiones
Después
de la batalla de Boyacá el comandante realista Sebastián de La Calzada abandonó
a Santa Fe y se dirigió a Popayán. Numerosos soldados de su división desertaron
y pasaron al campo patriota con armas y municiones. En tales condiciones,
Calzada solicitó auxilio a Quito y el general Aymerich, que gobernaba en esa
Capitanía, envió refuerzos al Valle del Cauca a someter a los insurgentes y
vengar la muerte del gobernador Domínguez.
Miguel
Rodríguez llegó al Valle desplegando bandera negra como señal de guerra a
muerte; la consigna era no perdonar ni dejar con vida a los rebeldes, pero las
guerrillas patriotas de Caloto, Cali, Palmira, Buga, Tuluá, Cartago, Toro,
Anserma y Supía lo hostilizaron en todas formas, cortando sus comunicaciones,
privándole de alimentos y auxilios y aislándolo de Calzada y los auxilios de
Quito.
Después
de varias escaramuzas Miguel Rodríguez acampó en la casa de la hacienda San
Juanito cercana a Buga y allí se fortificó para esperar el ataque de los
patriotas.
EL COMBATE DE SAN JUANITO
Antonio
Ricaurte picó la retaguardia del regimiento “Húsares del rey” comandado por
Miguel Rodríguez, lo obligó a retroceder hacia el río Sonso y lo hostigó hasta
arrinconarlo en los llanos de la hacienda “San Juanito”, donde 350 realistas parapetados
en las trincheras cavadas en el patio y protegidos por los muros de la casona,
se preparaban a resistir hasta la muerte.
El 28 de
septiembre de 1819, al filo del mediodía, avanzaron 700 jinetes, 200 lanceros y
100 fusileros patriotas hasta las posiciones enemigas. Los profundos fangales y
el fuego nutrido de los defensores impidieron el avance de la caballería. El
inglés Runnel, con una patrulla republicana llegó hasta el trapiche cercano a
la edificación principal y allí se detuvo, pues era imposible continuar ante la
lluvia de metralla. De improviso dos combatientes armados con lanzas de
cañamenuda y con hachones encendidos, se aventuraron en medio del plomo: eran
la esclava María Antonia Ruiz, vestida de hombre, y Joaquín Bermúdez, que sin
importarles el peligro se acercaron a los ranchos pajizos que rodeaban el
edificio y les prendieron fuego haciendo salir a campo abierto a los defensores
realistas.
A las seis de la tarde el coronel Rodríguez
enarboló bandera negra en señal de guerra a muerte y esperó estoicamente la
última carga valluna, pues era imposible la retirada e imposible la victoria
española. El general Joaquín Ricaurte izó bandera blanca para ofrecer paz
honorable a los corajudos defensores de San Juanito y al caer la noche los
realistas entregaron las armas con la promesa de una amnistía.
Días
después los republicanos mancharon de ignominia los escaños de Cartago, cuando
el comandante Custodio Gutiérrez fusiló a los vencidos, faltando a la palabra
empeñada de perdonarles la vida a cambio de su rendición y entrega de las
armas.
CÓRDOVA Y LA INDEPENDENCIA DE ANTIOQUIA
El
Libertador Simón Bolívar invistió al joven coronel José María Córdova de
amplísimas facultades para invadir la provincia de Antioquia, rescatarla del
dominio español y gobernarla de acuerdo con las leyes republicanas.
El 25 de
agosto de 1819 Córdova desembarcó en el puerto de Nare; cinco días más tarde se
hallaba en Medellín al frente de 300 soldados. Mandaba en Medellín el jefe
realista Carlos Tolrá respaldado por 300 veteranos. Al conocer el avance de
Córdova no lo esperó y con su tropa y algunos civiles temerosos de las
represalias, tomó el rumbo a Nechí pasando por Yolombó y por Cancán.
El 31 de
agosto a las cuatro de la mañana entró Córdova a Medellín con 63 hombres
cansados, hambrientos y enfermos. Amigo de las fiestas y las muchachas José
María Córdova con apenas 20 años de edad gozó de la parranda de Navidad y el 28
de diciembre se cayó del caballo en una corrida de toros en Rionegro. Quedó
como muerto durante varios días. Al fin volvió en sí pero loco, diciendo mil
disparates. A los quince días recobró el juicio y de nuevo, aunque maltrecho,
en una silla de manos retomó el mando de sus hombres y se preparó para atacar a
Warleta que amenazaba la región por la frontera norte.
El 4 de
febrero de 1820 Córdova llegó a Santa Rosa donde estuvo atento hasta el día 10
de ese mes cuando marcha al sitio de La Culebra y allí pernocta con su gente.
Ese día establece combate con el enemigo en el Alto de Pajarito y allí le causa
más de treinta bajas a los realistas. Pasan la noche en Campamento y madrugan a
combatir las tropas realistas que se han hecho fuertes en el alto de Chorros
Blancos.
EL COMBATE DE CHORROS BLANCOS
Chorros
Blancos fueron dos tiroteos entre españoles y republicanos a lo largo del 12 de
febrero de 1820, pero esta acción de armas tuvo gran importancia porque impidió
la conformación de un corredor entre Popayán y Cartagena que permitiría el paso
de tropas realistas de Quito hasta la costa Atlántica.
El día
12 la división republicana avanzó hacia las posiciones de Warleta en lo alto
del cerro. La vanguardia patriota llegó hasta la mitad de la loma, pero debió
retroceder ante el empuje enemigo y la necesidad de conservar algunas
posiciones. Al atardecer se presentó otra escaramuza: la tropa de Warleta se
retiró al punto de Mortiñal y cesó el combate al caer la noche.
