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LA REGIÓN EN LA INDEPENDENCIA



Por Alfredo Cardona Tobón
Ingeniero Mecánico. Historiador


RESUMEN

Este ensayo resume los hechos sobresalientes en la independencia del occidente colombiano. Aunque en la zona no se libraron grandes batallas, las acciones en dicho territorio fueron importantes, pues fue un corredor estratégico que unía las ciudades de Popayán y Cartagena y los virreinatos de la Nueva Granada y El Perú.

El ensayo ilustra, además, sobre el papel de las comunidades de la zona en el conflicto y su relación con los sucesos del sur de la Nueva Granada.

Palabras Clave: Independencia, Chorros Blancos, San Juanito, Córdova, Antioquia.


THE REGION DURING THE WAR FOR INDEPENDENCE
SUMMARY

This essay summarizes the most relevant events in the process of independence of the Colombian western provinces from Spain. Even though no important battles took place in this region, it was relevant for its role as a strategic corridor connecting the cities of Popayán and Cartagena, as well as the Viceroyalties of New Granada and Peru.

The essay also illustrates the role played by the communities residing in the region and their relation to the events happening in the south of the Viceroyalty of New Granada.

Key Words: Independence, Chorros Blancos, San Juanito, Córdova, Antioquia.




 
A principios del siglo XIX la vida de esta región giraba en torno a las poblaciones de Toro, Cartago y Ansermanuevo y de las aldeas de Supía, Quiebralomo y Arma. Estas constituían los núcleos poblacionales más importantes a los que se sumaban los centros secundarios de los resguardos indígenas de Quinchiaviejo, Guática, Tachiguí, La Montaña, San Lorenzo y Tabuyo

Más que con Santa Fe, la región mantenía relaciones administrativas, políticas y eclesiásticas con Popayán que era la capital de la enorme provincia con ese nombre que se extendía desde los límites con la capitanía de Quito hasta la frontera con la provincia de Antioquia.

La economía de esta zona tuvo como soporte la agricultura de supervivencia, excepto en Marmato, Supía, Buenavista y Quiebralomo donde el oro constituyó la base de la riqueza. La zona fue importante por su posición geográfica y especialmente el Valle del Cauca fue una despensa alimentaria que atrajo a los combatientes en la guerra de la independencia y en las guerras fratricidas del siglo XIX.

En la provincia las ciudades de Popayán y Pasto cargaron con el peso del conflicto y en el norte de ella la guerra tuvo como escenario crítico el territorio ocupado por Cartago, Toro y Ansermanuevo. En tan tumultuosa época las acciones militares estuvieron íntimamente relacionadas con los sucesos de Quito y la frontera del sur y en menor escala con la provincia de Antioquia.

TODO EMPIEZA EN QUITO

En agosto de 1809 los quiteños derrocaron el gobierno colonial y conformaron una Junta Soberana, semejante a las instauradas en la Península Ibérica durante la invasión francesa. Fue un acto temerario, teniendo en cuenta el fracaso de las Juntas de Chuquisaca y La Paz y dada la insularidad del movimiento quiteño que no buscó el concurso de las ciudades de Guayaquil, Cuenca y Pasto, que hubieran dado fuerza a sus pretensiones.

La primera Junta Soberana de Quito no habló de independencia; buscaba la autonomía criolla y el relevo de mando de los españoles bajo el marco de lealtad a la metrópoli y al rey Fernando VII.

Las autoridades virreinales no estaban dispuestas a ceder el poder, por ello la reacción contra la Junta criolla de Quito no se hizo esperar y de inmediato los virreyes de Lima y Santa Fe enviaron tropas para someter a quienes se habían atrevido a cambiar las reglas del poder colonial. Ante el peligro inminente, los quiteños movilizaron tropas para neutralizar el ataque del gobernador de Popayán, Tacón y Rosique.

La Junta soberana reunió tres mil hombres en Quito y Otavalo, la mayoría armados con lanzas y unos pocos con fusiles, todos ellos muy mal entrenados y peor dirigidos y se aprestaron para el combate. La expedición se dividió en dos columnas: una bajo las órdenes de Javier Ascázubi y la otra bajo el comando de Manuel Zambrano; eran montoneras compuestas por labriegos y artesanos que por vez primera cargaban un fusil y manejaban una lanza; eran tropas sin disciplina dirigidas por oficiales tan bisoños como sus soldados.

 Las columnas autonomistas se adentraron en territorio pastuso; con dificultad cruzaron los senderos bordeados de abismos y avanzaron entre barrancos que se estrechaban como si fueran ataúdes. Por donde iban encontraban el territorio desierto: las chozas abandonadas, las aldeas desocupadas, sin una oveja o una cabra, ni graneros donde reponer provisiones. Se había corrido la voz del ataque de batallones ateos, enemigos del rey y de la religión, que venían a devastar iglesias y comunidades.

Trescientos fusileros enviados desde Santa Fe por el virrey Amar y Borbón se unieron a las fuerzas de Tacón y Rosique acantonadas en Popayán y entraron a Pasto en medio del repique de campanas, sones marciales, estallido de cohetes, vivas al rey y a la religión católica. Luego marcharon hacia el sur, animadas por los vecinos y por los numerosos voluntarios que se les unieron para rechazar al invasor.

El 16 de octubre de 1809 el comandante español Nieto Polo con 190 pastusos armados de lanzas y espadas vadeó el río Guáitara y se topó con la columna de Manuel Zambrano atrincherada en el Chapal de Funes. El desastre de los quiteños empezó con la defección de parte de la tropa que se entregó al enemigo antes de empezar el combate. Los que quedaron emplazaron sus tres cañones contra la turba de Nieto Polo, pero fue más el ruido que el daño, dada la inexperiencia de los artilleros. Nada se pudo hacer ante el empuje de los pastusos que a los cuarenta y cinco minutos eran dueños de la situación.

La persecución de los derrotados continuó hasta el cerro de las Ánimas, donde la gente de Tacón y Rosique alcanzó a los sobrevivientes del desastre. En el campo de combate quedaron decenas de muertos, 107 soldados cayeron prisioneros y la columna quiteña perdió el armamento, las mulas y las vituallas.

A la columna de Ascázubi no le fue mejor. Ante el empuje de la tropa del gobernador Tacón los quiteños se retiraron hacia Arrayanales donde se disolvió la tropa. En pequeños grupos se dirigieron al sur perseguidos por el capitán Gregorio Angulo. En Sapuyes un grupo de milicianos, compuesto en su mayoría por mujeres, hizo frente al comandante Azcázubi y tras una breve escaramuza lo capturó junto con algunos de sus oficiales.

Los desastres de Funes, Cumbal y Sapuyes se sumaron a la derrota en Lacatunga a manos del Batallón Real de Lima. Todo ello, junto con las disensiones internas, bajó de tal manera la moral de los quiteños que en pocos días se evaporó lo que quedaba del ejército de la Junta Suprema. Para rematar, los pocos pueblos que habían respaldado a los quiteños les dieron la espalda y se levantaron contra una Junta, que sin ejército, sin dinero, desunida y rodeada de enemigos entregó el mando a Juan José Guerrero y Matheu, conde de Selva Alegre, que capituló a cambio de amnistía y olvido del pasado.

De nuevo en el poder el presidente Ruiz de Castilla esperó la llegada de las tropas limeñas para restablecer la Real Audiencia y ordenar la captura de los revoltosos. Quienes no pudieron huir fueron confinados en calabozos y asesinados de manera vil cuando el dos de agosto de 1810 el pueblo trató de rescatarlos de las garras de las fuerzas coloniales.

SEGUNDA JUNTA PATRIOTA DE QUITO

La segunda Junta de Gobierno de Quito se instaló el 1 de septiembre de 1810 por influjo del coronel Carlos de Montúfar, nombrado comisionado de regencia por la Junta Central de Sevilla. Este cuerpo gobernó inicialmente en nombre del rey Fernando VII hasta el 9 de octubre de 1811, cuando se disolvió y sus miembros obligaron al conde Ruiz de Castilla a renunciar definitivamente a la presidencia. La segunda Junta de Gobierno declaró la independencia absoluta de España y desconoció la autoridad del virrey de la Nueva Granada. Ante la amenaza del gobernador Tacón y Rosique, la Junta de Quito declaró la guerra a Pasto el 4 de julio de 1811. Tacón intentó cerrar el paso a los quiteños en la línea del río Carchi y al no lograrlo abandonó a Pasto con gran parte de los dineros y joyas del tesoro de la ciudad.

Carlos de Montúfar era un militar fogueado en las guerras de España contra Napoleón; por ello, al contrario de los patriotas de la primera Junta, a Montúfar le sobraban méritos militares y capacidad para organizar una pequeña fuerza con la cual venció a los realistas de Cuenca y se apoderó de Pasto, adonde entró el 22 de septiembre de 1811 al frente de un ejército de más de dos mil hombres.

Los quiteños llegaron a Pasto tras un tesoro de 413 libras de oro que los realistas escondieron en los muros del convento de los dominicos. La ciudad desierta y desprotegida fue víctima de la rapiña y los atropellos de los republicanos de Quito. Este tratamiento salvaje, unido a las persecuciones contra los amigos del rey hizo que de ahí en adelante los pastusos apoyaran incondicionalmente a la monarquía.

LA JUNTA SUPREMA DE ANTIOQUIA

Era gobernador de Antioquia don Francisco de Ayala cuando se presentaron los sucesos del 20 de julio de 1810. Las noticias de Bogotá llegaron el 9 de agosto a Rionegro y Ayala, plegado a las presiones de los criollos, aceptó la instalación de un congreso con delegados de los cabildos de Santa Fe de Antioquia, Medellín, Rionegro y Marinilla.

Este congreso se reunió entre el 30 de agosto y el 7 de septiembre y entre sus decisiones se tomó la de entregar el poder a una Junta Superior bajo la presidencia del gobernador Ayala. En este congreso se destaca la presencia del patriciado criollo y la importancia que tenían los grupos ilustrados.

Ayala renunció al cargo el 17 de febrero de 1811 y lo remplazó el cartagenero Juan Elías Tagle; el 27 de junio la Junta aprobó una constitución provisional que señaló que por abdicación de Fernando VII, los pueblos, incluyendo el de Antioquia, habían reasumido la soberanía. En enero de 1812 se reúne en Rionegro la Primera Asamblea Constituyente de Antioquia que expide una constitución para garantizar la libertad, la seguridad y la propiedad.

En 1813 la situación se tornó gravísima, pues Sámano avanzaba por el sur y por el norte amenazaban las tropas de Morillo. Antioquia contaba solo con 300 soldados, por ello se suspendió el régimen constitucional y se nombra a Juan del Corral como dictador, con atribuciones amplias para enfrentar a los españoles.

El 11 de agosto de 1813 del Corral declaró la independencia absoluta de Antioquia, estableció confiscaciones y multas a los realistas, encargó a Francisco José de Caldas la formación de un cuerpo de ingenieros militares, creó estancos de aguardiente para sostener las tropas y encargó a José María Gutiérrez, alias el “Fogoso”, la formación de una columna para respaldar la campaña de Nariño.

Pese a todo, cuando los españoles invadieron a Antioquia, encontraron una provincia débil, desprotegida, con pocos soldados y escaso armamento.

ANSERMANUEVO Y LA CAUSA PATRIOTA

Después de conformadas las Juntas de gobierno en Santa Fe de Bogotá, en Mompox, en Cali y otras ciudades de la Nueva Granada, el 3 de marzo de 1811 se creó una Junta en la muy noble y leal ciudad de Santa Ana de los Caballeros de Anserma, teniendo por objeto la independencia y conservación de su libertad amenazada por los franceses, “manteniendo estos preciosos dominios a nuestro legítimo soberano el Sr. Don Fernando VII”.

Entre los firmantes del Acta figuran Vicente Judas Tadeo González de la Penilla, José Antonio Canabal, Vicente Luján, Pedro de Arce y Venancio Merchán. Es de anotar que la mayor parte de los notables de Ansermanuevo eran realistas; por ello la conformación de la Junta no obedecía a los deseos independistas, sino más bien al rechazo al gobernador Tacón y Rosique que no aceptaba las Juntas americanas.

Mientras los vecinos de Ansermanuevo estrenaban Junta, el 12 de marzo de 1811 el alcalde de Quiebralomo Miguel Lozano y el Administrador Real de Rentas de esa población, Manuel José Lozano, reconocieron a la Junta de Cali e hicieron causa común contra el gobernador de Popayán adhiriendo a las ciudades confederadas de Cali, Cartago, Ansermanuevo, Caloto, Buga y Toro.

Tacón desconoció a las ciudades confederadas y trató de someterlas. Los criollos solicitaron apoyo al Gobierno republicano de Santa Fe de Bogotá y una expedición militar bajo el mando del comandante Antonio Baraya se dirigió al Valle del Cauca a enfrentar a Tacón. Las fuerzas enemigas se enfrentaron en Palacé y el 28 de marzo de 1811 y se alcanzó la primera victoria militar de los granadinos sobre las armas españolas.

Al empezar el siglo XIX la banda occidental del río Cauca pertenecía a la jurisdicción de Ansermanuevo en la provincia de Popayán; era una zona con poblaciones indígenas en las aldeas de Tachiguí, Guática, Ansermaviejo, Quinchía, Quiebralomo, La Montaña, San Lorenzo y Supía, con asentamientos negros en Guamal y Marmato. Era una región pobre que subsistía del barequeo del oro, de cultivos de subsistencia y estaba cruzada por un camino que iba de Medellín a Cartago, con un ramal hacia el páramo de Herveo y otro que llevaba al Arrastradero de San Pablo entre los ríos Atrato y San Juan.

En ese territorio de pocos habitantes no había problemas entre criollos y chapetones pero sí confrontaciones frecuentes entre las parcialidades indígenas a causa de los linderos de los Resguardos y por los ‘cosechaderos’ de maíz a orillas del Cauca y del río Opirama.

ANTECEDENTES

El control español en el Valle del Cauca fue difícil. La gente de color de LLanogrande y de Buga se levantó varias veces contra la administración colonial para oponerse a los reclutamientos que se llevaban a cabo para abrir el camino del Dagua. Además, desde 1743 la familia Caicedo y los españoles se enfrentaron violentamente en busca del control del Cabildo de Cali.

Las autoridades coloniales gobernaban en los centros poblados, pero en la periferia y en las zonas alejadas las comunidades vivían “arrocheladas”, es decir, sin Dios y sin ley. Era poco el respeto por las dignidades coloniales y el grito de: ¡mueran los chapetones! se oía cada vez que se rebelaban los negros del Bolo y los pardos del resto del territorio.

LA JUNTA DE CALI


En Cali un reducido grupo de americanos siguieron el ejemplo de Quito y de Cartagena y establecieron una Junta de Gobierno independiente. Infortunadamente se perdió el Acta de la Junta caleña suscrita el 3 de julio de 1810; no obstante, un documento encontrado en los legajos del Archivo de Cartago (número 57 de 1810) avala el extraordinario suceso. En él, la Suprema Junta de Santa Fe de Bogotá acusa recibo del Acta caleña y manifiesta que Cali tendrá el honor de decir a la posteridad que se anticipó a manifestar los sentimientos que movieron a los santafereños y correr los riesgos a que lo exponía su declaración. También reconoce el papel de Ignacio de Herrera, un ilustre caleño con influencia en la clase dirigente del valle del Cauca. No sobra recordar que el Doctor Herrera, Síndico Procurador del Cabildo de Santa Fe de Bogotá, fue uno de los más preclaros artífices de la independencia granadina y guía de Fray José Joaquín Escobar, considerado como el director espiritual del movimiento revolucionario en el Valle del Cauca.

Al adivinar Tacón y Rosique las intenciones de los criollos con sus juntas de gobierno, disolvió la Junta de Popayán e intentó hacer lo mismo con la Junta de Cali; pero el Cabildo y el pueblo de Cali, con sorprendente habilidad, enarbolaron la defensa del territorio vallecaucano contra las amenazas del gobernador de Popayán y consiguieron la adhesión de las ciudades de Caloto, Buga, Cartago, Anserma y Toro.

La Confederación Vallecaucana organizó tropas y de inmediato solicitó el apoyo de la Junta Suprema establecida en Santa Fe el 20 de julio de 1810, que envió al comandante Antonio Baraya con un selecto escuadrón de caballería. Las ciudades, las villas y aldeas del Valle del Cauca se unieron para la defensa: Ansermanuevo y Cartago aportaron tropas, Quiebralomo contribuyó con oro y plata al igual que Nóvita y La Plata y se fortaleció la reacción contra el régimen español que tenía en Tacón a su mayor defensor en la Nueva Granada.

LA JUNTA SUPREMA DE LAS CIUDADES CONFEDERADAS

El primero de febrero de 1811 las seis ciudades amigas instalaron una Junta Provisional de Gobierno con vocales en representación de cada una de esas ciudades y con Fray José Joaquín Escobar como Jefe de Gobierno.

Para evitar el malestar popular, la Junta suspendió la leva de tropas y organizó una milicia veterana con asiento en Buga; para impetrar el auxilio divino nombró a la Virgen Santísima de Las Mercedes como patrona y capitana de la milicia.

Una vez instalada la Junta, los cabildos de la Confederación la reconocieron. Es significativo el juramento de fidelidad de Ansermanuevo, pues en el Acta figuran los notables de la población y numerosos ciudadanos del común.

Ansermanuevo cumplió sus compromisos con la Junta Suprema y en los difíciles años que siguieron apoyó al gobierno centralista de Antonio Nariño. Por esa adhesión, se convirtió en la primera víctima de los enfrentamientos fratricidas y sufrió los atropellos del “Fogoso” Gutiérrez en su paso hacia el sur de la Nueva Granada.

El gobernador Tacón y Rosique trató de erosionar la unión de las ciudades vallecaucanas y por intermedio de algunos frailes intentó atraer al cabildo de Buga que recomendaba una conciliación con Popayán. Al no lograrlo, Tacón movió tropas hacia Santander de Quilichao ante lo cual la Junta Suprema ordenó la interceptación de toda comunicación con Popayán, prohibió el envío de víveres y dispuso el avance de sus tropas para atacar la fuerza de Tacón y Rosique.

Las tropas de uno y otro bando se enfrentaron en la pequeña planicie de Palacé donde las fuerzas patriotas de las Ciudades Confederadas del Valle del Cauca, empezaron a labrar la independencia de la Nueva Granada.

LA ACCIÓN DE PALACÉ

El 27 de febrero de 1811, bajo el mando de los oficiales Antonio Baraya, José Ayala, Atanasio Girardot, José María Cancino y José Ignacio Rodríguez el ejército del Valle se dirigió a Popayán para remover al gobernador Tacón y Rosique. El comandante republicano Atanasio Girardot ocupó la altura de Palacé con 75 soldados de infantería, 115 lanceros y un cañón pedrero que manejaba el negro Juan Cancio.

Era desventajosa la situación de los vallecaucanos enfrentados a 1600 hombres de infantería y de caballería de Tacón, quien además contaba con dos culebrinas y un cañón. El 28 de febrero chocaron las tropas en lucha feroz que se definió a las cinco de la tarde a favor de los americanos. Tacón se retiró en desorden dejando en el campo 70 muertos, 30 prisioneros y numerosos heridos. Infortunadamente el triunfo costó la vida del valeroso Miguel Cabal, del joven Manuel María del Campo Larrahondo y del negrito Juan Cancio que murió al pie de su cañón, sin retroceder ni huirle al peligro. Con estos héroes perecieron, además, seis soldados más cuyos nombres no registra la historia.

Las tropas de las ciudades confederadas ocupan a Popayán y el 22 de julio de 1811 avanzan hacia al sur bajo las órdenes del coronel José Ignacio Rodríguez, alias Mosca. Por el río Patía llegan a Barbacoas y en Iscuandé derrotan a Tacón y lo hacen huir a Panamá donde el funcionario español terminó sus días.

El COMBATE DE ISCUANDÉ

En Iscuandé se cierra un capítulo de nuestra independencia. El parte de guerra enviado por el coronel Ignacio Rodríguez al cuartel general, con fecha 28 de enero de 1812, muestra las acciones del combate:

“…entramos a la afligida ciudad de Iscuandé, y repentinamente se vieron dentro del río el bergantín San Antonio el Morreño, una lancha cañonera, dos falcas, dos ceibos y tres lanchas pequeñas en que don Miguel Tacón, don Manuel Valverde, el chapetón Rodríguez, don Manuel Pardo, don Felipe Gruesso, don José María Delgado y otros oficiales inferiores, conducían desde Tumaco más de 200 hombres, un cañón de bronce de a 24, otro de a 8 de hierro y numeroso armamento. Pero mis soldados, caleños, que jamás habían visto embarcaciones armadas de guerra no se aterraron por la novedad, ni por el espantoso eco del cañón que corría bramando por los montes…. Logramos desconcertar con nuestra fusilería las embarcaciones de Tacón, y herido en un costado el comandante Ramón Pardo, destrozadas las velas y amarras y precipitados al agua muchos soldados al ver que sus embarcaciones zozobraban, el pérfido Tacón, entre el estruendo de las armas y la oscuridad del humo, salió de la lancha cañonera, se arrojó a un falca y huyó llevándose cuatro cañones y algunos soldados”.