Al
amanecer del día trece de febrero, Córdova se dispuso al ataque y encontró el
campo desierto, pues en las horas de la noche los españoles salieron de
Mortiñal y se dirigieron a Cáceres.La segunda compañía salió tras Warleta, pero
a los dos días desistió de la persecución debido a lo fragoso del camino.
Con la
provincia libre de españoles, el comandante Córdova pudo emprender la
liberación de la costa Atlántica porque el combate de San Juanito en el sur y
los tiroteos de Chorros Blancos en Yarumal afianzaron las posiciones patriotas
e impidieron que se conectaran las tropas realistas de Quito, Pasto y el Perú
con las provincias realistas de Cartagena y Santa Marta.
EL PADRE REMIGIO ANTONIO CAÑARTE Y LAS GUERRILLAS
PATRIOTAS
Cuando el
sacerdote Remigio Antonio Cañarte celebró la primera misa en la pequeña capilla
de Cartagoviejo, tenía entonces unos setenta años de edad, que en ese tiempo
marcaban el declive inexorable de la existencia. Estaba, por tanto, más cerca a
la mecedora y al chocolate parveado que de los afanes de sus inquietos
feligreses.
Cañarte
era un cura llano apegado a los bienes materiales, como se deduce de su
testamento, pero contaba, eso sí, con un gran reconocimiento social por su
dignidad y por pertenecer a notables y antiguas familias cartagüeñas.
Nada se sabe de los primeros años de Remigio
Antonio, ni cómo el Altísimo tocó su corazón para hacerlo sacerdote; y poco se
conoce sobre la cruenta etapa en los campamentos realistas y patriotas durante
la lucha por nuestra independencia; sin embargo es posible acercarse a su vida
de soldado al repasar las páginas de la historia de Casanare:
En la
década de 1810 a 1820 la provincia de Casanare se convirtió en el centro de las
guerrillas patriotas cuyas acciones culminaron en la campaña de 1819.
Los
comuneros habían abonado el camino libertario en la provincia y el sacrificio
de Vicente Cadena y de José María Rosillo galvanizó el espíritu de los llaneros
que hicieron frente a la dominación española bajo las banderas de Ramón Nonato
Pérez, Juan Nepomuceno Moreno, Juan Molina, Manuel Ortega, Juan Galea, Miguel
Guerrero, Francisco Rodríguez, Fray Ignacio Mariño y Francisco Olmedilla.
Después
del desembarco de Pablo Morillo en Santa Marta el 26 de julio de 1815, el
coronel Sebastián de La Calzada invadió a Casanare con 3000 hombres de
infantería, 500 jinetes y dos piezas de artillería con el objetivo de acabar
con ese reducto patriota. El 31 de octubre de 1815 el comandante Joaquín
Ricaurte, al frente de guerrilleros llaneros y de tropas llegadas del Socorro,
chocó con el enemigo en Chire e hizo retroceder a Sebastián de La Calzada al
piedemonte cordillerano causándole 200 bajas, la pérdida de 800 caballos y
mulas y de gran parte del armamento
Mientras
se luchaba en Casanare, en el sur del país y en El Socorro, las tropas de
Morillo ocuparon el resto de la Nueva Granada con cuatro columnas que marcharon
como una tromba asesina. Una de esas columnas remontó el río Atrato y bajo el
mando del coronel Julián Bayer arrasó las defensas patriotas en la
desembocadura del río Murrí y venció a los insurgentes en el Arrastradero de
San Pablo. Una avanzada dirigida por el coronel Antonio Pla tomó el puerto de
Buenaventura y continuó hacia el Valle del Cauca dejando una huella de venganza
y desolación.
En
Cartago el coronel Antonio Pla incorporó numerosos reclutas a sus filas; unos
deslumbrados por el poder español y otros, como Remigio Antonio Cañarte,
obligados a marchar bajo las banderas del rey.
La fuerza
de Antonio Pla atravesó el Quindío, remontó la cordillera y en Santa Fe de
Bogotá se unió a la tropa del teniente coronel Julián Bayer, para continuar
hacia los llanos orientales donde se estaban reagrupando los llaneros con
numerosos emigrados de Venezuela y de la Nueva Granada.
Los
patriotas atacaban, picaban y se retiraban sin presentar combate a campo
abierto y dejaban al enemigo sin recursos, pues las comunidades abandonaban las
poblaciones y escondían las cosechas. Fue una guerra de escaramuzas en una
tierra hostil y letal para los españoles; una guerra salvaje, de exterminio,
sin tregua ni misericordia con los vencidos, donde la infantería solo podía
utilizar las armas de fuego en los veranos, pues en época de lluvia quedaban
inutilizadas por el agua.
En el año
1916 en una de las tantas emboscadas patriotas, los rebeldes capturaron al
teniente coronel Julián Bayer y lo ejecutaron junto con otros compañeros. En
represalia los realistas anegaron en sangre los campos de Pore, donde
asesinaron a numerosos llaneros, entre ellos a Justa Estepa, una de las “Polas”
granadinas.
Al
empezar el año 1817, nuevas tropas coloniales comandadas por el general
Barreiro, se descolgaron hasta la base de de la cordillera con la intención de
acabar de una vez por todas con la resistencia en el Casanare. Esta vez
Barreiro se apodera del piedemonte llanero, pero las guerrillas contraatacan y
desalojan al enemigo en La Salina, en la aldea de Sácama y en la población de
Pore.
Los
patriotas llevan la ventaja con sus animales acostumbrados a los malos pastos,
a cruzar los pantanos y a los enjambres de bichos; en cambio los caballos de
los realistas, que vienen de la cordillera, mueren de hambre en los esteros, se
les pudren los cascos y no aguantan las picaduras de las nubes de insectos.
Además, mientras los llaneros se sostienen con carne salada, los realistas no
encontraban qué comer, pues el ganado salvaje empitona sus bestias y sus
jinetes.
En una de
las tantas escaramuzas, Remigio Antonio Cañarte desertó de las filas realistas
y se unió a la guerrilla de Ramón Nonato Pérez, un jayán nacido en Casanare,
hecho hombre domando potros salvajes, manejando novillos fieros, desafiando las
inclemencias del tiempo y odiando de muerte a los españoles.
La lanza
de Ramón Nonato se tiñó de sangre en Aragua, en Arauca, en Guasdualito, en
Ariporo y en la Fundación de Upía, donde avanzando tres días entre los
pajonales, sorprendió a los realistas que habían arrasado la aldea de Zapatosa
y acabó con todos ellos. Los llaneros atacaban sin descanso, en forma tal que
el “Pacificador” Pablo Morillo comunicó al rey Fernando VII: “Catorce cargas consecutivas sobre mis
cansados batallones, me hicieron ver que aquellos hombres no eran una gavilla
de cobardes como me habían informado, sino tropas organizadas que podían
competir con las mejores de su Majestad el Rey”.
Con el
dominio pleno en Casanare, Bolívar reúne las partidas irregulares bajo el mando
de Santander y avanza hacia el altiplano bogotano. Atrás quedaba una época y
empezaba una era donde no encajaba Ramón Nonato. Ante la indisciplina y los
abusos, el Libertador lo llevó a un consejo de guerra, que nada hizo para
reprimir a Ramón Nonato, pues nadie se atrevía a desafiarlo. Por ironías de la
vida un caballo cerrero causó la muerte del valeroso llanero y le privó de los
laureles en el Pantano de Vargas y en Boyacá.
Una vez
integradas las guerrillas bajo el mando de Santander, Remigio Antonio Cañarte
junto con los hombres que seguían al centauro casanareño trasmontaron la
cordillera y llegaron a la fría sabana de Bogotá. Aquí se pierde la huella de
Remigio Antonio Cañarte hasta que regresa a su tierra, recibe las órdenes
sacerdotales de mano del Obispo de Popayán Salvador Jiménez de Enciso y ejerce
su misión pastoral en el norte de la provincia de Popayán.
Cañarte
aparece enfundado en la sotana de un sacerdote en la Zaragoza del Valle del
Cauca y después en la población de Cartago. Las crónicas de su época consignan
su amistad con el prócer Francisco Pereira Martínez y cómo asistió
espiritualmente a Salvador Córdoba y sus amigos cuando fueron vilmente
ejecutados por orden de Mosquera en la guerra de 1840.
Remigio
Antonio Cañarte pasó a nuestra historia con la celebración de la primera misa
en la capilla construida por los colonos en Cartagoviejo. No fue el fundador de
la aldea como aseguraron por mucho tiempo, pero aunque no lo haya sido, la
tradición y la leyenda se han encargado de entronizar en el corazón pereirano a
este personaje nacido el 21 de marzo de 1790 en Cartago y fallecido en Pereira
el 29 de octubre de 1878.
LAS GUERRILLAS REALISTAS EN EL NORTE CAUCANO
En el
sitio de Juntas el coronel antioqueño Juan María Gómez taponó el paso al
realista Simón Muñoz quien se había unido a Calzada en la ofensiva que
iniciaron los españoles en el sur con la intención de comunicar la provincia de
Popayán con la de Santa Marta.
Las
hostilidades continuaron después de la batalla de Boyacá y de los combates de
San Juanito y Chorros Blancos y las guerrillas realistas intensificaron sus
operaciones en el norte de la provincia de Popayán.
En
noviembre de 1819 una partida española dirigida por el capitán Hermenegildo
Mendiguren atacó a Riosucio, saqueó la casa del padre Bonifacio Bonafont y
destruyó los archivos parroquiales. Así narra los hechos el sacerdote patriota:
“Habiéndose apoderado de mi casa los
soldados españoles que condujo el capitán Ermenegildo Mendiguren a esta
parroquia y saqueado mi casa y despedazado mis trastos, rotas las cerraduras
fueron presas los libros parroquiales que se hallaron en varias partes…”
Ante
estas circunstancias el Jefe político y militar de Cartago, Francisco Pereira
Martínez ordenó al capitán Custodio Gutiérrez que desalojara a los realistas
que ocupaban a Riosucio. Una partida republicana marchó hasta dicha población y
tras un breve combate retomó la zona de Riosucio, como lo informa el comandante
Custodio Gutiérrez al vicepresidente Santander el 5 de diciembre de 1819:
“Excelentísimo Señor:
Tengo la
satisfacción de comunicar a V.E. haber dado libertad a los pueblos de Riosucio
y la Vega de Supía, dejando arregladas las postas y correos y completamente
abierta la comunicación de este valle con Antioquia.
En esta
jornada ha conseguido la República la ventaja de haber hecho prisioneros a 50
soldados, otros tantos fusiles y cartucheras, 30 bayonetas, 500 cartuchos, 50
piedras de chispa, dos tambores y una caja de guerra de metal muy buena. Entre
los soldados se encuentra un tambor, dos sargentos, un cabo y cuatro soldados
españoles. También cogí en los montes y armado, al cura del pueblo Doctor Ramón
Bueno quien protegía estos tiranos y que por su causa escaparon: un capitán,
dos subtenientes y dos soldados españoles que hasta ahora se ignora dónde
están…”
Francisco
Pereira envió preso a Bogotá al sacerdote Bueno y en la capital se obró el
milagro, ya que el cura se convirtió en amigo de Santander y de recalcitrante
realista pasó a ser fervoroso patriota. Mendiguren escapó de la redada en
Riosucio con el jefe español Castelar y el criollo Jerónimo Ortiz. En su
retirada los hombres de Mendiguren sorprendieron en la aldea de Tachiguí a un grupo
patriota proveniente de El Chocó y dieron de baja a un oficial y cuatro
soldados republicanos. Días más tarde Mendiguren atacó en cercanías de la
población de Toro y desde entonces sus huellas se pierden en el tiempo.