“Debido a la oscuridad producida por el humo, muchos lograron escaparse del furor de nuestros soldados, quienes, por otra parte seguían empeñados en el combate, que duró hasta que horrorizados los enemigos del incesante fuego clamaron pidiendo a grandes voces misericordia. El comandante al oír esto, manda ya con toques de corneta ya con desacompasados gritos que se suspenda el fuego, pero la gente no obedece. En estas el padre Fray Lucas Domingo pide misericordia desde la cubierta de una lancha y todo el furor se convirtió en clemencia”.

JOSÉ MARÍA CAYCEDO Y CUERO Y LAS TROPAS CALEÑAS

Las tropas quiteñas ocuparon y saquearon la ciudad de Pasto sembrando el odio de sus habitantes a la causa republicana; sus objetivos no eran solamente la neutralización de las fuerzas coloniales que los amenazaban sino también la anexión de esa provincia y los caudales sustraídos por Tacón de la ciudad de Popayán.

Las tropas de Cali, comandadas por José María Caycedo organizaron una expedición a Pasto para rescatar la provincia de manos de los quiteños y recuperar los valores que había tomado Tacón al salir de Popayán.

Los patianos, aliados de los españoles, toman a Pasto mientras los patriotas se dedican a inútiles desquites que enajenan la voluntad popular; el comandante realista Juan Sámano captura al presidente Caicedo y Cuero y lo fusila, al igual que a Alejandro Macaulay, un valiente norteamericano que se había puesto al frente de las tropas republicanas..

Entre 1811 y 1813 se multiplicaron los desastres patriotas; acosados por los españoles los republicanos instalan un gobierno provisional en Santander de Quilichao. Juan Sámano reconquista a Popayán y sigue tras el comandante Serviez, que derrotado en el combate de Palogordo, cerca de Cartago, se retira por el camino del Quindío con rumbo a Ibagué.

LA CAMPAÑA DE NARIÑO

En el norte de la Nueva Granada las provincias están divididas: Girón y Ocaña están al lado de los españoles y el Socorro y Pamplona apoyan a los republicanos; los patriotas controlan a Cartagena y las ciudades de Santa Marta y Riohacha son realistas.

Como Ocaña amenaza la estabilidad del gobierno de Cundinamarca, el presidente Antonio Nariño envió al brigadier Antonio Baraya a someterla; pero el 25 de mayo de 1812 Baraya se vuelve contra Nariño, desconoce la autoridad de Cundinamarca y se une a las fuerzas del Congreso de Tunja, dejando a las provincias de El Socorro y Pamplona a merced de la monarquía.

En Venezuela los republicanos van de mal en peor; en enero de 1813 los españoles avanzan desde Mérida y llegan a Piedecuesta en tanto Antonio Nariño contiene en Bogotá la invasión del tránsfuga Baraya que con fuerzas del Congreso de Tunja intenta someter a Cundinamarca.

Sámano avanza por el sur. Para despejar esa amenaza Nariño organiza una expedición contra los pastusos y patianos; el 16 de julio de 1813 el Congreso de Cundinamarca declara la independencia absoluta de España e inviste al general Nariño del comando de las tropas que abren campaña contra Sámano. El Precursor renuncia al poder y emprende operaciones con el objetivo de recuperar la provincia de Popayán en poder de los españoles. El 30 de diciembre de 1813 Nariño derrotó a Sámano en cercanías de Popayán y avanzó temerariamente hasta el río Juanambú en cuyos riscos ribereños venció a los pastusos a un precio altísimo, pues los realistas aniquilaron al batallón “Bravos del Socorro” y diezmaron al batallón “Cazadores”.

Al tiempo que Nariño salía de Santa Fe, desde Ibagué se movilizaba el coronel Ignacio Rodríguez con 300 hombres y Antioquia enviaba al sur al coronel José María Gutiérrez, alias “el Fogoso”, que ocupó el cantón de Supía y lo anexó a la llamada República de Antioquia. En acto público “el Fogoso” ordenó jurar la libertad e independencia absoluta, la sujeción de Supía a la República de Antioquia y procedió a quemar en la plaza principal los retratos e insignias y todo lo relacionado con el gobierno español.

Esta es el Acta de Independencia de Supía, tomada del archivo municipal de dicha población:

Noviembre 28 de 1813.

“ En la parroquia de la Vega de Supía a 28 de noviembre de 1813 convocados y reunidos en la casa del señor cura y vicario de ella los señores alcaldes y vecinos, oída la exposición del señor comandante en jefe de la Expedición auxiliar del sur que por parte de la República les hizo sobre los objetos de esta e intenciones generales de aquel Supremo Gobierno, invitándoles a que se incorporen con los demás pueblos de esta República durante la orfandad en que han quedado por la usurpación del enemigo que ha penetrado en la capital y principales departamentos de la provincia de Popayán; respondieron todos acordemente que se incorporaban en aquella República y reconocieron aquel Gobierno (el de Antioquia) y al señor comandante de la expedición como el Jefe Político y para simplificar este acto espontáneo y libre disputaban a los ciudadanos Francisco Gervasio de Lemos, administrador de correos y a Pedro José García, notario eclesiástico, para que a su nombre prestasen el juramento de Fidelidad y Obediencia a la mencionada República de Antioquia y firmasen de acuerdo como en efecto lo hacía ante señor Comandante de la Expedición, firmando al efecto por ante el ayudante de ella como secretario.

José María Gutiérrez
Francisco Gervasio de Lemos
Pedro García
Liborio Mejía— Secretario

Es fiel copia. Vega de Supía, nov 28 de 1813, Liborio Mejía – Secretario.

Después de anexar la Vega de Supía a la provincia de Antioquia, “el Fogoso” Gutiérrez desalojó a los realistas que controlaban la población de Ansermanuevo, prendió fuego a sus propiedades y persiguió a las guerrillas enemigas que merodeaban por Cartago y Toro. El 8 de diciembre de 1813 “el Fogoso” Gutiérrez nombró en Ansermanuevo un alcalde mayor con atribuciones de Juez de policía a nombre de la República de Antioquia. El juez privó de la libertad a las personas sospechosas o enemigas de la causa, entre ellas Vicente Luján, Joaquín, Julián y Pedro de Otálvaro, al igual que la madre de estos últimos ciudadanos; también ordenó aprisionar a Vicente Romero, Jorge Leal y Joaquín Penilla y embargar sus propiedades, muebles y bienes.

“El Fogoso” consolidó las posiciones patriotas en la frontera sur de Antioquia a la vez que el presidente Juan del Corral reforzaba las defensas del paso de Bufú sobre el rio Cauca. Al respecto el ingeniero Francisco José de Caldas envió la siguiente nota refiriéndose a tales fortificaciones:

“…Creo, y no sin fundamento, que hemos opuesto a los salteadores de España barreras más difíciles de vencer que los muros de Babilonia. La naturaleza, ayudada del arte, ha hecho de Bufú un fuerte inexpugnable, capaz de sostenerse con gloria por un puñado de antioqueños republicanos libres, independientes, contra legiones de españoles esclavos, viles, corrompidos y solo diestros en el arte de devastar sin remordimientos.”

En abril de 1816 don José Manuel Restrepo, en su éxodo hacia el sur cuando cayó Antioquia en manos de los españoles, opinaba de otra manera respecto a las defensas de Bufú:

“Desde mi subida (al Valle del Cauca) había observado las fortificaciones que hizo en Bufú don Francisco Caldas cuando en julio de 1813 ocupó la provincia de Popayán don Juan Sámano. Tales fortificaciones costaron a la provincia 12 mil pesos. Ellas se creían intomables, pero aunque yo no lo entiendo me parecieron miserables. Son dominadas completamente por un cerrito que hay al lado de la Vega de Supía, de donde con artillería podrían destruir los defensores del otro lado”.

En la expedición al sur Antonio Nariño se adentró en tierra hostil, erizada de dificultades logísticas, tácticas y personales. Triunfó en Cebollas y en Tacines y el 14 de mayo de 1814 cayó prisionero de los realistas en los ejidos de Pasto. En esa derrota tuvo que ver muchísimo la indisciplina de la tropa y sobre todo la falta de apoyo de Rodríguez, alias Mosca, y de “el Fogoso” Gutiérrez que estaban más interesados en la gloria personal y en los intereses de sus provincias que en el bien general de la Nueva Granada.

La derrota de Nariño abre las puertas de Popayán a las fuerzas del rey. Pese al triunfo de los patriotas en el sitio de El Palo ya poco se puede hacer; la patria agoniza, se extiende la reconquista española y el Valle del Cauca se ve asediado en el sur por Juan Sámano y en el norte por Francisco Warleta.

Nariño permaneció prisionero durante dos años en un estrecho calabozo de Lima, posteriormente lo trasladaron a la Carraca de Cádiz donde estuvo cuatro años desnudo y hambriento sin que se le permitiera saber de su familia y de su patria.

El tres de enero de 1816 se reunió en Ansermanuevo una Asamblea conformada por representantes de Ansermaviejo, La Vega de Supía, Quiebralomo, La Montaña y Ansermanuevo. Por Quiebralomo asistió José Antonio Luján, por la Montaña Judas Tadeo González de la Penilla, por Ansermaviejo Manuel Ortiz, por Supía José Antonio Canabal y por Ansermanuevo Vicente Luján y Agustín Ortiz.

Esta Asamblea que desconocía los últimos descalabros republicanos dio poder a Fray José Joaquín Escobar y al doctor Manuel Escobar para que la representaran en la Junta de Diputados o Colegio Electoral que debía reunirse en Cali. Fray José Joaquín Escobar fue reducido a prisión en su convento de Cali, se le envió a una cárcel en Popayán, de allí a Bogotá y por último a Cádiz donde estuvo prisionero hasta 1820 cuando un indulto le dio la libertad.

LA RECONQUISTA ESPAÑOLA

El 15 de marzo de 1815 desembarca la expedición de Morillo en las costas venezolanas, llegan más de 11.000 veteranos de las guerras napoleónicas dispuestos a recuperar los dominios de Fernando VII. La enorme superioridad de los invasores hace que los venezolanos entreguen las armas. Morillo indulta a los rebeldes, incluso a Arismendi, un oficial patriota famoso por su crueldad. Una vez controlada la situación en Venezuela empieza la campaña de la Nueva Granada y Sámano emprende el ataque por la vía de Cúcuta

Los samarios recibieron a los invasores bajo arcos de triunfo y Morillo colocó en el pecho del cacique Mamatoco una de las más altas condecoraciones de la monarquía española. El 18 de agosto los españoles empezaron el bloqueo de Cartagena y el 5 de diciembre la situación llegó a tal extremo que una junta militar decidió entregar el puerto a los atacantes.

En el interior de la Nueva Granada la situación de los patriotas era calamitosa. Un ejército realista bajo el mando de Sebastián de La Calzada se apoderó de la provincia de Pamplona; el coronel García Rovira intentó detenerlo en las trincheras del cerro Cachirí y allí el 21 de febrero de 1816 empezó a consumarse el desastre de la patria nueva.

Los realistas ocuparon la provincia de El Socorro, es entonces cuando los notables criollos buscaron un entendimiento con Morillo aunque ninguno asumió una responsabilidad que lo comprometiera con las autoridades españolas. Al fin el médico José Fernández Madrid ocupó la presidencia e intentó gestionar la capitulación de los restos de la República.

Fernández Madrid con 300 combatientes tomó rumbo a Popayán en tanto el comandante Serviez se dirigió a los llanos de Casanare con lo que quedaba de la tropa. La invasión española cubrió todo el territorio granadino: Latorre avanzó por Ocaña, Julián Bayer por el Chocó, Warleta se dirigió hacia Antioquia, Donato Ruiz siguió por Honda y apoyó las operaciones de Sámano por el sur. Ante tales circunstancias el comandante José María Cabal propuso la resistencia con guerrillas desplegadas a lo largo y ancho del Valle del Cauca, pero la mayoría de los oficiales prefirieron enfrentarse abiertamente a un enemigo superior en hombres y en armamento.

EL DESASTRE DE LA CUCHILLA DEL TAMBO

El 29 de julio de 1816, 770 combatientes patriotas enlutaron las banderas de su batallón y al sonido lúgubre de los tambores destemplados se alistaron para hacer frente a 1.400 realistas atrincherados en la Cuchilla del Tambo bajo las órdenes de Juan Sámano.

Al igual que en Cachirí, esta acción militar fue un sacrificio inútil. El comandante José María Cabal intentó evitar ese despilfarro de vidas valiosas para la patria pero una junta de oficiales lo releva y da el mando a Liborio Mejía. Tres horas duró el desigual combate en las faldas de la Cuchilla del Tambo; los republicanos se vieron rodeados por las tropas de Sámano y muy pocos pudieron escapar del enemigo; en las estribaciones del Tambo quedaron los cadáveres de 250 patriotas mientras otros 300 cayeron en poder de las tropas enemigas. Con esta derrota y la de Cachirí quedó liquidada la primera patria independiente y terminó con dolor la etapa conocida como la “Patria Boba”.

Tras su triunfo, los españoles fusilaron a los prisioneros más connotados: llevaron al cadalso a José María Cabal y a Carlos Montufar; otros como Alejo Sabaraín, José Hilario López y José Hilario Mora fueron enrolados en las tropas que apoyaban la monarquía; lo que queda del pequeño ejército patriota llega a Popayán y sigue por la vía a La Plata; el 10 de julio de 1816 se encuentran con las fuerzas monárquicas de Tolrá y tras diez horas de combate son arrollados por fuerzas superiores.

Warleta ocupa a Supía y a Cartago, Sámano toma a Popayán y el Valle del Cauca. Parece, entonces, que todo está consumado. El panorama para los republicanos era desolador, se les persiguió como fieras, destruyeron sus propiedades los martirizaron y fusilaron. Queda solo la esperanza de libertad en los llanos y algunos puntos de la provincia de El Socorro.

GUERRILLAS PATRIOTAS EN EL VALLE DEL CAUCA

El general Pablo Morillo conformó el Batallón Numancia con reclutas de Maracaibo, Barquisimeto y Barinas. En la campaña de Venezuela este cuerpo se vio reducido a la tercera parte y para cubrir las bajas se le agregaron numerosos prisioneros de la Cuchilla de Tambo, entre quienes figuraba el capitán venezolano José Hilario Mora a quien se obligó a servir de soldado raso.

El Numancia pasó por Bogotá y en su viaje al Perú acampó por un tiempo en Cali, donde José Hilario Mora, el marinillo Fabián Jiménez y treinta y cinco compañeros sustrajeron armas, desertaron de las filas realistas y conformaron una guerrilla patriota que acabó de apertrecharse en un asalto a la hacienda de Ignacio Polanco, en el centro del Valle.

Los objetivos de Mora eran claros: pretendía liberar a Tumaco, Iscuandé y Barbacoas y con el auxilio de los corsarios ingleses que merodeaban por las costas del Pacífico pretendía llevar la guerra a las tierras pastusas controladas por la monarquía. Con ese propósito la columna guerrillera se adentró por las Juntas del Tamaná, traspasó la cordillera occidental, llegó a Nóvita y ocupó la población de Andagoya. Fue una travesía infernal en medio de la selva húmeda llena de alimañas y navegando en canoas por los ríos Sipí, Tatamá y San Juan, plagados de culebras y bichos ponzoñosos. En el poblado de Cimarrones se les incorporó el alcalde del lugar y algunos voluntarios conocedores de la región

Los guerrilleros continuaron por el San Juan, sorprendieron la pequeña guarnición realista de Noanamá y con cien hombres bajo su mando, José Hilario Mora alcanzó el puerto de Charambirá en la costa del océano Pacífico donde capturó un bergantín y una falúa junto con sus tripulaciones y algún armamento.

Poco se ha divulgado la travesía de los hombres de Mora por las ensenadas y manglares del Pacífico; sin embargo, se sabe que las embarcaciones navegaron rumbo a Buenaventura bordeando la línea de la playa. A medida que avanzaban, los obstáculos se fueron multiplicando: faltaron raciones, varios combatientes murieron a causa de las enfermedades, otros se marearon y los negros esclavos, que constituían la tripulación del bergantín y la falúa, atemorizados ante una aventura ajena y que nada les prometía, empezaron a huir protegidos por las sombras de la noche para alcanzar las aldeas de pescadores dejando a Mora sin pilotos ni conocedores de los intrincados laberintos playeros.

En la madrugada del 23 de mayo de 1816 puñales asesinos troncharon la vida de José Hilario Mora; se habla de un motín de la tripulación y también de una rebelión de sus hombres, pero no hay documentos que confirmen el triste final del comandante guerrillero ni la suerte de sus hombres. Son, pues, otros héroes anónimos, olvidados en nuestra historia

Con la muerte de José Hilario Mora y la desintegración de su guerrilla se eclipsó la libertad en el litoral Pacífico. Hubo que esperar unos años hasta que los chilenos con su fragata “La Rosa de los Andes” bajo el mando del almirante Illingworth, volvieran a llevar la luz de la independencia a las playas granadinas del mar de Balboa y el general Cancino retomara el control del Chocó.

DESPUÉS DE LA BATALLA DE BOYACÁ

La crueldad de la reconquista española y el clamor de los mártires templaron la resistencia republicana. Los generales Santander y Páez organizaron la fuerza llanera que bajo el comando de Bolívar retomó la ofensiva contra los invasores.

El 2 de julio de 1819 la vanguardia llanera entra a la población de Socha y el 25 de ese mes el triunfo en el Pantano de Vargas abre un nuevo compás de esperanza. Al día siguiente de la batalla los granadinos recogen armas y caballos abandonados por los realistas y con el apoyo de 800 labriegos de Duitama que se unen a las filas patriotas se dirigen a Santa Fe de Bogotá.

Tunja ha quedado en manos de los libertadores y al amanecer del siete de agosto de 1819 las tropas republicanas marcharon hacia la capital del virreinato con los generales Santander y Anzoátegui a la vanguardia. A las dos de la tarde la avanzada llegó al estrecho puente de Boyacá y se encontró con 2500 hombres de infantería y 400 jinetes bajo el mando del comandante Barreiro.

La victoria patriota abre las esquivas puertas de la libertad y después de Boyacá un nuevo día ilumina los horizontes de la patria.

Al conocer la fausta noticia del triunfo patriota en Boyacá los vallunos refugiados en las montañas desde el año 1816, se alzaron en armas en contra de los opresores. El gobernador Pedro Domínguez que estaba en Buga regresó a Popayán con numerosos realistas que quisieron ponerse a salvo del inminente ataque patriota. El coronel Juan María Álvarez le salió al paso en septiembre 2 de 1819 y en el sitio de El Guanábano, jurisdicción de Caloto, lo atacó y le quitó la vida al igual que a numerosos españoles que lo acompañaban

El comandante José Joaquín Hormaza organizó un cuerpo de milicias patriotas en Toro mientras el general Joaquín Ricaurte, que había permanecido oculto en los montes de la zona, ocupó a Cartago y atacó al mulato Simón Muñoz, un oficial realista que había ensangrentado pueblos y veredas. Muñoz quiso ocultarse en el Chocó pero Juan María Gómez, valiente combatiente por la libertad, lo hizo volver sobre sus pasos para enfrentarse en Ansermanuevo con la fuerza del antioqueño Custodio Gutiérrez, que apoyada por Francisco Pereira Martínez, dio de baja a parte de los hombres de Simón Muñoz y le quitó víveres y provisiones

Después de la batalla de Boyacá el comandante realista Sebastián de La Calzada abandonó a Santa Fe y se dirigió a Popayán. Numerosos soldados de su división desertaron y pasaron al campo patriota con armas y municiones. En tales condiciones, Calzada solicitó auxilio a Quito y el general Aymerich, que gobernaba en esa Capitanía, envió refuerzos al Valle del Cauca a someter a los insurgentes y vengar la muerte del gobernador Domínguez.

Miguel Rodríguez llegó al Valle desplegando bandera negra como señal de guerra a muerte; la consigna era no perdonar ni dejar con vida a los rebeldes, pero las guerrillas patriotas de Caloto, Cali, Palmira, Buga, Tuluá, Cartago, Toro, Anserma y Supía lo hostilizaron en todas formas, cortando sus comunicaciones, privándole de alimentos y auxilios y aislándolo de Calzada y los auxilios de Quito.

Después de varias escaramuzas Miguel Rodríguez acampó en la casa de la hacienda San Juanito cercana a Buga y allí se fortificó para esperar el ataque de los patriotas.

EL COMBATE DE SAN JUANITO

Antonio Ricaurte picó la retaguardia del regimiento “Húsares del rey” comandado por Miguel Rodríguez, lo obligó a retroceder hacia el río Sonso y lo hostigó hasta arrinconarlo en los llanos de la hacienda “San Juanito”, donde 350 realistas parapetados en las trincheras cavadas en el patio y protegidos por los muros de la casona, se preparaban a resistir hasta la muerte.