La
guerra continuó en la región: el 28 de febrero de 1820, veinticinco soldados
realistas sorprendieron un puesto patriota en Quiebralomo y en marzo una
avanzada española ocupó nuevamente la población de Riosucio. Desde la aldea de
Arma, en territorio antioqueño, salió una avanzada patriota dirigida por el
capitán Robledo que llegó hasta el Ingrumá, desalojó a los realistas y recuperó
a Riosucio.
Entre
tanto, 500 veteranos del batallón “Voluntarios de Aragón” se suman en Quito al
batallón “Andes” y con estos refuerzos Calzada reconquista a Popayán y continua
hacia el Valle del Cauca con el propósito de apoyar a Warleta en sus
operaciones en Antioquia. Calzada llegó a Cartago a principios de febrero de
1820 y desde allí despachó 200 hombres a Supía, pero cuando Calzada se enteró
de la derrota de Warleta en Chorros Blancos, retrocedió hacia Quito.
La
correría de los realistas por el Valle fue abominable, en sus “Apuntamientos
para la historia” José María Obando cuenta lo siguiente: “Calzada marchó hasta
Cartago en donde se le incorporó el coronel Simón Muñoz, que se había mantenido
oculto en las montañas. Contramarchó por la vía a Cali y destinó una fuerza a
órdenes del dicho Muñoz, para que recorriendo la banda oriental del río Cauca
remitiera ganados y víveres a la plaza de Popayán donde iba a ser el cuartel
general. Mi compañía tuvo la desgracia de ser una de las destinadas para formar
esa fuerza y yo el tormento de servir a órdenes inmediatas de ese Muñoz, hombre
execrable por sus excesos. Frecuentemente tenía el trabajo de estarle quitando
las ocasiones de asesinar, ya que por ser su inferior no podía quitarle las de
robar. “
Ante la
enconada resistencia de la gente del sur, el general Pedro León Torres optó por
conquistar con halagos y prebendas a los amigos del rey. Así logró atraer al
mulato Simón Muñoz, que hecho a un lado por los jefes realistas por sus
innumerables crímenes, vio la conveniencia de pasarse a las filas de los
patriotas. El 14 de julio de 1821 Muñoz cayó en poder de sus antiguos camaradas
en una emboscada tendida en Quilcasé y los realistas lo mataron a garrotazos.
LA GUERRA EN POPAYÁN
La
ciudad de Popayán fue un centro de operaciones de uno y otro bando en la guerra
de la independencia. No fueron muchas las acciones desarrolladas en sus calles,
pero allí se abastecieron realistas y republicanos en las campañas emprendidas
sobre los territorios del sur y en la zona del Valle del Cauca.
La
opinión y el respaldo de Popayán variaron de acuerdo con las circunstancias. Al
principio Popayán apoyó la independencia pero hubo épocas en que aplaudió y
respaldó a los amigos de la monarquía.
A
continuación se presenta a grandes rasgos la evolución de los acontecimientos
en Popayán:
·
Marzo 28
de 1811. Baraya, con tropas de Cundinamarca y las ciudades
confederadas del Valle del Cauca, vence a Miguel Tacón en el combate del Bajo
Palacé.
·
Abril de
1811. Guerrillas de patianos e indígenas de Pasto amenazan al
gobierno republicano.
·
Año
1812. Durante ese tiempo trescientos republicanos bajo el
mando de José María Cabal defienden la ciudad de Popayán.
·
Abril 26
de 1812. Antonio Tenorio comanda un ataque pastuso sobre la
ciudad. El norteamericano Alejandro Macaulay asume la defensa de Popayán y
contiene al enemigo.
·
Agosto
22 de 1812. La Junta de Popayán se traslada a Quilichao ante el
acoso de los realistas. Al día siguiente los patianos ocupan la población.
·
Diciembre
30 de 1813. Combate del Alto Palacé. Tropas de Sámano chocan con
tropas de José María Cabal. Los realistas se retiran hacia Popayán perseguidos
por los patriotas que el 31 de ese mes ocupan la ciudad. Sámano le pone fuego
al parque del cuartel ubicado en la plaza con daño de varias edificaciones y la
muerte de 15 personas.
·
Marzo 14
de 1814. Se reúne en Popayán el Colegio Constituyente y en mayo
se expide la Constitución de la provincia caucana.
·
Fines de
1814. Nariño ocupa a Popayán, en poder de los realistas desde
hacía siete meses. La ciudad está desierta, El Precursor no encuentra apoyo ni
alimentos.
·
Julio 5
de 1815. Tras el triunfo en el combate de El Palo, José María
Cabal recupera la ciudad de Popayán.
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En julio
de 1816. Los españoles ocupan nuevamente la ciudad y el 16 de
agosto fusilan a José María Cabal, último presidente de las ciudades
confederadas del Valle del Cauca.
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Octubre
7 de 1819. Calzada abandona a Popayán, sigue hacia Pasto y lleva
consigo al obispo Salvador Jiménez y a numerosos ciudadanos realistas de la
ciudad.
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Octubre
23 de 1819. El coronel Paris con tropas patriotas ocupa a Popayán.
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Enero 26
de 1822. Bolívar entra a la ciudad.