El 28 de septiembre de 1819, al filo del mediodía, avanzaron 700 jinetes, 200 lanceros y 100 fusileros patriotas hasta las posiciones enemigas. Los profundos fangales y el fuego nutrido de los defensores impidieron el avance de la caballería. El inglés Runnel, con una patrulla republicana llegó hasta el trapiche cercano a la edificación principal y allí se detuvo, pues era imposible continuar ante la lluvia de metralla. De improviso dos combatientes armados con lanzas de cañamenuda y con hachones encendidos, se aventuraron en medio del plomo: eran la esclava María Antonia Ruiz, vestida de hombre, y Joaquín Bermúdez, que sin importarles el peligro se acercaron a los ranchos pajizos que rodeaban el edificio y les prendieron fuego haciendo salir a campo abierto a los defensores realistas.

 A las seis de la tarde el coronel Rodríguez enarboló bandera negra en señal de guerra a muerte y esperó estoicamente la última carga valluna, pues era imposible la retirada e imposible la victoria española. El general Joaquín Ricaurte izó bandera blanca para ofrecer paz honorable a los corajudos defensores de San Juanito y al caer la noche los realistas entregaron las armas con la promesa de una amnistía.

Días después los republicanos mancharon de ignominia los escaños de Cartago, cuando el comandante Custodio Gutiérrez fusiló a los vencidos, faltando a la palabra empeñada de perdonarles la vida a cambio de su rendición y entrega de las armas.
           
CÓRDOVA Y LA INDEPENDENCIA DE ANTIOQUIA

El Libertador Simón Bolívar invistió al joven coronel José María Córdova de amplísimas facultades para invadir la provincia de Antioquia, rescatarla del dominio español y gobernarla de acuerdo con las leyes republicanas.

El 25 de agosto de 1819 Córdova desembarcó en el puerto de Nare; cinco días más tarde se hallaba en Medellín al frente de 300 soldados. Mandaba en Medellín el jefe realista Carlos Tolrá respaldado por 300 veteranos. Al conocer el avance de Córdova no lo esperó y con su tropa y algunos civiles temerosos de las represalias, tomó el rumbo a Nechí pasando por Yolombó y por Cancán.

El 31 de agosto a las cuatro de la mañana entró Córdova a Medellín con 63 hombres cansados, hambrientos y enfermos. Amigo de las fiestas y las muchachas José María Córdova con apenas 20 años de edad gozó de la parranda de Navidad y el 28 de diciembre se cayó del caballo en una corrida de toros en Rionegro. Quedó como muerto durante varios días. Al fin volvió en sí pero loco, diciendo mil disparates. A los quince días recobró el juicio y de nuevo, aunque maltrecho, en una silla de manos retomó el mando de sus hombres y se preparó para atacar a Warleta que amenazaba la región por la frontera norte.

El 4 de febrero de 1820 Córdova llegó a Santa Rosa donde estuvo atento hasta el día 10 de ese mes cuando marcha al sitio de La Culebra y allí pernocta con su gente. Ese día establece combate con el enemigo en el Alto de Pajarito y allí le causa más de treinta bajas a los realistas. Pasan la noche en Campamento y madrugan a combatir las tropas realistas que se han hecho fuertes en el alto de Chorros Blancos.


EL COMBATE DE CHORROS BLANCOS

Chorros Blancos fueron dos tiroteos entre españoles y republicanos a lo largo del 12 de febrero de 1820, pero esta acción de armas tuvo gran importancia porque impidió la conformación de un corredor entre Popayán y Cartagena que permitiría el paso de tropas realistas de Quito hasta la costa Atlántica.

El día 12 la división republicana avanzó hacia las posiciones de Warleta en lo alto del cerro. La vanguardia patriota llegó hasta la mitad de la loma, pero debió retroceder ante el empuje enemigo y la necesidad de conservar algunas posiciones. Al atardecer se presentó otra escaramuza: la tropa de Warleta se retiró al punto de Mortiñal y cesó el combate al caer la noche.

Al amanecer del día trece de febrero, Córdova se dispuso al ataque y encontró el campo desierto, pues en las horas de la noche los españoles salieron de Mortiñal y se dirigieron a Cáceres.La segunda compañía salió tras Warleta, pero a los dos días desistió de la persecución debido a lo fragoso del camino.

Con la provincia libre de españoles, el comandante Córdova pudo emprender la liberación de la costa Atlántica porque el combate de San Juanito en el sur y los tiroteos de Chorros Blancos en Yarumal afianzaron las posiciones patriotas e impidieron que se conectaran las tropas realistas de Quito, Pasto y el Perú con las provincias realistas de Cartagena y Santa Marta.

EL PADRE REMIGIO ANTONIO CAÑARTE Y LAS GUERRILLAS PATRIOTAS

Cuando el sacerdote Remigio Antonio Cañarte celebró la primera misa en la pequeña capilla de Cartagoviejo, tenía entonces unos setenta años de edad, que en ese tiempo marcaban el declive inexorable de la existencia. Estaba, por tanto, más cerca a la mecedora y al chocolate parveado que de los afanes de sus inquietos feligreses.

Cañarte era un cura llano apegado a los bienes materiales, como se deduce de su testamento, pero contaba, eso sí, con un gran reconocimiento social por su dignidad y por pertenecer a notables y antiguas familias cartagüeñas.

 Nada se sabe de los primeros años de Remigio Antonio, ni cómo el Altísimo tocó su corazón para hacerlo sacerdote; y poco se conoce sobre la cruenta etapa en los campamentos realistas y patriotas durante la lucha por nuestra independencia; sin embargo es posible acercarse a su vida de soldado al repasar las páginas de la historia de Casanare:

En la década de 1810 a 1820 la provincia de Casanare se convirtió en el centro de las guerrillas patriotas cuyas acciones culminaron en la campaña de 1819.

Los comuneros habían abonado el camino libertario en la provincia y el sacrificio de Vicente Cadena y de José María Rosillo galvanizó el espíritu de los llaneros que hicieron frente a la dominación española bajo las banderas de Ramón Nonato Pérez, Juan Nepomuceno Moreno, Juan Molina, Manuel Ortega, Juan Galea, Miguel Guerrero, Francisco Rodríguez, Fray Ignacio Mariño y Francisco Olmedilla.

Después del desembarco de Pablo Morillo en Santa Marta el 26 de julio de 1815, el coronel Sebastián de La Calzada invadió a Casanare con 3000 hombres de infantería, 500 jinetes y dos piezas de artillería con el objetivo de acabar con ese reducto patriota. El 31 de octubre de 1815 el comandante Joaquín Ricaurte, al frente de guerrilleros llaneros y de tropas llegadas del Socorro, chocó con el enemigo en Chire e hizo retroceder a Sebastián de La Calzada al piedemonte cordillerano causándole 200 bajas, la pérdida de 800 caballos y mulas y de gran parte del armamento

Mientras se luchaba en Casanare, en el sur del país y en El Socorro, las tropas de Morillo ocuparon el resto de la Nueva Granada con cuatro columnas que marcharon como una tromba asesina. Una de esas columnas remontó el río Atrato y bajo el mando del coronel Julián Bayer arrasó las defensas patriotas en la desembocadura del río Murrí y venció a los insurgentes en el Arrastradero de San Pablo. Una avanzada dirigida por el coronel Antonio Pla tomó el puerto de Buenaventura y continuó hacia el Valle del Cauca dejando una huella de venganza y desolación.

En Cartago el coronel Antonio Pla incorporó numerosos reclutas a sus filas; unos deslumbrados por el poder español y otros, como Remigio Antonio Cañarte, obligados a marchar bajo las banderas del rey.

La fuerza de Antonio Pla atravesó el Quindío, remontó la cordillera y en Santa Fe de Bogotá se unió a la tropa del teniente coronel Julián Bayer, para continuar hacia los llanos orientales donde se estaban reagrupando los llaneros con numerosos emigrados de Venezuela y de la Nueva Granada.

Los patriotas atacaban, picaban y se retiraban sin presentar combate a campo abierto y dejaban al enemigo sin recursos, pues las comunidades abandonaban las poblaciones y escondían las cosechas. Fue una guerra de escaramuzas en una tierra hostil y letal para los españoles; una guerra salvaje, de exterminio, sin tregua ni misericordia con los vencidos, donde la infantería solo podía utilizar las armas de fuego en los veranos, pues en época de lluvia quedaban inutilizadas por el agua.

En el año 1916 en una de las tantas emboscadas patriotas, los rebeldes capturaron al teniente coronel Julián Bayer y lo ejecutaron junto con otros compañeros. En represalia los realistas anegaron en sangre los campos de Pore, donde asesinaron a numerosos llaneros, entre ellos a Justa Estepa, una de las “Polas” granadinas.

Al empezar el año 1817, nuevas tropas coloniales comandadas por el general Barreiro, se descolgaron hasta la base de de la cordillera con la intención de acabar de una vez por todas con la resistencia en el Casanare. Esta vez Barreiro se apodera del piedemonte llanero, pero las guerrillas contraatacan y desalojan al enemigo en La Salina, en la aldea de Sácama y en la población de Pore.

Los patriotas llevan la ventaja con sus animales acostumbrados a los malos pastos, a cruzar los pantanos y a los enjambres de bichos; en cambio los caballos de los realistas, que vienen de la cordillera, mueren de hambre en los esteros, se les pudren los cascos y no aguantan las picaduras de las nubes de insectos. Además, mientras los llaneros se sostienen con carne salada, los realistas no encontraban qué comer, pues el ganado salvaje empitona sus bestias y sus jinetes.

En una de las tantas escaramuzas, Remigio Antonio Cañarte desertó de las filas realistas y se unió a la guerrilla de Ramón Nonato Pérez, un jayán nacido en Casanare, hecho hombre domando potros salvajes, manejando novillos fieros, desafiando las inclemencias del tiempo y odiando de muerte a los españoles.

La lanza de Ramón Nonato se tiñó de sangre en Aragua, en Arauca, en Guasdualito, en Ariporo y en la Fundación de Upía, donde avanzando tres días entre los pajonales, sorprendió a los realistas que habían arrasado la aldea de Zapatosa y acabó con todos ellos. Los llaneros atacaban sin descanso, en forma tal que el “Pacificador” Pablo Morillo comunicó al rey Fernando VII: “Catorce cargas consecutivas sobre mis cansados batallones, me hicieron ver que aquellos hombres no eran una gavilla de cobardes como me habían informado, sino tropas organizadas que podían competir con las mejores de su Majestad el Rey”.

Con el dominio pleno en Casanare, Bolívar reúne las partidas irregulares bajo el mando de Santander y avanza hacia el altiplano bogotano. Atrás quedaba una época y empezaba una era donde no encajaba Ramón Nonato. Ante la indisciplina y los abusos, el Libertador lo llevó a un consejo de guerra, que nada hizo para reprimir a Ramón Nonato, pues nadie se atrevía a desafiarlo. Por ironías de la vida un caballo cerrero causó la muerte del valeroso llanero y le privó de los laureles en el Pantano de Vargas y en Boyacá.

Una vez integradas las guerrillas bajo el mando de Santander, Remigio Antonio Cañarte junto con los hombres que seguían al centauro casanareño trasmontaron la cordillera y llegaron a la fría sabana de Bogotá. Aquí se pierde la huella de Remigio Antonio Cañarte hasta que regresa a su tierra, recibe las órdenes sacerdotales de mano del Obispo de Popayán Salvador Jiménez de Enciso y ejerce su misión pastoral en el norte de la provincia de Popayán.

Cañarte aparece enfundado en la sotana de un sacerdote en la Zaragoza del Valle del Cauca y después en la población de Cartago. Las crónicas de su época consignan su amistad con el prócer Francisco Pereira Martínez y cómo asistió espiritualmente a Salvador Córdoba y sus amigos cuando fueron vilmente ejecutados por orden de Mosquera en la guerra de 1840.

Remigio Antonio Cañarte pasó a nuestra historia con la celebración de la primera misa en la capilla construida por los colonos en Cartagoviejo. No fue el fundador de la aldea como aseguraron por mucho tiempo, pero aunque no lo haya sido, la tradición y la leyenda se han encargado de entronizar en el corazón pereirano a este personaje nacido el 21 de marzo de 1790 en Cartago y fallecido en Pereira el 29 de octubre de 1878.

LAS GUERRILLAS REALISTAS EN EL NORTE CAUCANO

En el sitio de Juntas el coronel antioqueño Juan María Gómez taponó el paso al realista Simón Muñoz quien se había unido a Calzada en la ofensiva que iniciaron los españoles en el sur con la intención de comunicar la provincia de Popayán con la de Santa Marta.

Las hostilidades continuaron después de la batalla de Boyacá y de los combates de San Juanito y Chorros Blancos y las guerrillas realistas intensificaron sus operaciones en el norte de la provincia de Popayán.

En noviembre de 1819 una partida española dirigida por el capitán Hermenegildo Mendiguren atacó a Riosucio, saqueó la casa del padre Bonifacio Bonafont y destruyó los archivos parroquiales. Así narra los hechos el sacerdote patriota: “Habiéndose apoderado de mi casa los soldados españoles que condujo el capitán Ermenegildo Mendiguren a esta parroquia y saqueado mi casa y despedazado mis trastos, rotas las cerraduras fueron presas los libros parroquiales que se hallaron en varias partes…”

Ante estas circunstancias el Jefe político y militar de Cartago, Francisco Pereira Martínez ordenó al capitán Custodio Gutiérrez que desalojara a los realistas que ocupaban a Riosucio. Una partida republicana marchó hasta dicha población y tras un breve combate retomó la zona de Riosucio, como lo informa el comandante Custodio Gutiérrez al vicepresidente Santander el 5 de diciembre de 1819:

“Excelentísimo Señor:
Tengo la satisfacción de comunicar a V.E. haber dado libertad a los pueblos de Riosucio y la Vega de Supía, dejando arregladas las postas y correos y completamente abierta la comunicación de este valle con Antioquia.
En esta jornada ha conseguido la República la ventaja de haber hecho prisioneros a 50 soldados, otros tantos fusiles y cartucheras, 30 bayonetas, 500 cartuchos, 50 piedras de chispa, dos tambores y una caja de guerra de metal muy buena. Entre los soldados se encuentra un tambor, dos sargentos, un cabo y cuatro soldados españoles. También cogí en los montes y armado, al cura del pueblo Doctor Ramón Bueno quien protegía estos tiranos y que por su causa escaparon: un capitán, dos subtenientes y dos soldados españoles que hasta ahora se ignora dónde están…”

Francisco Pereira envió preso a Bogotá al sacerdote Bueno y en la capital se obró el milagro, ya que el cura se convirtió en amigo de Santander y de recalcitrante realista pasó a ser fervoroso patriota. Mendiguren escapó de la redada en Riosucio con el jefe español Castelar y el criollo Jerónimo Ortiz. En su retirada los hombres de Mendiguren sorprendieron en la aldea de Tachiguí a un grupo patriota proveniente de El Chocó y dieron de baja a un oficial y cuatro soldados republicanos. Días más tarde Mendiguren atacó en cercanías de la población de Toro y desde entonces sus huellas se pierden en el tiempo.

La guerra continuó en la región: el 28 de febrero de 1820, veinticinco soldados realistas sorprendieron un puesto patriota en Quiebralomo y en marzo una avanzada española ocupó nuevamente la población de Riosucio. Desde la aldea de Arma, en territorio antioqueño, salió una avanzada patriota dirigida por el capitán Robledo que llegó hasta el Ingrumá, desalojó a los realistas y recuperó a Riosucio.

Entre tanto, 500 veteranos del batallón “Voluntarios de Aragón” se suman en Quito al batallón “Andes” y con estos refuerzos Calzada reconquista a Popayán y continua hacia el Valle del Cauca con el propósito de apoyar a Warleta en sus operaciones en Antioquia. Calzada llegó a Cartago a principios de febrero de 1820 y desde allí despachó 200 hombres a Supía, pero cuando Calzada se enteró de la derrota de Warleta en Chorros Blancos, retrocedió hacia Quito.

La correría de los realistas por el Valle fue abominable, en sus “Apuntamientos para la historia” José María Obando cuenta lo siguiente: “Calzada marchó hasta Cartago en donde se le incorporó el coronel Simón Muñoz, que se había mantenido oculto en las montañas. Contramarchó por la vía a Cali y destinó una fuerza a órdenes del dicho Muñoz, para que recorriendo la banda oriental del río Cauca remitiera ganados y víveres a la plaza de Popayán donde iba a ser el cuartel general. Mi compañía tuvo la desgracia de ser una de las destinadas para formar esa fuerza y yo el tormento de servir a órdenes inmediatas de ese Muñoz, hombre execrable por sus excesos. Frecuentemente tenía el trabajo de estarle quitando las ocasiones de asesinar, ya que por ser su inferior no podía quitarle las de robar. “

Ante la enconada resistencia de la gente del sur, el general Pedro León Torres optó por conquistar con halagos y prebendas a los amigos del rey. Así logró atraer al mulato Simón Muñoz, que hecho a un lado por los jefes realistas por sus innumerables crímenes, vio la conveniencia de pasarse a las filas de los patriotas. El 14 de julio de 1821 Muñoz cayó en poder de sus antiguos camaradas en una emboscada tendida en Quilcasé y los realistas lo mataron a garrotazos.

LA GUERRA EN POPAYÁN

La ciudad de Popayán fue un centro de operaciones de uno y otro bando en la guerra de la independencia. No fueron muchas las acciones desarrolladas en sus calles, pero allí se abastecieron realistas y republicanos en las campañas emprendidas sobre los territorios del sur y en la zona del Valle del Cauca.

La opinión y el respaldo de Popayán variaron de acuerdo con las circunstancias. Al principio Popayán apoyó la independencia pero hubo épocas en que aplaudió y respaldó a los amigos de la monarquía.

A continuación se presenta a grandes rasgos la evolución de los acontecimientos en Popayán:

·           Marzo 28 de 1811. Baraya, con tropas de Cundinamarca y las ciudades confederadas del Valle del Cauca, vence a Miguel Tacón en el combate del Bajo Palacé.
·           Abril de 1811. Guerrillas de patianos e indígenas de Pasto amenazan al gobierno republicano.
·           Año 1812. Durante ese tiempo trescientos republicanos bajo el mando de José María Cabal defienden la ciudad de Popayán.
·           Abril 26 de 1812. Antonio Tenorio comanda un ataque pastuso sobre la ciudad. El norteamericano Alejandro Macaulay asume la defensa de Popayán y contiene al enemigo.
·           Agosto 22 de 1812. La Junta de Popayán se traslada a Quilichao ante el acoso de los realistas. Al día siguiente los patianos ocupan la población.
·           Diciembre 30 de 1813. Combate del Alto Palacé. Tropas de Sámano chocan con tropas de José María Cabal. Los realistas se retiran hacia Popayán perseguidos por los patriotas que el 31 de ese mes ocupan la ciudad. Sámano le pone fuego al parque del cuartel ubicado en la plaza con daño de varias edificaciones y la muerte de 15 personas.
·           Marzo 14 de 1814. Se reúne en Popayán el Colegio Constituyente y en mayo se expide la Constitución de la provincia caucana.
·           Fines de 1814. Nariño ocupa a Popayán, en poder de los realistas desde hacía siete meses. La ciudad está desierta, El Precursor no encuentra apoyo ni alimentos.
·           Julio 5 de 1815. Tras el triunfo en el combate de El Palo, José María Cabal recupera la ciudad de Popayán.
·           En julio de 1816. Los españoles ocupan nuevamente la ciudad y el 16 de agosto fusilan a José María Cabal, último presidente de las ciudades confederadas del Valle del Cauca.
·           Octubre 7 de 1819. Calzada abandona a Popayán, sigue hacia Pasto y lleva consigo al obispo Salvador Jiménez y a numerosos ciudadanos realistas de la ciudad.
·           Octubre 23 de 1819. El coronel Paris con tropas patriotas ocupa a Popayán.
·           Enero 26 de 1822. Bolívar entra a la ciudad.


LA PROVINCIA DEL CAUCA

Por decreto del 11 de marzo de 1820, el Libertador creó la provincia del Cauca con capital en Cali, en reconocimiento por los valiosos servicios a la libertad y nombra al coronel José Concha como primer gobernador. Entre las ejecutorias de Concha está la regularización de las partidas patriotas que ensombrecían la causa debido a sus desmanes, organizó la administración, sometió al inglés Runnel, que con sus negros alzados, cometía todo tipo de atropellos y acabó con los merodeadores que infestaban los caminos.

La situación de los pueblos del Valle del Cauca era lamentable en todos los sentidos, las comunidades estaban arruinadas y la guerra prolongada había roto todos los resortes morales. Para someter a Pasto y liberar a Quito se exigieron nuevas contribuciones como se ve en las disposiciones de Bolívar a los habitantes de Cali, Buga, Cartago, Toro y Caloto donde se solicita el reclutamiento de varones entre los 15 y los 40 años, serán solteros, dice la disposición, pero si se ocultasen se arrestarán las familias y los padres y parientes se remitirán con los demás reclutas.