LA PROVINCIA DEL CAUCA
Por
decreto del 11 de marzo de 1820, el Libertador creó la provincia del Cauca con
capital en Cali, en reconocimiento por los valiosos servicios a la libertad y
nombra al coronel José Concha como primer gobernador. Entre las ejecutorias de
Concha está la regularización de las partidas patriotas que ensombrecían la
causa debido a sus desmanes, organizó la administración, sometió al inglés
Runnel, que con sus negros alzados, cometía todo tipo de atropellos y acabó con
los merodeadores que infestaban los caminos.
La
situación de los pueblos del Valle del Cauca era lamentable en todos los
sentidos, las comunidades estaban arruinadas y la guerra prolongada había roto
todos los resortes morales. Para someter a Pasto y liberar a Quito se exigieron
nuevas contribuciones como se ve en las disposiciones de Bolívar a los
habitantes de Cali, Buga, Cartago, Toro y Caloto donde se solicita el
reclutamiento de varones entre los 15 y los 40 años, serán solteros, dice la
disposición, pero si se ocultasen se arrestarán las familias y los padres y
parientes se remitirán con los demás reclutas.
Además
de lo anterior, se tomarán 50 esclavos en cada localidad, los que serán pagados
con los fondos de las municipalidades, y para que no se burlen las exigencias,
Bolívar ordena que a los remisos, infractores y negligentes se les pase por las
armas…
LAS OPERACIONES MILITARES EN EL SUR
El 20 de
marzo de 1822 Bolívar cruzó el río Mayo y siguió por Taminango hacia el río
Juanambú; después de largas marchas el ejército libertador acampó el 6 de abril
en la hacienda Consacá. Al enterarse de tal movimiento el jefe español Basilio
García movió su tropa y se situó en el inexpugnable sitio de Cariaco, en la
falda del volcán de Pasto, tan escarpada que los soldados patriotas para
avanzar tenían que clavar la bayoneta en el lodo.
El 7 de abril se trabó la batalla que por las
bajas fue una de las más sangrientas de la independencia. Eran las diez de la
mañana; los batallones Bogotá y Vargas se estrellaron contra el enemigo y
cayeron heridos todos los jefes de la División, teniendo que remplazarse con
oficiales inferiores. Al atardecer, el Batallón Bogotá había quedado reducido a
74 soldados, el Vargas a menos de setenta y el Batallón Vencedor estaba
diezmado.
Se
combatió todo el día y entrada la noche el abanderado Domingo Delgado del
Batallón Rifles clavó en lo más alto la bandera republicana. El Libertador
quedó dueño del campo y de la artillería pero tuvo que derramar mucha sangre y
hacinar cadáveres sobre cadáveres. El jefe español devolvió al día siguiente
las banderas de los batallones Bogotá y Vargas. “Yo no quiero conservar un
trofeo—dijo— que empaña las glorias de dos batallones, de los cuales se puede
decir, que si fue fácil destruirlos, ha sido imposible vencerlos.”.
Este
combate de Cariaco o de Bomboná fue una victoria pírrica, fue un derroche
inútil de vidas y recursos patriotas, fue para muchos un error militar y un
desprecio tenaz de Simón Bolívar por la vida de sus hombres.
Muchos
días estuvo Bolívar privado de contactos con Bogotá, al fin recibió auxilios en
hombres, armas y dinero y entonces intimó la rendición del coronel García quien
al conocer la derrota española en Pichincha y la victoria de Sucre en Quito
aceptó la capitulación, pero el pueblo de Pasto se opuso al pacto. Pese a todo
el Libertador entró a Pasto el 8 de junio de 1822 a la cabeza de sus
batallones. La oficialidad y las tropas de realistas y patriotas hicieron calle
de honor, a la entrada de la iglesia mayor esperaba el obispo Jiménez, los
coros y los eclesiásticos entonaron el Te Deum ante un auditorio poseído por
las más encontradas emociones. Cinco meses estuvo Pasto bajo el gobierno
republicano hasta que los guerrilleros Benito Boves y Agustín Agualongo retomaron
la localidad y pusieron en fuga a las tropas republicanas.
Los
pastusos fueron los más fieles y corajudos defensores de la monarquía española;
lucharon solos, muchas veces sin más armas que lanzas y piedras, sostenidos por
la fe que les inspiraba su generala, la Virgen de las Mercedes. Eran
combatientes excepcionales: no aceptaban la vida de cuartel, el adiestramiento
militar ni el uso de uniforme; guardaban las armas en sus moradas y se
congregaban para hacer frente al enemigo cuando las campanas tocaban a rebato.
Los milicianos pastusos se agrupaban en compañías por familias, por veredas o
por oficios y seguían solamente a sus capitanes, sin ligarse a mandatos
superiores. Detrás de los combatientes iban las mujeres y los muchachos con la
comida, la chicha y el aguardiente. Al terminar el combate retornaban a sus
hogares sin obedecer más voces de mando.
Agustín
Agualongo fue un indígena pastuso cuyo valor legendario lo convirtió en el
enemigo más notable y letal de los republicanos. Agualongo derrotó a las tropas
de Sucre el 24 de noviembre de 1822 en el sitio de Taindala y lo obligó a
regresar a Túquerres a esperar el apoyo de Simón Bolívar quien, por ese
entonces, se encontraba en Quito. A mediados de diciembre llegaron los batallones
patriotas Vargas, Bogotá y Milicias Quiteñas a reforzar al batallón Rifles, a
los Escuadrones de Guías de Cazadores y los Dragones de la Guardia, acantonados
en Túquerres. Tales batallones con algo más de 3.500 hombres provistos de las
mejores armas de la época, con caballería y cañones de alto alcance avanzan
hacia Pasto en plena festividad de la novena de Navidad. La preocupación en
Pasto era grande, carecían de armamento, han sido duramente golpeados por los
republicanos y poco podían hacer ante el poderío militar de Sucre, quien no
olvida la derrota a manos de Agualongo en Taindala y en el arenal de Huachi,
cerca de Cuenca.