Además de lo anterior, se tomarán 50 esclavos en cada localidad, los que serán pagados con los fondos de las municipalidades, y para que no se burlen las exigencias, Bolívar ordena que a los remisos, infractores y negligentes se les pase por las armas…

LAS OPERACIONES MILITARES EN EL SUR

El 20 de marzo de 1822 Bolívar cruzó el río Mayo y siguió por Taminango hacia el río Juanambú; después de largas marchas el ejército libertador acampó el 6 de abril en la hacienda Consacá. Al enterarse de tal movimiento el jefe español Basilio García movió su tropa y se situó en el inexpugnable sitio de Cariaco, en la falda del volcán de Pasto, tan escarpada que los soldados patriotas para avanzar tenían que clavar la bayoneta en el lodo.
 El 7 de abril se trabó la batalla que por las bajas fue una de las más sangrientas de la independencia. Eran las diez de la mañana; los batallones Bogotá y Vargas se estrellaron contra el enemigo y cayeron heridos todos los jefes de la División, teniendo que remplazarse con oficiales inferiores. Al atardecer, el Batallón Bogotá había quedado reducido a 74 soldados, el Vargas a menos de setenta y el Batallón Vencedor estaba diezmado.

Se combatió todo el día y entrada la noche el abanderado Domingo Delgado del Batallón Rifles clavó en lo más alto la bandera republicana. El Libertador quedó dueño del campo y de la artillería pero tuvo que derramar mucha sangre y hacinar cadáveres sobre cadáveres. El jefe español devolvió al día siguiente las banderas de los batallones Bogotá y Vargas. “Yo no quiero conservar un trofeo—dijo— que empaña las glorias de dos batallones, de los cuales se puede decir, que si fue fácil destruirlos, ha sido imposible vencerlos.”.

Este combate de Cariaco o de Bomboná fue una victoria pírrica, fue un derroche inútil de vidas y recursos patriotas, fue para muchos un error militar y un desprecio tenaz de Simón Bolívar por la vida de sus hombres.

Muchos días estuvo Bolívar privado de contactos con Bogotá, al fin recibió auxilios en hombres, armas y dinero y entonces intimó la rendición del coronel García quien al conocer la derrota española en Pichincha y la victoria de Sucre en Quito aceptó la capitulación, pero el pueblo de Pasto se opuso al pacto. Pese a todo el Libertador entró a Pasto el 8 de junio de 1822 a la cabeza de sus batallones. La oficialidad y las tropas de realistas y patriotas hicieron calle de honor, a la entrada de la iglesia mayor esperaba el obispo Jiménez, los coros y los eclesiásticos entonaron el Te Deum ante un auditorio poseído por las más encontradas emociones. Cinco meses estuvo Pasto bajo el gobierno republicano hasta que los guerrilleros Benito Boves y Agustín Agualongo retomaron la localidad y pusieron en fuga a las tropas republicanas.

Los pastusos fueron los más fieles y corajudos defensores de la monarquía española; lucharon solos, muchas veces sin más armas que lanzas y piedras, sostenidos por la fe que les inspiraba su generala, la Virgen de las Mercedes. Eran combatientes excepcionales: no aceptaban la vida de cuartel, el adiestramiento militar ni el uso de uniforme; guardaban las armas en sus moradas y se congregaban para hacer frente al enemigo cuando las campanas tocaban a rebato. Los milicianos pastusos se agrupaban en compañías por familias, por veredas o por oficios y seguían solamente a sus capitanes, sin ligarse a mandatos superiores. Detrás de los combatientes iban las mujeres y los muchachos con la comida, la chicha y el aguardiente. Al terminar el combate retornaban a sus hogares sin obedecer más voces de mando.

Agustín Agualongo fue un indígena pastuso cuyo valor legendario lo convirtió en el enemigo más notable y letal de los republicanos. Agualongo derrotó a las tropas de Sucre el 24 de noviembre de 1822 en el sitio de Taindala y lo obligó a regresar a Túquerres a esperar el apoyo de Simón Bolívar quien, por ese entonces, se encontraba en Quito. A mediados de diciembre llegaron los batallones patriotas Vargas, Bogotá y Milicias Quiteñas a reforzar al batallón Rifles, a los Escuadrones de Guías de Cazadores y los Dragones de la Guardia, acantonados en Túquerres. Tales batallones con algo más de 3.500 hombres provistos de las mejores armas de la época, con caballería y cañones de alto alcance avanzan hacia Pasto en plena festividad de la novena de Navidad. La preocupación en Pasto era grande, carecían de armamento, han sido duramente golpeados por los republicanos y poco podían hacer ante el poderío militar de Sucre, quien no olvida la derrota a manos de Agualongo en Taindala y en el arenal de Huachi, cerca de Cuenca.

Ante el avance republicano los pastusos replegaron sus fuerzas hasta el Guáitara para frenar al invasor. Pasto no cuenta con un ejército regular, es la población civil la que se organiza en milicias para afrontar una vez más la defensa de la martirizada ciudad que tiempo atrás hizo frente a los quiteños, a las tropas de las Ciudades Confederadas del Valle del Cauca y a las tropas del general Antonio Nariño.

El batallón Rifles, integrado por mercenarios irlandeses, solicitó como favor especial a Sucre les permitiera ser la avanzada para tomarse a Pasto. Se combatió en las riveras del Guáitara, los muertos flotaban y la corriente los arrastraba hacia el océano. Los patriotas avanzaban... Yacuanquer, El Cebadal, El Tambor, Caballo Rucio, la Piedra Pintada, los campos de Catambuco, van quedando atrás; la resistencia de la gente de Pasto no mermaba, retrocedían ante el empuje de la gente de Sucre y en la colina de Santiago esperaron al enemigo.

En la madrugada del 24 de diciembre de 1822 el batallón Rifles avanzó despiadado. No se detuvo ante nada ni ante nadie. Un pequeño grupo de mujeres sostuvieron en sus hombros la imagen del Apóstol Santiago que cayó destrozado por las balas de los invasores. Calles y plazas se cubrieron de humo, la pólvora hizo estragos, se escuchaba el ruido pavoroso del cargue y descargue de fusiles y se oía el choque de las espadas, las bayonetas, los machetes y los puñales que iban dejando un reguero de hombres, mujeres y niños que heridos, son rematados a culetazos por las tropas de Sucre.

La población civil buscó refugio en los templos, capillas y conventos pero los soldados republicanos, de infantería y caballería, nada respetaban: a bayoneta calada o con cuanta arma tenían en su mano, arremetieron cual fiera sobre su presa. Tumbaron las puertas de las casas, entraron por las ventanas, robaron lo que encontraban, violaron a las mujeres sin importar su edad o las mataban al encontrar resistencia.

El historiador Sergio Elías Ortiz, dice al respecto: “No se perdonó a las mujeres, ni a los ancianos, ni a los niños, aunque muchos se habían refugiado en los templos En el de San Francisco, Joya de arte colonial por sus altares y por la riqueza de sus paramentos, los Dragones penetraron a caballo y cometieron los más horribles excesos en las mujeres que allí se habían acogido…La Noche Buena de ese año fue para los pastusos una negra noche de amarguras. Una Navidad sangrienta, llena de gritos de desesperación, de ayes de moribundos, de voces infernales de la soldadesca entregada a sus más brutales pasiones…”

El general José María Obando se refiere a esa Navidad que enloda la gloria de la independencia, como la enlodó la guerra a muerte y los asesinatos de centenares, o miles de inocentes seguidores de la monarquía:

"No se sabe cómo pudo caber en un hombre tan moral, humano e ilustrado como el general Sucre la medida, altamente impolítica y sobremanera cruel de entregar aquella ciudad a muchos días de saqueo, de asesinatos y de cuanta iniquidad es capaz la licencia armada; las puertas de los domicilios se abrían con la explosión de los fusiles para matar al propietario, al padre, a la esposa, al hermano y hacerse dueño el brutal soldado de las propiedades, de las hijas, de las hermanas, de las esposas; hubo madre que en su despecho, salióse a la calle llevando a su hija de la mano para entregarla a un soldado blanco antes de que otro negro dispusiese de su inocencia; los templos llenos de depósitos y de refugiados fueron también asaltados y saqueados; la decencia se resiste a referir por menor tantos actos de inmoralidad...".

La responsabilidad material de la masacre es de Sucre, pero fue Simón Bolívar quien expresó que había que acabar con los pastusos, el Libertador llegó a Pasto el 2 de enero de 1818 y no hizo ningún reproche a Sucre, todo lo contrario, procedió a imponer condecoraciones a los altos mandos. En cuanto a Sucre, nada dice el general venezolano respecto al sangriento acontecimiento que acabó con la décima parte de la población de Pasto.

A pesar de los destrozos, a pesar de los embates patriotas, el 18 de agosto de 1823, Agualongo, distinguido como Mariscal de los Ejércitos del Rey, retomó a Pasto. Tropas republicanas bajo el mando del general Mires y fuerzas dirigidas por Córdova intentaron desalojar a Agualongo, pero tuvieron que retroceder hasta más allá del Juanambú debido a la enconada resistencia de pastusos y patianos.

En diciembre de 1823 el general Flórez avanzó desde Quito y Agualongo se vio precisado a salir de Pasto y refugiarse en las cercanías. El 3 de enero de 1824 Agualongo trató de tomar a Pasto; este fue el último intento por recuperar su ciudad.

EL COMBATE DE BARBACOAS

El puerto estaba defendido por 120 soldados al mando de Manuel Ortiz Zamora quien ante el temor de un ataque de Agualongo se vio apoyado por el teniente coronel Tomás Cipriano de Mosquera. El 30 de mayo de 1824 Agualongo se aproximó a la población y empezó el tiroteo. Una bala destrozó la mandíbula de Mosquera quien no obstante la gravedad de sus heridas continuó luchando al frente de sus hombres.

En medio del combate empezaron a arder las casuchas de madera y paja de Barbacoas; arreció el empuje patriota y cuando empezaron a faltar municiones, Agualongo desistió del ataque y con su gente repasó el río Telembí y se perdió entre la selva. El combate de Barbacoas, aunque fue una limitada operación militar tuvo importantes connotaciones tácticas pues acabó con la capacidad militar de Agualongo, eliminó la infiltración realista por la costa del Pacífico y dio prestigio a Mosquera cuya carrera fue en ascenso hasta convertirse en uno de los mayores caudillos de la historia colombiana.

Tras varias escaramuzas, Agustín Agualongo cayó en poder de Obando; en el patíbulo no permitió que le taparan los ojos pues quería morir de cara al sol, mirando la muerte de frente. ¡Viva el rey!, fue su último grito de lealtad y de guerra.