Ante el
avance republicano los pastusos replegaron sus fuerzas hasta el Guáitara para
frenar al invasor. Pasto no cuenta con un ejército regular, es la población
civil la que se organiza en milicias para afrontar una vez más la defensa de la
martirizada ciudad que tiempo atrás hizo frente a los quiteños, a las tropas de
las Ciudades Confederadas del Valle del Cauca y a las tropas del general
Antonio Nariño.
El
batallón Rifles, integrado por mercenarios irlandeses, solicitó como favor
especial a Sucre les permitiera ser la avanzada para tomarse a Pasto. Se
combatió en las riveras del Guáitara, los muertos flotaban y la corriente los
arrastraba hacia el océano. Los patriotas avanzaban... Yacuanquer, El Cebadal,
El Tambor, Caballo Rucio, la Piedra Pintada, los campos de Catambuco, van
quedando atrás; la resistencia de la gente de Pasto no mermaba, retrocedían
ante el empuje de la gente de Sucre y en la colina de Santiago esperaron al
enemigo.
En la
madrugada del 24 de diciembre de 1822 el batallón Rifles avanzó despiadado. No
se detuvo ante nada ni ante nadie. Un pequeño grupo de mujeres sostuvieron en
sus hombros la imagen del Apóstol Santiago que cayó destrozado por las balas de
los invasores. Calles y plazas se cubrieron de humo, la pólvora hizo estragos,
se escuchaba el ruido pavoroso del cargue y descargue de fusiles y se oía el
choque de las espadas, las bayonetas, los machetes y los puñales que iban
dejando un reguero de hombres, mujeres y niños que heridos, son rematados a
culetazos por las tropas de Sucre.
La
población civil buscó refugio en los templos, capillas y conventos pero los
soldados republicanos, de infantería y caballería, nada respetaban: a bayoneta
calada o con cuanta arma tenían en su mano, arremetieron cual fiera sobre su
presa. Tumbaron las puertas de las casas, entraron por las ventanas, robaron lo
que encontraban, violaron a las mujeres sin importar su edad o las mataban al
encontrar resistencia.
El
historiador Sergio Elías Ortiz, dice al respecto: “No se perdonó a las mujeres, ni a los ancianos, ni a los niños, aunque
muchos se habían refugiado en los templos En el de San Francisco, Joya de arte
colonial por sus altares y por la riqueza de sus paramentos, los Dragones
penetraron a caballo y cometieron los más horribles excesos en las mujeres que
allí se habían acogido…La Noche Buena de ese año fue para los pastusos una
negra noche de amarguras. Una Navidad sangrienta, llena de gritos de
desesperación, de ayes de moribundos, de voces infernales de la soldadesca
entregada a sus más brutales pasiones…”
El
general José María Obando se refiere a esa Navidad que enloda la gloria de la
independencia, como la enlodó la guerra a muerte y los asesinatos de
centenares, o miles de inocentes seguidores de la monarquía:
"No
se sabe cómo pudo caber en un hombre tan moral, humano e ilustrado como el
general Sucre la medida, altamente impolítica y sobremanera cruel de entregar
aquella ciudad a muchos días de saqueo, de asesinatos y de cuanta iniquidad es
capaz la licencia armada; las puertas de los domicilios se abrían con la
explosión de los fusiles para matar al propietario, al padre, a la esposa, al
hermano y hacerse dueño el brutal soldado de las propiedades, de las hijas, de
las hermanas, de las esposas; hubo madre que en su despecho, salióse a la calle
llevando a su hija de la mano para entregarla a un soldado blanco antes de que
otro negro dispusiese de su inocencia; los templos llenos de depósitos y de
refugiados fueron también asaltados y saqueados; la decencia se resiste a
referir por menor tantos actos de inmoralidad...".
La
responsabilidad material de la masacre es de Sucre, pero fue Simón Bolívar
quien expresó que había que acabar con los pastusos, el Libertador llegó a
Pasto el 2 de enero de 1818 y no hizo ningún reproche a Sucre, todo lo
contrario, procedió a imponer condecoraciones a los altos mandos. En cuanto a
Sucre, nada dice el general venezolano respecto al sangriento acontecimiento
que acabó con la décima parte de la población de Pasto.
A pesar
de los destrozos, a pesar de los embates patriotas, el 18 de agosto de 1823,
Agualongo, distinguido como Mariscal de los Ejércitos del Rey, retomó a Pasto.
Tropas republicanas bajo el mando del general Mires y fuerzas dirigidas por
Córdova intentaron desalojar a Agualongo, pero tuvieron que retroceder hasta
más allá del Juanambú debido a la enconada resistencia de pastusos y patianos.
En
diciembre de 1823 el general Flórez avanzó desde Quito y Agualongo se vio
precisado a salir de Pasto y refugiarse en las cercanías. El 3 de enero de 1824
Agualongo trató de tomar a Pasto; este fue el último intento por recuperar su
ciudad.
EL COMBATE DE BARBACOAS
El puerto
estaba defendido por 120 soldados al mando de Manuel Ortiz Zamora quien ante el
temor de un ataque de Agualongo se vio apoyado por el teniente coronel Tomás
Cipriano de Mosquera. El 30 de mayo de 1824 Agualongo se aproximó a la
población y empezó el tiroteo. Una bala destrozó la mandíbula de Mosquera quien
no obstante la gravedad de sus heridas continuó luchando al frente de sus
hombres.
En medio
del combate empezaron a arder las casuchas de madera y paja de Barbacoas;
arreció el empuje patriota y cuando empezaron a faltar municiones, Agualongo
desistió del ataque y con su gente repasó el río Telembí y se perdió entre la
selva. El combate de Barbacoas, aunque fue una limitada operación militar tuvo
importantes connotaciones tácticas pues acabó con la capacidad militar de
Agualongo, eliminó la infiltración realista por la costa del Pacífico y dio
prestigio a Mosquera cuya carrera fue en ascenso hasta convertirse en uno de
los mayores caudillos de la historia colombiana.
Tras
varias escaramuzas, Agustín Agualongo cayó en poder de Obando; en el patíbulo
no permitió que le taparan los ojos pues quería morir de cara al sol, mirando
la muerte de frente. ¡Viva el rey!, fue su último grito de lealtad y de guerra.
EN LAS AGUAS DEL PACÍFICO
Entre los
episodios poco divulgados de la historia colombiana está la campaña de la nave
corsaria “Rosa de los Andes”, que con bandera chilena y bajo el mando del
oficial inglés John Illingworth, combatió a los españoles en la costa granadina
del Océano Pacífico.
John
Illingworth inició la carrera militar como grumete y en la guerra de 1812 entre
Inglaterra y Francia se distinguió por su valentía. Las fuerzas unidas de Chile
y Argentina adquirieron la corbeta “Rose” que bajo el mando de Illingworth tocó
costas americanas en el año 1818 para convertirse en el buque corsario “La Rosa
de los Andes” que recorrió la costa del Pacífico convirtiéndose en una pesadilla
para la Armada española
El 25 de
abril de 1819 “La Rosa de los Andes” zarpó de Valparaíso armada con 36 cañones
y con 550 voluntarios, la mitad chilenos y el resto de varias nacionalidades.
Bajo el mando de Illingworth el buque emprendió un viaje sin regreso plantando
la libertad en los puertos y estuarios del virreinato de la Nueva Granada.
Con “La
Rosa de los Andes” empezó la historia de la Armada chilena: la nave corsaria
trabó combate en el norte del golfo de Guayaquil con la fragata española
“Piedad” que casi echa a pique a la corbeta patriota. Con graves destrozos “La
Rosa de los Andes” tomó rumbo hacia el archipiélago de “Galápagos” donde
realizó las reparaciones necesarias para continuar su recorrido con destino al
puerto de Tumaco. Los infantes desembarcaron y tras un violento combate con los
españoles la bandera de la libertad ondeó por primera vez en nuestras arenas
del Pacífico.
“La Rosa
de los Andes” ancló en la isla Gorgona y tras recoger algunos prisioneros
patriotas enfiló proa con destino a la isla de Taboga en Panamá. Allí los
chilenos se enfrentaron con los realistas, capturaron algunos de sus oficiales
y los canjearon por los sobrevivientes de la fracasada expedición de Gregor Mc
Gregor contra Portobelo.
“La Rosa
de los Andes” ataca, aborda, se apodera de las armas y bienes españoles y se
oculta en los estuarios selváticos; en los primeros días de enero de 1820 unos
indios cholos vecinos de la bahía de Cupica informaron a Illingworth sobre una
expedición enemiga que se preparaba a orillas del río Atrato para reconquistar
las posiciones liberadas por la tripulación de la “Rosa de los Andes”.
Illingworth
quiso salirles adelante y con cien hombres remontó el rio San Juan, cruzó el
Arrastradero de San Pablo y llegó a la parte alta del Atrato donde se
embarcaron en canoas y buscaron un enemigo que no apareció por parte alguna.
Fue un acto heroico, asombroso, sin par en los anales de nuestra historia,
realizado por un puñado de valientes que se enfrentaron a la manigua chocoana.
El
templado oficial inglés repasó con su gente el camino de regreso a la costa y
desplegó velas con rumbo a Buenaventura, donde se reunió con el general Cancino
y le entregó el armamento que hizo posible el triunfo patriota sobre las
fuerzas realistas que ocupaban el Chocó.
El 28 de octubre de 1819 los chilenos
desembarcaron cerca del puerto de Guapi en la provincia de Popayán, defendido
por los realistas del regimiento Cantabria. Los infantes de marina de la ”Rosa
de los Andes” bajo el mando del capitán Desseniers avanzaron por los manglares
protegidos por las sombras de la noche, al amanecer sorprendieron al enemigo y
a golpe de bayoneta, tomaron 85 prisioneros y se apoderaron de los cañones y el
armamento de la plaza. Los chilenos continuaron la ofensiva: al día siguiente se
embarcaron de nuevo, ocuparon el puerto de Izcuandé y se apoderaron del fortín
de Juanaco, defendido por 200 hombres bien armados y por seis poderosos
cañones.
Un solo
corsario ha desestabilizado el poder español en el Pacífico y puesto en riesgo
la seguridad del Virrey de Lima. Para acabar con Illingworth y la tripulación
de “La Rosa de los Andes” salieron del Callao las poderosas fragatas de guerra
“Prueba” y “Venganza” con la orden de localizar y hundir al buque republicano.
Las naves buscaron al barco corsario por bahías y estuarios hasta que la
fragata “Prueba,” de 1300 toneladas, la localizó en la desembocadura del río
Esmeralda.
Illingworth
intentó abordar el navío enemigo que respondió con toda la potencia de fuego;
una bala hirió gravemente al comandante de la nave patriota que dio la orden de
retirada antes de quedar inconsciente. De nuevo se salva “La Rosa de los
Andes”, pero de los 550 voluntarios que zarparon de Valparaíso, solamente
sobreviven 130 valientes.