EN LAS AGUAS DEL PACÍFICO

Entre los episodios poco divulgados de la historia colombiana está la campaña de la nave corsaria “Rosa de los Andes”, que con bandera chilena y bajo el mando del oficial inglés John Illingworth, combatió a los españoles en la costa granadina del Océano Pacífico.

John Illingworth inició la carrera militar como grumete y en la guerra de 1812 entre Inglaterra y Francia se distinguió por su valentía. Las fuerzas unidas de Chile y Argentina adquirieron la corbeta “Rose” que bajo el mando de Illingworth tocó costas americanas en el año 1818 para convertirse en el buque corsario “La Rosa de los Andes” que recorrió la costa del Pacífico convirtiéndose en una pesadilla para la Armada española

El 25 de abril de 1819 “La Rosa de los Andes” zarpó de Valparaíso armada con 36 cañones y con 550 voluntarios, la mitad chilenos y el resto de varias nacionalidades. Bajo el mando de Illingworth el buque emprendió un viaje sin regreso plantando la libertad en los puertos y estuarios del virreinato de la Nueva Granada.

Con “La Rosa de los Andes” empezó la historia de la Armada chilena: la nave corsaria trabó combate en el norte del golfo de Guayaquil con la fragata española “Piedad” que casi echa a pique a la corbeta patriota. Con graves destrozos “La Rosa de los Andes” tomó rumbo hacia el archipiélago de “Galápagos” donde realizó las reparaciones necesarias para continuar su recorrido con destino al puerto de Tumaco. Los infantes desembarcaron y tras un violento combate con los españoles la bandera de la libertad ondeó por primera vez en nuestras arenas del Pacífico.

“La Rosa de los Andes” ancló en la isla Gorgona y tras recoger algunos prisioneros patriotas enfiló proa con destino a la isla de Taboga en Panamá. Allí los chilenos se enfrentaron con los realistas, capturaron algunos de sus oficiales y los canjearon por los sobrevivientes de la fracasada expedición de Gregor Mc Gregor contra Portobelo.

“La Rosa de los Andes” ataca, aborda, se apodera de las armas y bienes españoles y se oculta en los estuarios selváticos; en los primeros días de enero de 1820 unos indios cholos vecinos de la bahía de Cupica informaron a Illingworth sobre una expedición enemiga que se preparaba a orillas del río Atrato para reconquistar las posiciones liberadas por la tripulación de la “Rosa de los Andes”.

Illingworth quiso salirles adelante y con cien hombres remontó el rio San Juan, cruzó el Arrastradero de San Pablo y llegó a la parte alta del Atrato donde se embarcaron en canoas y buscaron un enemigo que no apareció por parte alguna. Fue un acto heroico, asombroso, sin par en los anales de nuestra historia, realizado por un puñado de valientes que se enfrentaron a la manigua chocoana.

El templado oficial inglés repasó con su gente el camino de regreso a la costa y desplegó velas con rumbo a Buenaventura, donde se reunió con el general Cancino y le entregó el armamento que hizo posible el triunfo patriota sobre las fuerzas realistas que ocupaban el Chocó.

 El 28 de octubre de 1819 los chilenos desembarcaron cerca del puerto de Guapi en la provincia de Popayán, defendido por los realistas del regimiento Cantabria. Los infantes de marina de la ”Rosa de los Andes” bajo el mando del capitán Desseniers avanzaron por los manglares protegidos por las sombras de la noche, al amanecer sorprendieron al enemigo y a golpe de bayoneta, tomaron 85 prisioneros y se apoderaron de los cañones y el armamento de la plaza. Los chilenos continuaron la ofensiva: al día siguiente se embarcaron de nuevo, ocuparon el puerto de Izcuandé y se apoderaron del fortín de Juanaco, defendido por 200 hombres bien armados y por seis poderosos cañones.

Un solo corsario ha desestabilizado el poder español en el Pacífico y puesto en riesgo la seguridad del Virrey de Lima. Para acabar con Illingworth y la tripulación de “La Rosa de los Andes” salieron del Callao las poderosas fragatas de guerra “Prueba” y “Venganza” con la orden de localizar y hundir al buque republicano. Las naves buscaron al barco corsario por bahías y estuarios hasta que la fragata “Prueba,” de 1300 toneladas, la localizó en la desembocadura del río Esmeralda.

Illingworth intentó abordar el navío enemigo que respondió con toda la potencia de fuego; una bala hirió gravemente al comandante de la nave patriota que dio la orden de retirada antes de quedar inconsciente. De nuevo se salva “La Rosa de los Andes”, pero de los 550 voluntarios que zarparon de Valparaíso, solamente sobreviven 130 valientes.

No se sabe con certeza cuál fue el fin de “La Rosa de los Andes”. La versión patriota asegura que encalló en Izcuandé y fue imposible volver a llevarla al mar; los españoles dicen que ante el acoso de la fragata “Prueba”, el buque corsario se embarrancó y los realistas lo abordaron y lo destruyeron.

Illingworth y sus compañeros se unieron a las tropas de Bolívar en la campaña de Quito; posteriormente el héroe inglés se integró a la fuerza naval del Ecuador, donde fundó la Escuela Náutica de Guayaquil, precursora de la Escuela Naval del Ecuador. Este país acogió a Illingworth como uno de sus hijos y en tierra ecuatoriana murió a la edad de 67 años rodeado del respeto y el aprecio que le brindó su segunda Patria.

ESCLAVOS Y RECLUTAMIENTO

Con la promesa de la libertad, tanto realistas como republicanos llevaron esclavos a sus filas. En las levas los esclavos remplazaban a los amos y así estos y sus hijos se libraban de ir al combate. Por supuesto la población esclava disminuyó a medida que avanzó el conflicto y al terminar la guerra el número de esclavos entre los quince y los sesenta años había disminuido ostensiblemente.

Una carta fechada el 3 de mayo de 1820 y enviada por el general José María Cancino a Santander nos muestra la situación de los esclavos en el Chocó al terminar lo guerra de la Independencia:

“Señor general y amigo: Tengo presente que hablando con usted en su casa sobre la medida que me convendría tomar acerca de los esclavos me dijo y con acierto que la libertad de estos arruinaría enteramente al Chocó.
  Luego llegué a la provincia de mi mando (el Chocó) y tomé conocimiento de ellos. Cuando advertí que de 14.000 habitantes que tiene 9.000 son esclavos, nada creí más conveniente que dar la libertad ni a uno solo, pero que por fin, aquellas razones que tengo dichas a usted me obligan a tomar esta providencia, pero de un modo que me parece menos gravoso y sin una peligrosa transición. He quintado las cuadrillas sin alarmas”.

Por su parte en junio 6 de 1820 don José Manuel Restrepo escribe la siguiente carta al general Santander:

“Están colectándose 500 esclavos para el completo de 1.000, ahora van un poco viejos, porque no hay jóvenes; apenas había en Antioquia 1.600 varones de 15 a 60 años. Cuente usted con que no quedan 200 útiles. Muchas lágrimas ha costado la medida a los amos, pero ella es una de aquellas que van a salvar al país; 3000 negros bien disciplinados van a ser superiores a la mejor infantería, de la Europa especialmente. Los de Chocó y Popayán los creo más robustos que los de Antioquia”.

En abril 9 de 1820 en el “Diario Político y Militar” escrito por José Manuel Restrepo aparece la siguiente nota:

“Se ha publicado la orden para que se recojan a todos los esclavos solteros para el servicio de las armas. Ningún amo dará arriba de cuatro. Juzgo que no se completan los 1.000 y habrá que echar mano de los casados. Los amos que por lo general son pobres, lo sienten mucho y algunos quedan arruinados. Los esclavos están muy contentos, sin embargo de que la mayor parte de los de la provincia de Antioquia son realistas, cosa singular cuando hemos proclamado la igualdad legal y cuando en la primera república concedimos la libertad a todos los que nacieron desde cierta época”.

PARA TERMINAR

¿Qué podría concluirse sobre la guerra libertaria en el occidente de la Nueva Granada?

-       Que inicialmente fue una confrontación entre el gobernador Tacón y las ciudades aliadas del Valle del Cauca, es decir entre el poder español y los criollos que querían ese poder por intermedio de las Juntas de gobierno autónomas.
-       Que luego se convirtió en una guerra de clases, pues enfrentó a los indígenas pastusos y los negros del Patia con los republicanos.
-       Que al terminar la contienda se fortaleció la clase dominante de Popayán, dueña de la tierra, de las minas, de la administración y que el pueblo raso se empobreció más y quedó al arbitrio de los Mosquera, Valencia, Cabal… cuyos descendientes han seguido controlando el rumbo de la Nación.
-       Que fue una guerra fratricida, cruel, sin cuartel que enloda la memoria de Bolívar, de Sucre, de Córdova, de Borrero, de otros jefes patriotas y de los comandantes realistas Morillo, Sámano, Warleta, Calzada, Muñoz... cuyas acciones los asemejaron más a las bestias que a los seres humanos.
-       Que se mostró la valentía del pueblo pastuso, que solo y sin recursos fue el mayor apoyo de la causa del rey en territorio suramericano.
-       Que fue flojo el papel de Antioquia en la gran gesta independista; exceptuando a Córdova, Girardot y otros oficiales, la clase dirigente antioqueña buscó la conveniencia, se amoldó a los españoles y a los regímenes imperantes.
-       Que Cali fue el fortín de los patriotas, Pasto el de los realistas y que la guerra en este territorio no tuvo grandes batallas sino una sucesión de escaramuzas y combates que se extendieron desde límites con Quito hasta las fortificaciones cercanas a Marmato.


FUENTES DE CONSULTA

BARRERA ORREGO, Humberto (2008). José María Córdova. Medellín: Fondo Editorial EAFIT.

BASTIDAS URRESTY, Edgar (1979). Las guerras de Pasto. Pasto: Editorial Javier.

CARDONA TOBÓN, Luis Alfredo (2006). Los caudillos del desastre. Manizales: Universidad Autónoma de Manizales.

LIÉVANO AGUIRRE, Indalecio (1978). Los grandes conflictos sociales y económicos de nuestra historia. Bogotá: Ediciones Tercer Mundo.

LLINÁS, Juan Pablo (1985). José Hilario López. Bogotá: Ediciones Tercer Mundo.

MELO JORGE, Orlando (1988). La historia de Antioquia. Medellín: Editorial Presencia.

MONTEZUMA HURTADO, Alberto (1981). Banderas Solitarias. Bogotá: Breviarios colombianos.

PIEDRAHITA, Diógenes (1957). Historia de Toro. Cali: Imprenta departamental.

SAAVEDRA GALINDO, José M. (1924). Colombia Libertadora. Bogotá: Editorial de Cromos.


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