No se
sabe con certeza cuál fue el fin de “La Rosa de los Andes”. La versión patriota
asegura que encalló en Izcuandé y fue imposible volver a llevarla al mar; los
españoles dicen que ante el acoso de la fragata “Prueba”, el buque corsario se
embarrancó y los realistas lo abordaron y lo destruyeron.
Illingworth
y sus compañeros se unieron a las tropas de Bolívar en la campaña de Quito;
posteriormente el héroe inglés se integró a la fuerza naval del Ecuador, donde
fundó la Escuela Náutica de Guayaquil, precursora de la Escuela Naval del Ecuador.
Este país acogió a Illingworth como uno de sus hijos y en tierra ecuatoriana
murió a la edad de 67 años rodeado del respeto y el aprecio que le brindó su
segunda Patria.
ESCLAVOS Y RECLUTAMIENTO
Con la
promesa de la libertad, tanto realistas como republicanos llevaron esclavos a
sus filas. En las levas los esclavos remplazaban a los amos y así estos y sus
hijos se libraban de ir al combate. Por supuesto la población esclava disminuyó
a medida que avanzó el conflicto y al terminar la guerra el número de esclavos
entre los quince y los sesenta años había disminuido ostensiblemente.
Una carta
fechada el 3 de mayo de 1820 y enviada por el general José María Cancino a
Santander nos muestra la situación de los esclavos en el Chocó al terminar lo
guerra de la Independencia:
“Señor
general y amigo: Tengo presente que hablando con usted en su casa sobre la
medida que me convendría tomar acerca de los esclavos me dijo y con acierto que
la libertad de estos arruinaría enteramente al Chocó.
Luego llegué a la provincia de mi mando (el
Chocó) y tomé conocimiento de ellos. Cuando advertí que de 14.000 habitantes
que tiene 9.000 son esclavos, nada creí más conveniente que dar la libertad ni
a uno solo, pero que por fin, aquellas razones que tengo dichas a usted me
obligan a tomar esta providencia, pero de un modo que me parece menos gravoso y
sin una peligrosa transición. He quintado las cuadrillas sin alarmas”.
Por su
parte en junio 6 de 1820 don José Manuel Restrepo escribe la siguiente carta al
general Santander:
“Están
colectándose 500 esclavos para el completo de 1.000, ahora van un poco viejos,
porque no hay jóvenes; apenas había en Antioquia 1.600 varones de 15 a 60 años.
Cuente usted con que no quedan 200 útiles. Muchas lágrimas ha costado la medida
a los amos, pero ella es una de aquellas que van a salvar al país; 3000 negros
bien disciplinados van a ser superiores a la mejor infantería, de la Europa
especialmente. Los de Chocó y Popayán los creo más robustos que los de
Antioquia”.
En abril
9 de 1820 en el “Diario Político y Militar” escrito por José Manuel Restrepo
aparece la siguiente nota:
“Se ha publicado la orden para que se recojan
a todos los esclavos solteros para el servicio de las armas. Ningún amo dará
arriba de cuatro. Juzgo que no se completan los 1.000 y habrá que echar mano de
los casados. Los amos que por lo general son pobres, lo sienten mucho y algunos
quedan arruinados. Los esclavos están muy contentos, sin embargo de que la
mayor parte de los de la provincia de Antioquia son realistas, cosa singular
cuando hemos proclamado la igualdad legal y cuando en la primera república concedimos
la libertad a todos los que nacieron desde cierta época”.
PARA TERMINAR
¿Qué
podría concluirse sobre la guerra libertaria en el occidente de la Nueva
Granada?
- Que inicialmente fue una confrontación entre el
gobernador Tacón y las ciudades aliadas del Valle del Cauca, es decir entre el
poder español y los criollos que querían ese poder por intermedio de las Juntas
de gobierno autónomas.
- Que luego se convirtió en una guerra de clases, pues
enfrentó a los indígenas pastusos y los negros del Patia con los republicanos.
- Que al terminar la contienda se fortaleció la clase
dominante de Popayán, dueña de la tierra, de las minas, de la administración y
que el pueblo raso se empobreció más y quedó al arbitrio de los Mosquera,
Valencia, Cabal… cuyos descendientes han seguido controlando el rumbo de la
Nación.
- Que fue una guerra fratricida, cruel, sin cuartel que
enloda la memoria de Bolívar, de Sucre, de Córdova, de Borrero, de otros jefes
patriotas y de los comandantes realistas Morillo, Sámano, Warleta, Calzada,
Muñoz... cuyas acciones los asemejaron más a las bestias que a los seres
humanos.
- Que se mostró la valentía del pueblo pastuso, que solo y
sin recursos fue el mayor apoyo de la causa del rey en territorio suramericano.
- Que fue flojo el papel de Antioquia en la gran gesta
independista; exceptuando a Córdova, Girardot y otros oficiales, la clase
dirigente antioqueña buscó la conveniencia, se amoldó a los españoles y a los
regímenes imperantes.
- Que Cali fue el fortín de los patriotas, Pasto el de los
realistas y que la guerra en este territorio no tuvo grandes batallas sino una
sucesión de escaramuzas y combates que se extendieron desde límites con Quito
hasta las fortificaciones cercanas a Marmato.
FUENTES DE CONSULTA
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Medellín: Fondo Editorial EAFIT.
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desastre. Manizales: Universidad Autónoma de Manizales.
LIÉVANO AGUIRRE,
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sociales y económicos de nuestra historia. Bogotá: Ediciones Tercer Mundo.
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(1985). José Hilario López. Bogotá:
Ediciones Tercer Mundo.
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Bogotá: Editorial de Cromos.